Capitulo 37: Enfermedad
Ashton
Ver a Gohan tan deprimido y extraño (no el extraño que lo caracterizaba), hacía que yo también me sintiera decaído.
Imaginaba que no había podido sacar el asunto de su padre de su cabeza, y lo entendía, pues debió ser algo bastante impactante.
Yo le había prometido que apenas tuviéramos algo de tiempo, investigaríamos el paradero exacto de su padre para así poder averiguar si todo estaba en orden.
Yo tenía sentimientos encontrados con el asunto, pues si descubrimos que efectivamente el hombre había tenido un cambio y no maltrataba a su actual familia, Gohan podía sentirse aún peor creyendo que él o su madre eran el problema. Por otro lado, si el tipo seguía siendo la misma basura de hacía casi diecisiete años, entonces dos personas inocentes estaban sufriendo un infierno en ese preciso instante.
Quizás era algo que no me incumbía, pero realmente hubiera preferido que el hombre no volviera a aparecer nunca más, así mi amigo no hubiera tenido que volver a revivir su asquerosa infancia.
Cuando llegué de la universidad a casa, me encontré con Gohan en su cuarto, acostado en la cama, rodeado de papeles y con una botella de agua a medio tomar.
No había ido conmigo, pues me había dicho que no tenía ganas y lo entendía, pero eso se veía peor de lo que pensaba.
—¿Te sientes bien? —pregunté, aun cuando era obvio que no.
—Sí... —mintió con una voz un tanto ronca—. Solo estoy cansado.
No, eso no podía ser cansancio. Apenas se había levantado durante esos días y tampoco había ido conmigo al gimnasio. Por otro lado, los únicos esfuerzos mentales que hacía eran para ver el teléfono y hacer actividades básicas como ir al baño... No podía estar simplemente cansado.
Me acerqué a él, tirando mi mochila a un lado y puse mi mano en su frente. Yo no era doctor, pero sabía cuándo alguien se veía enfermo.
—Tienes fiebre —comenté—. ¿Qué más te duele?
—Nada.
Mentiroso.
—¿Dónde está el termómetro?
Hizo un sonido para darme a entender que no sabía.
No me importaba si él quería morirse solo en su cuarto, yo no lo iba a dejar, por lo que, rápidamente fui hacia el departamento de Alaska. Ella me abrió con una sonrisa, la cual se borró al ver que yo no la respondí.
—Gohan está enfermo y no tengo un termómetro y no me dice que le pasa y está mintiéndome y...
—Relájate —me interrumpió—. Yo tengo un termómetro. Te acompañaré.
Alaska fue por el implemento y cruzamos el pasillo hasta mi departamento, yendo hacia el cuarto de Gohan.
—Gohan —lo llamó Alie apenas entramos—. Abre la boca.
Él solo se quejó, pero no hizo nada.
—Abre la boca o te meteré el termómetro por otro lugar que no te va a gustar —amenazó.
Esta vez no hizo si quiera un sonido, solo se mantuvo en la misma posición, como si estuviera muerto.
Alaska me dio el termómetro electrónico y quitó las sábanas de encima de Gohan para poner sus manos en el borde de su pantalón e intentar tirarlo hacia abajo.
—¡Esto es abuso sexual!
Gohan comenzó a quejarse, pero Alie solo siguió intentando bajarle los pantalones, hasta que, segundos después, se rindió y dejó a Gohan quejándose en la cama horrorizado.
—¡Eso es ilegal! ¡No importa que hayamos tenido relaciones sexuales antes! ¡Es ilegal!
Alie solo me arrebató el termómetro y, mientras Gohan hablaba sin control, fue y lo metió en su boca.
Gohan tosió un poco, pero Alie le cerró la boca con las manos y mantuvo el objeto en su lugar.
—Lo hacemos por tu bien —se excusó—. Deja de ser tan terco.
Gohan frunció el ceño y se cruzó de brazos, resignado a tener que tomarse la temperatura.
Resultó que, si tenía fiebre, mucha fiebre en realidad. Con treinta y nueve grados y un poco más, lo obligamos a ir al hospital y luego de forcejear bastante, logramos sacarlo de la cama.
Durante gran parte del camino en el taxi, Gohan fue tiritando, pero Alaska le había impedido que se pudiera más abrigos, pues eso sólo le ayudaría a subir más la temperatura de su cuerpo.
Esperamos un tiempo algo extenso en el hospital y cuando atendieron a Gohan, lo acompañamos ambos.
El doctor de urgencias le abrió le tomó los signos vitales, la temperatura y le reviso la garganta.
—Es una amigdalitis. Podemos darle un pinchazo de penicilina o darle antibióticos, pero se demorará más en mejorar que con la inyección —explicó.
—Prefiero el pinchazo —dijo Gohan, muy clamando.
Gohan nunca había tenido amigdalitis antes que yo supiera, yo tampoco, pero si había oído que el pinchazo de penicilina no era muy agradable debido a la consistencia espesa de esta.
El médico le dijo algo a una enfermera y se marchó, mientras la enfermera, probablemente, fue a preparar el remedio.
—Si sabes que te pincharan el trasero, ¿no? —preguntó Alaska.
Gohan la miró sin entender y luego soltó una risa.
—Se que me quieres asustar, pero no va a funcionar.
—Hermano...
Antes de que pudiera corroborar que Alaska estaba diciendo la verdad, la enfermera llegó con unas cosas.
—Por favor bájese los pantalones y ubíquese boca abajo en la camilla.
Gohan pareció aterrado, pero Alaska se lo había advertido.
Mientras Alaska salió del lugar, yo me quedé con mi amigo, tomando su mano, mientras el temblaba asustado.
—Relajé el musculo, por favor. Si lo tensa, dolerá más —explicó la enfermera.
No sabía si eso había ayudado realmente a que Gohan se calmara y sospechaba que no, en especial porque cuando le clavaron la gran aguja apretó mi mano como si lo estuvieran torturando.
La inyección tomaba su tiempo, no era instantáneo como las vacunas y nuevamente era culpa del líquido que por su consistencia tardaba en pasar por la aguja.
Cuando la tortura terminó, Gohan intentó sentarse para subirse los pantalones, pero dio un salto en el momento en que su trasero tocó la camilla.
—El dolor puede llegar a persistir hasta una semana —le advirtió la enfermera—. Puede intentar aminorarlo con compresas frías en la zona.
Cuando la enfermera se fue y Gohan tuvo sus pantalones arriba, comenzó a quejarse.
—¿Una semana? —preguntó horrorizado—. Hubiera preferido morir.
—Ya muévete.
Intente apurarlo, pero estaba caminando muy extraño debido al dolor.
Alaska estaba afuera esperándonos.
—Te dije —habló apenas Gohan llegó junto a ella—. No tenía razones para querer asustarte.
—Como sea, solo quiero ir a casa —pidió ya harto.
[...]
Mientras yo intentaba preparar una crema de espárragos viendo las instrucciones del empaque, Alie estaba poniendo hielo en el trasero de Gohan, quien se quejaba por lo frío que estaba.
—Estamos en invierno —se quejó—. No necesito hielo, ya hace frio.
—Hacen diez grados —le dijo Alaska—. Eso no es frío.
—Que tu vivieras montando renos en medio de la nieve y te sentaras en un inodoro congelado, no quiere decir que diez grados no es frío.
—¿Sabes? Yo no sé montar ni un reno, ni ososo polares, ni focas —aclaró Alaska—. Lo de la tapa... bueno, sí era un tanto fría, pero mi casa no era un refrigerador.
—¿Era una choza?
—No, era una casa normal.
—Pero de madera.
Alaska iba a debatir eso, pero nada salió de su boca.
—Estoy segura de que no es como te la imaginas —terminó por decir.
Yo sabía que Gohan imaginaba que la vida de Alaska en el estado de mismo nombre era salvaje. Pensaba que debía pelear con osos polares para comer, que hacían agujero en el hielo para pescar su almuerzo, que vivían en una casa rústica en la que no había ni luz, ni baño con cadena... A veces Gohan era muy imaginativo y me preguntaba cómo había llegado hasta el cuarto año de la carrera, carrera científica.
—Hablando de Alaska —comenzó Alie—. Tengo planeado un viaje en semana santa para ver a mi familia y me preguntaba... si ustedes querrían acompañarme.
—¡Sí! —gritó Gohan—. ¡Por fin podré comprobar como vivías!
Alaska soltó una risa y luego me miró a mí.
—Claro, si Gohan va, yo también.
—Gracias, chicos.
Aun así, yo no había olvidado como era el padre de Alaska y sinceramente, me ponía un poco nervioso ir a su ciudad, en especial ahora que tenía sentimientos por su hija.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top