Sándwich asesino

Con idas y vueltas al fin terminó la secundaria y comenzaba el desafío de conseguir trabajo. Yo había elegido la modalidad "perito mercantil"—ya desaparecida—; esta orientación se basaba en conocimientos contables, mecanografía, estenografía (simplificación de palabras por medio de signos), tendiente a que pudiéramos insertarnos rápidamente en el mercado laboral de tipo administrativo.  

Si en algún momento aspiraba asistir a la facultad, me urgía tener ingresos para costearla. Varias entrevistas fracasadas por "falta de experiencia" me tenían desanimada, cuando Dina me comentó que una amiga de su prima necesitaba personal para abrir un jardín de infantes con guardería y nos presentamos las dos. 

El lugar se estaba iniciando y la dueña se encargaba de todo lo relativo a la administración, pero buscaba auxiliares que cuidaran a los niños ya que la mayoría de los inscritos eran muy pequeños— muchos llegaban con chupete y arrastrando los piecitos por el peso del pañal. 

En realidad, el motivo por el que se decidió por nosotras radicaba en la confianza,  a Dina la conocía por medio de su amiga y yo tenía la experiencia de años tratando con niños en sus tareas de apoyo.

Así empecé mi primer trabajo formal. Me levantaba temprano, pasaba a buscar a Dina que vivía a mitad de camino hasta la parada del colectivo y a las siete de la mañana llegábamos al lugar. Los chicos entraban a las ocho y permanecían hasta las catorce horas. En el lapso que teníamos hasta que venían los niños, nos divertíamos jugando en los toboganes y otros entretenimientos que había en el patio trasero de la edificación—más de una vez nos quedamos trabadas en esos juegos.

Un día, que llovía muchísimo, nadie concurrió a clases, — ni siquiera la dueña, que normalmente llegaba a media mañana a traer las provisiones para la comida—. No podíamos irnos hasta cumplir el horario, por si venía alguien a inscribir a un niño o realizar alguna consulta. Entonces empezamos a tener hambre y juntando el poco dinero que teníamos, Dina se ofreció a ir hasta un almacén que quedaba en la esquina mientras yo esperaba.

Al llegar, me dijo que todo estaba caro y había comprado dos pancitos y un envase plástico que le llamó la atención: alcauciles (alcachofas) al natural. 

—Me dio curiosidad, —confesó entusiasmada. Podríamos hacernos un sándwich.

Ya estaba allí no le íbamos a sacar el cuerpo. Abrimos el envase, repartimos los  dos corazones  en el pan con un poco de sal que encontramos y empezamos a comer, al rato tuvimos que correr a tomar agua, algo se nos trabó en la garganta y nos lastimaba.

Ninguna de las dos sabía que los corazones venían con un centro espinoso y áspero que nos raspó la garganta clavándose en su paso por la boca. Tosíamos, tomamos más agua y nada, llegadas a casa debimos hacernos gárgaras con bicarbonato para desinflamar y comer purecitos por una semana ¡No hay que confiar en los los alcauciles por mas inofensivos que parezcan!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top