Capítulo 13: La luz entre sombras

Clara se encontraba sentada en la pequeña mesa de su cocina, con una taza de café humeante entre sus manos. El sol apenas asomaba por la ventana, anunciando el inicio de otro día. Mientras bebía el café, su mente vagaba, y un pensamiento cálido la envolvió: hoy iba a ver a Martín. A pesar de la rutina agotadora en la editorial, la idea de encontrarse con él le arrancaba una sonrisa. Sentía que el día sería feliz. "Hoy va a ser un buen día", pensó, dándose ánimos mientras terminaba su café.

Al llegar a la librería, el aroma a libros viejos y café recién hecho le dio la bienvenida como siempre. Clara recorrió con la mirada el lugar, buscando a Martín. Lo vio de inmediato, sentado en la misma mesa de siempre, cerca de la ventana. Pero algo en él era distinto. Su energía, usualmente brillante, había desaparecido, y ahora parecía que un halo oscuro lo envolvía. Parecía estar perdido en sus pensamientos, ausente, como si el peso del mundo descansara sobre sus hombros.

Clara se acercó con una sonrisa, intentando disimular lo que había notado.

—¡Hola! Mi friki favorito —dijo con un tono alegre.

Martín levantó la mirada lentamente, pero no pudo devolverle la sonrisa.

—Hola... ¿cómo estás? —preguntó, su voz baja y apagada.

Clara tomó asiento frente a él, dejando su bolso sobre la mesa. Aunque Martín intentaba ocultarlo, ella podía sentir que algo no andaba bien.

—Estoy bien, pero tú no lo estás —dijo, suavemente—. ¿Qué pasó, Martín?

Él suspiró, mirando la mesa como si las palabras estuvieran atrapadas en algún rincón de su ser. Finalmente, después de un largo silencio, habló.

—La verdad es que acabo de tener el peor día de mi vida.

Clara inclinó la cabeza, preocupada.

—¿Qué pasó? Sabes que siempre puedes contarme.

Martín entrelazó sus dedos, respiró hondo y comenzó a relatar lo ocurrido. Le habló de su padre, de las tensiones que siempre habían existido entre ellos, de cómo la vida se había vuelto complicada. Sus palabras, cargadas de resentimiento, dolor y confusión, fluyeron como si finalmente hubieran encontrado una salida.

Clara lo escuchó con atención, cada palabra golpeando suavemente su corazón.

—Ay, Martín... lo lamento tanto —dijo con ternura. Sin dudarlo, se inclinó hacia él y lo abrazó. Fue un abrazo largo, silencioso, uno de esos momentos donde las palabras no son necesarias. Martín le devolvió el abrazo, pero esta vez había algo más que solo amistad. Era un abrazo cargado de vulnerabilidad, de agradecimiento, de una conexión más profunda.

—Gracias... —susurró Martín, su voz quebrada. Sin quererlo, las lágrimas comenzaron a escapar de sus ojos. Se sentía avergonzado por llorar en público, notando algunas miradas curiosas a su alrededor.

—Shh... —susurró Clara, acariciándole suavemente el cabello—. No te preocupes por ellos, estoy aquí contigo.

El silencio se extendió entre ellos mientras Martín intentaba recomponerse. El ambiente de la librería, tan familiar para ambos, ahora parecía envolverlos en un pequeño rincón de intimidad. Poco a poco, las lágrimas cesaron, y Martín tomó aire con más calma.

—¿Estás mejor? —preguntó Clara, aún preocupada.

—Sí... gracias. —Martín sonrió levemente, pero la tristeza seguía marcada en su rostro—. No sé qué hacer, Clara. Estoy haciendo mi vida, y aunque no tenía la mejor relación con mi padre, no puedo evitar sentir que tal vez debería hacerme cargo de todo esto. Es el esfuerzo de generaciones...

—Martín... —Clara tomó sus manos con suavidad, obligándolo a mirarla a los ojos—. No tienes que hacer nada que no te haga feliz. No estás obligado a mantener la herencia de tu padre si eso te consume. Lo más importante es que estés bien, que acompañes a Marcela en estos momentos tan difíciles. Y aunque no sé exactamente qué pasó con tu padre, creo que deberías hablar con él, si eso es lo que tu corazón te pide.

Martín la miró con ojos llenos de gratitud.

—Tienes razón, Clara. Como siempre... gracias por escucharme y estar aquí conmigo en un momento tan difícil.

—Siempre estaré aquí para ti —dijo Clara, sonriéndole con dulzura.

Martín la observó en silencio por un momento, como si las palabras se le atascasen en la garganta. Finalmente, rompió el silencio.

—Quiero ir a descansar un rato a casa... me siento agotado.

Clara lo miró, preocupada.

—¿Te acompaño? No me gusta verte así —sugirió, su voz suave y sincera.

Martín vaciló por un segundo, pero asintió lentamente.

—Está bien... no me vendría mal un poco de compañía.

Salieron de la librería juntos, el aire fresco del exterior dándoles un pequeño respiro. Caminaron en silencio hasta el departamento de Martín. Al llegar, Clara encontró una excusa para entrar, preocupada por dejarlo solo en ese estado.

Una vez dentro, Clara miró a su alrededor, notando los pequeños detalles que hacían que el lugar reflejara la personalidad de Martín. Sin embargo, todo se sentía un poco más apagado hoy. El peso de la conversación seguía en el ambiente.

Martín se dejó caer en el sofá, soltando un largo suspiro.

—Clara... hay algo que quiero decirte, algo que he estado guardando desde hace mucho tiempo.

Clara lo miró, sus ojos oscuros llenos de curiosidad y una leve ansiedad.

—Dime, Martín —susurró.

Martín se levantó, caminando hacia ella con pasos vacilantes. La tomó de las manos y la miró profundamente a los ojos.

—Clara, lo que siento por ti... es más que amistad. Desde que te conocí, ha habido algo en ti que me hace querer estar siempre a tu lado.

Martín la miraba fijamente, sus ojos profundos y oscuros buscaban los de ella, como si tratara de encontrar algún indicio de reciprocidad, algún rastro de esperanza que le permitiera continuar. Clara sintió su corazón detenerse por un segundo, una quietud abrumadora en el aire. Podía percibir la seriedad en su tono, la sinceridad con la que cada palabra parecía desprenderse de sus labios.

Hizo una pausa. El silencio entre ellos se volvió palpable, cargado de significado, mientras él buscaba las palabras adecuadas para continuar. Clara lo observaba, atrapada en el momento. El mundo a su alrededor desapareció, y solo existía esa habitación, ese instante compartido entre los dos.

—Me has dado más de lo que merezco —continuó Martín, su voz rompiéndose apenas, con una vulnerabilidad que Clara no había visto en él antes—. Y no puedo seguir ocultando esto... te amo.

Las palabras quedaron suspendidas en el aire, como si el tiempo se hubiera detenido. El corazón de Clara latía desbocado en su pecho, cada latido resonando con fuerza. Sintió cómo su respiración se volvía lenta, pesada. Sus labios se entreabrieron, queriendo decir algo, pero las palabras se le quedaron atrapadas en la garganta.

Martín no esperó una respuesta. Lentamente, como si estuviera midiendo cada movimiento, se inclinó hacia ella. La cercanía entre ambos hizo que el tiempo se volviera irreal, y antes de que Clara pudiera reaccionar, los labios de Martín rozaron los suyos con una suavidad indescriptible.

El beso fue breve, pero cargado de emociones. Un beso que no buscaba respuestas inmediatas ni compromisos, sino solo dejar salir todo lo que había estado ocultando durante tanto tiempo. Sus labios se encontraron con una dulzura melancólica, uniendo sus mundos por unos segundos, pero esos segundos fueron suficientes para que ambos sintieran el torbellino de sentimientos que habían estado evitando.

Cuando se separaron, lo hicieron despacio, como si no quisieran romper el momento. Clara bajó la mirada, con las mejillas encendidas y el corazón en un caos incontrolable. Sentía su piel arder, como si cada fibra de su ser hubiera reaccionado a ese contacto.

—Martín... yo... —empezó a decir, pero las palabras se le escaparon. No sabía cómo expresar todo lo que sentía en ese momento.

Él la miró, con una leve sonrisa triste en sus labios.

—Está bien, Clara... no tienes que decir nada ahora. Solo quería que lo supieras.

La ternura en su voz, la forma en que sus ojos la miraban como si todo lo que necesitara estuviera en ella, hicieron que Clara sintiera una mezcla de alegría y tristeza. Sabía que Martín había dado un paso importante, pero también entendía que, en ese momento, las palabras sobraban. Lo que él necesitaba no era una respuesta inmediata, sino simplemente la certeza de que ella estaba allí.

Martín se dejó caer suavemente en el sofá, su agotamiento físico y emocional ahora evidente.

—Pero ahora estoy agotado... creo que necesito descansar —dijo, su voz casi un susurro.

Clara asintió, aún con el corazón latiendo descontrolado.

—Descansa, Martín. Te veo pronto —dijo, aunque en realidad no estaba segura de cuándo sería "pronto".

Lo vio moverse hacia su habitación, sus pasos lentos, y lo observó mientras se acostaba en la cama, con el cuerpo pesado por el cansancio de las emociones y del día. Martín la miró una última vez antes de cerrar los ojos, y en esa mirada había un agradecimiento profundo, una paz que Clara sabía que él no había sentido en mucho tiempo.

Clara se quedó de pie, observándolo mientras él caía en un sueño profundo, su respiración volviéndose lenta y regular. Se acercó en silencio, acomodando la manta sobre él con cuidado, como si no quisiera perturbar la tranquilidad que había encontrado.

Se detuvo un segundo, mirándolo dormir. Martín, vulnerable, más humano que nunca, le había confesado lo que llevaba tanto tiempo guardando. Y aunque su corazón estaba lleno de emociones encontradas, supo en ese momento que algo entre ellos había cambiado para siempre.

Con una última mirada, Clara salió del departamento, cerrando la puerta detrás de sí con cuidado. Afuera, el aire fresco de la noche la envolvió, pero en su interior había una tormenta. Sentía la confusión mezclada con el calor que le había dejado el beso, con las palabras de Martín resonando en su mente.

Y mientras caminaba hacia su casa, en silencio, supo que las respuestas no serían fáciles.

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