Capítulo siete.

¿Por qué no me extraña que el joven Albus esté en una biblioteca? Tal vez sea porque cuando él tenía siete años y desapareció de la nada en una salida familiar (donde todos entraron en pánico y por poco invaden propiedad privada para encontrarlo) terminamos viéndolo salir de una biblioteca al más puro estilo Matilda, esa película vieja muggle. Le faltaba un listón rojo y un carrito, porque el corte de mal gusto ya lo tenía.

— ¿Cómo descubriste en cuál biblioteca estaba? —le pregunto por quinta vez a Gemma, mientras ella conducía y yo hurgaba en todo lo que estaba a la vista.

—Tomando en cuenta la ciudad, la distancia, el clima y... Dijiste que era un nerd, solo tuve que llamar a Scorp y preguntarle con educación sobre los lugares que frecuentaba —responde con obviedad.

Frunzo el ceño al escuchar hablar sobre Scorpius con tanta confianza. Comienzo a pensar que esta mujer ya estaba entre mi círculo de conocidos, pero por la miopía Potter apenas lo estoy notando. La duda sería de dónde conoce a Malfoy.

—Una pregunta más —Me giro hacia ella cuando se detiene en el semáforo rojo—, ¿fuiste a Hogwarts?

Sus manos se aferran un poco más al volante, y siquiera se gira para verme, pero luego disimula todo eso encogiéndose de hombros.

—Como toda bruja británica recibí mi carta a los once años, Potter.

—Estoy prácticamente seguro de que fuiste a Slytherin.

Porque es la razón más acertada para que conozcas a Malfoy.

—Ravenclaw —corrige entre dientes, ríe un poco y me mira de reojo—. Casi aciertas.

Comienzo a rebuscar en mi memoria el día de mi selección, y por más que me esforzara no recordaba a alguna Gemma. De lo poco que recuerdo de la selección al otro año, tampoco. Demonios, comienzo a sentirme jodidamente intrigado con su apellido.

Es más, ¡¿me dijo su apellido el día en que nos conocimos?!

—Soy un año mayor que tú, siquiera te esfuerces en recordar mi selección —comenta, vuelve a poner en marcha el auto soltando un suspiro. Entonces murmura:— Yo ya la recuerdo muy bien.

Luego de eso no hay más que un incómodo silencio (para mí, claro). Gemma se enterró en sus pensamientos, mientras que yo me planteaba la idea de practicar legeremancia.

Cuando llegamos al lugar no parecía la gran cosa, era de esas bibliotecas que ahora ningún muggle visitaría porque en vez de encontrar a John Green encontraría libros viejos de autores poco conocidos. Todos pasaban de ella, pero nosotros avanzamos algo apresurados a la entrada. Quedé perplejo durante dos segundos al ingresar, pues era más grande de lo que esperaba, y estaba a rebozar de  estantes.

—Sí —murmuro—, se ve como la clase de lugar que Albus y Malfoy visitarían.

—Yo también lo haría... En el pasado —añade.

Comenzamos a mirar hacia todas direcciones, en busca de Albus. En mi mente lo vestí de empollón y lo imaginé con la nariz enterrada en el libro más gigante que había en la sección de pociones. Pero nadie cumplía con esa descripción por ahí.

Acabo de ver una chica guapa, creo que en vez de ir a bares a ligar debí ir a bibliotecas.

Aunque si no hubiese ido al bar hace un mes no habría conocido a Gemma.

— ¿Qué me estás mirando? Debías buscar a tu hermano —me regaña en voz baja, solo entonces noté que me quedé como bobalicón mirándola.

Casi me arde la cara al más puro estilo Weasley, casi.

Paso de ella para dirigirme hacia la bibliotecaria que ordenaba libros en un estante, con tanta parsimonia que me ponía de los nervios. En cuanto volteó a verme detuve mis pasos y quedé estático.

Esa sensación Potter... Esta chica dejó imbécil a Albus, mi riñón me lo dice.

Y porque lleva esa ridícula pulsera que vi a Albus comprar hace unos días. Había pensado que fue para Scorpius, que al fin se casarían, pero al parecer había una chica ardiente detrás de todo esto.

—Hola —sonrío—. Tengo una duda.

—Sí, dime.

— ¿No has visto por aquí a un prototipo de adulto, más o menos de esta altura? —Levanto la mano casi por encima de mi nariz—. Tiene el cabello oscuro con exceso de keratina. Siempre usa suéteres ridículos, con pantalones de mal gusto y zapatos aún peores... Es como yo pero sin lo guapo.

Escucho a Gemma farfullar algo a mis espaldas, mientras yo solo sonrío a la muchacha poniendo las manos en mis bolsillos.

— ¿Perdón? —dice en tono suave, mostrando una expresión confundida sin borrar la sonrisa.

—Albus, Albus Severus Potter —Ruedo los ojos.

— ¡Oh! —exclama con alegría—. Lo conozco.

De inmediato toca la pulsera en su mano, y yo contengo la risa. Si Albus viera esto seguro tendría un infarto.

—Es el mayor fan de la lectura que he visto en toda mi vida. Viene todos los días a devorar al menos cinco libros.

Dios, que por dentro me descojono de la risa. Él no viene a devorar libros, seguro ya la ha devorado a ella cien veces en su mente. Puedo imaginarlo intentando ligar, y al fallar simplemente dedicarse a observarla desde lo lejos.

—Sí, muy genial. ¿Está aquí? ¿Lo viste hoy?

—Sí, sí. Estuvo por aquí —asiente abrazándose a sí misma.

Y ahí mi humor cae.

— ¿Estuvo? ¿Ya no?

—Se fue hace un rato, se sentía algo mal —explica haciendo una mueca—. No me dijo por qué, supongo que comió algo que le cayó mal, se puso blanco como el papel de la nada.

Su tono denotaba preocupación, mientras que yo maldecía a Albus.

¡¿Qué demonios fue a comer para que...?!

—Ey, amor, ¿dónde iban estos?

Rambo apareció ante mí, y no pude evitar abrir los ojos de forma desmesurada. Él se dirigió a la bibliotecaria mientras llevaba una pila de libros enormes.

Ya, te entiendo, hermano.

El hombre me mira frunciendo el ceño por mi proximidad a su novia, siento que Gemma tira de mi camisa desde atrás y retrocedo un paso esbozando una sonrisa nerviosa. Que no me mate, yo no la toqué, siquiera pensé algo sucio al verla. El único Potter que lo hizo fue Albus.

Que lo joda a él en todo caso... Aunque creo que ya lo hizo.

—Eh, son amigos de Albus, creo —ella explicó a la pregunta que él hizo. Me miran con interés.

—Su hermano... mayor —carraspeo, cruzando los brazos—. James Potter, un gusto.

—Soy Silvana Dawson, él es mi novio —sonríe ella, posando una de sus pequeñas manos en el colosal tipo.

—Brett Grayson.

—Gemma —dice mi acompañante, apareciendo a mi lado con una media sonrisa.

¡Coño que no dice su jodido apellido!

Y mientras yo maldecía en mi mente porque Gemma no se dignaba a compartir eso, ella hablaba con ellos intentando sacarles información.

—Estamos buscándolo porque surgió una urgencia, llevamos horas en esto —explica en tono preocupado, muy buena actriz—. ¿De verdad no tienen ni idea de dónde podría estar?

Ellos, con una mirada apenada (que me sorprendió ver a Rambo así) negaron con la cabeza. Nosotros suspiramos derrotados antes de agradecer y retirarnos.

Prácticamente me dejé caer sobre Gemma para que me ayude a seguir el camino hacia el auto, ella no se quejó, simplemente aceptó el gesto y siguió con ello.

—Creo que al final debo aceptar la ayuda de esa persona del Ministerio que dijiste —murmuro—. Eso y dejar las cosas como están es lo mismo, de cualquier forma van a saberlo.

— ¿Tan rápido te das por vencido? Nos quedan dos horas.

Levanta la muñeca para que observe su reloj. Yo solo suspiro con el rostro en su cuello.

— ¿Sabes? Me sentiría mejor si...

—No voy a decirte mi apellido ahora.

Eso significa que me lo dirá en otro momento... Me lo tomaré así.

— ¡Eh! ¡Chico de zapatos lustrosos!

Y ese soy yo.

Me suelto de Gemma con brusquedad, causando que trastabillara un poco. Veo que Rambo, digo, Brett, se acerca a pasos largos. Muy bien, hizo que mi hermano esté a punto de desmayarse, pero sabe cómo llamar a alguien como yo.

—Debo admitir algo —dice con una mueca—. Creo que sé la ubicación de tu hermano. Lo vi dirigirse calle abajo, al club que hay por ahí.

— ¿Por qué no lo dijiste antes? —Gemma pregunta un poco molesta (mucho).

—Porque no quería que Silvana se preocupara por su pequeño amigo homosexual —responde apenado.

Y yo no dije ni una palabra luego de eso, me sentía incapaz de hacerlo. Apreté los labios y entrecerré los ojos intentando contener la risa. Gemma se deshizo de Rambo, y no fue hasta que entró a la biblioteca que solté la carcajada de mi vida.

— ¡Pequeño amigo homosexual! ¡Pobre niño! No le mataron porque le cambiaron la sexualidad —exclamo apenas respirando, mientras golpeo mi rodilla—. ¡Está en la zona de amigos el imbécil! Tan jodido...

Se me apaga la risa al notar algo. Que yo estoy en la zona juguete sexual.

Albus me gana en algo aquí, él al menos sabe el apellido de la chica.

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