°•°Capitulo 7°•°
La mañana ha pasado volando, y solo quiero salir a merendar; tengo demasiada hambre y eso significa que estoy de mal humor.
¡Mierda! Digo para los adentros al ver la larga cola que hay en la cafetería; sigo caminando sin importar que todos me estén mirando.
—¡Yee! —me gritan y no miro. —¡No puedes colarte!
—No lo haré.—dije fingiendo una gran sonrisa tan falsa como las palabras que acabo de decir. —Ando con él —señaló a Samael que está de segundo en la cola.
Todos los de la cola se me quedan mirando con cara de culo mientras me les voy a colar y por la puerta grande.
—Comprame dos sandwiches y una botella de Coca-Cola. Le pasé el dinero y él no tiene más que aceptarlo porque lo miré con cara de si haces un espectáculo te mato.
—Claro, espérame. Sonríe y hace la compra de las dos meriendas.
—Gracias, —comenté alejándome de él a pasos apresurados, ya que vi una mesa disponible.
—Al menos me debes dejar merendar contigo. —Sonríe sentándose frente a mí.
—No tengo otra opción. Hablé dando la primera mordida del Sandwich y, joder, que rico sabe.
—¿Te puedo invitar a una fiesta?—niego. —No digas que no, será divertido.
—No tengo ganas de fiestas. —Hablé mirándolo con los ojos torcidos.
—Lia va a ir.—susurra.
Ya era caso perdido negarme; si ella va, no parará hasta que le diga que voy. Me obligará a acompañarla. No le respondí, pero él no deja de reír, así que supuso que al final me vería allí.
—Debo irme. — Lo dejo detrás de mí, mientras avanzo con el sándwich que me queda y el refresco en la otra mano hacia las escaleras.
Después de terminar mi merienda, el timbre sonó alertándome de que era hora de soportar al señor bigotes. Entrar a su clase y poner cara de perra es lo mismo. En serio no lo soporto; ojalá y le caiga el pizarrón en la cabeza.
Lo maldecía por lo bajo mientras mi visa estaba clavada en él. Me mira risueño mientras me manda a leer mi tarea. Todo fue tan perfecto; si le pasará algo, me gustaría reírme en su cara.
No sé qué pasó; si fue casualidad o mis deseos de verlo sufrir eran muchos, el universo me lo concedió. La pizarra cae en su cabeza, haciendo un gran estruendo. Sus espejuelos han caído al suelo y él ha dejado salir un gruñido de dolor; algunos han corrido a ayudarle, pero yo me he quedado justo donde estaba, estupefacta pero con algo de alegría. Dejó salir una sonrisa de medio lado algo malvada para decir verdad.
¿Desearle el mal a alguien no es bueno? O ¿alegrarse del dolor de otro?
Pues si realmente eso no era bueno, yo no soy buena, porque estoy disfrutando segundo a segundo todo lo que le ha pasado.
—Suspendemos la clase de hoy. —Balbucea. — Voy a la enfermería, me he dado muy fuerte en la cabeza.
Algunos lo acompañan y otros se quedan hablando en el aula. Yo agarro mi mochila y salgo del salón en busca de Lía. Me dirijo a su aula y ahí está dando literatura.
—Nos vemos en la casa —le hago gestos con mi boca y mis manos para no interrumpir a la profesora. Ella asiente y yo me dirijo a salir de la institución.
Camino y camino, pero algo dentro de mí no está en paz, es un sentimiento extraño. Tengo ganas de vomitar, así que me paro y me siento en la acera; estoy maridada. Miro al frente y veo un cartel: "Antigüedades".
¿Cuándo hicieron esta tienda? No la había visto antes. Me levanto despacio y camino a la entrada.
—Buenas tardes. Saludo al entrar y ver a un anciano detrás de un gran mostrador.
El lugar es opaco, sí, es extraño. Tiene muchos estantes con libros y joyas; también hay un local con una gran fuerza de color marrón.
—Buenas tardes, Ailena. Me saluda.
—¿Cómo sabe mi nombre?—preguntó curiosa.
—O perdona, lo he visto en el letrero de su mochila. Miro la mochila y tiene razón; mi nombre en ella resalta, pero aún así se arriesgó porque podría ser el nombre de otra persona o hasta una marca.
—¿Cuándo abrieron este lugar, nunca lo había visto?—preguntó.
—Justamente está mañana. —Sonríe. — ¿Bueno y qué la trae por aquí?
—Ando en busca de un símbolo —admito. —Un símbolo así. Le muestro el dibujo que traía en la mochila.
—¿De donde lo has sacado? —me mira con determinación y en su mirada hay algo de miedo o quizás son ideas mías.
—Es para una tarea.—miento, ya que no quiero llamar mucho la atención y sería raro explicar que no recuerdo cómo quedó plasmado en la hoja. - ¿Qué me puede decir de él?
—Es un símbolo muy antiguo; más bien es el centro de una profecía —me responde caminando hacia mí.
—De qué trata la profecía —indago.
—Es sobre una joven descendiente de Lucifer y un ángel. —comenta mientras busca un libro en la estantería que está en la izquierda.
—¿Qué dice la profecía?—niega.
—Leelo tú misma. — Me entrega el libro abierto en una página donde muestra exactamente el mismo dibujo.
La profecía sobre el descendiente:
¿Se imaginan ser la persona más poderosa del mundo? ¿Tener poderes incontables? ¿Tener en ella el bien y el mal incrustado? ¿Ser la única capaz de gobernar en el infierno? O ¿de poder crear un paraíso donde todos los humanos irían después de la muerte?
Eso es ella, la descendiente de Lucifer engendrada en el vientre de un ángel. Digna de adoración. Capaz de crear el caos y la paz.
La profecía refiere que el día que descubra y acepte sus poderes, su proveniencia y su legado se convertirá en la Reyna.
Según su compañía y devoción, servirá para bien o para mal su Reynado.
Será una niña muy especial desde pequeña, con una personalidad totalmente diferente. Tan arrogante, dura, fría y decidida como su padre y hermosa de belleza incomparable, inteligente y, debajo de ese gran caparazón, tendrá un gran corazón como su madre.
Dejo de leer ya que nada me parece relevante; dejaré de lado este tema ya que no le noto mucha importancia. Es sólo una leyenda urbana insignificante.
—Muchas gracias. —Le entregó el libro al señor.
—¿Has encontrado lo que querías? —me pregunta con curiosidad.
—No lo sé, le di mucha importancia y al leer me he decepcionado del significado; no es más que una simple leyenda. Me levanto de la silla donde me había sentado.
—¡Qué lástima, pero recuerda que no todo está a simple vista! —me exclama devolviéndome el libro. —Toma, te lo regalo.
—Gracias, supongo. Acepté tímidamente.
Salí de aquella tienda de antigüedades mirando la hora en mi teléfono y ya es algo tarde.
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