Capítulo 46: Alzamiento
Ashton
Cuando desperté en la mañana, sentí agotamiento de solo pensar en tener que fingir un día más que Gohan y yo teníamos algo más que una amistad y mantener la distancia con Alaska, en especial frente a su padre.
La hermana de Alie nos había preguntado a Gohan y a mí un montón de cosas sobre nuestra relación y tener que inventarlas en el momento me daba algo de estrés. Nunca sabía lo que me podía preguntar.
Ya llevábamos tres días ahí. Gohan y yo dormíamos en el que alguna vez fue cuarto de Alie y donde aún tenía algunas cosas que delataban tal cosa.
Había un montón de fotografías de películas de Hollywood pegadas en las paredes y tenía un espejo con luces tal como si fuera el camerino de una estrella.
Cuando salí de la habitación para ir al baño, me encontré con que la hermana de Alie estaba poniendo la mesa.
—Hola —la saludé.
Ella me dio una sonrisa y yo me metí al baño para hacer mis necesidades y lavarme los dientes.
Cuando salí, me topé de frente con Laura, lo que provocó que me sobresaltara.
—Tenemos que hablar —me dijo—. Rápido, antes de que mi papá despierte.
Laura me jaló de la muñeca y me llevó hasta el que yo sabía que era su cuarto, el que cerró con seguro. Eso me asustó un poco, pero estaba casi seguro de que Laura no era una clase de psicópata que pretendía abusar de mí y luego cortarme en pedacitos.
—¿Cómo ha ido tu relación con Gohan?
Eso me pareció extraño. ¿Me encerraba en su cuarto para preguntarme eso?
—Eh... ¿bien? –respondí inseguro.
—¡Ja! ¡Lo sabía! —exclamó, apuntándome con su índice—. Ustedes no son homosexuales.
Eso me hizo entrar en pánico.
—Somos bisexuales.
—Puede ser —dijo, algo insegura—. Pero no son pareja, Alaska mintió... a menos de que seas la clase de hombre que está con alguien mientras le gusta otro.
Eso me dejo petrificado. No dije nada por varios segundos, mientras Laura me miraba con una sonrisa sugerente.
—¿Disculpa? —fue lo único que pude pronunciar.
—No tienes que mentirme, vi como la miras.
—¿A quién?
—A mi hermana.
Volví a quedarme callado, pestañeando varias veces e intentando asegurarme de lo que había oído era correcto.
—No la miró de ninguna forma... ninguna especial.
No sabía si estaba diciendo la verdad o una mentira, pues no podía mirarme a mí mismo mientras veía a Alaska.
—Te brillan los ojitos —dijo con una sonrisa—. Te gusta mi hermana.
Sin pensarlo mucho, tomé a Laura por los hombros y la sacudí un poco.
—No se lo digas, por favor, si se lo dices moriré —pedí desesperado.
—Tranquilo, no le diré a nadie... Mi padre no es muy afectivo con Alaska, pero si se entera de que a ti te pasa algo con ella, estarás muerto... de hecho, si te ve aquí en mi cuarto lo estarás más aún, así que salgamos.
Cuando Laura estaba saliendo del cuarto, retrocedió asustada y cerró la puerta.
—Está en la sala... —dijo aterrada.
—¿Y ahora qué?
Laura comenzó a mirar hacia todos lados de la habitación como buscando una solución o una respuesta divina.
—La ventana —dijo, apuntándola—. ¿Sabes salir por una ventana?
—¿Si sé salir? —emití un resoplido e hice un movimiento de mano dejando en claro que eso era pan comido para mí—. Yo soy experto en salir por ventanas, en especial las de primer piso.
Laura pareció aliviada y fue a abrir la ventana para que pudiera salir por ahí.
Yo me había escapado de mi casa mil veces saliendo por la ventana de mi cuarto, la cual estaba en el segundo piso. Me resbalaba un poco por el techo y luego me lanzaba sobre unos arbustos que, luego de quedar deformados, me delataron ante mis padres.
Cuando salí, me asomé por la venta.
—¿Cómo explico que estoy aquí afuera?
—Di que saliste a tomar aire... y si quieres, puedes esperar a que Alaska vuelva, fue a comparar unas cosas a la tienda.
Yo asentí y caminé hacia la puerta principal, la que estaba a la vuelta de la casa. Alaska estaba justo caminando hacia ella desde la otra dirección y cuando la vi, no pude evitar sonreír.
—Buenos días —me dijo cuando llegó junto a mí—. ¿Qué haces aquí afuera?
—Tomando fresco aire mañanero —mentí.
Ambos nos dimos unas sonrisas y entramos juntos a la casa.
[...]
Gohan parecía un niño de cinco años que jamás había visto la nieve en su vida.
En esa época no nevaba tanto en Alaska como en los meses de enero y febrero, por lo que me había dicho Alie, pero aun así había días en que todo amanecía con una capa fría y blanca encima.
Gohan, Alaska y yo habíamos salido a pasear un poco, aunque no había mucho que ver, pues el pueblo era pequeño y Alaska ya nos había enseñado todo lo que era medianamente interesante.
Barrow era un pueblo de tamaño reducido, al que no se podía llegar por tierra desde otros lugares debido al complejo camino. Solo había dos formas de llegar: por aire o agua.
Gohan estaba armando una especie de muñeco de nieve, pues estaba muy feo y escuálido, pero era porque jamás había armado uno antes.
—Me quemo las manos —se quejó.
—Por eso debes ponerte guantes —le dijo Alaska, quien ya le había advertido eso.
—Pero no me gusta mojarlos.
—Es mejor que quemarse las manos.
Ese era nuestro último día ahí y nuestro vuelo salía a las once de la noche. Ya habíamos hecho todas nuestras maletas y estábamos esperando la cena para que luego el padre de Alaska nos llevara al aeropuerto.
De pronto, sentí como una bola de nieve me llegó en la espalda. Me volteé y vi a Alie sonriendo divertida.
De un momento a otro, los tres comenzamos una guerra de bolas de nieve, la que no se detuvo hasta que Gohan habló:
—Dijiste que no había osos por acá.
—No los hay —dijo Alie, intentando regular su respiración—. Solo aparecen de vez en cuando en pleno invierno y es muy raro que se acerquen al pueblo.
—Pues ese debe estar drogado o es un espía internacional —dijo, apuntando detrás de nosotros, quienes estábamos de espalda hacia el mismo lado.
Alie y yo nos volteamos, encontrándonos con un oso polar
Atrás de nosotros había un gran oso polar que parecía estar perdido o buscando alimento.
—¿Lo puedo tocar? —preguntó Gohan.
—Claro que no —negó Alie espantada.
—¿Deberíamos correr? —pregunté yo.
—No, jamás debes correr. Los osos corren a cincuenta kilómetros por hora y da por hecho que nos perseguiría.
Eso me pudo nervioso, no quería quedarme ahí parado mientras ese enorme, majestuoso y bellísimo animal caminaba por ahí buscando que comer.
Analicé al oso un momento y me detuve en sus enormes patas con grandes garras. Con esas cosas le sacaba un ojo a cualquiera.
El oso nos miró desinteresado y luego se dio media vuelta para ir hacia la otra dirección.
—Se veía amistoso, quizás me hubiera dejado acariciarlo —se quejó Gohan.
—¿Viste sus garras? ¿Eso te parecía amistoso?
—El no pidió tenerlas así.
—Mejor volvamos a casa —nos interrumpió Alie—. Quizás va a volver y no quiero estar aquí para eso.
Cuando entramos a la casa, la cena ya parecía estar lista, lo que tomó por sorpresa a Alie.
Su padre la miró con desagrado y yo supe que algo malo se avecinaba.
—¿Por qué no me avisaron? —preguntó ella.
—¿Ahora hay que avisarte que debes hacer tu deber? —preguntó su padre, ganándose la mirada molesta de su esposa—. ¿O te refieres a que no te avisamos que estaba lista la cena para que llegaras y se sentaras sin hacer nada más?
Pude ver como las mejillas de Alie se enrojecían.
—No es mi deber ayudar con la cena, tú también puedes hacerlo —se quejó—. ¿Por qué tú puedes sentarte a la mesa y dejar que tus hijas y esposa te sirvan? ¿Por qué eres hombre? ¿Tener pene justifica ser un imbécil?
El padre de Alie golpeó sus manos contra la mesa estruendosamente, provocando que los servicios sonaran y los platos temblaran.
—No me levantes la voz, Alaska —dijo como amenaza—. Si no vas a ser un aporte en esta casa, al menos siéntate y come en silencio.
—Robert, déjala...
—Esta niña siempre ha hecho lo que quiere, sin reglas reales y por eso ahora es una pobre artista que no sabe nada de la vida. ¡Vive en una fantasía, Adela!
—¡Al menos soy una buena artista! —dijo con la voz temblando—. Y si algún día alguien me pregunta por mi padre, diré que para mí no existe.
—¡Sin mí tu no serias nadie, Alaska!
—¡Sin ti, las tres estaríamos mejor!
—Robert, me quiero divorciar.
Eso provocó un silencio repentino. El señor White miró a su esposa confundido, mientras ella miraba al frente con la mandíbula temblorosa.
—Ya no lo soporto más. Me voy a ir de aquí con Laura.
El señor White miró a su hija, quien lo miró incomoda y nerviosa.
Era obvio que entre ellas ya lo habían hablado, pero para el señor White y Alaska había sido una sorpresa tremenda.
Incluso Gohan y yo estábamos en estado de shock. Estábamos viendo a una ama de casa sumisa que, después de años de dedicarse a su esposo y familia, decidió tomar un camino separado... y yo no podía estar más de acuerdo con su decisión.
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