Capítulo 6: Los Ecos del Presente
El departamento de Martín tenía una atmósfera cálida y personal, con su mesa de trabajo al fondo, llena de bocetos y pantallas de ordenador. Clara no pudo evitar sonreír al verlo en su elemento, diseñando en silencio, con la luz suave de la lámpara bañando sus dibujos en tonos ámbar. Había una mezcla entre lo meticuloso y lo creativo en su espacio, algo que encajaba perfectamente con la personalidad de Martín.
—¿Siempre trabajas en casa? —preguntó Clara mientras recorría la sala con la vista.
—La mayor parte del tiempo —respondió él, levantando la vista de su pantalla y dándole una mirada que decía más que mil palabras—. Me gusta estar cómodo cuando diseño, siento que fluyen mejor las ideas.
Clara se sentó en el sofá, sintiendo una ligera tensión en el aire. No era algo negativo, pero sí diferente. Habían pasado algunas semanas desde que empezaron a verse con más frecuencia, y entre charlas y risas, el vínculo entre ellos había crecido. Sin embargo, Clara no podía evitar sentir que estaba a punto de cruzarse una línea, una que cambiaría todo.
—Es un lugar muy tuyo —comentó ella, queriendo aliviar la incomodidad que empezaba a notarse en el ambiente. Pasó la mano por uno de los cojines, distraída—. Refleja mucho de ti.
Martín sonrió, apoyándose contra la mesa. Parecía estar buscando las palabras correctas.
—Y tu oficina... ¿es igual de personal? —preguntó, cambiando el tema suavemente. Sabía que Clara estaba algo tensa, pero no quería precipitar nada.
Clara dejó escapar una risa suave.
—No tanto como esto —admitió—. En la editorial todo es más... formal, pero me gusta. Cada manuscrito que pasa por mis manos es como descubrir un pequeño universo.
Martín la miraba con una mezcla de admiración y curiosidad. Le gustaba esa pasión que Clara transmitía cuando hablaba de su trabajo. Podía ver en sus ojos oscuros esa chispa creativa que lo fascinaba desde el primer día.
—Debe ser increíble tener tantos mundos a tu disposición —dijo él, tomando asiento a su lado.
—Lo es —respondió Clara, sin apartar la mirada de los papeles que Martín tenía en su mesa—. Pero a veces es agotador. Hay historias que me persiguen incluso cuando llego a casa. Personajes que me hablan en sueños.
—¿Como en "Cien años de soledad"? —bromeó Martín.
Clara se rió, agradeciendo el tono ligero de la conversación.
—Exactamente. A veces siento que los Buendía se cuelan en mi vida real.
Ambos rieron, sintiendo cómo la tensión se disipaba lentamente. Era ese tipo de conexión que tenían, donde los libros, las palabras y los pequeños detalles eran como una lengua secreta que solo ellos compartían.
—A veces siento que también soy un poco como ellos —confesó Martín, cambiando de tono ligeramente—. Como si siempre estuviera buscando algo... algo que no sé qué es exactamente.
Clara lo miró con curiosidad. Había algo melancólico en sus palabras.
—¿Y crees que lo encontrarás algún día?
Martín hizo una pausa, como si estuviera pensando la respuesta. Finalmente, la miró a los ojos.
—No lo sé... Pero siento que contigo es más fácil dejar de buscar.
Clara sintió un calor en el pecho ante esas palabras. Había algo en Martín que la hacía sentir segura, como si pudiera bajar todas sus barreras. Pero esa misma sensación la inquietaba. Estar con él era como estar al borde de algo grande, algo que aún no sabía si estaba lista para enfrentar.
—Martín... —dijo, pero su voz se apagó. Había tanto que quería decir, pero las palabras se le escapaban entre los dedos.
Él, notando su vacilación, se acercó un poco más. El silencio entre ambos se volvió palpable. Podía sentir el calor de su cuerpo, sus respiraciones sincronizadas. Por un momento, parecieron olvidarse del mundo, como si solo existieran ellos dos.
—Clara... —susurró Martín, acercándose un poco más, sus rostros a centímetros de distancia.
Clara cerró los ojos por un segundo, sintiendo la anticipación. Pero justo cuando parecía que ese beso tan esperado sucedería, se alejó ligeramente, rompiendo el momento. No estaba lista, no aún.
—Lo siento —dijo ella, evitando su mirada.
Martín se apartó con suavidad, sin mostrar molestia, solo paciencia.
—No tienes que disculparte —dijo él, con una sonrisa tranquila—. Tomémonos nuestro tiempo, ¿vale?
Clara asintió, agradecida. Había algo en Martín que la hacía sentir comprendida, sin prisas ni presiones. Pero aun así, la tensión seguía presente, latiendo bajo la superficie.
—¿Te apetece seguir practicando guitarra? —preguntó él, queriendo relajar el ambiente de nuevo.
Clara asintió, contenta de que él le diera espacio. Martín tomó su guitarra y le mostró algunos acordes básicos.
—¿Recuerdas lo que te enseñé? —dijo mientras afinaba las cuerdas.
—Un poco —respondió Clara, tomando la guitarra entre sus manos—. Pero soy una aprendiz terrible.
—Tienes buen oído, lo harás bien. Vamos, inténtalo.
Clara comenzó a tocar, con las manos torpes al principio, pero a medida que los minutos pasaban, fue encontrando el ritmo. Martín la observaba con una sonrisa, corrigiéndola cuando era necesario, pero dejándola descubrir el sonido por sí misma.
Después de un rato, él tomó la guitarra de nuevo y comenzó a tocar una melodía suave, una que parecía escrita para ellos. Clara lo observaba en silencio, dejándose llevar por la música.
—Esta canción es "El ritmo de dos corazones" —dijo él, sin dejar de tocar—. La escribí pensando en nosotros. En cómo, aunque tengamos ritmos diferentes, de alguna manera, encontramos un punto en común.
[Verso 1]
C - G - Am - F
[Pre-coro]
Dm - G - C - Am - F - G
[Coro]
C - G - Am - F
C - G - F - G
Clara lo miró sorprendida, sintiendo cómo las palabras y la música la envolvían. Había algo en la simplicidad de ese momento que lo hacía especial. No necesitaban grandes gestos ni declaraciones, solo estaban ahí, juntos, creando algo que solo ellos compartían.
Cuando terminó de tocar, el silencio que quedó fue suave y reconfortante. Clara sentía que las piezas encajaban lentamente, como si cada nota hubiera puesto algo en su lugar.
—Es preciosa —dijo finalmente, con una sonrisa—. Y me encanta la idea de que sea solo nuestra.
Martín la miró, con esa mezcla de ternura y tranquilidad que lo caracterizaba.
—Lo es. Y lo será, siempre.
Clara asintió, sintiendo que, aunque el camino por recorrer era incierto, había algo en Martín que la hacía querer intentarlo. Ambos estaban al borde de algo grande, pero esta vez, no había miedo, solo la promesa de lo que podría ser.
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