Capítulo 24

STEVEN

Pasar las semanas sin saber nada de nadie apesta. Mi padre no ha vuelto a aparecer, Emmanuel no se ha comunicado, Owen no me ha insultado... Y Emma, bueno, diría que no me ha besado, pero eso nunca pasa.

Hace mucho que no convivía tanto con mi madre. Mónica tiene treinta y seis años, sus ojos son cafés, como también su cabello: de ella he heredado el mío, aunque tenga los ojos de mi padre. Ella es una mujer muy amable, le quiero pero con papá optamos por no meterla en nuestros asuntos. Ella odia saber que creemos eso.

Sabe de la verdad de mi padre —¿cómo no sabría si papá tiene unas enormes cicatrices en la espalda?—. Él, que había bajado del Cielo hacía bastante tiempo y deambulaba solo por la nueva vida que había elegido, conoció a Mónica. Ellos se hicieron amigos ni bien se hablaron por primera vez, y luego de unos meses comenzaron a salir. Éste le contó todo un año después de conocerla,  ella se puso como loca, creyó que papá era un demente y, después de gritarse, en esa locura extraña, me tuvieron a mí. Sí, perturbador. 

Mamá aceptó que mi padre fuera un Ángel Caído, aceptó que él hubiera tenido una vida arriba, dos hijos... Mamá lo amaba, y puedo decir que Josha a ella, aunque también amaba a la madre de Owen y Emmanuel.

Pero el tiempo los separó. Cuando yo era pequeño decidieron que sería muy peligroso que ellos estuvieran juntos, sabiendo cuántos enemigos tenía Josha. Se siguen viendo, de eso estoy seguro. Y no me refiero a únicamente verse, claro. Aunque mamá luce joven, mi padre parece de mi edad, y eso también les complica la situación, naturalmente. 

 El tiempo, literalmente los fue separando.

—¿Entonces no sabes nada de ellos? —pregunta Mónica mientras cenamos mirando la televisión.  Los precios de las cosas subieron bastante.

—Nada —contesto automáticamente.

Me sirvo un poco de jugo en el vaso, salpicando unas gotas en el mantel cuadriculado. Espero uno de los típicos regaños de mamá, ya que la madera se mancha. Pero ella, en cambio, queda absorta en sus pensamientos.

Mamá suelta aire, no me di cuenta que estaba conteniéndolo. —Me preocupa no saber de Josha.

—A mí también, mamá. Estoy preocupado por todos.

—¿Incluso Owen? —pregunta.

—Sí, porque si él está mal, Emma se pondría peor. Así que él también. Todos.

Suspiro. Es cierto.

—Hijo, no quiero que sufras... tal vez debas despegarte de todo ese mundo, ¿sabes? No te hace bien.

—¡Toda mi vida estuve en «ese mundo», mamá! ¡Soy un Nephilim, estoy hasta la cabeza en «ese mundo»! Además no puedo dejar a Emma en esta situación.

—Las cosas no siempre suceden como queremos, pero tampoco porque seas de una forma debes seguir la corriente —dice ella con expresión triste.

—Me iré a correr por la plaza —sentencio. 

—No me gusta que salgas a esta hora —resopla—. Pero yo también iría a descargar energía. Tú... ten cuidado, hijo —advierte ella y sonrío.

Me paro de la mesa diciendo «buen provecho» y beso la mejilla de mamá. Ella ríe un poco y me da una de esas miradas de madre que hacen que el corazón de un hijo se desboque. —Lo haré —prometo—. Ya verás como vuelvo sano y salvo.

Tomo un abrigo, un buzo negro con capucha, y tapo mi cabello con ella. También busco mis auriculares blancos y los enchufo a mi viejo reproductor MP3. —¡Ya vuelvo! —grito cuando estoy saliendo por la puerta de madera.

«En mi casa casi todo es de madera», pienso y río al darme cuenta de eso. «Los pisos, los paneles, las sillas, la mesa, la mesada, el esquinero...»

—¡Vale, pero no te quedes muy tarde, ya está oscuro!

—¡No soy un niño! —bromeo antes de cerrar la puerta, riéndome.

—¡Oh, sí que lo eres! —contesta ella con jovialidad antes de que pase las llaves por la cerradura y las coloque en mis bolsillos. 

La plaza queda justo enfrente de casa. «La Alem» es una plaza muy larga, aunque algo angosta, que dura el largo de tres cuadras. La gente corre mucho por ella en las mañanas y en las noches, mientras que en las tardes es concurrida por familias con niños. Y cuando es el día de la primavera, el 21 de septiembre, en Argentina también es el día del estudiante, y toda la plaza se encuentra repleta de adolescentes que se juntan a hacer un picnic o platicar con otros. 

Con la capucha puesta, mis auriculares en los oídos y el MP3 reproduciendo algo de música comienzo a correr por la plaza. ¿Qué importa no haber calentado antes? De todas formas, si termino adolorido, eso me hará pensar en otra cosa. Mis músculos comienzan a entrar en movimiento, a hacer fuerza, sintiendo como cada célula de mi cuerpo despierta. 

Respiro por la nariz y suelto aire por la boca, mientras que Coldplay suena en los auriculares. Voy a un trote ligero, sabiendo cuánto tiempo me está llevando gracias a cada canción que pasa.

Llevo cinco vueltas a toda la plaza, el sudor se escurre por mi frente pero sigo corriendo. Como si el movimiento me hiciera sentir útil, o vivo. Estoy enseguecido por seguir, por cansar mi cuerpo hasta que solo piense en dormir por unas cuantas horas. Esa sería realmente una pegada. 

El sueño, la cama y yo. Excelente trío.

Gimo por el cansancio pero sigo corriendo. Alguien pasa rápidamente por delante de mí con aire de superioridad y lo maldigo por lo bajo—¡Tortuga! —me grita.

«Si tan solo hubiese estado cuando recién comenzaba, seguro le pasaría».

Y así es como un simple ejercicio se transforma en una carrera de orgullo y ego. Logro avanzar hasta quedar atrás de aquel tipo, ya que su figura anatómica difícilmente puede ser de una mujer. Y si lo es, seguro toma esteroides. 

«Ya casi le paso. Ya casi».

El hombre tiene ropa oscura como la mía, y el cabello es de un castaño claro. No creo que tenga muchos más años que yo. Muevo mis piernas un poco más, sintiendo un temblor en ellas por la sobre excigencia, sin embargo no dejo de pensar: «¡dos pasos más! ¡Un paso más! ¡Lo he pasado!».

Y efectivamente es así, ahora voy al frente. —¡Yo no vi ninguna tortuga! —le contesto, tal vez un poco infantil. Por un momento pienso en sacarle la lengua.

Pero entonces, el tipo me choca. El jodido hombre se avienta sobre mí, y ambos caemos al suelo. Él se coloca encima de mí. «¡Me va a robar!», pienso.

Mis auriculares vuelan por el aire junto a mi reproductor viejo, quiero soltar otra maldición.

—Oye, Steven Liv. ¿Siempre le gritas cosas a las personas que corren más deprisa que tú? —pregunta éste con vos grave, burlona.

Quedo atónito.

Jodida mierda.

—¡¿Cómo rayos sabes mi nombre?! —le pregunto, propinándole un golpe con mi puño en su mandíbula. Eso le desconcentra y me da ventaja para, esta vez, ponerme encima de él.

—Eres el hijo de Josha Liv, el medio hermano de Emmanuel y Owen. Eres un Nephilim y te vengo a buscar —me empuja y yo, como un despistado al mencionar mi familia, lo dejo libre. Mi opción ahora es correr.

—¡¿Quién eres?! ¡¿Quién te envía?! —le pregunto exaltado.

Emboza una sonrisa lobuna.  —Soy un demonio, Steven. No puedo decirte por qué vengo, pero sí que te debo llevar lejos de aquí.

—¿A-a dónde? —mi voz me falla, mostrando mis nervios al completo desconocido. 

—Al infierno —susurra.

Siento que alguien me toma desde atrás, intento safarme pero no puedo. 

Me desespero.

Mamá se preocupará por mí, porque no regrese. Colapsará.

Muevo mi codo para atrás y siento un gemido. Estoy a punto de gritar, pero el demonio me tapa la boca con su mano. —Shh —dice. Éste lleva su otra mano a mi frente, de ella desprende un tenue color violeta. 

Y entonces, todo se vuelve negro para mí.


¡Pequeña maratón de capítulos! Espero que les haya gustado...

Falta, pero estamos llegando al final... :'(

¡Los amooo!

-Bri. :)

Gracias a @Nazlichiky87 por el dibujo. Steven te adora, Deyanira. <3 <3

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