Las vacas flacas
Desde el nacimiento de nuestros hijos trabajábamos en turnos diferentes, para que siempre estuviera uno de los dos. Para poder acceder a mayores ingresos, mi esposo cambió de empleo a la Ciudad de Buenos Aires, dónde los sueldos triplicaban los de provincia, ya que había que alquilar, cubrir nuestros gastos, pasar la pensión alimentaria para el nene etc..
Recién cuando nos mudamos pudimos empezar a comprar algunas cosas para la casa, el único electrodoméstico que teníamos era una heladera. Con esfuerzo, de a poco, compramos un televisor, cocina y lavarropas. Desde el principio, y durante años, yo había cocinado con un calentador a querosene, no teníamos televisor—broma frecuente de los conocidos—, escuchábamos la radio y lavaba a mano. La heladera sí era fundamental teniendo niños, la compramos apenas supimos que esperábamos un bebé y fue lo que nos llevamos de casa de mi suegra. Los chicos eran pequeños y no tenían que pasar los disgustos de que les echaran la culpa de haber nacido. Cuando la señora se enteró que estaba embarazada, muy molesta, vino a la casilla y le dio una tremenda patada a mi pobre calentador rompiendo el cono y con lo cual debimos comprar otro para poder cocinar. La idea de la mudanza traía grandes esperanzas de llevar una vida tranquila; sin embargo, los inconvenientes se fueron encadenando sin prisa ni pausa. Apenas llegados mi hija mayor sufrió una apendicitis gangrenosa teniendo que ser sometida a una complicada cirugía. Un día que nos tocaba la visita con su hermano, este había contraído paperas y todos se contagiaron; luego fue la varicela. En el barrio al que nos mudamos no había agua corriente, todos tenían agua de pozo, y en la escuela se sucedieron los casos de hepatitis —habitual en los lugares sin agua potable—, otra vez mi hija se enfermó y el contagio lo pasó a mi esposo. La casa parecía una sucursal de hospital fue un infierno que por suerte, esta vez no afectó a los demás, pero ellos dos se turnaban entre vómitos y dolor por casi dos meses hasta que se recuperaron y cuando creíamos que nada podía empeorar, un decreto del jefe de gobierno de la ciudad impedía que el personal de la provincia fuera contratado por no residir en capital y llegaron los despidos en masa. En los establecimientos privados de la provincia no se quería personal demasiado capacitado ya que los sueldos ofrecidos eran muy bajos, el panorama se presentaba negro. Sin ese ingreso no podríamos cumplir con el alquiler. Fue entonces cuando mi padre habló con un amigo que tenía una casa a la vuelta de la suya y estaba desocupada desde que sus padres fallecieran, él nos propuso quedarnos como cuidadores hasta tanto se resolviera la situación. Poco después yo comencé con complicaciones por amenaza de aborto y me tuvieron que someter a tratamientos con corticoides para poder madurar el pulmón del bebé en caso de parto prematuro. Los medicamentos me transformaron en el muñeco de las publicidades de neumáticos, era una cosa parecida a una gran nube.
Mi esposo se recuperó completamente y salía a buscar trabajo caminando durante horas. Por esa época había una asistencia para los niños en edad escolar que repartía leche, avena, harina, huevos por semana, como mucha de la gente no quería alguno de los productos, la encargada de repartirlos me los ofrecía y yo por supuesto los aceptaba de buen grado. Entonces preparaba masa de panes y galletas y mi esposo iba hasta la casa paterna, en una caminata de tres horas, pedía permiso para usar el horno y volvía haciendo el mismo trayecto con las cosas cocinadas para el desayuno de los chicos antes de ir a la escuela. Jamás le ofrecieron un peso para el colectivo, aún sabiendo que volvería a pie. Mi suegro no era un hombre malo, pero era incondicional a su mujer.
—¿Por qué no le mandás algo para lo chicos?—preguntaba a su esposa.
—¡Qué se caguen!— respondía ella, y allí entendí el lenguaje que manejaba mi consorte al conocerlo.
El regalo que mandaba mi suegra era jabón blanco que le daban en su trabajo, pero no servía para comer. Como no podíamos sumar más preocupaciones a mi padre, que ahora peleaba solo con los gastos de su casa, no le decíamos lo que pasaba y yo me ocupaba de atender a mamá mientras los chicos iban al colegio.
Ariel conseguía todo tipo de trabajos informales para el sustento diario, se pedía gente para desmalezar los arroyos y allí se presentaba, llegaba a casa con las piernas cortadas por las plantas espinosas que crecían en la tierra pantanosa, picado por mosquitos infecciosos y esquivando las víboras y pañales sucios que las personas arrojaban al cause del agua, lo que propiciaba las inundaciones cada vez que llovía. Siempre conseguía que se comiera un día más, mientras dejaba su abultado curriculum en cuanto centro de salud existía. Yo debí resignarme al trabajo en casa por mi endeble condición de salud ya que no quería poner en peligro la vida de mi bebé. Bordaba zapatos de cuero y armaba bolsas de papel: miles de bolsas que alcanzaban a pagar la verdura de unos días, luego tejía y arreglaba prendas. Sin embargo, muchas veces no alcanzaba y debíamos quemar cajones de madera para poder calentar la leche a los chicos si se terminaba el envase de gas y no había para reemplazarlo. Lo primero que pagábamos era la factura de la luz, yo sabía por propia experiencia que para un niño la oscuridad es algo terrorífico.
Cuando nuestra hija mayor mayor necesitó lentes especiales pasamos días y noches sin dormir, trabajando en silencio, con la compañía de los mates que compartíamos para poder hacer unos pesos cosiendo y pegando cosas en casa y así juntar el dinero que costaban.
Nuestro país vive en constante zozobra. Los astrólogos sostienen que debido a la oposición del sol y la luna que representan el gobierno y el pueblo; toda la historia está plagada de conflictos que terminan en grandes crisis. Pasamos por dictaduras y democracias endebles. En el dos mil se perdieron los ahorros de todos, con la apertura de la importación indiscriminada cerraron masivamente las plantas productivas y los profesionales en todo tiempo quedamos relegados a la desidia. No éramos los únicos que sufrían día a día las injusticias, aunque algunas noches la incertidumbre del mañana no nos dejaba dormir.
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