Sexto grado
Seguimos con la escuela:
Cuando empezó el año creí que al fin podría estar contenta y aprender cosas nuevas alentada por mi nueva maestra, que era encantadora, paciente y accesible. Era el año en que usaríamos carpetas y tendríamos materias separadas —toda una expectativa—. Pero como pasaba siempre las cosas se complicaron, mi hermano menor había nacido con más problemas de salud que el mayor y vivíamos de internación en internación, estudios y sobresaltos. Mi madre cada vez más frágil y yo debía turnarme con ella para cuidar al pequeño, ya que papá debía trabajar todavía más para afrontar los gastos. Entonces quedé libre por inasistencias y perdí el año escolar.
Para llevar a mi hermanito al médico, yo salía con papá hasta la ruta, tomábamos el colectivo, él seguía para su trabajo y yo me bajaba a mitad de camino, para tomar otro colectivo y hacer la cola en el hospital, solo daban veinte turnos, si llegaba lo antes posible me aseguraba que fuera atendido. Desde las cinco de la mañana hasta las ocho estaba de pie esperando, luego se entregaban los números y recién a las trece horas se comenzaba a atender. A esa hora llegaba mamá, para no arriesgar tanto al niño, que para colmo estaba afectado por una neuritis y enyesado desde una pierna hasta la cintura, con el consiguiente aumento de peso que eso significaba; aún en estas condiciones, mamá viajaba parada la más de las veces, sin que nadie le diera un asiento en medio de un vehículo atestado hasta no entrar un alfiler. Luego del control pediátrico regresábamos a casa los tres agotados.
Uno de esos días, mi hermano mayor que tenía la indicación de no salir de casa hasta que volviéramos, pidió quedarse en compañía de un primo. Con todas las advertencias, mamá le permitió hacerlo para que se entretuvieran. Grande fue la sorpresa cuando llegamos a la esquina de casa de regreso y miramos a través del alambrado: la construcción del fondo que era una parte ladrillo y otra madera donde se guardaban herramientas y utensilios, estaba distinta, —no existía, se había incendiado.
Los chicos se pusieron a jugar con fuego y arrojaron un envase de desodorante que estalló y comenzó el siniestro. Desde la escuela, las maestras vieron lo que pasaba, corrieron a tirar agua y sacaron una garrafa de gas envasado, de no ser por eso, tal vez nada se hubiera salvado. Las ollas se derritieron, los platos y vasos estallaron y a mi hermano que nunca quiso acompañarnos, ahora lo llevaba conmigo a sacar turno.
Mi mamá no podía creer lo que pasó y le decía: "¡con lo que nos costó mantenerte vivo y que llegaras hasta acá, casi te matás!"
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