Javier, uno de mis compañeros de curso, comenzó a salir con una de las chicas que se recibía al ingresar nosotros, pero nos cruzábamos en el descanso de la escuela y también en las prácticas de sala. A los pocos meses de conocerse nos contó que se casarían y como el hospital los unió fue allí dónde querían realizar la boda.

La capilla del centro de salud tenía un sacerdote asignado en forma permanente para visitar a los enfermos y ofrecerle el sacramento de la unción. Las puertas de la iglesia siempre estaban abiertas y el cura en cuestión estuvo muy feliz con la idea de santificar el matrimonio de la pareja de enfermeros.

La ceremonia tuvo lugar una preciosa noche de verano con la presencia de familiares y compañeros de estudio de ambos contrayentes. Los novios entraron vestidos del uniforme que identifica a la profesión. La capilla rebosaba de blanco, ya que todos los estudiantes los acompañamos vestidos de igual manera. Varios llevaron guitarras y entonamos una canción para recibir su entrada. 

No faltaron los anillos ni el llanto de las instructoras. Fue un hermoso acontecimiento y mucho del personal que estaba de guardia pasaba unos minutos para saludar y dejar sus mejores deseos. Treinta y cinco años y cuatro hijos después, ellos siguen juntos.