La paja en el ojo ajeno


Es increíble como la gente saca conclusiones y juzga, sin saber ni importarle que pueden herir o perjudicar al otro. Como he contado, la relación que se iba afianzando, se limitaba a paseos, compañía, charlas; la mayoría de las cuales la hacíamos junto al niño. Sin embargo, el hecho de verme pasear con un muchacho separado, en el imaginario colectivo era algo inaceptable y pecaminoso. Varios compañeros de trabajo pretendieron tomarse la atribución de querer manosearme o faltarme el respeto con insinuaciones, debido a que si "andaba con un tipo separado era alguien fácil y podía aflojar con cualquiera". Las mujeres por su parte solían darme vuelta la cara, o más aún, escupir a mi paso. No era el siglo pasado, aunque parezca, los familiares de él que vivían en el barrio no me hablaban y su madre no me quería, pero no era trágico ya que tampoco lo quería a él. Ese fue el gran problema: la única persona que ella quería era a su nieto, y mi aparición en la escena parecía poner en peligro su rol de abuela-mamá que ejercía con el nene a falta de una.

Cuando nos dimos cuenta que estábamos enamorados y no queríamos separarnos más, llegó el momento de hablar con nuestras familias y ver cómo nos organizaríamos. Pensábamos alquilar algo chiquito, pero mi suegra no se quería separar del nene y entonces nos ofreció ocupar la casilla en la que ellos vivieran al llegar al barrio y que seguía en el fondo del terreno. Hacía un tiempo, la señora se había accidentado en el trabajo y entonces sacó licencia por un año, no fuera cosa que el nieto se encariñara mucho conmigo, así que se aseguró de estar presente en todo momento, sobre todo porque pensó que nuestra relación no pasaría de un entusiasmo de un par de meses y luego yo no volvería a molestar.

Mis padres me dijeron que esperaba que fuera feliz con mi decisión, pero si surgía alguna dificultad siempre tendría un lugar adonde volver. A partir de la convivencia comenzaron los ataque desde todos los flancos posible y debimos ser una valla muy sólida para que no nos pudieran separar. Cuando su antigua familia política se enteró de la nueva relación se inició la pelea judicial por la tenencia del menor. En el país, siempre la madre tiene todos los derechos sobre los hijos menores, y ni la parafernalia de letrados, peritos y  psicólogos pudo probar que ella no era capaz de cuidar un niño. De todas maneras y por aquello de la duda razonable, se le otorgó la visita solo los fines de semana: había que llevarle el niño, dejarlo entre gritos y llantos y luego ir a buscarlo el domingo por la noche al lejano lugar de campo en el que vivían conectados por una ruta desértica en la que se esperaba un único transporte, todo aderezado con amenazas de armas que le apuntaban a la cabeza, de parte de los amables tíos. Siempre entregaban al  chico en malas condiciones, con pañales que no habían sido cambiados en cuarenta y ocho horas, deshidratado y sin la mínima higiene. Eran personas perturbadas que en ocasiones solían pasar frente a nuestro domicilio y arrojar piedras contra las ventanas o pintura en las paredes.

En el año ochenta y ocho, luego de pagar con nuestros sueldos, aguinaldos y cuanto ingreso teníamos a los abogados intervinientes al fin salió la sentencia de divorcio que nos autorizaba a contraer matrimonio: por supuesto civil, ya que la iglesia está vedada para los divorciados. A la ceremonia concurrieron mis padres, mi prima, una vecina del barrio como testigo y Ariel, le pidió a otra de sus primas, con las que se crió, que le hiciera el favor de ser la otra testigo; ella dijo que no había ningún problema y el día fijado no se presentó. Tuvimos que excusarnos porque ella figuraba en el registro y recurrir a un amigo de mi hermano, por si no lo aceptaban a él, ya que todos los presentes eran de una de las dos partes y se pedía uno de cada contrayente; por fortuna no hubo objeción y  pudimos contraer matrimonio luego de varios contratiempos que ya conté en el primer Álbum de familia. A la salida cumplimos con la solicitud del testigo de apuro que nos pidió que le pagáramos los "sanguches, por la gauchada". 

Un año ante había nacido nuestra primer hija y para bautizarla tuvimos que recurrir al sacerdote del hospital, porque las iglesias que recorrimos no estaban de acuerdo en bautizar a niños nacidos fuera del seno del matrimonio religioso y se excusaban con todo tipo de trabas. Una piadosa señora me explicó muy amablemente que los niños de madre soltera se consideraban bastardos, aunque su progenitor no se desentendiera de la paternidad.

Siete años de luchas legales por la tenencia del menor culminaron con la entrega a su madre, y mi suegra ya no tenía motivos para soportarnos en su casa, así que comenzó a hacernos la vida imposible culpándonos de que por volver a formar familia los otros se vengaron llevándose a su nieto. Los reproches se sucedían y la tensión en aumento provocó en mi esposo un severo cuadro hipertensivo debido al cual preferimos buscar dónde mudarnos.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top