Dos pájaros de un tiro


En este relato me porté mal, he sido algo chantajista, pero me arriesgaré a contar como ocurrieron las cosas y espero que sean benevolentes y no se desilusionen mucho con mi comportamiento reprochable. Comencemos entonces con los hechos tal como pasaron:

Mi madrina—la de la pulserita que tiré al pozo— era la única hermana de mi padre, mimada y caprichosa quería que siempre se hiciera su voluntad. De pequeña yo nunca la contradecía y trataba de complacerla, como cuando me regalaba prendas de color rojo a sabiendas de que ese color no me gustó jamás, yo me ponía esos vestidos si sabía que venía de visita. Cuando fui creciendo me molestaban los desplantes que tenía con mamá, varias veces la dejó esperando con los buñuelos  que le gustaban porque recordó de pronto que tenía turno en la peluquería. En esas épocas sin celulares había que esperar horas y enterarse por el paso del tiempo que la visita no llegaría.

Pero la paciencia un día se termina y la mía desapareció debido a que en una oportunidad me pidió que los acompañara a ella, su esposo y mi abuela a una cena de forma imperativa ya que querían presentarme con un grupo de amigos—mi madrina no tuvo hijos y por ello me llevaba siempre para presentarme en representación de su familia—, en ese momento me habían intervenido el pie por mi problema de ligamentos y estaba muy dolorida; sin embargo, me exigió que los acompañase ya que como ahijada  era mi obligación estar en esa reunión, para la cual debía usar unas sandalias que me compraron que tenían diez centímetros de altura. Yo me presenté y soporté mi dolor durante horas, al día siguiente, le informé a mi madrina y a mi abuela respectivamente que estaba muy disgustada y pensaba que si me quisieran como decían hacerlo, no me hubieran pedido cumplir esa obligación sabiendo que no estaba bien y que no contaran nunca más con mi compañía.

Unos días después el enojo se me pasó, pero mi madrina y mi abuela me mandaban mensajes con distintas personas, ofreciéndome que eligiera el regalo que yo quisiera para que dejara de estar molesta. Yo sabía que a pesar de su carácter voluble, tanto ella como mi abuela me tenían mucho cariño,  y yo ya me había olvidado de mi enojo, pero no se los pensaba hacer fácil. Entonces se me ocurrió preguntar a Javier dónde pensaban ir de luna de miel y él me contó que era demasiado lujo pensar en eso. Mi madrina y su esposo tenían un departamento en Mar del Plata que cuando no ocupaban en vacaciones lo alquilaban por temporada, entonces hice un trato: yo olvidaría mi "enorme disgusto" si a cambio me entregaban el departamento por diez días— que era el permiso que le daban a los recién casados en el trabajo.

Mi tío comunicó al encargado que en ese período no se podía alquilar y me mandó un sobre con las llaves y la dirección bien explicada para que la pareja no se perdiera. El departamento tenía una ubicación espectacular: en pleno centro de la avenida principal y a dos cuadras del mar, constaba de dos ambientes con cocina instalada, hidromasaje y balcón. La entrada recibía con un precioso fresco de escena marina y bellas sirenas. 

Tanto mi madrina como mi abuela no entendían porque preferí elegir ese regalo en lugar de algo para mí; era simple, yo creo que guardar rencor es cansador y mis amigos podían tener un gran recuerdo para empezar la vida juntos, todos salíamos beneficiados. Fui manipuladora, pero pienso que la causa lo valía después de todo.

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