Una tarde en el desierto...
Un grado más de calor y su sudor comenzaría a hervir sobre su piel. El sol caía a plomo en aquel enorme patio de chatarra abandonado en medio de la nada. "Deshuesadero", les llamaba la gente, porque era como si le arrancaran los huesos a los viejos autos que se apilaban en elevadas torres por todo el lugar.
—¿¡Y qué es ese espantoso olor!? —reclamó la chica.
Un enorme camión-tanque lleno de gasolina robada filtraba su contenido en una cercana bodega, saturando el aire con una peste que le quedaría impregnada por días en el cabello, ahora teñido de gris.
El calor, amplificado por el metal oxidado que la rodeaba, amenazaba con derretirle las neuronas. ¿Por qué el maldito fugitivo no se había escondido en Aspen o en Vail? Habría sido mil veces mejor buscar a aquel par en un resort de invierno, con una taza de chocolate caliente y acompañada por un apuesto instructor de esquí, que en aquel depósito de chatarra abandonado en medio del desierto.
Además, ni siquiera sabía por qué los estaba buscando. Si alguien debía estar enojada era ella. Les había brindado su confianza, les había abierto las puertas de su vida y, al final, como el 99 por ciento de la gente, la habían traicionado.
Bueno, "traicionar" quizá era una palabra un tanto fuerte y tanto como abrirles las puertas de su vida... más bien, ella se había metido por la fuerza en SUS vidas. Como un equipo SWAT con un ariete, había derribado todas las defensas del pobre chico para instalarse en su sala, tomarse sus cervezas y apoderarse del control remoto de la televisión, todo aquello figurativamente hablando, claro está.
Pero no solo eso, esperaba, además, que el pobre otaku no hiciera preguntas ni tuviera dudas. Todo a cambio de un par de dibujos hentai que le "regalaba" de vez en cuando y que ella no se demoraba más de una tarde en hacer.
Sí, sí sabía por qué los estaba buscando: se sentía culpable y mucho.
No se veía nada, pero el péndulo nunca se equivocaba. Lo había construido exactamente con los materiales y el proceso que le mostró la Clé des Ombres; no había sido fácil —en especial la parte de usar una gota de agua del manantial de Hipocrene, a los pies del monte Helicón— pero al final, lo había hecho.
El pequeño artefacto estaba diseñado especialmente para buscar "detrás del espejo", gracias a eso había encontrado al querubín en el Sótano de Diaconescu e incluso a las jodidas Virtudes...
Más que un ruido fue la sensación de un ruido, como cuando tu cerebro insiste en que escucha el maullido de tu gato perdido afuera de tu ventana, aunque en realidad no está ahí y jamás lo volverás a ver.
—Nada, otra vez —suspiró resignada. No esperaba ni quería encontrar a un fugitivo; sabía que no tenía oportunidad alguna ni siquiera contra el más débil de ellos, sin embargo, esperaba que...
¡Un grito de guerra y el estruendo de metal reventando!
La temperatura se elevó el doble en un segundo cuando aquel fulgor anaranjado se elevó por encima de las enormes pilas de autos desguazados.
Un nuevo estruendo y la destartalada grúa magnética con que levantaban la chatarra se tambaleó peligrosamente.
Debía correr. Salir de ahí, pero, obviamente, no lo hizo. Exactamente a eso había ido.
Echó a correr justo hacia donde una pila de autos se derrumbó, causando un pequeño efecto dominó en la dirección contraria de donde Luzy se encontraba.
Dio un par de vueltas más en aquel laberinto de hierro, caucho y vidrios rotos... ¡apenas alcanzó a detenerse! Un afilado disco de oro y plata rebanó sin problemas capas y más capas de metal oxidado antes de pasar un milímetro frente a su nariz, para después desvanecerse en el aire.
Con cuidado, se subió a un viejo camión escolar y caminando medio a gachas pudo observar la caótica escena.
Una enorme figura metálica salió proyectada hacia atrás, luego de recibir un poderoso puñetazo de una figura mucho más pequeña, de corta cabellera iluminada por una luz azulina, vestida con ropa sucia y raída que no combinaba de ninguna manera.
La figura metálica, de algo así como dos y medio metros de altura se levantó tan rápido que Luzy apenas pudo verla. El ángel más pequeño detuvo con los antebrazos frente a su rostro un golpe que habría despedazado una montaña.
El impacto no logró derribarla, pero la hizo retroceder hasta quedar acorralada entre varias pilas de autos, mientras la figura más grande se le iba encima con el puño en alto.
Estaba hecho de hierro sólido, pero no hacía absolutamente ningún ruido al moverse. Preparada para todo, Luzy tomó un par de binoculares que llevaba con ella y fue entonces que pudo darse cuenta de que la criatura no tenía rostro, el frente de su cabeza era sólo una brillante placa de bronce con un ángulo que la recorría de arriba a abajo justo en el centro.
Sin esfuerzo aparente, Debriel giró sobre su propio eje justo un parpadeo antes de que el golpe conectara contra su cabeza. El Dominio se fue en banda y golpeó una de las pilas de chatarra. El ángel quedó sepultado bajo varios cientos de kilos de metal oxidado, pero Luzy estaba segura de que aquello no duraría mucho tiempo.
—¡Mierda! —masculló Debriel, al tiempo que un incipiente resplandor comenzaba a surgir de entre la montaña de fierros retorcidos que había sepultado al ángel de hierro y bronce.
¡No supo cómo llegó ahí! Sólo sintió un tremendo jalón y cuando se dio cuenta estaba casi en el perímetro del enorme depósito de chatarra. Sintió ganas de vomitar, pero logró controlarse...
—Quédate aquí —le ordenó Debriel con las manos apoyadas en sus rodillas, jalando aire desesperadamente —Ni siquiera se te ocurra acercarte o las dos vamos a terminar muertas.
Por supuesto que no pensaba obedecer. Con toda la velocidad que le permitieron sus regordetas piernas —que no hacían ejercicio más que para bailar hasta la madrugada en el antro de moda—, Luzy consiguió treparse a la grúa casi en el centro del chatarral.
Ni siquiera tuvo que sacar sus binoculares. La pelea muy pronto los llevó exactamente al espacio relativamente despejado frente a la grúa. Las pilas de autos en la mitad sur del chatarral habían desaparecido, dejando en su lugar una resplandeciente laguna de metal líquido, mientras las alas del Dominio todavía emitían un resplandor rojizo.
Debriel realizó tres rápidos disparos con un enorme revolver plateado, casi tan grande como la Desert Eagle, pero de cañón corto.
—Eso es nuevo —susurró la chica, sin dejar de observar la pelea.
El Dominio consiguió esquivarlos todos, pero la Desert Eagle apareció en la otra mano de la Potestad, quien realizó un solitario disparo, justo a donde su rival se había movido.
El disparó de la DE atravesó de lado a lado el pecho de la criatura y casi de inmediato, una extraña vibración inundó el ambiente, obligando a Luzy a cubrirse los oídos, inútilmente.
En un parpadeo, dos pares de alas hechas sólo de luz, pero cada una con un gran ojo de bronce en el extremo, surgieron de la espalda del Dominio. No bien las alas se extendieron en toda su longitud, los ojos se abrieron y lanzaron cada uno una llamarada, demasiado rápida para que incluso Debriel la esquivara.
Su ropa se desintegró por el inmenso calor y el ángel parecía un tanto aturdida mientras el Dominio la embestía como un toro de lidia.
En "modo pánico", Luzy comenzó a apretar botones, jalar palancas y girar diales, esperando que algo se moviera o se encendiera, con la esperanza de distraer al enemigo lo suficiente como para que su amiga se recuperara.
Dos nuevos disparos se escucharon mientras la enorme máquina se sacudía y empezaba a vibrar como si estuviera a punto de desintegrarse. Luzy levantó la vista y vio al ángel de hierro sujetar a su amiga de un pie, azotarla en el piso y luego dejarse caer sobre ella soltando repetidos puñetazos que hacían saltar las pilas de autos en todo el chatarral.
El Evangelio de los Cuatro Reinos decía que un solo Dominio podía vencer en combate al mítico Behemoth. Quizá ni siquiera estando en su propio universo Debriel habría podido vencer a un Dominio; tan lejos de casa y sin sus alas... sus esperanzas eran casi nulas.
Tres disparos sonaron en rápida sucesión y una bala reventó el cristal de la cabina donde Luzy seguía apretando botones con absoluto frenesí, hasta que... ¡Ambos rivales se elevaron como si una mano invisible los hubiera levantado! Tomado por sorpresa, el enorme electro-imán de la grúa atrajo al Dominio en un segundo, mientras la criatura sostenía a una muy desnuda Debriel de un pie.
Fue algo extraño de ver, la mano de la Potestad pareció desaparecer detrás de una cortina, al mismo tiempo que una sombra se solidificaba alrededor de su cuerpo, formando un largo rosario con cien cuentas de madera.
¡El motor de la grúa se apagó! El electro-imán perdió potencia y esta vez fue el turno de Debriel de revolverse como un gato cayendo para colgarse de su rival y evitar que escapara. Nunca supo en qué momento su amiga insertó la cuenta en la recámara de la Contender, pero de repente sonó un solitario disparo.
La cuenta atravesó la espalda del ángel de bronce, pero no bien salió por su pecho... fue como si lo jalara, el metal se estiró en un delgado embudo y fue metiéndose rápidamente en la cuenta.
En dos parpadeos, la enorme mole del ángel estaba por completo contenida en la pequeña canica de madera y un instante después, el cuerpo de Debriel impactaba contra el suelo.
***
Olía a cabello chamuscado y un montón de heridas menores y moretones se alcanzaban a ver a través del polvo y la suciedad que Debriel había acumulado durante la batalla, uno de sus dedos estaba doblado en el ángulo opuesto y le salía sangre de la nariz y la boca.
—¿Qué haces aquí? —preguntó el ángel bruscamente, sacudiéndose el polvo.
—De nada —espetó la chica extendiéndole un paquete de pañuelos desechables que sacó de su mochila.
—No necesitaba tu ayuda —reclamó Debriel, al mismo tiempo que jalaba el dedo para colocarlo en su lugar.
—Dejaron un cráter donde el Dominio te estaba martillando contra el suelo, pero seguro que no —respondió Luzy, sarcástica —ven, tengo algo de ropa en el Jeep.
Debriel se detuvo un momento, clavando una inquisitiva mirada en la regordeta figura de la chica que se alejaba sin siquiera voltear atrás y fue entonces que se dio cuenta de que estaba absolutamente desnuda.
***
—Llevo casi dos meses buscándolos —reclamó Luzy mientras sacaba un compacto bulto de la caja trasera del vehículo —¡Siete semanas! Encontré a otro Querubín, a un Principado, a un Grigori, ¡casi me come una manada de Potestades! Y ustedes, ¿dónde demonios estaban, eh?
—¡Qué te importa! —espetó Debriel, arrebatándole la bolsa a la joven.
¡Una bofetada resonó en todo el desierto! Luzy le arrebató la pequeña bolsa transparente al ángel, clavando en ella sus furiosos ojos violeta. Gruesas lágrimas comenzaron a resbalar de sus mejillas, enrojecidas por el sol del desierto y luego se abrazó con toda su fuerza de Debriel.
—¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Perdóname! —suplicó llorando a lágrima viva —Yo... yo sólo quería... no sé... no sé qué quería ¡Pero no era eso! No quería lastimarlos... ni que los lastimaran ¡Yo nunca les haría daño! ¡Por favor, perdóname!
Con un gesto de dolor, Debriel le devolvió el abrazó a la chica.
—Yo... yo también tengo que disculparme, me porté como una idiota —admitió el ángel devolviéndole el abrazo a la jovencita—. Quería protegerte, protegerlos, y al final fui yo la que les hizo daño.
—Ten, vístete —dijo Luzy, soltándola y devolviéndole la bolsa bruscamente —no puedes andar por ahí así nada más, como Dios... el Alfa y Omega te trajo al mundo... me robarías toda la atención.
Debriel tomó la bolsa con una media sonrisa, mientras Luzy sorbía la nariz y sacaba un pequeño espejo redondo para retocar su maquillaje.
—Míranos, llorando como dos niñas chiquitas —dijo la joven —me imagino que Félix ha de estar asqueado de tanta ternura... eso o se está masturbando por haberme visto abrazándote desnuda ¿Puedes traerlo? Un momento nada más. Muy rápido. Me gustaría disculparme en persona con él.
Terminando de ajustarse el overol rosa con un logotipo de "Barbie", que le quedaba un poco ajustado, Debriel suspiró pesadamente.
—Sí, pero no aquí —respondió Debriel, visiblemente nerviosa —o más bien, no todavía, hay algo que debo hacer primero.
—No me tomará mucho tiempo... —intentó pedir Luzy.
Debriel le devolvió la mirada a la joven, como tratando de adivinar qué tanto sabía.
—Lo entiendo —respondió simplemente, subiendo al jeep —pero hay algo que... sólo apresúrate, entre más nos tardemos más peligroso será para todos.
Con un pesado suspiro de resignación, pero sin una palabra más, Luzy arrancó y siguió la polvosa vereda que se alejaba de aquel depósito de chatarra en medio de la nada.
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