La sal de la vida
La salida recreativa de la escuela incluía el barrio de Palermo para visitar la exposición rural. Allí tienen lugar las manifestaciones artísticas más diversas: La feria del libro, los grandes recitales y sobre todo la muestra anual de productos regionales, con el desfile de los animales premiados de las distintas razas ovinas y todo tipo de alimentos propios de las provincias. Es un acontecimiento imperdible y dónde se pueden degustar exquisiteces locales. Nosotros teníamos que ir para luego redactar un informe que llevaba calificación.
A una semana de la excursión, Gustavo se cayó de una escalera pintando su casa y se fracturó la pierna derecha, con lo que tenía que estar enyesado y caminar con muletas. No íbamos a dejarlo, así que iniciamos un viaje memorable, los cinco fuimos en colectivo y subte —metro—apuntalando a nuestro amigo para que no cayera encima de nadie. En el subte que cerraba sus puertas muy rápido, yo agarraba las muletas y Jorge y Pedro que medían más o menos lo mismo lo alzaban para descender. En la Rural nos llenamos los ojos de cosas ricas, pero todo estaba muy caro, hasta que encontramos un puesto que ofrecía bolsas que contenían sal: dos paquetes de sal fina, dos de sal gruesa, dos de entrefina, otras saborizadas y saleros temáticos de la muestra.
El curso completo se encontró en el lugar ya que viajamos por nuestra cuenta y todos llegamos a la misma conclusión: lo único que podíamos comprar era la sal, así que muy contentos volvimos cargados con nuestra adquisición. Gustavo consiguió asiento de regreso y colgaba la bolsa en las muletas. En casa no la incluimos en la compra por casi medio año.
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