El hombre de la bolsa
Mi barrio era un lugar que se estaba haciendo. Se loteaban las manzanas ( se dividían los lotes y se ponían a la venta), en cada manzana había dos o tres terrenos ocupados con casitas en construcción y el resto era inmensidad cubierto de abrojos espinosos, gramilla y eucaliptos. El perímetro se alambraban, y con suerte brotaba una enredadera.
Los chicos jugábamos a cielo abierto bajo la arboleda mientras vigilaban que no nos alejáramos; pero a la hora de la siesta debíamos entrar a casa, porque las madres dormían, y quedarnos en silencio hasta la hora de la merienda. Así, yo aprendí a tejer y bordar, sentaba bajo la sombra de la mora que teníamos en el patio, ¿por qué obedecíamos?, porque el Hombre de la bolsa andaba por la siesta y si veía un niño fuera de su casa, ese niño podría desaparecer para siempre.
Ese tipo nos mantenía a raya, hasta que de mayores empezamos a dudar de su existencia. Por suerte se habrá jubilado ya que nunca lo vi, ni a él ni a su famosa bolsa.
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