Capítulo cuatro.
De pronto todo el alcohol en mis venas desapareció, fue reemplazado por la más pura desesperación. Corrí sin camisa y con los pantalones por los muslos por toda la casa, solo para tomar mi varita y volver a la habitación. Gemma seguía ahí, despeinada y desorientada, pero al verme con la varita y pillar de qué venía hizo lo más sabio: apartarse.
Diez minutos conjurando hechizos reparadores y siquiera uno funcionó, incluso terminé destrozando las cosas aún más. Resoplé sintiéndome impotente, casi lancé mi varita lejos antes de sentarme en la cama y taparme el rostro con ambas manos.
—Bien, no es para tanto —intenté calmar el ambiente—. Digo, tengo dos semanas más para solucionar esto. Aunque, tal vez, si alguien más lo intentara ahora...
Me reincorporo para girarme hacia Gemma, ella termina de ponerse su camiseta y frunce el ceño.
—No me mires a mí, soy terrible con la varita —recalca.
—Pero excelente con la otra varita...
Otra vez esa mirada incrédula, que hasta miedo me da.
— ¡Potter! ¡No es momento para chistes sucios!
Paso las manos por mi cabello y comienzo a caminar en círculos, a la par mis pantalones se caen hasta los tobillos.
— ¡Soy sucio cuando estoy nervioso! —me defiendo.
Doy varias bocanadas de aire, pero siquiera eso ayudaba a calmar mis latidos acelerados. Le di la espalda al desastre, para volver a encarar a Gemma más tranquilo.
—Bueno, supongamos que no rompimos el muro —Levanto los brazos—. Y digo supongamos porque sí lo rompimos.
Los ojos de Gemma centellearon furiosos antes de acercarse y golpearme.
— ¡Que no es momento para ser idiota, Potter!
Ella, aún con brutalidad, sube mis pantalones hasta mi conciencia. Mientras estoy balbuceando sin aire Gemma se encarga de prenderlos y me pasa la camiseta que antes tenía puesta.
—Busquemos algún profesional que pueda arreglarlo, conozco a alguien del Ministerio que...
— ¡No! —prácticamente grito y termino de vestirme—. Si llamamos a alguien del Ministerio seguro se enteran todos, hasta mis padres... ¡Y me matarán, Gemma! ¡Por romper las reglas, el muro y no saber usar la magia siendo tan viejo!
Ella gime derrotada poniendo las manos en su cabeza.
—Dios, ¿por qué de todos los chicos del bar tuve que embarrarme con el más problemático? Debí alejarme cuando dijiste que eras un Potter.
Le dirijo una mirada de indignación.
—Los Potter no somos problemáticos... Los problemas son adictos a nosotros, ¿y cómo no? Somos irresistibles —no puedo evitar fanfarronear mientras la sigo hacia el pasillo—. En fin, deberíamos ir a dormir y mañana arreglaremos esto, luego seguiremos el plan como habíamos dicho.
Me dirije una mirada por encima de su hombro.
—Perdón, ¿escuché arreglaremos?
—Claro... Porque tú cooperaste para hacerlo explotar, Gemma Apellido Desconocido, si no abrías esa caja...
Suelta un gruñido.
— ¡Está bien! Te ayudaré —se resigna mientras toma su bolso y juega con su cierre—. ¿Dónde está el cuarto de visitas?
Ante eso frunzo el ceño confundido, ¿cómo que cuarto de visitas? ¿Para qué estaba el mío entonces?
—Por favor, dormirás conmigo.
Negó con la cabeza de inmediato, sus rulos saltaron a la par del gesto.
—No, Potter, no pienso acurrucarme a tu lado... Sé que no me dejarás dormir en toda la noche, y sinceramente estoy exhausta.
Bajando los hombros señalo hacia el pasillo, ella murmura un "gracias" mientras pasa a mi lado, ignorando mi mirada de cordero degollado. La sigo hasta el cuarto, recostándome en el marco para verla dejar su bolso en la cama.
—Buenas noches —dice, echándome.
— ¿Y si antes de dormir me quedo un rato, donde charlamos, me dices tu apellido y otras cosillas? —propongo con inocencia.
—No.
Luego de eso me cierra la puerta en la cara. Hago una mueca ofendido, me trataba así en mi propia casa.
Subí las escaleras rendido, con un dolor de cabeza que apareció de la nada. Debo confesar que en cuanto mi cuerpo cayó en la cama me quedé dormido, profundo.
***
—...Ha sido un gran desastre a decir verdad, por poco hacemos explotar todo el hotel. ¡Nos echaron, James! De lo más vergonzoso —mamá suspira—. En fin, tomaremos un vuelo para regresar a casa, estaremos ahí después del medio día, como a las dos de la tarde. Te amamos, nos vemos pronto.
Lo primero que escucho cuando despierto es ese mensaje que mamá dejó, todo mi cuerpo queda petrificado. La sangre abandona mi rostro mientras me levanto y camino hacia la puerta como si fuese un zombie.
Estoy tan jodido.
Percibo el olor a café en la cocina, acompañado de tostadas y tabaco. Gemma está recostada contra la pared, con la ventana abierta y fumando. Es la primera vez que le veo así. Sí, la vi desnuda mil veces pero no con esa imagen tan... adulta preocupada.
— ¿También escuchaste el mensaje de mi madre y te deprimió tanto como a mí? —digo, yendo por mi taza para tomar algo de café.
Ella abrió los ojos como platos y dejó de fumar para mirarme alterada. Eso me sacó una pequeña sonrisa ladeada mientras bebía un poco, me acerqué para tomar su cigarrillo.
—Llegan en cinco horas y aún no he arreglado la jodida pared —murmuro y lo pongo entre mis labios.
Ella hace una mueca al verme darle una larga calada.
—Según recuerdo, tú dijiste que llevabas seis meses sin fumar —es lo único que dice.
—Y tú no mencionaste que fumabas, pero... ¿Qué más da? Esta relación no es de esas —repito sus palabras mientras le entrego el cigarro de vuelta—. Debo buscar a alguien que arregle esa mierda.
Mientras vuelvo a servirme algo de café una idea ilumina mi mente, levanto la cabeza y miro a Gemma como si ya hubiese solucionado todo.
—Albus —digo, río entre dientes—. Albus puede arreglarlo, es un genio... Es un nerd —Corrijo.
Gemma frunce el ceño.
— ¿Vas a pedirle ayuda a tu hermano para arreglar su propio muro? —Le doy una mirada de obviedad—. De verdad, ¿cómo es que la gente sigue soportándote?
—De la misma forma en que tú lo haces —respondo dándole un corto beso en los labios, para luego volver a mi cuarto en busca de mi celular.
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