Cuenta regresiva: cuatro.
Izana toda la vida ha sido un hombre racional, muy capaz de controlar sus impulsos. Se jacta de mantener la calma bajo presión y actuar de forma inteligente cuando el momento lo requiere. No por nada es el mejor, no por nada nadie puede superarlo, exceptuando al idiota de Mikey, por supuesto, aunque no por mucho. Izana está tan descolocado por la atracción casi dolorosa por Kakucho. No comprende porque algo tan simple, se convierte en una tempestad.
Ni siquiera puede obligar a su subconsciente, ya que reprimirse le está costando muy caro. La prueba de ello es la tremenda frustración sexual esa mañana. Decir que está caliente es un eufemismo, Izana está ardiendo sobre su cama. El frío de la mañana no apacigua el deseo, al contrario, el roce de las gruesas mantas sobre su piel pica y lo obliga a hacer algo con la dureza presionando en su pantalón de pijama.
—Joder no —se queja cuando una mano se cuela bajo su ropa. Es horripilante estar tan duro tan temprano solo por un sueño húmedo con Kakucho.
Izana está empezando a odiar a su mejor amigo, sobre todo cuando lo imagina desnudo, sudado y con una sonrisa coqueta dirigida en su dirección. Su pene vibra en su palma, rígido y mojado, el pijama es holgado, sin embargo, debe estirar el elástico de su ropa interior para tocarse mejor. Se traga un gemido, girando sobre el colchón para poder frotarse sin problemas. Aprieta, jala y acaricia la base, deslizando el pulgar por la hendidura de la punta para esparcir el líquido preseminal que gotea por la ansiedad, Izana está necesitado por un poco de atención y tocarse a sí mismo no es suficiente.
A tientas apoya las rodillas en el colchón y abre las piernas, luego levanta el trasero, mientras hunde el rostro en la almohada, la cual muerde para ahogar los sonidos que se le escapan cuando su mano aumenta el ritmo, imaginándose en otra cama, con Kakucho, sobre todo con Kakucho susurrándole cosas sucias al oído. Su cuerpo se tensa y se dobla, buscando la liberación, pero entre más se maltrata a sí mismo, más insatisfecho está. Lloriquea y se sacude, sintiendo un hormigueó a lo largo de su espalda y vientre, está cerca, lo sabe. Cuando al fin logra algo, se deja caer en la cama. El pantalón manchado y la respiración irregular. Es tan repugnante que, además de odiar a Kakucho, también se odia a él.
Vuelve a su posición inicial, con la respiración anormal. La culpa sale a la superficie lentamente y encoge su pecho, es doloroso y triste estar tan enamorado y no poder decirlo. Kakucho es importante para él, lo más preciado. Se queda mirando el techo plano, contando hasta la última grieta antes de sentirse medianamente normal.
Solo porque era un hombre responsable se movió ese día. Ir al dojo no se sintió natural, menos cuando está de tan mal humor, que el demonio se queda corto a su lado. Y vaya que la gente alrededor sabe que algo le pasa, porque ninguno se atreve a acercarse a él, ni en el entrenamiento. Necesitaba un saco de boxeo con el cual desquitarse, pero todos están renuentes a mirarlo. ¿Nadie? Malditos cobardes.
—Normalmente no te cuestiono nada, pero... ¿me dirás que pasa? —preguntó Kakucho, acercándose a él con dos botellas de agua: una que le extendió y la otra para él—, no puedes ir por el mundo asustando a todos.
Izana desvía la mirada, resoplando molesto. Kakucho era el último al que quiere ver. Sobre todo cuando la noche anterior lo imaginó en todas las posiciones. Lo soñó: sobre, debajo, de lado, hasta parado, llenándolo y marcándolo hasta la muerte. Y como eso no iba a pasar en un futuro próximo, solo empuja sus deseos muy lejos, incluso empuja a Kakucho cuando se acerca a él.
Kakucho lo mira, entre preocupado y extrañado por su actitud, seguramente creyendo que se volvió loco. Y joder, lo estaba, pero por una buena follada. Izana suele ser mal hablado y cruel, pero normalmente se reserva las emociones para sí mismo y no las exhibe para llamar la atención, él no es así.
—Deberías estar entrenando, ¿para qué quiero agua? —Aprieta la botella entre sus dedos y luego la lanza lejos.
Tanto Kakucho y él, se quedan viendo a la botella rebotar en el tatami.
—Porque parece que necesitas algo que te baje esos humos —responde.
—Eres tan gracioso. No tienes que preocuparte por mí.
—Lo sé, pero sabes que puedes hablar conmigo si algo te molesta.
Izana no responde. Su mente es un revoltijo en ese momento, como el calor que se arremolina en su vientre. Nada de eso estuviese pasando si Kakucho no fuese tan... ¿lindo?
—¿Quieres entrenar conmigo? Me ofrezco por una nueva paliza —continua el chico, tras el silencio de Izana.
—No —fue su dura respuesta.
Kakucho se encoge de hombros, sin querer insistirle al muro con patas; era más fácil convencer a un perro para que hablara, que hacer cambiar de opinión a Izana. Abrió la botella de agua. Estaba sediento luego de haber hecho su calentamiento habitual.
Por otro lado, Izana vuelve su mirada a Kakucho. Allí, en la zona de descanso del dojo, estaba en primera fila para ver el momento en el que la boca de Kakucho toma el pico de la botella y succiona de ella. Jamás hubiera imaginado que ver a alguien tomar agua era tan excitante. El movimiento en la garganta era hipnótico. Se encuentra incapaz de apartar los ojos de su mejor amigo. Vio el momento exacto en la que una gota de agua, juguetona, se desliza desde el mentón, hasta el cuello y se mete dentro de la abertura del uniforme, tan lento que parece una broma. Enloquece a Izana, lo perturba, porque desea ser esa gota de agua.
Entreabre sus propios labios y antes de detenerse, de su boca salió un ruidito vergonzoso que no pasó desapercibido para Kakucho que lo miró como si leyera su mente. Había una sonrisa allí, cuando dejó que otras gotas de agua se perdieran de su cauce natural. Su piel ebulle, al punto de que piensa que sufrirá una combustión espontánea.
Pero, vuelve a la realidad tan pronto cuando recuerda en donde está. Levanta la mano y manotea la botella de Kakucho, que cae sin gracia a un lado. Mojando gran parte del uniforme del chico, incluso del suyo.
Y al ver todas las miradas directamente en él, se da vuelta y sale del dojo, dejando atrás todo, incluso su dignidad.
—¿Qué le pasa? —le pregunta uno de sus compañeros de practica a Kakucho.
Hay una tensión ligera flotando en el aire y el silencio que se forma de repente es aterrador.
—No tengo ni idea, pero siento que es mi culpa —contesta.
—No lo creo. Tal vez está estresado por la competencia —dice otra persona, que reconoce como Ran.
Y algo en Kakucho se ilumina, si esa es la razón, debe insistir con las prácticas para Izana. Con un largo "gracias", sale del dojo.
Buenas noches.
Segundo día, y un poco de Izana.
¡Gracias por leerme! Esta shipp vale oro.
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