El quiosco


Mi hermano "del medio", dos años menor que yo, siempre fue el preferido de mamá. En su escala de amores estaba primero él y luego... el resto. Por supuesto que él lo sabía y aprovechaba en demasía: caprichoso, vanidoso e insoportable; el pequeño tirano siempre se salía con la suya y yo terminaba castigada.

Con mi prima, que era mi compañera de juegos, pasábamos horas fabricando "tortitas de barro", adornándolas con flores y piedritas, para que al verlas terminadas, mi hermano pasara corriendo y las aplastara. 

Como sabíamos que nuestras quejas serían inútiles, pergeniamos un plan y  que nuestro victimario pagara un poco de todas sus maldades.

Comenzamos colocando una mesita en el patio, mientras él se iba acercando a estudiarnos, pusimos vasos largos, banderines  de colores y finalmente un cartel con la palabra Quiosco de jugos de fruta. 

De acuerdo a lo esperado, su reacción fue inmediata:

—-¡Sí no me dan le digo a mamá!— nos gritó a la cara con gesto amenazante.

Y entonces... no tuvimos más remedio que obsequiarle un buen vaso de jugo de naranja —después de todo era nuestro primer cliente.

El abusivo, muerto de risa, se tomó de un golpe y sin respirar un vaso enterito de ... jugo de acuarelas que habíamos preparado un rato antes.

De más está decir, que me ligué unos cuantos chancletazos, no pude jugar con mi prima en un mes, pero mi hermano la pasó peor... durante dos días no dejó de ir al baño.


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