Plaza San Martín y el antojo de helado


Corría el año 87 y en la "dulce espera" me desperté con unas ganas desesperadas de un helado. ¡Pero claro!... ,como todo buen antojo,  tenía que ser de la heladería de Mitre y Rivadavia.

Como es habitual en nuestra profesión,  los últimos días del mes cualquier cosa es un lujo. Entonces mi esposo buscándole la vuelta me dijo:

  —"Si caminamos, nos ahorramos el pasaje" ( 30 cuadras de casa).

Bueno, al calor de noviembre, me senté en la plaza con un enorme y anhelado cucurucho, justo en el momento en que  una bandada de palomas tamaño pavo  pasó volando cuando me disponía a dar mi primer bocado y con una puntería certera, me bañaron tan abundantemente el helado  que chorrearon hasta mi brazo.

 Supongo que ese helado estaría rico, pero por un largo tiempo no los podía ni ver.


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