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Mis ojos no habían presenciado nunca nada semejante e inmediatamente supe que no volverían a hacerlo en otra ocasión pues era imposible que algo así me volviera a suceder nuevamente.

Una muchacha estaba tumbada en la arena, lejos del límite que las olas llegaban a alcanzar al morir en la orilla. Su rostro estaba parcialmente cubierto por su cabello que asemejaba ser una infinita cascada dorada y su cuerpo... su cuerpo estaba gloriosamente desnudo para deleite de mi vista.

Su piel increíblemente blanca parecía brillar bajo los primeros rayos de sol y cada curva redondeada que podía observar desde mi posición me hacía desear colmar de besos y caricias cada milímetro de piel expuesta empezando por su delicado cuello, deleitándome luego en sus pechos para ir descendiendo después por su vientre hasta quedar al fin embriagado por el olor y el sabor de su carne secreta mientras en ningún momento dejaba de acariciar sus sedosas piernas.

Sentí cómo mis rodillas temblaban y, a duras penas, pude tragar saliva ante las imágenes que comenzaban a tomar forma en mi mente acompañadas de sensuales jadeos y gemidos que parecían haber sustituido al retumbar de los truenos en mis oídos.

Seguí acariciando su cuerpo con mi mirada pues, por más que lo deseara, no era capaz de dar un solo paso: me había quedado paralizado al contemplar la apabullante belleza de la muchacha.

No tardé mucho en percatarme de dos cosas tremendamente importantes. Primero, yo no debería estar haciendo eso, debí alejarme de aquel lugar nada más verla o al menos tendría que haberla alertado de mi presencia; cualquier opción habría sido más adecuada que mi descarado escrutinio. Segundo, y más importante aún, la joven no había realizado ni un solo movimiento en los largos minutos que habían transcurrido desde que llegué y me puse a contemplar su desnudez.

Su cuerpo estaba completamente inmóvil y por un instante sopesé la posibilidad de que hubiera fallecido a causa de un naufragio durante la tormentosa noche y su cuerpo inerte hubiese sido luego arrastrado por las olas, pero el movimiento de su pecho, casi imperceptible desde la distancia, me hizo saber que no estaba muerta, solo inconsciente y, en el mejor de los casos, sin ningún inconveniente que retrasara su recuperación.

Pero para que eso sucediera no podía dejarla allí, a la intemperie y sin nada que cubriera su cuerpo. Así que decidí ignorar a fuerza de firme voluntad el fiero deseo que quemó mis venas al acercarme con paso vacilante a ella, me arrodillé a su lado y con infinito cuidado, por miedo a dañar algo tan bello, la sostuve entre mis brazos y la alcé para llevarla a la cabaña, donde podría abrigar su cuerpo desnudo que se encontraba preocupantemente frío.

Avancé con ella en brazos sin permitir que mis ojos se desviaran de la interminable extensión de arena frente a mí y dieran a parar con cualquier porción descubierta de su exultante anatomía. No confiaba en poder controlar mi deseo si mis ojos se perdían otra vez en su inmaculada piel, mucho menos al tenerla ahora pegada a mí, sintiendo su suavidad y aspirando el delicado olor de su sedoso cabello.

Conseguí llegar a la cabaña sin sucumbir a la tentación de dejar a la muchacha sobre la arena para saciar mi hambre por ella olvidándome de su inconsciencia.

Entré a la cabaña y la dejé sobre las sábanas arrugadas de mi catre con toda la delicadeza que mis toscas maneras fueron capaces de reunir. Después de eso, me apresuré a sacar una de mis camisas del gran baúl de madera que había junto a la pared y emprendí la costosa tarea de cubrir su cuerpo sin saltar sobre ella como un animal en celo.

No comprendía mi forma de actuar, jamás había sentido algo así. Nunca antes había experimentado una necesidad así de acuciante por saciar un deseo tan poderoso y primitivo como el que sentía en esos momentos por saborear su piel sonrosada debido a la pasión y los suspiros que escaparan de entre sus labios mientras yo me estuviera perdiendo en el mar de placer que estaba seguro serían sus pliegues femeninos.

Terminé de abotonar la camisa sin poder resistirme a acariciar levemente su vientre y el valle entre sus pechos; quedé maravillado por su suave tacto y más impresionado aún quedé cuando, después de cubrirla con una manta para darle calor, aparté unos cuantos mechones dorados de su rostro y pude al fin contemplar la perfecta belleza de sus rasgos.

Todo en ella era delicado y exótico al mismo tiempo: sus largas pestañas descansando en forma de media luna sobre sus suaves pómulos, su nariz ligeramente respingona y sus labios... ¡oh, sus labios! No creía que existiera en el mundo algo tan perfecto como ellos. Su boca parecía estar llamándome a gritos para que la cubriera con mis propios labios y devolverle a base de apasionados besos el aspecto brillante y sonrosado que había desaparecido a causa del frío. Sentía que iba a perder la cordura si no probaba el sabor de su boca, si no conseguía que nuestras lenguas se unieran en la misma danza que deseaba ejecutar con nuestros cuerpos...

Pero logré controlarme, conseguí alejarme del lugar donde ella descansaba plácidamente y fui hasta el otro extremo de la única estancia de la cabaña.

Mi respiración estaba alterada al igual que los erráticos latidos de mi corazón, todo mi cuerpo estaba tenso por estar reprimiendo el deseo que me provocaba la misteriosa joven que había encontrado desnuda en la playa. La contemplé desde la distancia prudencial que conferían los pocos metros que nos separaban.

La deseaba como jamás había deseado algo en toda mi vida y no sabía cómo manejar ese inmenso deseo.

Por el momento trataría de ignorarlo, al menos mientras ella continuara inconsciente. Cuando despertase, no sabía de qué modo lograría aplacar la impetuosa necesidad que me generaba.

Con pasos indecisos, tomé asiento en una silla hecha de madera y esparto desde donde velaría por su sueño y desde donde tenía una vista privilegiada cuando, cerca del atardecer, la muchacha abrió los ojos y yo sentí que moría para entrar luego al mismísimo cielo, ese que parecía haber quedado atrapado en su mirada, en sus iris idénticos a un cielo sin nubes reflejado sobre la superficie del mar en calma.

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