¿Distraída yo?


Había entrado a ducharme, cuando recordé que necesitaba sal para la comida y el mercadito estaba a punto de cerrar.

Sin pensarlo, salí a toda carrera, apenas pasándome el peine por el pelo mojado. Por suerte todavía quedaban rezagados en la cola para pagar y, todos ellos, me miraban con extrañeza.

En el camino de vuelta, varios vecinos me saludaron también con gesto raro, pero en el apuro no le di importancia.

¡Al fin llegué a casa!... y, al toparme con el espejo, entendí el porqué de las miradas.

Había salido con tal rapidez, que no reparé en que la máscara para pestañas se corrió con el agua y quedé a medio camino entre un mapache y un zombi.

 Y bueno ... ¡al menos tenía la sal!

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