1. Apertura del olimpo

Su sien sobresalía de la arena mientras que salpicando, la adornaban las cenizas del cielo, bordeando el suelo e inclinándose con dulces pasos a los senderos del castillo Keo, y otorgando un vendaje a los Elfos resguardados en las fauces de la arena blanca. Los tumultos de gárgolas arropaban la torre del costado sur de Keo, los murmullos provenientes del viento ensordecían sus tímpanos. Minaliel acomodo sus vendajes del rostro ya que no le permitían ver con claridad su vigía, siendo cautelosa ante el llamado del líder Kyrun que volaba alrededor del castillo con su larga cola de seis metros que bailaba con cada aleteo de sus alas rocosas agrietadas, debido a los enfrentamientos de hace meses de aquellos que probaron suerte con la idea firme de derrocarlo, usurpando el trono o destruyendo el encantamiento.

—Avanza Minaliel, serás el cebo. —Fueron las palabras pronunciadas por Alai.

Acomodo la espada en su cinturón, terminando por apretar más sus botas con la intención de que nada entorpeciera sus pasos.

—Como ordene. —Sobresale su cuerpo dentro de la niebla que hacía de velo ante el encuentro de los ojos rojos provenientes de esos seres de piel postiza.

Los ojos azules de ella son fulminantes ante la bestia que se mantiene a una altura de 3 metros, por ello Kyrun bate la cola en señal de advertencia, sin embargo Minaliel sin meditar un poco, corre provocando que los sensores de movimiento se activen; predicamento desconocido para los Elfos encargados de la misión Keo, siendo compresible la inquietante duda de las consecuencias ante todos los condenados como dentro de su ser se mencionaban. Cientos de redes sobresalen del castillo como cobras alrededor de todos menos ella, de manera que gira un segundo observando como son arrastrados hacía las entrañas del enemigo, y por tanto súbitamente tira unas gotas de sangre producidas en sus dedos por la penetración de sus largas uñas a sus botas, donde instantáneamente ante el siguiente paso se elevan a la gárgola de ojos dorados, el líder, Kyrun.

La irritación de sus escleróticas se precipita de tal forma que pierde la orientación viéndose obligada a hacer crecer sus uñas para aferrarse a la piel de piedra de su contrincante, y así, no caer, perdiendo por tanto su oportunidad de ataque junto con la idea de sorprenderlo, Kyrun se inmuta ante el tacto recorriendo con su cola el cuerpo de la joven que se retuerce ante la potencia de su agarre, ambos ojos se detallan, la joven da un grito a la nada oyendo el eco y el silencio provenir de todos los alrededores cercanos, tensiona los músculos obligándose a romperlos en un intento fallido de escape, las miradas no se van, Kyrun torna blanco su iris en el ojo izquierdo como huracán en tempestad, con la necesidad de ver lo invisible.

No eres una de ellos.

—Sal de mí.

¿Qué haces en un bando que no te corresponde, en una guerra que no te incumbe impura?

Sonríe con petulancia, haciendo rechinar silenciosamente sus dientes ante la ventisca que le hiele la sangre, el frío se avecina y ahora estaba en otro grupo sola.

Te pregunte algo.

Y yo me niego a contestar.

No eres una impura... ¿Qué demonios eres?

Relaja las falanges dejando reposar su cuerpo en un estado aparentemente inerte, concentra su cuerpo para la caída.

—Involuntariam argain i amagen.

No sirve. —La ve titubear—.Tienes mucho que aprender de tu raza. —La eleva unos centímetros más reponiendo el miedo en ella haciéndola colapsar en una crisis nerviosa que intenta contener cerrando sus ojos que arden ante su constante control a ellos.

—Ayúdame...

Tu raza no me sirve a mí. —Pronuncia la última palabra lanzándola sobre los aires con la mayor fuerza posible, impulsa con sus mandíbulas abiertas una ventisca que la arrastra más lejos de su fortaleza que pronto flota.

Los vientos congelados del área se invierten contradiciendo su poder y quemando las raíces de los árboles que pronto son carbonizados cuando suben las llamaradas a través de las venas y arterias de ellos, gritan pero nadie los oye, son los oyentes del bosque, que envenenan el área, se agitan ante la conmoción dejando caer las hojas a nuevos territorios, y sembrar los hijos de los oyentes.

La sangre brota de sus ojos, hacia el suelo, se halla colgada de cabeza en uno de los oyentes que se tambalea por debilidad. Abre los ojos sin fuerza y tomando el impulso cada vez que sus pálpebras cedían a la debilidad, a la par que su sangre pinta la nieve bajo su sien, se ahogaba en su sangre, las fuerzas se le iban y temiendo a que la tormenta llegara como cada noche en Keo, se arremanga el abrigo en su manga derecha para realizar un corte que le permita realizar un conjuro donde su pie sea destruido, cada hueso fracturado de tal manera que logre caer al suelo, con aún esperanza en que, cuando callera la noche y ya tuviera un refugio donde dedicarse a meditar que acción haría volvería con su grupo si lo halla.

Solloza ante el sufrimiento que se proporciona cuando pasa la punta del cuchillo lentamente por su brazo, relaja su cuerpo y mente, con tal de evitarse pensar que en tal sólo en un instante tendría que introducir de una estocada el cuchillo, el momento se aproxima junto con la tempestad que se inicia y los copos de nieve duermen el dolor que se acepta al darse el golpe, no grita, sin embargo riachuelos bajan a la nieve con salpicaduras de sangre que son olfateadas por los lobos que se arriman al árbol viendo la forma de su atrampa liberarla, observando su presa, la que ansían obtener a penas cayera y todo su plan de escape fracase, cada dolor se reiniciaría. Una vez vencida, de nuevo si dejase que ocurriese.

Grita intentando espantar a los lobos que gruñen y se alzan a atraparla, uno de ellos la toma de los cabellos bajándola de golpe ya que su pie está molido ante su truco, reacciona unos segundos después. Al verla detenidamente le proporciona miedo a la camada que chillan cuando los observa a todos aún postrada en el suelo, no entiende, no comprende cómo pueden temerle, los ve irse y su nerviosismo la distrae de la nevada que se produce con menos intensidad, el cielo parece despejarse. Llora internamente ya que su pie no regresa a su estado anterior, su falta de concentración había causado su mal, era su único pensamiento mientras escuchaba llantos silenciosos de los oyentes aún vivos que se extinguían en vida.

—Otra vida será —menciona agotada con su cuerpo cubierto en la mayoría de sangre, y coágulos que la vestían de una tinta roja que se oscurecía, era un negro, su sangre era negra.

Los azules de sus ojos se marchitan, dejando ver a medias un color oculto, el real, que por tanto tiempo esconde de la vista de ajenos, aquellos que podrían demostrar lo qué es o juzgarla matándola en plena campaña de casería.

«Tu raza no me sirve a mí» —Recuerda, aquellas palabras de la gárgola de ojos dorados.

¿Qué raza era? ¿Qué tipo de malformación poseía? Eran las respuestas que necesitaba para saber por qué motivo o circunstancia no podía realizar encantamientos como los otros, como aquellos que no tenían necesidad de realizar la magia sangrienta. Dolía, dolía tanto que no sabía explicar por qué no gritaba, por qué no preferiría morir antes de cortarse para saber que ante el inminente final se quedaría sola como era siempre su lugar, la soledad era su compañía de las medias noches de su agosto.

Agosto era la etapa más glacial, donde tendía a realizar acciones destacadas en sus clanes para ser enviada a misiones. Era la primera vez que era cebo, y sintió la necesidad de volver el tiempo atrás y negarse, de no serlo, porque quizás así no lidiaría con la desesperación, también la muerte, de todos. De su grupo, el más parecido a una familia, porque sabía que tener esperanza era una falacia.

La tormenta había llegado, su mente viajera la distrajo lo suficiente para no notar ni sentir como estaba cubierta con una manta de nieve. Decidió esperar, si a la mañana siguiente estuviera viva, buscaría la respuesta a su ser, lo haría así se condenara a la muerte, ya no quería seguir andando sola y sin punto fijo, no quería ser una hereje sin razón, necesitaba la verdad. Se dejó cubrir por la nieve al final sin pensar en nada más.

Dentro del castillo de Keo el helaje congelaba los cadáveres en pie, todos inmóviles mirando la nada con sus ojos azules sobresaliendo de su muerte, lo único vivo que alimentaba las gárgolas. Era el azul, la pureza del elfo, la magia más débil y pura, una de sus favoritas. Eran el sendero al trono del rey, el que esperaban, el que nunca llegaba.

Erfien, el feje de misión, vivo en sus ojos, observaba como caminaba con impaciencia y hambre una de las gárgolas con cuatro cuernos y sus extensas alas que arrastraba rasgando el suelo que se limaba a su paso, la mansión siempre impoluta, siempre. Lo detallo, mas sus uñas, uñas que imagino con la eficacia de sacarle el ojo a cualquier objeto o raza en que se clavaban. Al instante lo sintió, primero saco el ojo del observador, lame la cuenca, limpiando los rastros de su esencia y de nuevo un silencio se hizo, y es que un muerto no grita a un vivo que muerto está.

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