El vendedor de churros


Cuando era chica, muchos vendedores ambulantes pasaban por las calles del barrio ofreciendo sus mercaderías: empanadas de membrillo, churros, bolitas (berlinesas). Los olores tentadores competían a la hora del fin de la siesta, esperando al vecindario que se preparaba para la merienda; entonces, el mate pasaba de mano en mano y era habitual acompañarlo con esas dulzuras.

Por lo general los vendedores, eran chicos pre adolescentes o señores añosos. El vendedor de churros que pasaba por casa tendría unos 13 años. A las 4 de la tarde lloviera o quemara el sol, el muchacho, (que no recuerdo su nombre porque se le conocía con el apodo de "pelado" debido a la cantidad de cabello que poseía: una semana se cortaba el pelo, y 10 días después parecía haberle crecido el doble) hacía su recorrido, canasta en mano llevando su mercadería recién horneada. Mi  hermano que por entonces tenía unos 8 años, encontraba muy divertido burlarse del "pelado", parapetado detrás del alambrado cubierto con enredadera, desde dónde repetía el cantito de "churros, calentitos los churros".

Yo le conté a mamá lo que hacía para que lo reprenda, pero ella acostumbraba dormir siesta hasta las 17 horas, de manera que cuando pasaba el chico mi hermano continuaba con su diversión de remedarlo. Hasta que un día en lugar de seguir caminando, el pelado retrocedió y se encontró de frente con su burlador que salía del escondite y no le dio tiempo a escapar. Cerrando el puño como un boxeador profesional, le estampó un derechazo que le dejó un ojo morado como por 20 días. Mamá le ponía compresas, yo me reía con todas las ganas y papá también, aunque tratara de disimular frente a la cara de aflicción de mamá.

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