Zapatillas


¡Las famosas zapatillas de plástico! Las mías eran de un color rosado y yo las odiaba, porque hacían que el pie transpirara mucho y se resbalara dentro del calzado. Al querer saltar la soga o correr jugando a la mancha se salían del pie y quedaban colgando. Desgraciadamente eran el calzado más económico al que podíamos aspirar la mayoría de los chicos del barrio. Las de los varones tenían la parte superior con forma de mocasín, pero mantenían el problema de la humedad que generaban, aún con medias se volvían una pasta de tierra y sudor,  entonces ellos jugaban descalzos, dejando el calzado al pie de algún árbol.

Como faltaba poco tiempo para mi cumpleaños número seis, imaginé que si las mentadas zapatillas se rompían, con suerte, me regalarían otras mejores para lucir en mi cumple. Con esta lógica esperé a que mamá se acostara a tomar su siesta y comencé a golpearlas con fuerza contra las piedras del suelo y la pared del baño (construcción de ladrillos que se encontraba en el fondo del terreno, fuera de la casa). Las golpeé durante horas, tomando un respiro para seguir —tenía tiempo ya que mi hermano iba a la escuela en otro turno y mi tía había salido con la abuela, así que no había testigos del crimen.

Al terminar la siesta, haciéndome la distraída no mencioné nada, y cuando mamá vio lo maltratado que estaba mi calzado,  me dijo que no me preocupara, que al cobrar papá me comprarían otras. Yo estaba muy emocionada pensando que esta vez serían diferentes; sin embargo, cuando muy contentos me entregaron la caja, me encontré con otras exactamente iguales. Yo pensaba con desilusión, que mi madre lo hacía porque a ella le gustaban, sin dar importancia a mi opinión. Con el tiempo, entendí que no se podía comprar otra cosa, y me sentí tan mal por no haberlo comprendido que les pedí disculpas y les conté que lo había hecho a propósito. Luego de eso, las empecé a cuidar mucho para que no se rompieran.

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