Capítulo 5. Pasados por agua.
Capítulo 5. Pasados por agua.
La imagen no puede ser más deprimente, Juanant con su guayabera de fondo celeste y preciosas palmeras y guacamayos en verde lima y amarillo brillante, y sus bermudas de corte por encima de la rodilla; y yo con un vestido largo de estampado floral y unas cuñas de doce centímetros de altas, que deben pesar cada una más de una tonelada cada una de todo el agua que han empapado, esperamos el uno junto al otro, mientras el tranquilo, por llamarlo de alguna forma, taxista saca las maletas una a una, con una calma asfixiante.
Juanant y yo intentamos, en vano, guarecernos del tormentazo bajo mi ultramoderna y súper favorecedora, megapamela en tonos tierra, la cual no impide que el agua nos chorree por toda la columna abajo hasta llegar a inundar el canalillo del culo.
- Mi querida Angel Sue, no puedo dejar de pensar en otra cosa que no sea darme un buen baño caliente mientras me bebo una botella de lo más fuerte que tengan estos cubanos en el bar. - Asiento repetidamente, calada hasta los huesos.
Inocentemente dejo de atender la perorata de Juanant porque es la primera vez en toda mi vida que tengo la extraña sensación de que las bragas literalmente empapadas me pesan hasta tal extremo, que creo que en cualquier momento van a caer a plomo a mis tobillos haciendo que caiga estrepitosamente... Juanant sigue con su discurso:
- Sí, sí, ya sé yo porque los pasajes han sido tan baratos, y claro, hacer el catálogo de verano en una playa paradisiaca en octubre es lo que tiene, ¡QUE LLUEVE A MARES! — grita y me asusto. - Con lo fácil que habría sido hacer fotos de estudio, con una buena iluminación, no digo yo que no, y luego meter unos fondos con photoshop y arreglado... Pero nooooo, hay que venir al puto paraíso perdido para que un huracán tropical ¡¡¡SE NOS LLEVE POR DELANTE!!! — un relámpago y su consecuente trueno irrumpen a la vez cortando en seco el discurso de Juanant y haciendo que ahora ambos saltemos del susto, si es que tenemos la tormenta encima.
No decimos una palabra más, ¿para qué? solo con mirarnos nos entendemos. Nuestra cabezas se dirigen a al autobús que acaba de parar justo detrás del taxi, en el que vienen los modelos, los estilistas, los fotógrafos, el vestuario, el material...
Las puertas se abren y una asustada becaria con sus pequeños ojos azules hundidos hasta lo más profundo de sus cuencas asoma su chata nariz, justo cuando otro relámpago-trueno rompe el cielo en dos y el aguacero se multiplica de tal forma que creo que efectivamente los cielos y los océanos se han abierto en canal y en breve un cachalote gigante o el mismo Godzilla van a aparecer delante de las puertas del hotel.
La pobre becaria sale del autobús, despavorida hacia dónde estamos nosotros, tapándose la cabeza inútilmente con una ridícula carpeta negra, para cuando se presenta delante de Juanant, éste ya resopla más que un miura y a ella, probablemente le llega el agua hasta es culo... Intento asirlo de los hombros para calmarlo porque veo claramente que es una bomba a punto de estallar.
- Don Juan Antonio, ¿cómo puedo serle de ayuda? — pregunta la muchacha con un hilo de voz.
Juanant se vuelve hacia mí y murmura refiriéndose a la chica:
- "Te podrías haber quedado en tu casa". — Sonríe maliciosamente.
- Shhhh! No seas así. — Le reprimo. — ¿Qué tal si le damos una oportunidad?, por muy inexperta que parezca y por muy asustada que esté, se está ofreciendo a ayudar, que no es poco... - Levanto los ojos dramáticamente hacia el cielo aunque solo consigo ver el ala de mi pamela de la cual correan varios hilos de agua constante. Sé que estoy actuando como una madre pero creo que es lo que Juanant necesita oír y además quiero evitar que la chica se empequeñezca del todo y nos planteé otro problema añadido.
Juanant se vuelve hacia la becaria que espera demasiado paciente a que terminemos de cuchichear.
- A ver hija de dios ¿cómo te llamas? — a pesar de que su tono es un poco despectivo, sé que lo está intentando. "¡Bien por ti señor bomba de relojería!"
- Me llamo Conchi, Don J... - Juanant levanta una mano y la coloca delante de la cara de la muchacha que deja de hablar en el momento. Por lo pronto sabe interpretar el lenguaje gestual, "ibien por la becaria!" No me quiero emocionar pero huele a entendimiento.
- ¿Conchi...? Ni se te ocurra volver a llamarme así. Soy Juanant, para ti y para todos. — Juanant levanta la vista a la multitud que se agolpa en el pasillo y la parte delantera del autobús, negándose a bajar, reticentes a mojarse con el aguacero. Se gira de nuevo hacia mí - ¿No podría tener un nombre con menos glamour? — No puedo evitar sonreír, todos estos contratiempos van a terminar por pasarle factura.
- No te angusties podía ser peor se podía llamar Cipriana o Indalecia... - digo recordando los nombres de algunas de la abuelas de mi pueblo, a la vez que reprimo una carcajada y los ojos de Juanant arden en llamas. — Anda, tonto, rebautízala y ya está, como hiciste conmigo... - pongo ojitos tiernos y Juanant me acaricia con dulzura la mandíbula calmando sus instintos asesinos. Asiento infundiéndole ánimos pero el fuego de su mirada se reaviva, miedo me da.
Se gira como alma que lleva el diablo hacia la expectante y asustada muchacha. En tono riguroso proclama, llamando la atención de todos los del autobús:
- Conchi, ha muerto. — Anuncia con la palma de la mano sobre la frente de la chica que alucina en colores. - A partir de ahora mismo yo te bautizo como: Coco, en el nombre de Channel, de Valenciaga y de Pedro del Hierro. Amén. — Juanant le hace la señal de la cruz a la vez que habla para terminar en su frente de nuevo. — Y ahora, coge esa "carpetita" quítatela de la cabeza, comprueba que están todos los que son y son todos los que están y que pasen hasta el mostrador ordenadamente, donde les daremos la llaves de sus habitaciones. ¿De acuerdo? — señalando al autobús.
Coco, asiente con mirada firme, labios apretados en una fina línea y sin pronunciar palabra. Un brillo especial ilumina su mirada cuando se gira cuadrando los hombros para dar dos zancadas que la colocan delante del barullo de gente que se agolpa en la puerta del autobús. Intenta en vano hacerse escuchar y justo cuando Juanant se está dando la vuelta hacia mí para de seguro, ponerla verde... un chiflido de cabrero experto, nos deja a todos en el sitio.
- ¡A ver! — Grita Coco que se hace oír sobre el alboroto y sobre la mismísima tormenta. - ¡En fila de a unooooo!
- ¡Coño, con la becaria que parecía tonta! — exclama Juanant perplejo.
- A veces solo basta con un pequeño empujoncito... - susurro a sus espaldas.
Eso es justamente lo que Juanant hizo conmigo hace unos días, me compró unas alas, me las colocó y sopló tras de mí. La capacidad de volar siempre habría sido mía pero nunca había tenido la suficiente convicción para hacerlo. Y ahora me siento libre, ligera, renovada, una persona nueva gracias a él. Y eso es lo que necesitaba Conchi, una chica que ha acabado sus estudios y de repente se ve abrumada por un trabajo para el cual no la han preparado y se ha visto sobrepasada pero en cuanto alguien ha creído en ella, ella ha sido capaz de creer en sí misma. Casi todo el mundo necesitamos ese alguien que nos recuerde que podemos y eso no es ni bueno ni malo, pero sí que es muy cierto...
Al cabo de una hora y he conseguido colocar todo el material tanto técnico como estilístico en estanterías que se me antojan infinitas y en tres enormes percheros todos los bañadores y complementos de la nueva colección en un lateral de un salón que nos han dejado, ya que como están en temporada baja, no lo van a necesitar.
La ropa se me ha medio secado y noto el pelo como una maraña con vida propia. Me quedo pensativa un instante intentando alisar el caos de mi melena cuando las puertas se abren de pronto y Juanant entra como las locas, despotricando y agitando la tarjeta de la habitación en la mano. En ese momento, debido a la corriente un gran ventanal oculto tras una gruesa cortina se abre dejando entrar todo el viento y toda el agua que no para de azotar al hotel. Rápidamente Juanant y yo, no dirigimos hacia la enorme vidriera y por pocas si aún estamos ahí empujando en contra de la fuerza del viento para cerrarla.
El agua fría como una tumba vuelve a empaparnos y me sumo voluntariamente al carácter de perros de Juanant para despotricar en contra del viento, de las tormentas y de todo lo imaginable. Cuando al fin conseguimos cerrar la ventana, Juanant resbala en el enorme charco que se ha formado en el suelo y en su intento de aguantar el equilibrio me arrastra a la ingrata superficie del suelo que nos recibe con un buen golpe en el trasero. "Mierda, otra vez se me han empapado las bragas..."
Empapados, doloridos, tumbados en el desagradable charco y viendo a través de los vidrios del ventanal como el insolente viento dobla las palmeras hasta que casi tocan el suelo, Juanant grita:
- ¡Y ENCIMA NO HAY BAÑERA, SOLO DUCHAAAAAAAA! — eso era lo que lo traía tan alterado.
Explotamos a unísono en sonoras carcajadas que rellenan todo el espacio vacío del salón... cualquiera que nos pudiera ver pensaría que hemos perdido la cabeza y sí, creo que lo hemos hecho, y personalmente creo que debería haberla perdido hace ya mucho tiempo.
- Anda vamos que te invite a una copa... - digo al pobre Juanant que más que tirado en un charco de un salón de un complejo cuatro estrellas, parece que se estuviera hundiendo en la mismísima fosa de las Marianas.
- ¿¡Una copa!? — su mirada está perdida en el techo.
- Sí, no decías que... - empiezo a recomponerme.
- ¿¡Una mísera copa!? — me da la sensación que su mirada está perdida en el mismo infinito.
- Oye, ¡qué mala leche gastas! — espeto incorporándome del todo.
- Querida Angel Sue, voy a necesitar ¡TODO EL ALCOHOL DE ESTA MALDITA ISLA PARA SUPERAR ESTO! — "¡que teatrero es por dios bendito!"
- Anda ya quejica, ¡tira millas! — le doy un cachete en el culo y salimos cogidos del brazo y partidos de risa.
Antes de abandonar el lujoso salón miro con pena hacia todo el material aparcado en el lateral e instintivamente miro hacia el exterior a través de los ventanales; yo no entiendo mucho de meteorología pero parece que de hoy para mañana la cosa no va a amainar... de hecho creo que está yendo a peor... Habrá que esperar, a ver qué pasa...
Antes de tomar la tan ansiada y necesitada copa, decidimos pasar por la "no-bañera", es decir, por la ducha para entrar en calor y quitarnos las ropas acartonadas después de las sucesivas mojadas que nos hemos pegado.
Vestidos para la ocasión con ropas ligeras, coloridas y veraniegas, bajamos con energías casi renovadas al bar del hotel dónde a excepción de una mesa con un ruidoso grupo de turistas alemanes a los que parece que poco les importe el vendaval mientras corra la cerveza y el ron, y otra con un par de parejas de guiris que tienen la misma cara de circunstancias que nosotros, todas las mesas están ocupadas por personal de la agencia, no los conozco a todos personalmente, pero del aeropuerto, del vuelo y eso, ya me empiezan a sonar sus caras. De repente me parece estar en el comedor de un instituto americano de esos de las películas que le gustan a mi Adri, de vampiros pajizos y lobos cachas y ardientes.
- El macizo ese de ahí es Scott, el fotógrafo y la que se sienta a su lado es Fiona, su lesbiana retocadora de imagen, los nombres de los ayudantes que se sientan con ellos los desconozco. En la mesa de detrás están las anorexi-modelos tonteando con los modelos que están justo delante de la tele que tiene deportes y no les hacen ni puto caso, porque de todas formas con tanta "eri" y con tanto anabolizante no se les levanta... - Los comentarios de Juanant son demasiado ácidos, me dejan tan atónita que creo que los ojos se me van a escapar de las órbitas.
- Juanant, no hables así de todo el mundo... - le reprimo y me sonrojo tanto o más que si me pudieran oír.
Juanant hace oídos sordos a mi consejo y me va relatando mesa por mesa. Según Juanant los estilistas, son una panda de gafapasta y hipster, neomodernos que se visten con cuatro trapos de sus abuelas porque no tienen dinero para pagar diseñadores y se abotonan hasta arriba y se creen que crean tendencia... Los peluqueros y maquilladores, son poco más que punkis y emos venidos a menos que se refugian en sus flequillos de colores y sus uñas estrambóticas para no afrontar sus verdaderos problemas... Los... No aguanto más el tono agrio y despectivo. Lo corto con el mismo gesto que ha usado él con, nuestra recién estrenada Coco, horas antes.
- No Juanant, no te lo consiento. — Le espeto y calla de golpe. Me mira con gesto serio y quitándole importancia le cuestiono — ¿Supongo que después de tu sarta de palabras virulentas y nocivas contra todo cristo, a nosotros nos toca sentarnos con la pequeña becaria Coco que estará sola y asustada en medio de esta presunta fauna? — Juanant solo acierta a asentir, sin saber muy bien por dónde le voy a salir.
La asustada becaria, contra todo pronóstico ha sido más rápida que ninguno y en lo que nos ha visto entrar al salón ha pedido dos mojitos que un guapo y mulato camarero deja sobre la superficie pulida de la mesa de madera nada más sentarnos. Agradezco su gentileza asintiendo y él muchacho, todo felicidad y sonrisa me dedica un guiño.
- Ves Juanant, a esto me refiero. — Tomamos asiento. La becaria no dice ni mu. — Entiendo tu mal humor, este no es el viaje que esperábamos, pero no por eso tienes el derecho a despotricar de todo y de todos. — Los ojos de Juanant empiezan a ceder ante mis palabras. — Lo importante es que estamos aquí, que hemos llegado, hemos organizado todo, nos estamos tomando un mojito — doy un sorbo a mi vaso "ummm, delicioso", - en la tierra que ha inventado el ron y tal vez mañana amanezca el sol. No me gustaría que por la misma regla de tres a mí me etiquetaran como la lameculos de la maricona loca. — La becaria se retira hacia atrás en su silla intuyendo el estallido de Juanant, pero yo veo en sus ojos que está sopesando todo lo que le he dicho. — Ah! y dicho sea de paso, ya me explicarás qué coño es "eri", anabolizantes, hipster, emo y ya no me acuerdo de más palabras raras.
Juanant levanta su mojito, las comisuras de sus labios están empezando a curvarse en una sonrisa maliciosa, y brinda:
- ¡Por la lameculos de la maricona loca!
- Estás como una cabra... - levanto mi vaso y miro a Coco para que nos siga.
- ¡Pues también por la cabras!
- ¡Por las cabras! — repetimos Coco y yo al unísono.
Caen un par de mojitos más antes de que nos sirvan la cena en el mismo bar, ¿para qué ocupar un salón? Aun a pesar de estar en temporada baja nos agasajan con unos manjares dignos de cualquier palacio, todo está delicioso y servido con elegancia y maestría. El camarero nos guiña y nos gasta bromas cada vez que viene a traer o llevar platos, la velada está siendo de lo más agradable.
Con los postres llega una pianista mulata de profundos ojos verdes, la mar de bonita. Sube a un improvisado escenario hecho con cuatro cajas de bebida y un par de tableros; y coloca su equipo de sonido. Al mismo tiempo los camareros están quitando unas mesas vacías de un lateral y colocando un carrito portátil que a todas luces va a servir de barra, montones de botellas, cubiertas copas de colores, diferentes tipos de frutas... ¡La hora del cócktel!
Todos nos levantamos y nos vamos acercando a la barra a por los combinados, los alemanes los primeros que con sus bebidas se apostan frente a la pianista y la jalean.
Scott, el fotógrafo espera a mi lado y Juanant nos presenta formalmente. La verdad es que está bueno de infarto, pero mucho más allá de eso tiene un fondo increíble, así sin querer le digo que me encantaría ver fotos suyas y le falta tiempo para sacar su móvil que más que un teléfono parece una cámara de fotos y mientras me enseña las fotos que tiene en su cuenta de instagram, me relata como su afición surgió cuando a los cuatro años Santa Claus le regaló una cámara polaroid y empezó a convertirse en una ruina para sus padres que no hacían más que comprarle el papel fotográfico, hasta que decidió empezar a vender las fotos a la gente que se las hacía, para financiarse y así empezó a comprar más cámaras, más carretes y más objetivos... En el instituto su pasión por la química y la física, aplicadas a las fotografías le hizo que junto a un profesor también aficionado construyeran su propia cámara oscura, taller de retocado y revelado y así fue como hacer fotos se convirtió en su manera de vivir.
- ¡Qué interesante Scott! Pero por tu acento intuyo que todo eso no pasó en España... - me noto ebria y empiezo a hablar arrastrando las palabras y entornando los ojos... ¿¡Estoy intentado ligar!? Me horrorizo solo de pensarlo, aunque Scott es un hombre de mi edad, puede que algo más joven, está totalmente fuera de mi alcance, pero a ver quién convence a mi cuerpo que deje de sentir ese fuego interno cada vez que me sonríe o me roza.
- No, en España, no. Soy Americano... - levanta su copa y me guiña un ojo. "¿¡Coño, hoy es la noche oficial del guiño!?"
- Ya decía yo, que los planes de estudios de los institutos españoles de los noventa no incluían proyectos de esa "envergadura..." — me sorprendo a mí misma pasando la mano por su fuerte antebrazo mientras arrastro las sílabas de la palabra envergadura... de súbito, recuerdo la noche en que le pregunté al policía si tenía perrito y me echo a reír instintivamente.
- Que graciosa eres Sue, ¿y tu nombre? tampoco es muy español que digamos... - pregunta Scott sujetándome del codo y acercándome un poco hacia él, yo creo que para que lo escuche bien entre el barullo, aunque no me importaría que fuera por otro motivo...
- Mi nombre es invención de Juanant — "como casi todo..." ¿A quién pretendo engañar? Debo de estar dando un espectáculo patético. Scott es demasiado maravilloso para que yo me permita el lujo de ni siquiera pensar en tontear con él. De pronto se me cambia el carácter. Se me está haciendo un nudo en la garganta del tamaño de toda esta isla, cuando siento que me llaman la atención con un par de golpes en el hombro. — Disculpa, Scott. — Pronuncio a duras penas. No podían haber llegado más a tiempo.
- Mamita, a esta ronda invita la casa... - el mulato me da una copa multicolor con sombrillita y loro y fruta en los bordes y de todo; me sonríe y me guiña. "¡Hasta el coño estoy de guiños esta noche!"
- Como a todas las demás ¿no? — me refiero a las copas, pero nada más soltarlo advierto que mi tono es demasiado estridente y ofensivo, reculo e intento explicarme. - Que yo sepa hay barra libre... - bajo la mirada al inframundo sintiéndome terriblemente decepcionada conmigo misma por pagar mis frustraciones con este chico que ha sido un auténtico sol durante toda la noche, el único sol que probablemente veré en toda mi estancia en esta isla lluviosa de los cojones. — Lo siento... - musito con un hilo de voz cuando noto una mano bajo mi mentón que me obliga a subir la mirada.
- Mamita, no se ponga así, disculpe si la molesté, solo intentaba que esa preciosa sonrisa no se apagara en toda la noche... - sus tacto y sus ojos me tienen atrapada, sus palabras han hecho el resto, el fuego interno se reaviva y sonrío como una adolescente. — Así está mejor, Mamita.
- ¡Raúl! — grita Juanant acercándose a nosotros y rompiendo a voces la efímera magia del momento. — Veo que ya conoces a Angel Sue.
- Verdaderamente, es usted un ángel Mamita... - Raúl, coloca la otra mano al otro lado de la cara, me atrae hacia él y me da un tímido beso en los labios y se va. El leve roce hace que una bestia dormida se despierte, la siento justo en el centro del pecho y entre mis piernas. ¿Estaré interpretando mal los hechos? Seguro que es una costumbre isleña y yo me creo que he ligado con un guapo y joven mulato que podría tener a la chica que quisiera...
- ¿Qué ha sido eso, "pillina"? — Juanant me pregunta inquisitivo y juguetón, intentando pellizcarme.
- Calla ya, alcahueta. — Lo increpo. — Eso no ha sido nada...
- ¿No? ¿Y este pedazo de cocktel?
- No sé me lo ha traído Raúl, como a todo el mundo...
- No querida, como todo al mundo, no...
Juanant levanta su copa, medio vacía y pone ojitos tristes. La suya ciertamente, tiene menos frutas, menos sombrillitas y menos loros, pero intento no darle importancia y cambio rápido de tema para no hacerme ilusiones tontas con fotógrafos inalcanzables y con mulatos de infarto, igual de inalcanzables. De modo que invito a Juanant a bailar y andando rítmicamente llegamos hasta la improvisada pista de baile, que no es más que un trozo de bar en el que los alemanes han apilado las mesas a un lado.
Bailamos y bebemos. Las modelos parece que se empiezan a sacar el palo del culo y hasta ríen. Los modelos han dejado de ver deporte y entablan conversaciones con los demás, Scott y Fiona hablan animadamente con los guiris. Incluso Coco, ha entablado conversación con los estilistas. Todos estamos divirtiéndonos de lo lindo y se podría decir que hemos olvidado lo que ocurre de puertas hacia fuera cuando de repente, una luz cegadora atraviesa el salón de punta a punta, un ruido atronador nos hace pensar que el techo se va a derrumbar sobre nuestras cabezas y la luz se apaga automáticamente.
Se produce un griterío absurdo e ilógico. Yo me limito a esperar pacientemente parada cuando unos brazos fuertes me cogen de la cintura y me pegan a un cuerpo terso y musculoso.
- Mamita, no tengáis miedo. — Miedo precisamente no es lo que tengo... pero la respiración se me ha cortado y no siento que el aire esté entrando en mi cuerpo para realizar la necesaria respiración.
- Tranquilo, Raúl... - me cuesta mucho articular palabras. Me despego como puedo los pensamientos calientes y me centro en la situación con una fuerte inspiración. Me estoy obligando a respirar para oxigenar el cerebro y salir del trance cachondo al que yo misma me estoy avocando. — ¿Hay algún generador de emergencia o algo con lo que poder tener de nuevo electricidad?
- Mamita, eres un ángel. — Raúl, me besa suavemente justo en la curva dónde el cuello pasa a ser hombro y una fuerte sacudida me recorre todo el cuerpo de arriba abajo, haciendo que se me encojan hasta los dedos de los pies. Se separa de mi espalda y noto un frío inusual. — ¡Tranquilos! Iremos a conectar los generadores de emergencia. — Informa y desaparece en la oscuridad.
Las pantallas de los móviles empiezan a iluminar la estancia. El griterío se va sosegando. Juanant me encuentra con el resplandor de su móvil y me pregunta que qué tal estoy, pero no puedo responder, no puedo moverme, no puedo reaccionar. Intento pensar cuándo fue la última vez que un beso de un hombre me hizo sentir algo parecido y no encuentro ningún referente en mis recuerdos. Ni siquiera los de mi marido... o quizá es que ya no me acuerdo. Salvo él, no he conocido a otros, en el terreno íntimo quiero decir. De manera que esta sensación me pilla de nuevas.
Lo cierto es que por una parte me ha agradado mucho, pero por otra me siento una estúpida que ha estado cerrada a todo, durante toda una vida, y eso me apena sobremanera. No tengo tiempo de seguir divagando cuando la parpadeante y tenue luz de las lámparas de emergencia vuelve a iluminar, aunque no del todo la estancia junto con el aplauso de todos.
Sonrío al ver como las modelos se han refugiado en el grupo de atentos y totalmente ebrios alemanes que han sacado pecho y más parecen un grupo de aguerridos vikingos que el cordial grupo de extranjeros borrachos de hace un rato. Hay que ver que tontas nos ponemos las chicas con algunas cosas. Solo ha hecho falta un apagón para que nuestros instintos más básicos y anhelos afloren sin pedir permiso...
¡Qué bonito! Sin saber por qué, recuerdo cuando mis hijos estaban pequeños, aquellos largos inviernos de tormentas en el pueblo, cuando la luz se iba y no venía hasta el día siguiente y las veladas se convertían en juegos de cartas y dominó a la luz de las velas. Alguna vez la luz vino al rato y los niños insistían en que la apagáramos y siguiéramos jugando y riendo bajo aquella atmósfera mágica de calma y risas. Era como si la ausencia de luz hiciera que el tiempo quedara suspendido en un espacio irreal que lo hacía especial...
Una de las consecuencias lógicas de que no haya electricidad es que los teclados de la pianista y todo su equipo de sonido no funciona, así que no hay música. Los generadores de emergencia están destinados a que sigan funcionando las neveras y congeladores y a dar una tenue luz, así que parece que se acabó la fiesta...
Entonces un alemán brama en un leguaje intermedio entre gaélico y español latino: "Instumentación" ¿Instrumentación? ¿¡Qué coño es instrumentación!? Me pregunto mentalmente a mí misma. En esas llega Raúl anunciando que la fiesta se traslada al salón Caribe, que es en el que tenemos todo el material, porque allí hay un piano de cola que no necesita electricidad para funcionar. Durante un instante temo por nuestras cosas, pero están bien ordenadas en el lateral y no somos tantos como para que no podamos controlarlo.
De camino al salón, no sé de dónde uno de los alemanes, el más alto de todos, se ha hecho con un acordeón y nada más invadir el salón una música tirolesa lo llena todo. Estoy alucinada. Quién me iba a decir a mí que hace dos días soñaba con estar tostándome al sol del Caribe y muerta de calor, que a día de hoy me iba a encontrar en el salón Caribe de un hotel, con una tormenta tropical de dos pares de narices, bailando música tirolesa y bebiendo exquisitos combinados que me trae un guapo mulato que me llama Mamita y me ha besado ya ¡dos veces!
- Mamita, la extrañé... - "¡Coño, el mulato!"
Raúl me asalta de nuevo, esta vez frente a frente. Me agarra de la cintura y me atrae firmemente hacia él con su mano derecha y con la izquierda me pone en posición de baile. Estamos tan cerca que puedo notar como los botones de su guayabera suben y bajan con cada respiración, rozando mi propio cuerpo que se estremece sin ningún tipo de contención.
- Mamita, usted huele a brisa marina y a coco salvaje... - Aspira mi aroma cerrando los ojos inclinando su cabeza hasta el hueco de mi cuello y yo escondo mi cara en su pecho visiblemente avergonzada. ¿Por qué siento que cada palabra que me dice arde en mí entrepierna?
Raúl empieza una tortuosa danza y me arrastra con ella, bailamos un ritmo no inventado, pero cruelmente lento y sensual. Puedo sentir como restriega sus caderas en las mías que muy por el contrario de apartarse se acercan y lo reciben ansiosas. Un fuego interno que creía extinto se reaviva y toma fuerza, negándome a mí misma los pensamientos de darme media vuelta y huir porque no quiero irme. Me gusta lo que está ocurriendo, me gusta la vibración que su contacto causa en mi piel y me gusta ese calor interno que amenaza con arrasarlo todo. Así que decido quedarme a ver qué pasa, ¿para qué negarme algo antes de tiempo? Si el muchacho solo intenta agradarme como clienta del hotel, lo está haciendo muy bien, y si ocurre algo más... pues ya se verá, en peores situaciones me he visto en esta vida...
Scott, el fotógrafo, que estaba deseando de usar sus miles de cámaras, se dedica a pasear entre todo el mundo y hacer fotos de todo aquello que se le antoja. Justo cuando se acerca a nosotros Raúl, que está en todo lo advierte y me hace un pase de baile. Me agarra fuerte de la cintura y quiebra el movimiento, afianzado su muslo detrás de mí e inclinando mi espalda sobre él, lo que hace que me quede partida de risa y con una pierna para arriba. Me maneja como quiere a pesar de que yo ya no tengo cuerpo de chiquilla... pero él sí es un chaval joven y fuerte, no creo que llegue a los 27.
Aún no he salido de mis pensamientos, ni recuperado mi verticalidad cuando el maldito ventanal de este mediodía se vuelve a abrir por el viento tras de nosotros dejando entrar una cortina de agua que nos empapa en cuestión de segundos, aunque muy por el contrario de lo que ocurrió hace unas horas, cuando luché contra viento y marea para cerrarla, a Raúl y a mí nos da por reír. Raúl cae de rodilla y me arrastra con él en su caída. Scott no desaprovecha el momento haciendo infinidad de instantáneas en posiciones imposibles que nos dan aún más risa. Cogidos de las manos nos miramos a los ojos y reímos intensamente cuando noto un cambio en la mirada de Raúl que me abrasa la piel. Me agarra dulcemente de las mandíbulas y me besa, su expresión aún es sonriente, pero sus gruesos labios atrapan a los míos en un roce afrodisiaco que me obliga voluntariamente a dejarme hacer. Su lengua tímida roza suplicando por una abertura que no se hace de esperar, y la mía sale a su encuentro haciendo que el choque produzca el mayor estado de clímax que he sentido en toda mi vida. Me tengo que agarras a sus caderas para no caer a favor del mareo que me produce esta situación totalmente nueva para mí... "Ah, coño, esto es un beso como los de las pelis... ¡Que no pare nunca, por favor!"
Un escalofrío me recorre de parte a parte y me estremezco en los brazos de Raúl que por muy cálidos que sean juegan en desventaja frente a la lluvia que debe estar haciendo una verdadera piscina en el salón.
- Mamita, deberíamos cerrar la ventana, ¿no cree? — murmura sobre mi boca y por mucho que me obligo a abrir los ojos parece que una magia extraña me ha atrapado y eso no parece posible, aunque en mi fuero interno siento que tiene razón.
- Aja... - asiento sin convicción mientras Raúl me regala pequeños y sabrosos besos de chocolate por las comisuras de mis labios, el mentón, las mandíbulas, cerca de los oídos y por el cuello. Así me temo que vamos a terminar por coger una pulmonía...
Nos separamos drásticamente cuando el salón al completo estalla en una sonora ovación y me muero literalmente de la vergüenza. El peor de todos con diferencia es Juanant que grita a voz en cuello: "¡Así se hace Angel Sue!" Un par de alemanes grandes y fuertes como robles, cierran la ventana sin apenas dificultad y nos ayudan a ponernos de pie sin resbalarnos en el inmenso charco que se ha formado sobre el precioso suelo de piedra pulida y abrillantada. Raúl me rodea por la cintura y me murmura al oído que mejor me cambie si no quiero pillar un enfriamiento y asiento atónita a sus palabras, primero porque lleva razón y segundo porque no estoy acostumbrada que nadie, salvo yo misma, me cuide con lo que flipo cuando eso ocurre de manera natural. Hombre, a Juanant lo contraté pero su forma de tratarme es mucho más personal que la de alguien a sueldo y con Raúl es que no me lo creo porque es una chaval, guapísimos de unos 27 años, fuerte y simpático que se está desaciendo en atenciones hacia una mujer como yo que casi podría ser su madre...
Raúl me acompaña hasta mi habitación y cuando abro la puerta no se muy bien cómo actuar... ¿Qué más quisiera yo que invitarlo a entrar y que se quedara...? Pero de repente me asaltan mil dudas y cientos de complejos, me pongo tan nerviosa que en vez de invitarlo formalmente entro directa al baño y lo dejo en el umbral sin dirigirle la palabra y sin mirarlo tan siquiera.
Abro el grifo de la ducha y de lo atribulada que estoy casi estoy a punto de meterme en la bañera con la ropa puesta. Pero... ¿qué hago? No he cerrado la puerta de la habitación y la del baño solo está entornada. ¿Me quito el vestido? ¿Qué pensara el atento y maravilloso Raúl de mí? ¡Ay dios, soy un desastre!
Evito la horrible tentación de mirarme la cara de gilipollas que debo de tener en el espejo e intento, no sin esfuerzo, bajarme la cremallera del vestido. Oigo la puerta de la habitación cerrarse y se me para un instante el corazón. Sin duda el guapo mulato ha decidido pasar de mí e ir a cambiarse las ropas mojadas... Muy inteligente por su parte, para qué estar con una vieja cuando puede tener a la chica que quiera...
Los tristes pensamientos nublan mis sentidos y anegan mi vista. Vuelvo a sentir esa presión tan característica en mi pecho. Me siento una inútil total, ni tan siquiera soy capaz de bajarme la puta cremallera del vestido. Todo ello agravado por el frio que siento y la inminente necesidad de meterme debajo del agua caliente. Grito de impotencia y me apoyo con los codos en la encimera del lavabo, sujetándome con las manos la cabeza. Tirito y los pezones me duelen de frío. He de reponerme a esta sensación de abandono tan devastadora pero no sé si será por la cantidad de alcohol pero cada vez me noto peor...
Sin pensármelo dos veces me saco las sandalias de tacón de un puntapié y un efecto renovador empieza a apoderarse de mí. Acto seguido me meto en la ducha vestida y todo, y nada más recibir el agua caliente en mi gélida piel, cierro los ojos y me apoyo con las palmas de las manos en la pared, para evitar perder el equilibrio y una sensación de sosiego empieza a aliviar mi autotorturada alma.
Noto una corriente de agua recorrer mi espalda y pienso que debido a la tormenta puede que por los conductos de aireación entre aire justo cuando unas manos fuertes me agarran de las caderas:
- Mamita, sé que es de mala educación entrar sin ser invitado, pero usted no cerró la puerta y no me quise resistir a la tentación... - murmura cruelmente despacio en mi oído haciendo que todos mis sentidos despierten de nuevo y vibren al son de toda mi piel que se eriza sin pedir permiso. Me siento felizmente aliviada... acabo de recuperar en un solo gesto la frágil capacidad de creer en mí misma...
Raúl, no se ha ido a ningún sitio, está aquí, agarrándome posesivamente de las caderas y acercándome a su excitada anatomía que ruge por entrar en contacto con mi ser. El corazón se me dispara y tiemblo, me falla la capacidad de respiración y solo jadeo, e incapaz de reaccionar me abandono a lo Raúl quiera hacer conmigo.
Empieza a besarme sensualmente el cuello, al tiempo que lleva sus manos a la cremallera del vestido para bajarla tan rápidamente que no tengo tiempo ni de reaccionar, cosa lógica ya que el roce sus cálidos labios, me tiene totalmente obnubilada.
- Mamita, no está bien que usted entre vestida en la bañera... - "¿Será que estoy muy cachonda o todo lo que dice es verdaderamente tan erótico y sensual?"
Raúl es una bestia de sexualidad, no solo ha conseguido hacer que el vestido desaparezca en tiempo record sino que además ha hecho que mi ropa interior se desvanezca en un abrir y cerrar de ojos. Sus manos ahora tienen vía libre de ardientes caricias. Las siento en mi pechos lujuriosas y ligeras, en mi trasero pesadas y firmes, en mi cintura livianas y juguetonas... Me noto húmeda y receptiva. Me noto ida, fuera de órbita y lugar y al mismo tiempo se siento pertener a esas manos y esa piel que me posee y me reclama con fuerza.
No deja de chocar rítmicamente sus caderas y su prominente erección contra mi trasero. No deja de besar mi cuello, mi espalda, de morder hasta el punto de la locura mis hombros y mis brazos y de acariciar todo lo acariciable. Me hace subir y bajar por la espiral de la pasión de una forma brutal y estoy tan excitada que creo que de un momento a otro no voy a ser capaz de soportar más y me voy a evaporar de este mundo.
Giro mi cara en busca de sus labios justo cuando Raúl baja una mano por mi vientre y sus dedos buscan más allá del monte de Venus. La situación está llegando a un punto de necesidad y de exigencia que roza el límite de la locura. Me restriego de una forma descara contra él pero el anhelo es tal que solo hay una solución para nosotros... "hay que morir matando..."
Raúl, que está descubriendo como un experto de nivel superior en artes amatorias, advierte mi urgencia y no se hace de rogar. Mientras mil rayos eléctricos han recorrido mi alma bajo sus expertas caricias, durante las cuales no ha dejado de decirme lo magnifica que soy, lo bien que huelo, lo suave que es mi piel y mil piropos más, su excitación ha alcanzado el nivel máximo, el igual que la mía de manera que sin pedir permiso, igual que todo lo demás asoma su cuerpo por fuera de la ducha coge un condón, rasga el envoltorio y se lo coloca con maestría. Acto seguido se inclina un poco me coge una pierna por detrás de la rodilla y con un movimiento suave la coloca en el borde de la bañera. Me dejo hacer y para poder guardar el equilibrio pongo las palmas de las manos sobre la pared de delante.
Cuando noto su miembro totalmente armado en la entrada de mi sexo me contraigo por un momento ante la dulce sensación del devenir y arqueo la espalda en busca del ansiado momento que no se hace esperar.
Sentir como me invade esa ardiente longitud, llenándome y arrastrándome a un mundo tan olvidado de sensaciones plenas, sensuales y ardientes, me devuelve la fe en la vida.
Raúl, haciendo gala a la bestia sexual y amatoria que representa bombea despacio dentro de mí despertándome en cada movimiento una parte de un paraíso tan perdido como olvidado, pero que se está coloreando de gloria divina por momentos.
Me falta la respiración y mil gemido, por parte de ambos llenan el espacio conformando la banda sonora del momento que se amortigua gracias a la cálida y maravillosa agua que resbala por nuestro cuerpos desnudos y jadeantes.
Raúl de acerca aún más a mí. Me muerde el cuello haciendo que toda mi piel deseé salir volando del cuerpo y mientras con una mano marca el ritmo, con la otra de nuevo acaricia mi centro del placer haciendo que me coloque muy cerca del punto máximo de la espiral del placer.
Me arqueo en su busca y lo hago gemir, sé que le gusta mi entrega, tanto como a mí su excitación y juntos formamos el binomio perfecto, de manera que en tres fuertes sacudidas más yo alcanzo el borde del precipicio y con un temblor me dejo caer en fuertes oleadas en la espiral del clímax perfecto, lugar al que me acompaña con fuertes sacudidas, Raúl instantes después.
Aún dentro de mí, extenuados pero francamente felices y colmados, me abraza desde atrás y me da las gracias con dulces susurros y leves besos en el oído, sin duda, no sé qué dios habré favorecido en esta vida o en la otra pero estoy recibiendo todo lo malo convertido en bueno y multiplicado por mil...
No sé si merezco tanto bien, pero por ahora no me voy a quejar... solo tengo agradecimiento hacia todo lo que me ocurre, una inmensa gratitud.
Continuará...
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