Capítulo 28
EMMA
Todo lo vivido, tal vez, colapse en unos minutos. Toda mi vida se resumirá en el próximo instante. Tanto si lo hago bien como también si fallo. El futuro depende del producto que consiga. Pero es lo correcto, así debió ser desde el principio. Sé que Owen, aunque finalmente aceptó lo que yo quería, no podría perdonar que me pasase algo, como yo no me perdonaré todas esas vidas que están siendo arrebatadas en este preciso momento, los demonios que ya comenzaron a luchar contra los ángeles que solo siguen las reglas de Theodel.
En las guerras todos perdemos y el ganar es solo una ilusión.
Solo pregúntate: ¿qué estás dejando atrás al, supuestamente, triunfar? ¿Qué estás sometiendo para conseguirlo? ¿A cuántos haces feliz?
La violencia no trae consigo alegría; y el que se alegra gracias a la violencia, está totalmente fuera de quicio. Psicótico.
Como Theodel.
No me gustan las guerras; nunca creí que viviría una, mucho menos en este contexto. Pero heme aquí. Sí, aquí y ahora. Y lo más irónico, yo soy una de las pioneras, la gente cree que sé lo que hago, que seguirme es lo correcto. Que soy la futura causa de paz. ¿Y yo qué espero? Que esta gran pesadilla termine de una vez. Que el sufrimiento simplemente se vaya cuando esto acabe. Para que eso pase, tenemos que vencer.
Pero no todos piensan lo mismo, y ahí afuera, mientras yo soy llevada por estos vengadores, muchos ángeles que creían en los cuentos de los Conservadores están siendo asesinados. Asesinados por los míos. Sé que, a pesar de haberles dicho que intentaran no lastimar, les será imposible. Es su vida o la de ellos. Una decisión egoísta. Pero, ¿acaso la guerra no es egoísta también?
«¿Qué hago yo en medio de todo esto?», fue mi pregunta. Y aún sigue siéndola. Tal vez me hubiese gustado que fuera de otra forma, pero al parecer nací para esto.
Nunca quise avivar el fuego de un enfrentamiento, ni que los nuestros se enfrentaran a los de ellos, los Conservadores no planeaban una respuesta pacífica. No esperaban simplemente dejar que el equilibrio se reestableciera. No. El precio que ponen ellos, vale sangre.
Me asquea. Pero si algo aprendí, es que debo seguir luchando, conservar la esperanza. Aún no he visto lo peor.
La Emma Cusnier de antes se habría sentido intimidada ante la locura de Theodel, se hubiera preguntado cómo podía existir alguien semejante, con tanta maldad encima. Hubiese deseado correr lejos, llorar y encerrarse en sí misma a escribir mientras nadie la veía. Ella no había sido capaz de entender cómo él podía ser de despreciable, ni cómo la gente sometida a su poder, podía desear más la muerte segura, que ser prisioneros en vida.
Si algo queda de esa chica que una vez fui, es que tampoco habría sido ninguna cobarde. Habría caído en una laguna de lágrimas, para levantarme luego con energía recargada. ¿Podría luchar contra él? Lo dudo, pero hubiese hecho lo posible, aun siendo débil y no teniendo poderes.
Tal vez estoy exagerando, porque he comprobado que, a pesar de todo, yo sigo siendo aquella chica que ignoraba lo que sucedía a su alrededor y se encerraba con la poesía. Sí, definitivamente ella sigue dentro de mí. Pero ahora no es momento de hacer una introspección. Estoy enfrentando a mi destino.
Tenía miedo de mí misma, eso ya se sabe. Y aún lo tengo. Digo, no sé si llegará ese día en el que controle realmente mis emociones. Mi parte demoníaca casi se ha completado, muchísimo más que la angelical. La oscuridad me rodea. Y aunque he visto con mis propios ojos —y sobre todo en los recuerdos de mi madre— que, a pesar de lo que representan los demonios, no son como los pintan —al menos, no a la mayoría—, ese flujo de poder puede ser negativo en mí. Me altera, me hace más pasional, más brusca, y es difícil ejercer control en mí o mis poderes.
Los demonios no podrán tener ese equilibrio emocional que poseen los ángeles; tienden a equivocarse, a dejarse llevar por sus emociones. Y eso me hace pensar qué tan parecidos son con los humanos. Además que... ¿Acaso los ángeles son perfectos? Al parecer, todos tenemos que aprender. Pero es complejo para muchos reconocer sus errores, así que resulta más fácil poner a los demás como seres inferiores y marcar sus defectos, simulando la perfección. A la mierda con eso. Muchos de los ángeles no pueden sentir emociones, y creo que ese es el peor castigo de todos.
¿Será por eso que los demonios han sido vistos como malvados? ¿O habrá sido el temor a su magia el que los separó de los ángeles? Al parecer muchos de ellos simplemente han sido despreciados por ser diferentes, por desear la libertad. Ellos fueron considerados abominaciones, cuando en realidad, los monstruos son los que catalogan y desprecian. Los que ven a todos desde arriba, sin siquiera tener intención o sentir necesidad de ponerse en el lugar del otro; y, de hacerlo, no sentir ni una pizca de remordimiento.
Y sé quién es así.
La pregunta de qué hubiera pasado si jamás hubiese conocido a Owen Liv retorna en mi mente. ¿La respuesta? Aún no lo sé. No creo que habría logrado escapar de esto, después de todo, siempre fue mi misión. Resulta gracioso saber que muchos esperan que yo haga algo que cambie sus vidas, y que creen que soy fuerte. Yo no soy fuerte, pero intento serlo. Y sería hipócrita si dijera que no tengo miedo. Estoy aterrada.
Pero la verdad y el equilibrio dependen de lo que siga a esto, y es necesario no titubear; es necesario estar alerta, estar segura de cada paso que doy. Es necesario saber que, si tengo que morir por la libertad de todas esas personas, debo hacerlo.
Theodel. Aquél nombre tan fácil de odiar, tan difícil de pronunciar en voz alta por la maldad que desprende. Él es mi pesadilla, la de muchos demonios e, inclusive aún más, la de los ángeles que acatan sus normas. Debo acabar con él. Si no lo hago, Theodel lo hará conmigo y todo habrá sido en vano. Yo debo convertirme en su sombra, en su laberinto del terror. Ser el agua que apaga las llamas, o el sol que marca un nuevo día, dando por finalizada la noche. Él mató a mis padres, arruinó mi vida varias veces. Por él dejé a mi familia, a mis amigos, a todo lo que conocía; viví en una cueva por un tiempo, aprendí a ser fuerte, estuve en guerra conmigo misma, fui encerrada en el mismísimo cielo.
¿Cómo rendirme ahora?
Soy arrastrada por un gran pasillo del enorme castillo del jodido arcángel supremo. Teniendo en cuenta el miedo que me tienen, son pocos mis escoltas, aunque muy brutos. Unos más que otros. A los dos primeros que me tomaron y me tienen aferrada de los brazos se le sumaron cinco más. Siete en total. Dos adelante, dos amarrándome y tres atrás. Los que me sostienen son bruscos, sobre todo el de la izquierda, siento en sus toques el desprecio que dirige hacia mí; el de la derecha, aunque no es dulce, duda... Siento un ligero temblor, pero luego pasa a los segundos. Los de adelante solo lanzan predicciones de cómo moriré o qué me harán, se divierten de esa forma. Dos de atrás me pinchan cada algunos pasos, los reconozco porque cada vez que lo hacen me gritan cosas, y su compañero, también de atrás, a la izquierda, sin embargo, está callado. ¿Estará preocupado por su familia? ¿O querrá marcar una distancia y festejar cuando todo esté seguro? De todos, me parece el más sensato. Ellos llevan trajes plateados y tienen el símbolo de los ángeles en el atuendo —igual al que tengo en mi espalda, impreso como por arte de magia en mi piel—. Los vengadores llevan casco, así que no puedo ver sus rostros, ni sus ojos como para leer sus expresiones. Pero creo que eso simplemente haría más cruel este acto.
Ese fue el plan: dejarme capturar, sabiendo que me llevarían directamente con Theodel. Emmanuel dijo que pondría soldados que me protegerían, y que rodarían el castillo, que de estar en problemas me comunicara con Owen.
—¡No te detengas, bestia infernal! ¡Sigue caminando! —me grita uno de los ángeles vengadores, yo resoplo. No he dejado de caminar, pero ellos están tan enceguecidos por el odio que buscar un pretexto para gritarme les causa placer—. ¡Ya no podrás resoplar más! Eres horrenda, ¿sabes? No sé qué vio Owen, ni qué hiciste para convencerlo. ¡Él servía tanto, le teníamos confianza!
—Sí, tampoco sé qué les vio a ustedes —menciono, inexpresiva. Siento un pinchazo de una de sus espadas en el medio de mi espalda, grito como si me estuvieran desgarrando la piel, pues así se siente. ¡Maldito! Sin embargo, y en lugar de reaccionar, intento mostrarme inofensiva. Cuánto más crean que me he rendido, menos será la guardia que pongan sobre mí. ¿Qué mejor manera de usar esa superioridad que sienten en su contra?
—¿Qué decías, nena? —comenta irónico uno de atrás, haciendo reír que me tiene del brazo izquierdo—. Me parece muy extraño, teniendo en cuenta tus poderes, que no te hayas defendido aún.
—Es curioso —dice otro de atrás, pinchándome con su arma la espalda—, ella no tiene alas, pero reacciona como un caído al ser pinchada atrás. Le duele algo que jamás tuvo. ¡Qué desastre de la naturaleza!
—Dejemos que Theodel la juzgue, ella no es rival para él y lo sabe —habla, por fin, el vengador silencioso. Su voz, aunque es fría y distante, me suena familiar—. Creo que no debemos subestimarla. —Sí, definitivamente es el más sensato de todos. El que me da más miedo. —Aun así —continúa—, ¿no sienten curiosidad por ella? Digo, ¿qué habrá visto Owen para...?
—Nah. —Corta rápidamente uno. —Ella no vale la pena para pensamientos tan profundos.
No, porque al pensar les entraría miedo. El miedo los paralizaría. El estar paralizados los haría vulnerables. Esa sería mi oportunidad de andar libremente, me daría más oportunidades de luchar contra Theodel... Al menos más de lo que estoy ahora.
—Yo sí me he preguntado eso —comenta uno de mi costado, el de la derecha. Sus ojos verdes, a través del casco, me observan de una forma muy sutil... Un momento.
¡¿Ojos verdes?!
—¿Por qué le tendrá tanto miedo? Digo, es sólo una chica, inclusive si tiene poderes... —termina de decir.
Uno de atrás, que no paraba de pincharme, deja de hacerlo para hablar.
—Bueno, ella es mala para nuestra especie, ¿cierto? Es alguien que jamás debió existir. Los demonios y los ángeles no se mezclan —dice, poniendo énfasis en el no.
—Si jamás debió existir, ¿entonces por qué el Creador dejó que naciera? —pregunta el de al lado.
—B-bueno —admite uno de adelante—, si no fuese mi enemiga, diría que es sexy.
—¡Oigan, estoy acá! —les digo, pero parecen no escucharme.
—Yo no diría eso, decir que Owen no está aquí, pero arrancaría todas tus plumas —comenta el chico de ojos verdes con picardía.
—Da igual —resopla el de adelante—. No podemos permitirnos estos pensamientos.
—Sí, además que ella es como una... Una humana, o un demonio. Ella no puede estar a la altura de la situación. No es sensata, no tiene idea del daño que puede causar. Es inferior a nosotros y... —Empieza a decir el de mi costado izquierdo. Sus palabras causan demasiada rabia en mí, le corto antes de que él pueda terminar.
—¡Sí que puedo ser sensata! ¡Y no soy inferior, solo diferente a ustedes! ¡No es mi culpa que Theodel les haya lavado el cerebro! ¿Podrían tener un tantito, solo un pequeño tantito de tacto, y dejar de hablar de mí? En unos minutos podría morir, ¿pueden tener piedad y dejarme tranquila? ¡No me pinches más, joder!
—Uh... La ángelmonio se enojó —habla uno de adelante.
—Soy humana también —me cruzo los brazos, y el aire se pone tenso, hasta ahora no había hecho movimientos bruscos—. Y tengo un nombre.
—Como sea —farfulla el de mi izquierda.
—Siento que me tengan miedo, no deberían. Es más, ¿realmente están seguros de lo que hacen? ¿Cómo pueden saber que los demonios son inferiores? ¿Alguna vez charlaron con alguno, eh? ¿Alguna...? —No puedo terminar. El de mi izquierda, lanza un puñetazo que va directo a mi cara. Siento el golpe de lleno y temo tambalearme. Por un segundo, tengo el deseo de usar mis poderes contra ellos.
«Todavía no —me digo—. Debo reservarlos».
El vengador, que hasta ahora parece el líder de ese grupo, el que me pegó, sonríe. Una sonrisa desquiciada. Loca. Tiemblo en el lugar. Veo cómo detiene a todos y al segundo prepara otro puño, pero el de atrás —el más callado del grupo— se interpone. Recibe el golpe por mí, pero parece ni inmutarse por éste.
Todo queda en silencio, salvo aquellos ruidos de guerra que vienen de la lejanía.
Mi escolta, el dueño de la mano que tocó bruscamente mi cara, mira con desprecio a su compañero. —¡¿Por qué me frenaste?!
El de atrás no se mueve. —No es nuestra orden golpear a la prisionera. El jefe quiere verle. Ya sabes, no podemos llevarla de a piezas.
—¡¿Y a mí qué me importa qué digan?! ¡Lo tenía merecido! ¡Y tú la defendiste!
—Marklet, solo entiende —dice calmo mi extraño defensor—. No puedes rebajarte a golpearla. Primero, a pesar de todo, es una chica. Segundo, ¿tienes miedo de ella y por eso la golpeas cuando no tiene oportunidad?
—¿Miedo yo? ¿De ella? ¡Jah, claro que sí, hombre! Me da gracia su estupidez. ¡Miedo, puaj! Nunca. ¡Ella puede defenderse! ¿O no, niña? ¡Vamos, usa tus estúpidos poderes!
—No —contesto.
Me toma del pelo, yo permanezco quieta, sin mostrar dolor en su agarre. —¡¿Cómo osas desafiarme?!
—Vamos, Marklet. Terminemos con esto de una vez —le dice uno de sus compañeros.
—Sí, así no la vemos más —escupe y me regala su peor mirada. Yo me quedo inexpresiva mirándole. Tengo cosas más importantes que aquel terrible odio que ¿Marklet? tiene para mí.
Caminamos un poco más por esos lujosos pasillos. De vez en cuando, pasamos por una enorme puerta, o al lado de pinturas antiguas; también por ventanales con inmensas cortinas. Me fijo en los detalles con un dejo de nostalgia, pensando que este lugar podría ser lo último que viera. El piso está trabajado con piedras pulidas. Muy ostentoso.
Muy vanidoso.
Mis escoltas ya no hablan; luego de esa conversación las cosas quedan algo extrañas. Me pregunto por el chico de ojos verdes y me atrevo a mirarle, oyendo un gruñido proveniente de Marklet que no quiere que haga movimientos indeseados. Qué le den. El chico de ojos verdes —que se le notan si pones demasiada atención al visor de su casco— me sorprende mirándolo; de inmediato corro mi vista, temerosa. Dejo colgando mis manos a los costados de mi cuerpo y suspiro. Intento relajarme. Algo toca mi mano derecha. Pero no, no es un arma.
¡El vengador me está tocando! Un momento...
«Emma, ¿te sorprende verme? Debes darle una paliza a ese Theodel».
Joder. Steven. ¡Santa mierda, es Steven!
«¡Oh, por todos los ángeles! ¿Qué haces acá? ¿Cómo llegaste? ¿Cómo puedes hablarme a la mente?», le pregunto mentalmente.
«Fuerza de voluntad y algo de magia de demonio. ¿Puedes creerlo? ¡Uun nefilim en el cielo! Já. Tú y yo hacemos historia, eh. Los indeseados en el lugar menos esperado. También estuve en el infierno, aunque no es como lo pintan, prefiero esto... sin los tíos malos».
«¿El de atrás es Josha?», sonrío deseando que no se note.
«Síp», dice.
«¡¿Ustedes son los soldados que Emmanuel mencionó?! ¿Me vieron siendo capturada? No. ¡Tú me capturaste!»
«Sí, lo sé. Te capturé Emma. No me ves, pero te estoy guiñando un ojo».
Me muerdo el labio para no reírme ante su comentario: estoy feliz. Al menos, no estoy tan rodeada de odio. Pero esto es demasiado, están muy expuestos.
«No pensé que fueran ustedes los que me acompañarían. No tenían que venir. Stev, no debías hacerlo».
«Dije que te protegería Emma. Y no pido que me ames o algo así a cambio, pero no podía quedarme en la Tierra sabiendo que podrías estar necesitando mi ayuda aquí arriba. Así que cuando termines, mínimo quiero un abrazo tuyo».
«¡Dijiste que no querías nada a cambio! Uff, te daré ese abrazo, Stev. Y una regañada también, ¡es muy peligroso! No quería que te pusieras en peligro...»
«Yo respiro peligro. Por cierto, estoy sonriendo. Patéale el culo».
«Lo haré», sonrío inconsciente.
«Owen está loco contigo, me dijo que hablarían luego —hace una pausa—, pero que te dijera que te amaba —se pone nervioso—. Eh... Digo... Que ÉL te ama. Aunque yo también».
Corto la comunicación con él al darme cuenta de algo: hemos llegado a la puerta de Theodel. Hay guardias custodiando. Al verme, fruncen el ceño y estiran sus espadas hacia mí. Sus armas afiladas brillan como sus ojos, sin piedad.
Marklet habla.
—Bien. Llegamos. —Se dirige a los guardias. —¡Tenemos orden de entrar con la prisionera! ¡Abran paso, abran paso ahora mismo!
Los guardias, algo desconfiados, nos dejan pasar, abriendo la puerta aprovechando mi cercanía para intentar tajarme con sus armas. Escucho a Steven rugir.
Y eso es todo. Entro sin permitirme una vacilación al lugar donde volcaré mi destino. Donde mis pesadillas se hacen realidad.
Observo a Theodel con gesto aburrido. Él está mirándome con esos demasiados ojos azules tan llenos de nada, tan helados, que asustan —sin mencionar que todo él grita «¡corre, huye mientras puedas!»—. Permanecemos así por unos segundos. Noto a mis escoltas aproximarse hacia mí.
Theodel no luce como yo me lo imaginaba: grande, imponente, viejo. Sino que es un joven que, si pasara por la calle, te quedarías mirándolo. Tiene su cabello rubio algo largo y sus pestañas son prominentes.
Podría decir, irónicamente, que parece un ángel.
Theodel y los cinco vengadores —y vaya cuántos más pueden venir con un chasquido de dedos— contra mí. Bueno, están Josha y Steven, pero ¡ni loca pelearán con él! Los guardianes cierran la entrada al lugar y un gran eco se hace presente.
Si presto atención, puedo escuchar los ruidos de la guerra que se está dando afuera. Pienso en Owen, temo por él, ¿estará bien?
«Owen...» —susurro mentalmente, sin darme cuenta que fue un mensaje transmitido a su mente.
«¡Honey! ¡¿Hay peligro?! Oh, cielos. ¿Ya estás ahí, no? Amor, sé fuerte, por favor. Te amo, intentaré entrar como sea. Te necesito conmigo... Todo saldrá bien, estaremos bien... Tú y yo...», sus palabras salen muy deprisa.
«Pase lo que pase, necesitas saber que te amo», le digo, también rápido. Pronto, una punzada de miedo llega a mí: Theodel se está acercando.
—¡Vaya, vaya! Así que aquí está: ¡Emma Cusnier! ¡Qué desagradable sorpresa conocerte!
«Estoy definitivamente cerca de ti, Honey. Puedo oír tu mente. Escuché eso, ¡lo mataré ahora mismo! ¡Desagradable su culo!», dice Owen. Yo intento evitar su comentario. Debo vencer a Theodel, pero ¿cómo?
—Tú tan escurridiza. Siempre oculta, siempre bajo las sombras. ¿Cuántos aliados tienes? Pues veo que muchos de mis hombres son traidores, ¿no es así? Emmanuel, por ejemplo, terminó siendo igual que su padre, ¡y yo que pensaba que estaba salvado! Ese mocoso siempre tuvo sueños de grandeza, seguro quiere quedarse con esto —mueve sus manos, como mostrando el gran salón... O el castillo—. Pero Owen, Owen fue quién me sorprendió. Había rumores, pero jamás los creí. Él te odiaba tanto que nunca hubiese pensado que se enamoraría de ti... —una risa siniestra sale de su garganta. —Te pareces a Aeraki, lo he notado con una simple mirada. Hermosa, hermosa y peligrosa. Una combinación explosiva.
Yo aprieto los dientes e intento ponerme en guardia, pero Marklet me tira al piso, poniendo mis dos manos atrás.
—¡Vamos, ayúdame inútil! ¡Ahora, deprisa! —le dice a su aparente recluta, que no es nadie más ni nadie menos que Steven. Él obedece, pero me toma fingiendo, demasiado bien, que presiona fuerte: en realidad, ni lo siento. —¡No te atrevas a moverte, niña, o te daré como hace un rato! ¿Quieres eso? Jefe, aquí la tiene para usted. ¿Qué hacemos ahora?
Theodel se toca la barbilla. Ahora que se ha acercado, puedo observar aún mejor los rasgos. Ojos helados, cara algo ovalada, sonrisa siniestra. Su cabello es rubio y tiene algo de barba incipiente. Sus cejas son claras y abundantes, y su piel clarísima contrasta con su ropaje oscuro. Parece un chico de veinte y pocos, pero sé que su edad pasa el milenio. Hace una mueca.
—Vengador, ¿qué piensa que hace? ¿Dando órdenes que no fueron pedidas? Suelte ahora mismo a la joven y venga para aquí. Usted tiene espíritu de líder —su tono es severo, y aunque analizando la frase no sé sabe si es buena o mala, su voz puede despojar cualquier duda. Marklet comienza a temblar, siento sus manos sobre mí titubeando. De ser tan energético, pasa a ser alguien lento, con mucho miedo. Ya no es él, está sumiso ante el poder de Theodel. —¡AHORA!
Marklet se levanta y dirige hacia Theodel. No me hace falta intentar ver su aura para saber que está totalmente fuera de sí de nervioso. Mucho menos cuando Theodel le mira fijamente y sonríe.
¡Zas! ¡Clap!
El puño de Theodel atraviesa el cuerpo de Marklet en un solo golpe. Marklet no tiene tiempo de gritar. Él está muerto.
—Y eso —dice Theodel con naturalidad— es para que aprendan que las órdenes las hago yo. ¡FUERA TODOS! ¡NO NECESITO A NADIE AQUÍ! Tengo cosas que hablar con ella. A SOLAS.
No quería que pasara tan rápido pero... ¡¡ESTAMOS LLEGANDO AL FINAL!!
Comenten qué les pareceeeeeee....
P.D: ¡HOY HAY MARATÓN!
¡Los amo! :)
-Bri. :)
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