°•°Capitulo 26°•°


Como bien dije, me bañe y me aliste; sé que los vecinos ya están abajo. Margaret se encargó de que lo supiera.
 
Vamos, Ailena, respira.
 
Me dirijo a la puerta de mi habitación y la abro. Puedo oír un par de voces; al parecer no salió tan mal para ellos, porque puedo oír la risa de Francisco, algo bueno.
 
Cierro la puerta y me encamino hacia las escaleras; al bajar puedo divisar a Samael, si no me equivoco.
 
—Cariño, ven —llama Margaret en cuanto llego al final de las escaleras. 
 
Sonrío y camino lentamente hacia ellos. Allí definitivamente estaban todos, hasta Adriel; no creí que él aceptara. 
 
—¿Sabías que él tiene tu edad?—señala a Samael.
 
—Sí, creo que te lo comenté hace un tiempo, está conmigo en muchas clases —asiente dándome la razón.
 
—¿Saben? Ailena nunca tuvo un novio, o al menos nunca conocí uno —les informa a los invitados. —Y es una lástima, cada día pierdo la esperanza de que tenga uno y me haga abuela.
 
Oh no, por favor, dime que no.
 
—Ellos no quieren saber eso, me parece —le doy una mirada y ella entiende que no quiero hablar de eso.
 
—No veo a Ailena como madre —dice Belia divertida. 
 
—Créeme, yo tampoco —le respondo de igual manera.
 
—Cariño, atiende a los invitados, voy en busca de tu padre —frunzo el seño. 
 
—¿Dónde está? Al bajar las escaleras me pareció oír su risa. ¿Acaso estoy loca?
 
—No, de hecho sí estaba aquí, pero salió al jardín para arreglar todo —asiento y ella sale en su búsqueda. 
 
Dirijo mi mirada a los invitados. 
 
—Voy a matarlos, a cada uno de ustedes. ¿Por qué aceptaron venir? —todos señalan a Lucifer.
 
Me cruzo de brazos mirándolo con una ceja alzada.
 
—¿Qué tienes para decirme?
 
—Qué ella estaba desconfiada, no queremos que ella esté en nuestra contra; hay que ser buenos vecinos —asiento.
 
—Vale, tienes razón.
 
Dirijo mi mirada a Adriel, pero él no me mira, sólo tiene la mirada en sus manos. Samael hace una mueca, pero decido ignorarlo. 
 
—Ailena, ¿no que este joven quedaría muy bien con Lía?—dice Margaret al volver.
 
—¿Quién?—preguntó confundida.
 
—Samael, claro —miro a Belia, y la veo incómoda. 
 
—No, él ya tiene con quién quedar bien —Esta me sonríe. 
 
—Está bien, vamos al jardín —todos asientan y salen.
 
Dirijo mi mirada al sofá. Aún sigue ahí. Camino lentamente hasta tomar asiento, sin acercarme mucho.
 
—No te vi hoy —intento romper el hielo.
 
—No hice mucho esfuerzo para que me vieras hoy —asiento, pero no me ve.
 
—Así va a ser siempre entonces, me besas y al otro día eres un capullo. Me levanto dispuesta a irme, pero su mano me frena.
 
—Discúlpame —acaricia mi mejilla.
 
—Adriel, entiendo que esto sea nuevo para ti, pero también lo es para mí, y no por eso hago lo mismo que tú.
 
—Entiende tú que por más que quiera, no puedo darte lo que tú quieres.
 
—Deja de suponer que es lo que quiero, tú no puedes saber qué quiero cuando ni yo lo sé.
 
—Ailena —llama Margaret.
 
Este se aleja y camina rumbo al jardín. Suspiro y enseguida voy también.
 
Ella dirije su mirada a Adriel y siento temor, por favor, que no diga nada fuera de lugar.
 
—¿Cómo era tu nombre?—le pregunta.
 
—Adriel —asiente ella.
 
—Bonito nombre, y dime, Adriel, ¿tienes novia? —abro los ojos horrorizada.
 
—No.
 
—Qué casualidad, mi niña tampoco —dice con una sonrisa.
 
Tierra tragame. 
 
Puedo ver como Samael y Belia se divierten ante la escena.
 
—¿Qué dice Eflucir? —miró a Lucifer —¿No harían una pareja hermosa?
 
—Sin duda alguna —sonríe este.
 
Oh no, tú no.
 
—Margaret —esta sonríe. 
 
—¿Qué cariño? Solo digo —vuelve su vista a Adriel —¿No te parece una chica muy linda?
 
Joder. Tapo mi rostro con las manos.
 
—Lo es —responde este.
 
—Puedo ver que tú corazón ya está ocupado igual —dice y Adriel queda desconcertado. 
 
—¿Qué dice?
 
—Tienes los ojos. Esos ojos del amor, pero puedo ver que tú intentas reprimirlo —me mira a mí —Lástima, mi niña, con esté tampoco será. 
 
—Pero —esta abre la boca. 
 
—Espera, ¿no es él quién entra a tu habitación?—niego y asiento. 
 
—Ya se puso tonta, a mí me hizo lo mismo una vez —dice Samael y lo fulminó con la mirada. —Nada dije.
 
—¿Entonces?—dirijo mi mirada a ella.
 
—Sí, es él.
 
—¿Te acuestas con el vecino?—dice asombrada y niego.
 
—¿Qué? NO. No he tenido oportunidad —Lo último sale de mi boca casi sin permiso.
 
—¡Ailena! —dice ella, mientras que los demás ríen. 
 
—Eso último ignoralo. No me he acostado con él.
 
—Pero lo harías —miro a Adriel, quién también tiene una sonrisa divertida. Genial.
 
—¿Es necesario hablar de esto? Están los vecinos. 
 
—Oh, por nosotros no te preocupes. Esto es genial —dice Belia.
 
Ah, que linda ella.
 
—¿Y con él?—señala a Samael. Tapo mi rostro nuevamente.
 
—Por dios, sé que sabes de mi vida sexual, pero esto es un montón; no me he acostado con ninguno de ellos.
 
—A mí me lo negó —levanta la mano Samael.
 
Le doy una mirada a Lucifer para que me ayude y sólo me ignora. Está en mi lista negra a partir de hoy.
 
—¿A ti también te lo negó?—pregunta a Adriel.
 
—No. Simplemente no se ha dado—alza los hombros. 
 
Gracias, Capullo.
 
A las ordenes, preciosa. 
 
Fue sarcasmo.
 
Lo sé. 
 
—Esto ya es demasiado, ¿no? Hablemos de otra cosa que no sea mi vida sexual o mi vida amorosa —ella asiente.
 
—Dígame profesor, ¿cómo va Ailena en literatura?
 
—Mejor no hablemos de mí, pregúntale a ellos, conoce a los vecinos, a mí ya me conoces.
 
Les doy una sonrisa triunfal cuando veo que Margaret los cargó a preguntas, tantas que en muchas o la mayoría tuvieron que mentir. 
 
—Nosotros debemos irnos, temas laborales; espero que hayan pasado una linda tarde, que Ailena los despida —saluda Margaret para después irse. 
 
Suelto todo el aire acumulado, nunca más esto, nunca más.
 
—Listo, pueden irse —les digo. 
 
—Qué simpática —rueda los ojos Samael; le doy una sonrisa falsa.
 
—Yo sí voy a irme, tengo cosas que hacer —habla Lucifer para después irse.
 
—Nosotros hacemos mal tercio aquí, vamos. Belia se lleva arrastras a Samael.
 
—¿Dices que hay bastante lugar en tu cama?—dice Adriel y frunzo el seno.
 
—¿De qué hablas?
 
—Tú dormiste en mi cama, es mi turno —habla para tomarme de la mano y llevarme hasta la habitación. 
 
—Voy a cambiarme, ya vengo. Mi idea era ir hasta el baño, pero este me frena.
 
—Hazlo aquí.—dice para después sacarse la remera y darmela —Quiero que duermas con ella puesta.
 
Lo miro para después aceptar la remera. Saco mi camisa y mi pantalón, quedando solo en bragas y corpiño; puedo sentir la mirada de Adriel sobre mí, quemandome, pero la ignoro y me coloco su remera.
 
—Lista, ¿feliz?—este asiente y quita su pantalón, quedando sólo en ropa interior.
 
Abro mi cama y me meto en ella; él imita mi acción; le doy la espalda para no tocarlo, pero él ignora eso y me toma de la cintura acercándome a él, dejando que apoye mi cabeza sobre su pecho.
 
—No sé lo que es querer, pero quiero creer que lo que me pasa con vos es algo parecido al querer —con mi mano acaricié su abdomen. 
 
—¿Y qué te pasa conmigo? —él acaricia mi cabello.
 
—Esto. Con vos puedo estar en una cama acurrucados y sentirme bien. Con vos no sólo es follar. Con vos hay algo más —mis ojos empiezan a pesar.
 
—¿Entonces si me quieres?—bostezo. 
 
—Esto es lo más parecido a querer, así que sí, lo hago —sonrío apenas.
 
—Buenas noches, capullo—siento su risa.
 
—Buenas noches, preciosa —oigo por última vez antes de caer en los brazos de Morfeo.

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