La plaga


La falta de experiencia suele jugar malas pasadas y en mi caso fue motivo de algarabía general.

Recién recibida, comencé a trabajar en el Servicio de Clínica Médica. El antiguo Hospital era una especie de mausoleo de mármol, en su momento, la casa de fin de semana de un acaudalado vecino de la Ciudad quien la  donara para el funcionamiento del nosocomio.

Las salas eran enormes habitaciones generales en las que se distribuían las camas en línea de diez, sumando veinte camas por servicio.

 Al llegar a mi turno y revisar a mis pacientes, me encontré con un hombre en situación de calle enyesado por una fractura en la pierna derecha.

Al ir a cambiar la ropa de cama y destaparlo, me desayuné con la sorpresa de que tanto el yeso como todo su cuerpo, estaba cubierto de insectos que corrían en todas direcciones.

Cuando salí del estupor fui hasta el Oficce, donde el médico de guardia actualizaba las historias y le informé de la existencia de unos "insectos extraños" que invadían al paciente.

El doctor, movido por la curiosidad, fue a ver de que se trataba y al poco rato un grupo de unos veinte médicos, rodeaban la cama del hombre quien los miraba desconfiado.

 Al verme, estallaron en risas.

El tema era que los "insectos extraños" no eran otra cosa que piojos bien alimentados y que en el apuro por enyesarlo, no repararon en los bichos que anidaban en su cabellera.

A los viejos y experimentados médicos, les causó mucha gracia que yo no tuviera idea de que se trataba la plaga que afectaba al hombre y cada vez que me veían me preguntaban:

—Señorita ¿Hoy no hay pacientes con insectos extraños?

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