Mamá tenía cita con el doctor para el control de mi hermano y yo me quedé en casa de la tía que vivía a cinco cuadras. Mis primos iban a la escuela contra turno, así que estábamos solas y me dediqué a ayudarla con la limpieza y el lavado de platos.

Terminamos de ordenar la cocina y me mandó a secar los cubiertos que lavó, y luego colocarlos en el cajón de un armario para ese fin. Muy entretenida estaba con el trabajo, cuando vi en el fondo del cajón lo que creí sería un reluciente confite de chocolate—había trabajado mucho así que me lo merecía, además si estaba ahí perdido nadie lo reclamaría—, entonces lo agarré y le estampé un tremendo mordisco. El sonido que escapó no se asemejaba al del chocolate, y cuando miré con curiosidad, me di cuenta de que el crujido se debía a que mi delicioso bocado no era otra cosa que una cápsula de cucaracha, en otras palabras "un huevo",  por suerte, las cincuenta cucarachitas que habitualmente contienen ya no se encontraban allí. ¡Menos mal!, no quería imaginarme lo que hubiese pasado entonces , ¡y todo por golosa!