Epílogo

EMMA 

Muchos hablan del destino como si fuese algo que no se puede elegir. Dicen que las cosas pasan porque así deben ser, aunque puedan ser dolorosas o incluso crueles; sostienen que así está predestinado a que suceda, sea un milagro o una fatalidad.

Sinceramente no sé si realmente creo ciegamente en el destino. Tal vez sí existe, porque realmente yo estaba destinada a ser lo que soy ahora, una híbrida, terminase como terminase —incluso si hubiese caído como lo hizo Theodel—. No me iba a quedar como una humana por siempre y mi edad se iba a detener.

Tal vez siempre estuve por el camino de buscar mi verdadera identidad, sintiéndome rara con mi entorno de compañeros y así mismo ellos rechazándome por puro instinto.

Pero si me remonto un poco más para el pasado, ¿qué hubiese pasado si Aeraki y Hunter no se hubiesen conocido? ¿Si hubieran escapado antes? ¿Si mi madre no hubiese estado comprometida a casarse con Theodel, generando un mayor interés en ella? ¿Qué hubiera pasado, primeramente, si Theodel no hubiese existido nunca?

¿Y si yo no conocía a Owen, y en su lugar venía un ángel como Oracles en mi búsqueda? ¿Si Josha no me hubiera cuidado? ¿Si Owen no hubiese querido conocerme? ¿Si yo no hubiera luchado por el equilibrio de mis naturalezas?

No solo el destino es quien determina qué nos pasará, qué o quién seremos, sino que también nuestras decisiones e, incluso, las del entorno nos influya en el camino. Seguramente tiene parte de ambas, que colaboran entre sí.

—Señorita Cusnier, ¿está usted escuchando la clase? ¿Qué fue lo último que dije? —interrumpe la profesora en mis pensamientos, dejándome volver a la realidad que me rodea. Último año de secundaria, sentada en el mismo banco que Celina, y ese mismo al lado del pupitre de Owen, que sonríe al verme perdida buscando una respuesta que no sé porque no estaba prestando atención. Belén y Gala hacen silencio de repente al escuchar a la profesora comenzar con las preguntas y las vea hablando.

Estoy de vuelta en el colegio, de vuelta a mi vida... parcialmente normal, lo más normal que podría estar.

«Dijo que la epistemología es una rama de la filosofía», la voz de Owen resuena en mi mente, pasándome la respuesta.

—Qué la epistemología es una rama de la filosofía —le contesto fingiendo que su pregunta no me tomó por sorpresa.

—Bien. Bueno, sigamos... —dice la profesora, continuando con su clase.

«¿Lo ves? Es útil que estemos conectados», vuelve a enviarme un mensaje mentalmente.

«¿Por qué me lo dices? Si fue mi idea que nos unieran otra vez. Es necesario, nunca se sabe cuándo lo necesitaremos...».

«¿Para pasarte respuestas del cole, eh?».

«Oh, cállate».

Ladeo mi cabeza y observo a Owen apuntar algunas palabras en su carpeta. ¿Quién diría que Owen Liv, el ángel rebelde que alguna vez fue antihumanos, esté estudiando el último año de instituto con total entusiasmo? Me río en voz baja para no ser pillada por la profesora y codeo a Celina.

—Hoy la veré —le digo.

—¿A Ayra? —se entusiasma ella—. ¡Dile que la tía Celina le envía saludos!

—¡Casas! ¡Pero será posible! ¿Qué les pasa hoy, alumnas? Nunca me traen problemas... —empieza a decir la profe pero el timbre de salida corta su sermón. Ella sacude la cabeza como negando y sonríe. —Nos vemos el próximo viernes.

—Lo siento —le digo a la profesora—. Hoy tengo un día bastante agitado...

—¿Qué clase de día agitado puede tener siendo una adolescente de 17 años? —me cuestiona ella.

Uff, si ella supiera.

Owen me toma de la mano antes de salir del aula y vuelve a sonreírme, mostrándome el pequeño hoyuelo que aparece en sus mejillas.

Caminamos, mis tres amigas, Owen y yo hasta la salida del instituto, donde me despido de ellas con un abrazo.

—¡Nos vemos el lunes que viene! —les digo volviendo a tomar la mano de mi ángel.

—¡Qué cursi que eres, Owen! —le grita Gala, empujándolo de broma— ¡Suerte hoy! —agrega con su potente voz.

Owen pone los ojos en blanco y me da un beso en la mejilla.

Me sorprende que ellas hayan podido aceptar el mundo que me rodea con todas sus diferencias incluidas. Aunque al principio hubo incertidumbre, ahora, que casi terminamos el año, las chicas prácticamente me piden que las lleve a su casa volando. Claramente eso no lo puedo hacer, pero el pedido siempre está.

Mis padres también aceptaron mi mundo, aunque igualmente me protegen mucho de él. Se preocupan cada vez que debo viajar al Cielo con Owen por algún asunto: no los culpo, para nada. Han conocido a Josha, a su esposa y a Ayra. Incluso mi pequeña hermana se quedó una noche en mi casa, un día que Owen también vino conmigo, por si a Ayra se le ocurría hacer alguna locura con magia o energía. Mis padres se enamoraron de ella, pero entendieron que no podían cuidarla. Ella está bien... diría que más grande, pero estaría mintiendo. Tal vez en diez o veinte años pueda decir que creció un poco.

Emmanuel, por otro lado, está muy atareado en el Cielo. Siempre que tengo tiempo lo visito para ayudarle con lo que sea: resulta que los prejuicios que tenían los dos pueblos sobre ellos serán difíciles de olvidar para muchos.

Owen y yo tomamos el bus como dos humanos ordinarios, aunque no lo seamos realmente. Llegamos a mi casa luego de media hora, donde mi madre tiene el almuerzo preparado.

—¿Hoy verás a Ayra? —me pregunta en el medio de nuestra conversación.

—Ajá —digo—. Hoy la veremos. ¿Quieres venir?

—¡Oh, no, no! Vayan ustedes, cariño —incita mi madre—. Mándale saludos a la pequeña de mi parte.

—Lo haré —contesto sonriéndole y pruebo otro bocado del almuerzo.



—¡Emma! —exclama Steven cuando me ve pasar por la puerta de su casa. Corre hacia mí y, como si no le costase, me levanta del suelo y da una vuelta conmigo en sus brazos.

—¡Oye, estás más fuerte! —suelto y él comienza a reírse a carcajadas.

—Un poco de entrenamiento en el gimnasio —dice rascándose el cuello—. Ya sabes...

—Hola, Steven —interrumpe Owen, haciendo que su medio hermano me baje al suelo.

Hey —dice el aludido—. ¿Todo bien?

—Por supuesto —ríe nervioso Owen y me abraza. Steven achica un poco los ojos hacia él y atrapa su labio inferior con los dientes. Ninguno de los dos agacha la cabeza ni corta aquella batalla de miradas.

—¡Oh, Emma, debo decirte algo...! —se sobresalta Steven, como acordándose de algo.

—¡¿Qué le dirás?! —pregunta Owen, fuera de sí.

¿Y a este qué le pasa? ¿Por qué tantos nervios?

—¡Ayra dijo su primera palabra! —sonríe Steven, ignorando la actitud de Owen—. ¡Y adivina! ¡Dijo mi nombre!

—¿Qué? ¡Pero si yo soy su hermana!

Steven me saca la lengua. —Mala suerte, nena.

—¿Dónde está ella?

—Debe estar en la sala con mis padres. Ven —dice Steven y comienza a caminar por la casa que yo ya conozco por todas las veces que vine a visitar a Ayra. Tiene varias habitaciones, dos grandes y dos pequeñas, un fondo con un par de árboles frutales donde Ayra a veces juega bajo su sombra.

Miro a Owen, que se decide si venir o no, todavía le parece extraño ver a su padre con otra mujer. Camino a la par de él, sonríendole, aunque él parece estar en otro mundo.

—¡Hola, Emma! —saluda Mónica, la madre de Steven, dándome un cálido abrazo—. Hola, Owen —le habla a él, que solo asiente. Ella parece estar cercana a los 40 años, haciendo una completa diferencia con Josha, que parece de 20. Supongo que debe ser triste para ellos ver que el tiempo los separa; aunque si lo están, realmente no lo demuestran.

—Hola —nos sonríe Josha con la pequeña Ayra en brazos.

Voy deprisa hacia ella y la levanto. —¡Hola, pequeña! —digo haciéndole cosquillas—. ¿Así que sabes decir el nombre de Steven?

—Ste-ev —murmura ella entre pequeñas risitas.

—¡Oh, ahora deberás aprender el mío!

¿Me pareció ver o en verdad mi pequeña hermana negó?

—Es muy terca —dice Josha tocando mi hombro—. No lo dirá hasta que ella decida que debe hacerlo.

Tan parecida a Aeraki...

—¿Se quedan a comer o tienen algo para hacer, chicos? —nos pregunta Mónica.

—Sería un gusto quedarme a comer con ustedes —le digo a Mónica. Josha carraspea detrás de ella, haciéndole una especie de gesto, mientras que Steven grita desde la cocina que ya se comió gran parte de la comida.

—No creo que podamos —le dice Owen a Mónica.

Observo a Owen con desconcierto. «¿No nos quedamos?», pregunto a su mente.

«No», responde él. «Necesitamos ir a otra parte luego de aquí».

«¿Adónde?».

Owen me guiña el ojo y pone un dedo sobre sus labios, haciendo la señal de que haga silencio. «Es secreto, Honey».

—Es más —agrega el ángel en voz alta—, ya se nos hace tarde. ¿Vamos, Emma?

—¿Adónde? —vuelvo a repetir pero en voz alta.

—Al Cielo, Emmanuel nos necesita para algo. Él tampoco me dijo qué quiere, así que no sabría decirte —me explica, aunque por alguna razón no le creo...

«No te miento», dice en mi mente. «¿Vamos?».

Pongo mis ojos en blanco. —Sí, vamos.

—Emma... —se acerca Steven a mí para abrazarme—. Te quiero.

Me sonríe mostrándome todos sus blancos dientes perfectos. Saludo a Josha y a Mónica, y luego abarazo a la pequeña Ayra.

—Nos vemos pronto, bonita —le susurro después de darle un beso en la manita, ella responde tomándome de un mechón de pelo y tironeándomelo entre carcajadas.

El Cielo está calmo, a diferencia de otras veces que parecía hecho un caos. El portal nos deja en un lugar diferente esta vez: estamos al lado de una cascada que cae sobre un lago que baja desde las montañas, y al pie de este el bosque comienza a expandirse. Jamás había visto nada igual de hermoso, tan silencioso y pacífico.

El verde predomina a mi alrededor, y aquel color parece brillar por el sol del atardecer, tiñe el bosque de un anaranjado, dejando algunos destellos haciéndose presentes en este sitio.

Unos brazos pasan por debajo de mis hombros, uniéndose en mi estómago. Siento el cuerpo de Owen detrás de mí y su mentón colocarse arriba de mi cabeza, dándole un beso antes.

—Esto es hermoso, ¿no? —me pregunta él.

—Creo que el portal falló —le digo a Owen, cerrando los ojos ante su tacto—. Pero es una hermosa vista.

Owen me suelta de su abrazo para darme la vuelta, cuando quedamos de frente, él une nuestros labios.

—Ahora la vista es mucho mejor. —Su boca vuelve a atrapar la mía, pero esta vez con más pasión; no nos separamos hasta que el aire comienza a faltarnos, y aun así continuamos el beso, profundizándolo, haciendo danzar nuestras lenguas. Recorro con las puntas de mis dedos su abdomen oculto por su remera, pero aun así marcado. Sus manos se dirigen a mis caderas, para presionarme más contra su cuerpo, suelto un jadeo a sentir su erección y paso mis manos por atrás de su cuello, aferrándome a su cuero cabelludo, jugando con él mientras hacemos el amor con un solo beso.

Owen, de pronto, se balancea hacia atrás y deja caerse sobre el césped, atrayéndome contra él en la caída. Me sostiene antes de que me golpee fuerte contra él, aunque Owen sí se gana un gran porrazo. Una vez que se asegura de que no me golpearé, me deja caer sobre él y se empieza a reír.

—¡Pero tú estás loco!

—Ven aquí —murmura.

Me acomodo en el cuerpo de Owen, usando su pecho como almohada. Ambos nos quedamos callados, calmando nuestras respiraciones, observando las estrellas aparecer arriba de nosotros.

—Tengo que preguntarte algo —suelta súbitamente.

—Pregunta entonces —le contesto.

El corazón de Owen, que late contra mi oído, se acelera a un nivel desmedido. Estiro una mano para acariciar su rostro, y él sonríe contra ella.

—Dime, Owen.

—¿Quieres casarte conmigo?

Me quedo helada ante su pregunta.

—¿Casarnos?

—Aquí, como lo haríamos en nuestro mundo —dice casi con un balbuceo. ¿Dónde quedó mi Owen seguro de sí mismo? Él comienza a temblar y mirarme con miedo: miedo a qué pueda contestarle. Comienzo a trazar pequeños círculos en su abdomen para ayudarle, y eso parece relajarlo un poco.

—¿Cómo es el casamiento aquí? —quiero saber.

—Debemos unir nuestras manos con energía —suelta un suspiro y escucho una sonrisa en su voz—. Y esa energía que se forme entre los dos, soltarla para que vuele hacia las estrellas. —Owen alza su mirada hacia aquellos astros luminosos. El cielo ya ha oscurecido suficiente y la esplendorosa luna se ve muy cerca de nosotras. Ella, con la compañía de las estrellas, ilumina los ojos de Owen, haciéndolos brillar con expectativa. —Dicen que ellas son testigos de las uniones —sigue él—, que cada una es la energía de una pareja de ángeles unida.

—Eso es hermoso —le susurro, sintiendo su respiración más calmada.

—Sí, aunque la ciencia...

—Shh, olvida la ciencia —juro que en este momento no puedo dejar de sonreír. Este momento no puede estar pasándome, tan tierno y romántico. Sin embargo lo está. Owen está a mi lado, esperando una respuesta. Y nosotros estamos en el medio de un manantial, de un pequeño paraíso propio. Ya sé qué le responderé, y eso me da un vértigo terrible, pero estoy segura de mi decisión.

Después de cada muestra de amor, de todo lo que pasamos...

Ruedo, quedando al lado del cuerpo de Owen, que sigue tendido en la hierba. Con toda la agilidad posible, me pongo de pie. Sonrío a Owen desde la altura y le tiendo una mano.

—Me quiero casar contigo —le respondo.

Owen suelta aire y vuelve sus ojos hacia mí, con grata sorpresa. Toma mi mano y le ayudo a ponerse de pie a él también. Ni bien quedamos uno en frente del otro, él extiende sus brazos y me abraza como solo él sabe hacerlo, dándome aquella seguridad que me transmite.

—Sé que suena cursi, aunque sea una tradición y...

—Quiero hacerlo —le corto.

—Te amo demasiado. Emma, sé que puedo ser idiota a veces, sé que no soy perfecto, sé que me conociste roto... Pero tú me haces ser alguien mejor, tú haces que sienta que vale la pena mi existencia en el mundo, me haces ver todo de otra manera. Me haces feliz, Emma Cusnier. Cuando una vez te dije que tú eras mi oasis, no lo dije adrede, es cierto. Contigo aprendí que los sentimientos no eran malos ni una maldición como creía, gracias a ti pude aprender a amar. Yo nunca me sentí realmente cómodo en el Cielo, pero ahora que tú estás me doy cuenta del porqué: el único Cielo al que yo pertenezco es el tuyo.

—Contigo aprendí muchas cosas, Owen. He vivido muchos de los momentos más indispensables de toda mi vida, y siempre estuviste a mi lado. Me quisiste a pesar de que toda tu formación te gritara que no debías dejarte llevar por los sentimientos —siento estar al borde de las lágrimas. —No te puedo explicar cuánto te quiero, Owen, cuánto te amo. También tú eres el Cielo al que yo quiero pertenecer.

Como él dijo anteriormente, nuestras manos se cargan con brillante energía, que resplandece aún más cuando las unimos. El resplandor que se genera por nuestra unión es intenso, pero no molesta a la vista: es la sensación más cálida que alguna vez pude sentir. Los ojos azules de Owen me observan muy atentos, completamente conmovidos.

Como si ambos supiéramos que el momento llegó, soltamos la energía y esta sube, alejándose de nosotros dos, perdiéndose entre las constelaciones. Y, tal vez, convirtiéndose en una nueva estrella que resplandecerá tanto como lo hace nuestro amor.



FIN



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