Capítulo 9. A primera hora.
Capítulo 9. A primera hora.
Me despierto sobresaltada. Un sudor frío me baña y la desagradable sensación de una horrible pesadilla me recorre el cuerpo. El frío insondable de una plomiza mirada me persigue y me martiriza hasta el punto de cortarme la respiración, cuando de repente me asalta una duda: "¿Dónde leches estoy?" Me paralizo al tiempo que mi corazón alentado por una descarga de adrenalina golpea intentando salirse por mis oídos. Busco a ciegas el interruptor de la lamparita de la mesilla de noche y lo acciono. Después de pestañear un par de veces para que mis ojos se acostumbren a la luz, consigo acallar a mi corazón cuando reconozco la pared que hace de ropero y recuerdo que estoy en casa de Juanant. "Han sido tantos cambios en tan poco tiempo que..."
Intento incorporarme con la intención de ir al baño pero un mar de agujetas me asalta lo que me recuerda al dios de la sexualidad que duerme en mi cama. La visión de la musculada espalda de Héctor, tapado solo hasta la cintura con la sábana me devuelve los momentos vividos hace escasos momentos y me pinta una imborrable sonrisa en el rostro. Es inevitable sentirse como una reina cuando hace un rato te han prodigado las mayores atenciones y las más dulces palabras que nadie te haya dirigido en la vida.
El baño parece estar a kilómetros cuando a cada paso me atenazan las horribles agujetas clavándose en mis carnes como perros de presa. Siento sus afiladas dentelladas en los muslos, los glúteos, los pectorales y tres o cuatro sitios más de los que desconozco el nombre, aunque al mismo tiempo rememoro el porqué de esas agujetas y firmaría ahora mismo tenerlas a diario si se produjeran por los mismos motivos...
Sobre la repisa del baño hay algunos complementos entre ellos un par de relojes, "este Juanant y su manía de conjuntarlo todo". Miro la hora y me sorprendo de que solo falte media hora para que toque el despertador, juraría que solo he dormido quince o veinte minutos...
Cómo sé que ya no voy a poder dormir más decido darme una buena ducha ya que creo que este va a ser un día muy largo. Pero el simple hecho de escuchar el agua caer me da unas ganas terribles de hacer pis. Intento sentarme en el wáter pero no puedo, una mezcla de temblor de piernas y dolor de agujetas se apodera de mí, de forma que me quejo y me río al mismo tiempo, pero o me dejo caer a plomo o no sé cómo lo voy a hacer porque las piernas no me responden, así que apoyándome con las manos en la pared voy bajando poco a poco, aunque la ayuda es mínima porque los brazos también me duelen, "¿pero qué demonios hice yo noche madre mía de mi vida? ¿En serio la gente se apunta al gimnasio? Pero si esto es millones de veces mejor ¡y más barato!" No puedo evitar reírme de mí misma, de mi extraña postura a medio caer en la taza y de mis propios pensamientos a estas horas intempestivas.
- ¿Siempre está usted de tan buen humor a primera hora? – Me dejo caer de golpe intentando taparme la desnudez al escuchar la voz de Héctor que me pregunta con una pícara sonrisa, apoyado con el codo en el quicio de la puerta, mientras que con su mano libre sujeta la sábana enrollada en su estrecha cintura. Se me antoja como la más perfecta escultura de un dios griego de ébano "y yo mientras tanto, sentada en el wáter, desde luego que poco glamour tengo".
- Siento haberte despertado... - me disculpo mirando hacia la ducha.
- Para nada, preciosa, me encanta oír el sonido de su risa...
- Pues la verdad es que no suelo tener tan buen humor "a primera hora". – Mierda, cuando repito la expresión que ha usado Héctor, resuenan las palabras de Don José Manuel recordándome que hoy "a primera hora" debo estar en la agencia para firmar mi finiquito y, el simple recuerdo, me cae como un jarro de agua fría haciéndome cambiar el gesto de golpe.
- Eh, preciosa, ¿he dicho algo malo? – pegunta Héctor que se acerca rápidamente y se arrodilla frente a mí acariciándome dulcemente la mejilla. "Esto es la ostia, un dios griego de chocolate enrollado en una sábana preocupándose por mí y yo sigo desnuda y... ¡SENTADA EN EL WÁTER! ¡Ahhhhhh!"
- No, tranquilo, no es tu culpa, es que he recordado que hoy tendré una dura mañana de trabajo... - argumento bajando la mirada y quitando un poco de importancia al asunto, "puede que en el fondo tampoco sea para tanto, hasta hace nada no tenía trabajo y no me importaba, ¿por qué me iba a molestar perder uno de los dos que tengo ahora, no?" Preguntarme a mí misma es una mierda porque no obtengo respuesta alguna y, además, seguro que tengo cara de gilipollas... ¡¡¡SENTADA EN EL WÁTER!!!
- Pero Susanita, preciosa, eso no es un problema... - Se incorpora sujetándome con ambas manos bajo los brazos, haciendo que yo también me ponga de pie, "¡a tomar por culo el pipí!". La precaria sábana cae a nuestros pies y con una seguridad pasmosa me atrae hacia su cuerpo. – Yo sé cómo hacer que la mañana empiece muy, pero que muy bien... - Susurra al tiempo que se restriega sensual contra mi cuerpo bamboleando de lado a lado sus caderas convirtiendo en líquido mi deseo. Notarlo ya preparado en toda su plenitud me perturba hasta el punto que solo puedo pensar en placer y gloria bendita.
Me rodea fuerte con sus brazos y me atrae hacia él haciendo que quede de puntillas frente a él, pero por mucho que deseé lo que de seguro va a ocurrir, no sé discernir si el líquido de mi pasión es por Héctor y sus artes amatorias, o porque si sigue presionándome contra su cuerpo no voy a poder aguantar las ganas de hacer pis y me lo haré encima, así que le pido amablemente que se de media vuelta, cosa ilógica después de lo de ayer, pero así es y me siento de nuevo como puedo para descargar felizmente al fin.
La visión de su duro y cincelado culo, junto con el estremecimiento de terminar el chorro, hacen que un escalofrío de placer me recorra desde la rabadilla hasta la nuca haciendo que toda mi piel se erice y se me salten las lágrimas. "El día será todo lo duro que vaya a ser pero empezar así no tiene precio..."
El vapor del agua caliente que sale por la alcachofa en modo lluvia empaña los vidrios lisos de la mampara velando el perfecto cuerpo de Héctor y cubriéndolo de un halo de sensualidad y misterio. Me acerco desnuda y felina hasta la ducha, nunca me había sentido así. Sigo siendo la misma pero cada día estoy más segura de mí misma y eso es una pasada.
La media sonrisa pícara de Oscar que se refleja en su juguetona mirada, me invita a pasar. Me agarro a su mano extendida que me ayuda a llegar hasta ser completamente envuelta por su cuerpo. La sensación piel contra piel bajo el agua tibia es maravillosa. Sus labios dibujan caminos invisibles por mi cuello. Sus manos viajan a lugares ocultos de mi paisaje más íntimo. Mientas que yo por mi parte, busco su boca con vehemencia acariciando con mis manos sus anchos hombros y su musculoso cuello.
El deleite se materializa a medida que la pasión crece entre nosotros, haciendo urgente un contacto más intenso, pero el pudor me impide dirigirme a zonas más comprometidas, aunque Héctor que parece que acaba de intuir mis intenciones me coge una mano y acompañándola con la suya la deposita bajo su ombligo, sonriendo travieso sin dejar de besar mis labios y acariciar mis enhiestas cimas, provocándome mil calambres de placer que después de recorrer todo mi ser se instalan en el centro neurálgico de mi placer.
La guerra está declarada y no seré yo la que abandone su puesto. Deslizo mi mano abierta por la v de su cuerpo hasta dar con toda su longitud de tacto aterciopelado y la acaricio despacio, con mimo pero al mismo tiempo enérgica y decidida, provocando también su placer y consiguiendo la misma reacción que él provoca en mí.
El aire comienza a ser un bien escaso y entre gemidos y jadeos, Héctor de un solo gesto me da la vuelta pegando mi espalda a su poderoso torso al tiempo que besa mi cuello y acaricia mis senos. Me sorprendo de la capacidad que tiene para estar en tres sitios diferentes al mismo tiempo, "este sí que es un auténtico dios con el don de la ubicuidad y todo". Sus manos se dirigen hacia mis hombros y mi espalda, haciendo que me incline levemente hacia delante. Entiendo perfectamente sus intenciones de manera que rozo con mi trasero su virilidad y lo busco, al tiempo que él me busca también a mí.
En agua nos envuelve y nos golpea, nos humedece y nos impregna de una placentera y resbaladiza película. Su sonido amortigua todos los demás pero sé que el escaso segundo que Héctor me ha soltado de su agarre ha sido para ponerse el bendito preservativo que permitirá su acceso a mi interior y el solo hecho de pensarlo hace que mi entrepierna tiemble ante la anticipación.
Sentir su duro miembro abriéndose camino entre mis carnes es una sensación tan sublime que me catapulta al séptimo, a octavo o al undécimo cielo. Sus rítmicas arremetidas al tiempo que con sus manos dirige los movimientos de mis caderas hace que el placer se acumule rápidamente entre mis piernas. Por sorpresa su dedo acaricia mi centro henchido de placer y tengo que buscar un apoyo en la pared de la ducha poniendo ambas manos a la altura de mis hombros, para evitar perder el equilibrio y caer. El dolor de las agujetas sumado a temblor que me provocas sus movimiento, está haciendo que eche de menos la seguridad y comodidad el colchón.
Su ardiente baile de envestidas me transporta al más puro gozo y deleite. Me hacen temblar y volar. Me colocan al borde de un precipicio para quitarme después. Sus cambios de ritmo, su maestría, su habilidad, sus calientes susurros, el agua resbalando por nuestros cuerpos desnudos y hace que el punto de no retorno se supere con creces para caer presos del más intenso y penetrante orgasmo. Entre profundos jadeos y guturales gemidos alcanzamos victoriosos clímax el justo en el momento en que suena mi despertador:
- Buenos días, Susanita... - susurra un Héctor triunfal en mi oído, provocando el segundo orgasmo de la mañana.
- Bue... buenos... buenos días... - balbuceo a trompicones mientras aún me convulsiono por la ferocidad el orgasmo mientras Héctor me sujeta contra su pecho, todavía dentro de mí proporcionándome las más bestiales y placenteras envestidas alargando el clímax hasta que creo morir, caer y desintegrarme entre sus brazos...
A las nueve en punto de la mañana estoy en la puerta de la agencia. No os quiero contar el trabajo que me ha costado salir del taxi, entre los tacones la falda lápiz y las benditas y dobles agujetas.
El taxi se aleja al tiempo que llega Juanant en el asiento del copiloto en un deportivo negro y se despide de Scott con un simple beso al aire. Se acerca con media sonrisa a la que yo respondo de la misma manera pero antes de que empecemos con nuestro habitual cachondeo, le informo de que voy a firmar mi finiquito tal cual me exigió anoche el jefazo. Juanant muy en su línea, durante un escaso segundo se queda blanco, pero acto seguido, se echa las manos a la cabeza, y empieza a despotricar y a blasfemar contra todo lo despotricable y blasfemable.
El largo trayecto en ascensor me sirve para calmarlo y decirle que no pasa nada que todo va a seguir igual que lo seguiré ayudándolo siempre que haga falta, pero Juanant con el ceño fruncido no deja de darle vueltas a la cabeza y contradecirme.
Cuando las puertas se abren Coco, la becaria, ya está detrás del mostrador. Su actitud de ahora, nada tiene que ver con la niña asustada de los primeros días. Resuelta y eficiente nos saluda con una mirada cómplice. Algo no me cuadra cuando la veo llevarse la mano disimuladamente al pinganillo y susurrar de soslayo.
La enorme pantalla que hay detrás del mostrador de recepción se enciende y aparece la foto mía y de Raúl, la que hizo Scott y que ha sido portada del nuevo catálogo, la dichosa fotito de los cojones me va a acompañar hasta el fin de mis días... "Manda huevos que algo tan bonito, artístico y significativo se me esté atragantando"
Coco empieza a aplaudir pausadamente y palidezco. Juanant está igual de sorprendido que yo. No sé qué está pasando. De ambos laterales del mostrador empiezan a salir modelos, fotógrafos, estilistas... todo el personal, todos aplaudiendo. "¿Pero qué diablos está pasando?"
Me quedo un poco atrás porque mis pasos instintivamente se ralentizan, al contrario de los de Juanant que se aceleran para acercarse corriendo al mostrador donde Coco le susurra algo al oído. En ese mismo momento, Juanant, se gira con una sonrisa triunfal y se une al coro de aplausos. Yo paso del blanco pálido al rojo escarlata. Me estoy muriendo de la vergüenza, "¿así dan las despedidas en esta empresa, alegrándose de que me vaya...?"
La imagen de la pantalla cambia y salen unos gráficos con nombres de redes sociales y diferentes etiquetas. Juanant que debe advertir mi total desconcierto se acerca y me dice al odio, "somos trending topic gracias a ti y a tu foto". Si me lo explicara en chino seguro que entendería algo más. Mi cara es de total extrañeza y Juanant me aclara que somos la tendencia del momento, que estamos en los primeros puestos de Twitter y que el vídeo de la presentación del catálogo se ha vuelto viral y en unas pocas horas va ya por más de un millón de visualizaciones.
Los aplausos pasan a modo final de concierto y suben de tono con silbidos incluidos, al tiempo que Juanant me abraza y me susurra al oído:
- Eres un ángel, nunca me he equivocado, eres lo mejor que me ha podido pasar y lo mejor que le ha ocurrido a esta empresa en los quince años que lleva abierta. Si no hubiera sido por tu idea, seguiríamos a la deriva en el océano de la moda, pero tú nos has colocado en el punto de mira y somos la envidia de toda la competencia.
- Juanant, ¿estás seguro? – Pregunto extrañada. - En verdad yo no he hecho nada... Si no hubiera sido por la genialidad de Scott y su ayudante, Fiona, y la profesionalidad de todos, incluidos un grupo de fornidos alemanes – no podemos evitar reírnos al recordar a los alemanes - y las atenciones de todo el personal del hotel... Nada de esto habría pasado, yo solo soy una pieza más. Incluso, ¡gracias a la tormenta! Si es que yo no he hecho nada especial.
- No te quites mérito por favor, ¡eres un ángel caído del cielo! Tú...
De pronto cesan los aplausos y Juanant se interrumpe a sí mismo. Nos separamos de nuestro abrazo y por el pasillo aparece Don José Manuel, seguido de Don Diego, con paso lento y gesto severo. "A éstos se les ha muerto el canario y vienen del velatorio, ¡por dios bendito, qué caretos!"
El jefazo nos fulmina con la mirada. "Contra, ya sé que justamente ahora debería estar en recursos humanos firmando el finiquito, pero yo no tengo la culpa de que todo el mundo me haya parado en hall de entrada". Con un gesto de su mano, nos señala alternativamente a ambos y se gira altivo sobre sus talones. "Si nos tratara con la punta del pie sería menos ofensivo ¿cómo se puede haber convertido en un ser tan estúpido?"
Juanant tira de mi mano, poniéndome en marcha de golpe, haciéndome tropezar con mis propios pies que no podrían estar más pesados por las benditas agujetas. El personal vuelve por dónde ha venido dejando el hall libre y Coco nos guiña al tiempo que nos introducimos por el pasillo detrás de los jefazos.
Don Diego se adelanta y abre una enorme puerta de acero de doble hoja que hay al final del pasillo, justo al pasar de largo por la puerta de la sala azul. El despacho de estilo moderno desentona con la actitud chapada a la antigua y retrógrada del jefazo, a quién juro por dios que por más que intento encajar en mis recuerdos no soy capaz de reconocer, si me dijeran que es un extraterrestre me cuadraría mucho más que intentar hacerlo encajar en el recuerdo de Chemita... Es como si me dijeran que Godzilla en su juventud fue un adorable cachorrito de grandes ojos y mirada tierna, pues... como que no.
Don Diego, nos invita a tomar asiento, cosa que me cuesta demasiado trabajo por las agujetas, mientras Don José Manuel, se dirige al ventanal dándonos la espalda. Me empiezo a cansar de esta absurda situación. No he llegado hasta aquí a mis años para que me ninguneé ningún jefazo de tres al cuarto, ya sea Don José Manuel, Chema o su santa madre.
- Mira, José Manuel, - me levanto hastiada de tanta parsimonia y con la idea de que todo acabe lo antes posible, - no he pedido nada de esto, ya sé que me esperan en recursos humanos, así que adiós, hasta nunca y perdona por el retraso.
- Siéntate. – Ordena sin ni siquiera darse la vuelta.
- ¿Perdona? – decir que estoy atónita sería quedarme muy corta.
- Que te sientes. – Insiste en el mismo tono.
- Mira, guapo, ya tuve un padre que en gloria esté y por desgracia un marido, así que no pienso recibir órdenes de nadie salvo de mí misma. – Se gira con vehemencia pero le corto antes de que pueda decir nada. – Por mí te puedes meter tu empresa por dónde te quepa, me voy, adiós. – Me giro altiva sobre mí misma.
- No puedes irte. Siéntate. – Vuelve a ordenar mientras se acerca.
- ¿Cómo? – pregunto incrédula encarándolo.
- Que no puedes irte. – Insiste con una llama de ira empezando a brotar de su gélida mirada.
- A ver si te aclaras, ¿o es que la demencia senil ya te está afectando? – Sé que no es ningun golpe bajo ya que somos de la misma edad, pero mi enfado está empezando a ser tan desorbitado que suelto hablo sin pasar mis palabras por el filtro del pensamiento. – Ayer que me fuera a primera hora, hoy que no me vaya. ¿Qué te has creído que soy tu esclava? Sí bwana... - Junto la manos e inclino la cabeza imitando a la sirvienta de alguna película y Juanant aguanta una carcajada como puede.
- Te repito que no puedes irte. – Habla entre dientes al tiempo que por primera vez desde que hemos coincidido clava su gélida mirada en mis ojos dejándome paralizada.
Miro hacia otro lado para impedir que ejerza su control sobre mí y repito sus palabras en un tono bastante insolente, eso sí, intento evitar por todos los medios entrar en contacto de nuevo con sus ojos que en este momento se me antojan como los más turbulentos océanos.
- Y yo te repito que no soy tu esclava y que haré lo que me dé la gana. – El jefazo tendrá a todos acongojados pero a mí no me da ningún miedo,
Sin querer lo encaro y caigo de nuevo en su profunda mirada, quedando de nuevo absorta en un frío que me aterra. Sé con certeza que si sigo un minuto más aguantándole la mirada empezaré a naufragar irremediablemente en ella, de modo que decido dar media vuelta y salir de la oficina con la cabeza tan alta que temo hacerme daño en las cervicales.
- Angel Sue, - Me sorprendo al escuchar la voz de Juanant que al mismo tiempo me detiene agarrándome del brazo. Me giro y le miro suplicante, ojalá que entienda que necesito salir de aquí cuanto antes, pero continua en sus trece... - Por raro que te parezca, Don José Manuel lleva razón, ahora no te puedes ir... - levanta las cejas al tiempo que las comisuras de sus labios dibujan una sonrisa triunfal. "Noooooooo, Juanant, no me hagas esto". – Ahora mismo no solo eres una colaboradora externa, sino que eres la imagen pública de la agencia y por el contrato que contrajiste tu imagen le pertenece durante el próximo año, así que tienes que quedarte y asistir a los actos públicos, entrevistas, desfiles, ¡será genial! – niego absorta en silencio, no puedo creer que esto esté pasando de verdad.
- Basta de teatros Juanant. – La áspera voz de Don José Manuel hace que Juanant calle. Se coloca teatral junto a mí. Me da la sensación de que intuye lo que el jefazo va a decir. – Señora de Hernández Camacho...
El simple hecho de escuchar esos apellidos hace que se me revuelvan las tripas.
- Por ahí, sí que no paso, José Manuel. Con un simple Susana basta.
- De acuerdo, en ese caso, Señora López Fernández... - Me sorprende que se acuerde de mis apellidos pero eso de señora no me ha sonado nada bien.
- En serio, José Manuel, permíteme que insista. – Tomo aire para poder continuar. - No sé si al ser viuda vuelvo a ser señorita o por mi edad seré ya siempre señora, pero Chem, - ups, casi se me escapa su nombre de pila, pero es que ya hoy no tengo más ganas de estar alerta ni enfadada. Creo que somos lo suficientemente adultos para ser y actuar de una forma cordial, así que por voluntad propia, decido dejar atrás los penosos encuentros que hemos tenido hasta el momento y bajar las esclusas del autocontrol y tomando de nuevo una bocanada de aire, rectifico. - Perdona, José Manuel, de verdad te lo pido, con un simple Susana basta...
Esta vez soy yo la que valiente y confiada me asomo al interior de su mirada y la atrapo con la mía, su expresión es de sorpresa pero al mismo tiempo, y por primera vez, veo que titubea e incluso parece dejar esa pose de estirado gilipollas.
- ¿Viuda...? ¿Susana? Vaya, lo siento...
- No pasa nada...
Me acerco sin cortar el contacto visual denotando más confianza de la que tal vez debería, pero nunca me ha gustado el mal rollo y menos con alguien tan conocido y que fue tan importante en su momento. Mi gesto es tranquilo, la lucha nunca me ha llevado a ningún lugar que merezca la pena estar, y en esta ocasión mucho menos. No me interesa para nada entrar en una guerra de poder y mucho menos en el terreno de lo personal, mi reciente viudedad es este momento un estado que me ha proporcionado todo lo que tengo lo que implica todo lo que me ha quitado en años anteriores, y a decir verdad, sus palabras de anoche aún escuecen, de manera que reconduzco el tema dentro del marco de la cordialidad y la comprensión.
- ¿Qué me querías decir? – pregunto en tono conciliador.
- Susi... – Pronuncia mi nombre de pila con una inusual gravedad al tiempo que baja la mirada, haciendo que su eco retumbe dentro de mi pecho y por primera vez siento que me trata como a una persona conocida y no como a un indeseable enemigo.
José Manuel, avanza hacia mí acortando el último paso que nos separa e inconscientemente me coge ambas manos, haciendo que una electricidad olvidada recorra todo mi cuerpo y creo que también el suyo ya que acaricia con suavidad el dorso de mis manos haciendo círculos con sus temblorosos pulgares. Su azulada mirada se vuelve a mis ojos pero la máscara de frialdad ha desaparecido para dar paso a su natural calidez.
Mi nombre en sus labios ha sonado extraño a la vez que demasiado habitual, es una sensación contradictoria que me aturde y me devuelve a un tiempo, por desgracia, muy lejano...
De pronto viene a mi mente como si hubiera sido ayer, aquel lejano día de principios de verano en la piscina del chalet de Diego, la primera vez que mis padres me dejaron ir con la pandilla. Para mí fue muy chocante, no sólo porque podía salir y divertirme como el resto de mis amigos, sino porque además Chemita fue muy agradable conmigo. Me trató igual que a mis amigas, cosa que aunque pudiera parecer normal a ojos de todo el mundo, a mí me chocaba, porque yo me sentía más fea que las demás, más gorda que las demás y, en definitiva, menos que las demás. Pero él ajeno a mis complejos jugaba y bromeaba en la piscina, nos cogía a todas indiferentemente y nos tiraba por los aires para luego hundirnos la cabeza en el agua y seguir bromeando. Ese contacto, esa naturalidad, esa sensación de ser igual que el resto me hizo empezar verlo de una forma más especial.
Al caer la noche, recuerdo que preparamos bocadillos y refrescos, y cenamos sentados bajo un precioso cenador plagado de jazmines. Hubo un momento en el que de camino a la cocina me separé del resto para admirar el maravilloso atardecer asomada a la preciosa balaustrada, Siempre me ha fascinado ese momento del día en que el sol se ha ocultado pero aún el cielo iluminado por los últimos rayos se colorea con toda la gama del arcoíris. Con la mirada perdida en los colores del cielo y absorta en mis propios pensamientos se me acercó Chemita:
- ¿Estás bien? - me preguntó si me encontraba bien, yo apenas podía creer que una persona se estuviera interesando por mí.
- Sí... gracias... eh... solo estaba contemplando el atardecer, es mi hora favorita del día. – Sonreí nerviosa por primera vez ante él.
- Yo prefiero el amanecer, me encanta el silencio que se produce antes de que despunte el sol, a primera hora... – Su convicción y su mirada serena me traspasaron el alma.
- Siento mucho decirte que no hay nada comparable a la franja verde del cielo de un atardecer de verano...
- ¿Verde? Tú alucinas, has tragado más agua de la que yo pensaba. – Se mofó divertido.
- Nada de nada monada, fíjate bien, después de los cobrizos y anaranjados, hay una franja amarilla que rápidamente pasa al azul nocturno ¿verdad? – afirmó en silencio con su mirada oceánica fija en el horizonte. – Pues si te fijas bien entre el amarillo y el azul hay una franja verde que cuanto más la miras, más ancha parece... - no tardo ni diez segundos en reaccionar.
- Alaaaaaa! ¡Si es verdad! - Admitió emocionado al verla. Yo sonreí triunfal, momento en que se dio cuenta que yo le estaba ganando la partida y tosiendo teatralmente, cosa que me hizo reír, opinó sin dar su brazo a torcer. – Ya solo falta que veamos juntos un amanecer para poder discernir qué momento es el mejor, pero tendremos que quedar a primera hora... - guiño el ojo para sentenciar su frase y seguimos hablando de camino a la cocina.
Después de hablar un rato y reírnos rememorando las mejores ahogadillas de la tarde, justo al entrar a la cocina que estaba en penumbra se produjo un silencio en el que nuestras miradas conectaron de forma especial. Un escalofrío recorrió nuestros cuerpos justo cuando Chemita me acarició suavemente la mejilla argumentando que "había pasado un ángel". Yo pensé que ese ángel era el propio Chemita que en menos de medio día me había hecho sentir normal y además me regaló el momento más tierno que había vivido hasta entonces. Un momento en el que me olvidé de mis imperfecciones y sentí que podía ser una persona más. Una lástima que dos semanas después se cruzara en mi camino el desgraciado de Camilo para hacerme sentir una completa infeliz y que borrara de un plumazo, la tímida semilla de ilusión que Chemita había sembrado, con su carácter abierto y su sonrisa sincera.
- ¿Susana, estás bien? – esas palabras me sacaron de mis recuerdos. Tenía a Chema delante de mí, nuestras manos cogidas, la misma situación irreal pero pasado el tiempo y con Juanant como espectador de excepción, y un lejano Diego escondido en las sombras.
- Sí, perdona, estaba recordando algo... - acierto a decir quitándole importancia al asunto. - ¿Decías?
- Sí, bueno, decía que... - noto en su tono de voz algo nuevo y distinto, está dubitativo, diría que incluso un poco nervioso... Asiento infundiéndole la poca confianza que le falta y reanuda la frase - que si te gustaría discutir los nuevos términos de tu contrato cenando conmigo esta noche.
Continuará...
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