A los siete años tuve mi primer par de zapatos. Mi tía me llevó a comprarlos — mi abuela había fallecido hacía más de un año y la tía, que era joven y soltera, se quedó con nosotros.
Mis zapatos eran los más hermosos que había visto en mi vida, de charol y con un calado que parecía de puntilla. Tendría que cuidarlos mucho, llevarlos a la escuela, limpiarlos y guardarlos en la caja para que no se arruinaran. Yo pasaba mucho tiempo contemplando mi tesoro; pero ocurrió que una de mis primas necesitaba viajar para visitar familiares y le pidieron a mi madre que le prestara mis zapatos para la ocasión. Mi mamá no podía negarse a un pedido, tenía el sí flojo: "son unos cuantos días, hay que ser generosos"—me decía para convencerme.
Así que mis zapatos soñados viajaron en el pie de mi prima, pero ella tenía el inconveniente de que no distinguía derecha de izquierda, así que los usó todo el tiempo al revés y cuando me los devolvió parecían dos canoas: deformados, torcidos y como el charol si no se hidrata bien se quiebra y se agranda, cuando me los puse me bailaban y quedaban tan incómodos que le pedí a mamá que se los regalara y yo volví a mis zapatillas de plástico todo terreno. Esta vez tuve suerte y esperé solamente un año para mis próximos zapatos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top