Don Empanada


"Don Empanada" era un señor mayor que vendía esas mercancías por el barrio y a mí me encantaban. Mi madre nunca entendió porque me gustaban tanto. Sucede que cada provincia tiene su propia receta y mi madre era de Córdoba donde primaban las de carne dulce, o sea llevaban azúcar y nunca me convenció que un relleno de carne supiera dulzón, pero volviendo al tema: el hombre pasaba generalmente los fines de semana  y (cuando se podía), me compraban una que tenía un tamaño considerable, como el de una tarta individual.

Muchos de los chicos le tenían miedo y cuando aparecía Don Empanada salían corriendo, sin duda su aspecto resultaba intimidante.  A pesar de que contaba más de ochenta años tenía un porte erguido y monumental era lo más parecido al Hagrid de Harry Potter que he visto. Yo lo escuchaba a lo lejos voceando su preciada carga y buscaba a mamá para que me comprara.  Eso, hasta un espantoso día en que disfrutaba  muy contenta mi manjar sentada en patio, cuando sentí algo crujiente entre los dientes, y al revisar mi empanada encontré un  enorme cascarudo (escarabajo) a medio morder. Me dio tanto asco que por mucho tiempo no quise ver empanadas de ningún tipo. 

El hombre pasaba mirando de reojo mi casa extrañado por el abandono. Después de algunos meses dejó de pasar y no lo volví a ver. Seguro que fue un accidente, pero me quedó marcado en la retina. Con el tiempo, mamá se pasó al bando de las empanadas saladas y todos quedamos conformes.

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