Capítulo 2: Los Vecinos
El timbre sonó, por lo que Ashton corrió a la puerta para abrirla.
Al otro lado estaba una chica con unas bolsas de papel.
Al verla, Gohan se puso de pie inmediatamente y corrió junto a Ashton.
—Debiste habernos dicho que llegaste, hubiéramos bajado nosotros para que no te cansaras —dijo Gohan, con la clara intención de parecer un caballero.
—Solo páguenme.
—Con esa actitud nadie querrá darte propina —comentó Ashton.
—Subí cinco pisos para entregar su comida. Ahora páguenme.
Gohan se dio media vuelta y volvió a sentarse junto a mí, desanimado, mientras Ashton sacaba los billetes de su chaqueta.
—Gracias por tu acto heroico, preciosa —Ashton tomó las bolsas y le cerró la puerta en la cara—. ¿Por qué las de linda cara son siempre son tan amargadas?
—Quizás para que idiotas como ustedes no las acosen.
El comentario había salido de mi ser sin un filtro, pero no había querido decirlo en voz alta. Con un comentario así, cualquiera se hubiera molestado y yo no quería hacer enojar tan rápido a mis nuevos vecinos, aun si decía la verdad.
Los dos parecieron quedarse pensando un momento y, entonces, Ashton habló:
—Wow, eres muy lista Laska.
—No me digas así —le pedí a Ashton.
—Eso no importa, lo importante es que acabas de enseñarme algo... eres más inteligente de lo que te ves.
No sabía si tomar eso como un cumplido o como un insulto.
Ashton se sentó en el suelo y comenzó a abrir las cajitas plásticas con las piezas de sushi, dejándolas sobre la mesa de centro de madera.
—¿Qué no pueden hacer cajas de cartón? —se quejó Gohan.
—Tranquilo, hallaremos una forma de darles otra utilidad.
Eso me pareció lindo, ambos parecían ser ecologistas, pues había notado que tenían unos basureros con distintos colores y para distintos materiales, además de objetos que claramente parecían haber sido formado de otros.
—Se un caballero y tráele una soda a la invitada —le dijo Ashton a Gohan.
—¿Y tú por qué no vas?
—¿Qué no ves que le estoy abriendo las piezas para que pueda comer?
Gohan bufó y se levantó para ir hacia el refrigerador y sacar una botella de vidrio de bebida gaseosa de un litro y medio.
—Toma —me entregó.
—¿No es muy grande?
—Tomamos de la botella... a menos que seas asquienta y quieras un vaso.
Yo negué.
—Está bien.
Si quería agradarles a los únicos seres humanos que había conocido en Los Ángeles, debía adoptar algunas de sus costumbres y beber directamente de una botella de un litro y medio sería una.
Gohan y yo también nos sentamos en el suelo frente a la mesa.
—Bien, imagino que no sabes usar palillos —negué para confirmarlo—. Gohan, enséñale.
—Gohan esto. Gohan lo otro —se quejó—. Eres pésimo amigo, Ash.
Ashton rodó los ojos y Gohan sacó unos palillos de una bolsita pequeña de papel. Luego separó los palillos y se apegó a mí.
—Dame tu mano.
Hice lo que me dijo y él puso los palillos como correspondía entre mis dedos, para luego comenzar a mover mi mano de la forma en que debía hacerlo.
—Así, la agarras y la aprietas.
Intenté tomar una pieza, aun con la ayuda de Gohan, y la llevé lentamente al pocillo con soya. Cuando logré untarla lo suficiente, me la llevé a la boca y la degusté.
—Esta buena —dije con la boca llena.
—Claro que sí.
Seguimos comiendo y hablando el resto de la cena. Por lo que había dicho Ashton, cada uno debía comer cuarenta piezas, pero a las veinte ya estaba al borde de colapsar y vomitar hasta mi desayuno.
—Vamos, Aska, tú puedes —me animó Gohan.
—Tampoco me gusta ese.
—¿Cómo te decían tus amigos? —preguntó Ashton.
—Alaska...
Ambos comenzaron a alegar.
—Aburrido —dijo Gohan—. Todos deben tener un apodo.
—Hagámosle uno.
Ambos se quedaron pensando.
—¡Copito! —exclamó Gohan.
—Eso suena a nombre de perro —me quejé.
—Nievecita.
—No.
—Estado.
Miré a Gohan con fastidio y lo empujé amistosamente.
—¿Cómo te dicen a ti? —le pregunté a Gohan.
—Algunos me dicen Han.
Mi vista se posó en Ashton.
—Ash, ¿no? —él asintió.
—¿Qué tal Alie? —preguntó Ashton.
Me quedé pensando un momento. Alie sonaba mejor de lo que sonaban los otros apodos que provenían de mi nombre.
—Está bien —acepté.
—Perfecto.
[...]
Una semana entera llena de rechazos y llamadas que nunca llegaron. Ya llevaba casi un mes en Los Ángeles y nada sucedía. Cada día llegaba a casa más rendida y me comenzaba a deprimir.
Ese día había caído por accidente a un charco de agua cuando me tropecé en la calle y tenía mis pantalones mojados casi por completo.
Me hubiera gustado poder decir que había sido en un charco de lluvia, pero había sido en agua sucia que salía de una alcantarilla averiada, lo que me agregaba un olor nada agradable.
Iba llegando a mi piso, cuando vi a Ashton y Gohan salir de su departamento.
—Hola, Alie, ¿qué tal estuvo el día?
Miré a Ashton con tristeza y él pareció notar que estaba completamente mojada de la cintura hacia abajo.
—¿Te orinaste? —preguntó Gohan.
—¡Me caí en un charco de agua sucia cuando salía de una audición! —lloriqueé—. Ya no quiero más esto. Debería volver a Alaska...
—No, claro que no. Los Ángeles es mucho mejor.
—¿Para qué? —me preguntó Gohan—. ¿Para vivir entre pingüinos y osos polares?
Ashton lo miró confundido.
—Amigo, estoy seguro de que así no es Alaska. Empezando porque no hay pingüinos.
Gohan pareció perplejo.
—¡¿Qué?! ¡Pero si hay nieve y hace frío!
—Sí, pero los pingüinos son del hemisferio sur del planeta —agregué yo.
Gohan pareció quedar en estado de shock nuevamente.
—Esto lo resolveremos ahora.
Gohan corrió devuelta a su departamento.
—¿Y las donas? —preguntó Ashton.
Gohan se asomó por la puerta.
—Ve con Alie, yo los espero aquí —dijo para luego volver a entrar.
Ashton me miró.
—¿Quieres ir?
—Dame unos minutos, necesito cambiarme los pantalones.
Ashton asintió y se quedó en las escaleras mientras yo fui a mi departamento a cambiarme.
Mi departamento era igual al de los chicos, pero hacia el otro lado. Lo había pintado de color celeste (mi color favorito) y no tenía muchos muebles, ya que, no había podido llevar muchas cosas de Alaska.
Saqué unos jeans de mi armario y me cambié. Cuando salí, me encontré con Ashton y comenzamos a bajar las escaleras.
Fuimos a una tienda de donas que quedaba a unas calles de nuestro edificio, pero cuando entramos, Ashton pegó un grito ahogado para después esconderse detrás de mí.
—¿Qué haces? —pregunté avergonzada.
Estábamos en un lugar público, por lo que algunas personas miraban extrañadas a Ashton por su actuar.
—¿Ves a la morena de allá? —Ashton se asomó por un lado para apuntar a una chica que estaba de espaldas a nosotros—. Digamos que yo le rompí el corazón... y ahora me odia.
—¿Cuándo?
—Hace dos años.
—¿Y sigue odiándote?
—Es rencorosa y yo soy un imbécil... no tiene nada de raro.
—¿Y qué hacemos?
Ashton me pasó su billetera.
—Ya sabes lo que nos gusta —dijo yendo a la salida.
Yo me volteé para verlo.
—No, no en realidad... —susurré, pero Ashton ya había salido.
Me di la vuelta nuevamente y me dirigí al mostrador. ¿Qué donas comían siempre Ashton y Gohan? ¿Y cuántas querían?
Vi la billetera de Ashton. Tenía setenta dólares en efectivo, mientras una docena de donas costaba catorce con noventa y nueve.
Conté los distintos tipos de donas que había, consideré lo mucho que Gohan y Ashton comían habitualmente y decidí acercarme al mostrador.
—Hola, quiero cuatro docenas —pedí.
La cajera abrió los ojos impresionada.
—Serán cincuenta y nueve con noventa y seis.
Le entregué el dinero, me dio el cambio y esperé para poder elegir las donas.
Cuando salí con las cajas apiladas sobre mis brazos, Ashton me quedó mirando atónito, con la boca levemente abierta.
—¿Me quieres matar de diabetes?
—No sabía cuáles le gustaban, todo esto es tu culpa —alegué.
—¿Por qué no saliste a preguntarme?
Yo me quedé pensando unos segundos y le entregué las cajas.
—No soy tu sirvienta, señor rompe corazones.
Comencé a caminar hacia el edificio, mientras Ashton corría detrás de mí con las cajas en sus brazos.
—¡Al menos espérame!
—¡Camina más rápido!
En realidad, no estaba molesta, pero quería hacerlo sufrir una vez por diversión.
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