Capítulo 10. Mierda.
Capítulo 10. Mierda.
¿Esta noche? ¡Dios! No creo para nada que sea una buena idea y el vértigo que se acaba de instalar en la boca de mi estómago no hace más que corroborar lo que pienso. Le suelto las manos nerviosa intentando escapar de la abrumadora solidez de su presencia. Siento que si estoy un solo segundo más bajo su influjo toda su arrolladora presencia pasará por encima de mí dejándome poco más poder de decisión que el de un títere con hilos de plomo bajo su magnético dominio.
Levanto la cabeza intentando no perderme en los traumáticos océanos de sus ojos, al tiempo que me excuso con un simple "no lo creo" y giro sobre mis pies para dirigirme a la salida. En mi camino de huida extiendo el brazo y arrastro conmigo a un Juanant perplejo del cual casi puedo escuchar los engranajes de su cerebro haciendo elucubraciones, aunque apuesto a que no tiene ni idea de lo que acaba de pasar, y confesaría que yo misma tampoco. Solo sé que necesito salir del radio de influencia de José Manuel, de su maldita empresa y de sus tormentosos océanos.
Aire, aire es lo que necesito. Le pido a Juanant que me lleve fuera de las oficinas. La respiración se me ha cortado de súbito. El aire entra precariamente en mi pecho. Me afano por respirar pero todo esfuerzo parece en vano. Juanant debe ver la ansiedad en mi cara porque es la primera vez desde que lo conozco que no habla incesantemente intentando distraerme o sonsacarme información, muy por el contrario me coge de la mano y salimos casi corriendo atravesando el espacio entre edificios para entrar en la torre más alejada de la de las oficinas.
Nunca habría imaginado que una cafetería en el piso 43 de un edificio fuera posible. Y sin embargo aquí estoy, distraída mirando a través del vidrio tintado imaginando como sería ser nube y enredarme con un rascacielos. ¡Mierda! Eso mismo es lo que me está pasando que me estoy dejando enredar por un sentimiento pasado que nunca debería haber venido a enturbiar un presente demasiado bueno para mí...
- Angel Sue, cielo, ¿qué pasa?
La comprensiva voz de Juanant no consigue sacarme de mis turbios pensamientos, pero sé que está ahí a la espera, y aun así no sé si contarle a mi buen amigo lo que me pasa porque tampoco es que sea capaz de ordenar mis ideas, ¿por dónde empiezo? Cómo le cuento a mi dulce Juanant que su frío y tirano jefe, fue el primer y único a..., a... No, no me atrevo ni a pensar la palabra. Es una palabra demasiado grande. Demasiado abrumadora. Y muy en el fondo creo que lo que nos ocurrió hace tantos años yace en la memoria de un pasado tan lejano como benevolente.
No fue nada no llegó a nada y para mí significó tanto, que pena que se acabara antes de empezar. Qué pena... ¡Mierda!
- Querida Sue, no es por nada, pero me estoy empezando a asustar, lo único que haces es suspirar con la mirada perdida y de vez en cuando soltar un "mierda" por tu boca. No es que me importe, pero nos están empezando a mirar raro... - Juanant traga saliva teatral al tiempo que pasa su índice por el cuello de la camisa volviendo los ojos y no puedo evitar sonreír.
- Perdona, debo haber pensado en voz alta.
- Ya pero solo piensas en voz alta las palabrotas, y no sabes cómo me molesta estar perdiéndome el resto. – Me guiña cómplice.
- Demasiado estabas tardando en satisfacer tus ansias de curiosidad... - Juanant sonríe como si no hubiera roto un plato en su vida, ávido de información. – Pero yo sin gasolina no ando. – Miro a la mesa desierta y Juanant no tarda en llamar a la camarera que parece que ya nos mira un poco más normal y ordena comida como para un regimiento, se ve que está muy interesado en saber qué es lo que está pasando.
Café, zumo, tostadas, crepes, mantequilla, mermelada, cereales, incluso tila, Juanant no ha escatimado en su pedido y antes de nada damos buena cuenta de la mayor parte del desayuno, no me había dado cuenta de lo famélica que estaba hasta que el olor a tostadas ha inundado mis fosas nasales. Lógico, después de una noche con Héctor. Solo pensar en él un escalofrío recorre mi cuerpo, pero el escalofrío queda congelado a medio camino, cuando Juanant que ya no aguanta más me pregunta directamente que pasa entre don José Manuel y yo.
Cómo hablar, cómo explicar que todo lo que nos pasa no fueron ni 24 horas, no fue más que un suspiro en medio de una tormenta, no fue nada. Fue una estrella del amanecer que rápidamente es sepultada por la luz del sol, una luciérnaga solitaria intentando iluminar una noche de luna nueva en verano...
Apenas dio por concluida la cena en casa de Diego, la mayoría de amigos decidieron llamar a sus casas para avisar que se iban a quedar a dormir en el chalet, cosa que a mí ni se me ocurrió. Bastante había pasado para que dejaran ir como para intentar algo más. Las palabras de mi padre aún resonaban en mi cabeza diciendo alto y claro que si no volvía antes de las once de la noche, la primera salida iba a ser también la última de mi vida. Obviamente preferí no retar una orden tan directa de manera que sabiendo lo que me tocaba me despedí de todos y en especial de Diego, agradeciéndole su hospitalidad, pero no encontré a Chema, así que afligida pero temerosa de llegar tarde me disponía a salir por la puerta principal cuando un tímido "¿te acompaño?" sonó como campanitas celestiales en mi cabeza.
El camino de vuelta a casa fue el rato más agradable que había pasado en toda mi vida. Por primera vez desde que podía recordar hablé con otra persona sin miedo de mí misma. Libre de decir todo aquello que pensaba sin tener en cuenta mi fealdad, mi gordura o mis dientes torcidos. La manera en que Chema me trató fue como un soplo de aire fresco para mí enclaustrada personalidad que durante unos momentos brilló por sí misma, libre de prejuicios y opiniones.
El magnífico atardecer dio paso a una típica noche fresca de finales del verano, al tiempo que la franja verde del atardecer se diluía en la oscuridad cuajada de estrellas, mi mirada hacía aguas, perdida en los iris índigo refulgentes de Chema. Recuerdo como si hubiera sido ayer la intensa luz y la profunda claridad de sus ojos, siempre con esa chispa de pillería iluminándolos, más aun si cabía.
Caminando por el sendero llegamos hasta las primeras casas del pueblo. Chema llevaba su inseparable bicicleta de la mano, de manera que quedamos cada uno a un lado de la misma cuando me detuve para encararlo:
- Bueno, Chema, gracias por acompañarme, pero te agradecería que no lo hicieras más, no quisiera que mi padre usara sus escopetas de caza contra ti. – Chema tragó saliva teatral al tiempo que yo me echaba a reír. Podía sonar a broma pero era la más pura verdad.
- Bueno, en ese caso muchas gracias por avisar, ¿estás segura? – preguntó en tono preocupado.
- Sí tranquilo, vivo al lado de la iglesia, a diez minutos de aquí y a estas horas hay mucha gente paseando.
- Pero solo porque tú me lo pides. – Asintió conforme al tiempo que me acariciaba la mejilla. – Gracias, Susi... - me quedé paralizada, la magia y la electricidad que me recorrió el cuerpo en ese momento hizo que todo mi interior se desordenara caóticamente.
- Gracias, ¿a mí? – pregunté confundida. – Gracias a ti por acompañarme... y por todo. – En aquel momento no fui capaz de explicar lo importante que él había sido para mí.
- Gracias a ti por ser tan maravillosa, nunca había hablado tanto rato con una chica sin que fuera para chincharla y hacerla rabiar... - sus ojos traviesos atraparon a los míos al tiempo que se me disparaban las pulsaciones. - ¿Me das un beso de despedida? – preguntó cándido al tiempo que me ponía la cara. Bajé los ojos un tanto avergonzada por la situación, cuando de repente vi en su reloj que faltaban dos minutos para las once de la noche.
- ¡Mierda! – grité asustada.
- ¿Mierda? – repitió incrédulo. – ¿Y mi beso?
- Sí, mierda, si no estoy en dos minutos en mi casa, mi padre me matará con sus escopetas a mí y eso que soy su hija. – Intenta explicar atropelladamente lo importante que era la puntualidad para mi familia. Llegar a casa teletransportándome se estaba convirtiendo en cuestión de vida o muerte.
- Joder, por unos minutos, no creo...
Chema acostumbrado obviamente a otro tipo de situación familiar, intentaba quitar hierro al asunto pero lo corté con un escueto:
- Adiós. – Ya me estaba dando la vuelta cuando me cogió suavemente del brazo, parando mi movimiento.
- Espera, toma llévate mi bici, así llegarás más rápido.
- Vale, pero... ¿cómo te la devuelvo? ¿Y cómo le explico yo a mi padre de quién es la bici? Mierda, joder, vale, no, voy a morir... - No hacía más que soltar palabras sin sentido aterrorizada por no volver a salir a la calle en toda mi vida por llegar unos minutos tarde.
- Déjala en casa de mi amigo Blas, vive justo en la plaza que hay antes de la iglesia y te pilla de paso, yo pasaré mañana a por ella. – Explicó sosegado sin soltarme del brazo.
- Lo conozco, gracias, Chema, eres un cielo...
Me había dado justo lo que necesitaba en ese momento de la misma forma que lo había hecho durante todo el día. Levanté mi mano instintivamente para acariciar su mejilla al tiempo que hacia ademán de darle un beso en su mejilla, justo en el momento en que él giró su cabeza y mis labios chocaron con los suyos en el más puro y maravilloso beso robado de toda la historia de los besos.
No sólo era mi primer beso, sino que fue toda una sorpresa, una explosión para mis sentidos, un motivo de alborozo para mi alma, tal y como había sido encontrármelo a él en medio del desierto horrible de mi vida. Un soplo de aire fresco, un oasis de aguas azul aguamarina, como su preciosa mirada. El empujón necesario para tomar impulso en mi vida. Un pequeño milagro que ocurrió una tarde de verano.
Poco más que muerta de la vergüenza, colorada como un tomate y con el corazón a mil por hora, ni me despedí, me monté en la bicicleta y salí calle abajo como si en vez de montada en una bicicleta fuera montada en las alas de la felicidad. Y sí, seguro que ser feliz tenía que ser muy parecido a eso que sentía aleteando dentro de mi cuerpo.
Comencé a reír a carcajadas al tiempo que las lágrimas se asomaban a mis ojos, sin duda conocer y estar con Chema había saturado mi sistema límbico y se sucedían respuestas descontroladas en cadena.
Un "¡Te veo mañana!" gritado al viento me alentó aún más y temiendo llegar tarde pedaleé con más fuerza. Sí, seguro, mañana lo vería y sería igual de maravilloso o, tal vez, mucho más.
Pero... llegar tarde fue inevitable. Y el castigo también lo fue. Dos semanas de encierro sin revisión de condena. Dos semanas eternas con el sabor de los besos de Chema en los labios. Con el recuerdo de una maravillosa tarde verano grabado a fuego.
El día que pude salir, fueron los amigos de Chema y Diego, los que nos dijeron que hacía unos días que se habían ido con sus padres a las vacaciones familiares y que tardarían un mes en volver. Esa fue la misma noche recién que estrenando mi seguridad en mí misma, caí en el juego del desgraciado de Camilo y yo misma pasé de la más mágica situación, a la pesadilla que ha sido mi vida los últimos 25 años...
- Y eso querido Juanant es lo que pasa entre tu jefe Don Jose Manuel, Chema, para mí y yo misma...
Entre Juanant y yo se hace el silencio. Un silencio necesario solo interrumpido por el sonido de mi móvil.
"Por favor di que vendrás a cenar conmigo. José Manuel".
Me quedo blanca. Sin poder reaccionar. Juanant impulsivo como siempre me quita el móvil de las manos y empieza a aplaudir y a decir que tengo que ir a cenar con él, que es maravilloso que nos hayamos reencontrado y que tengo que ir. Pero yo acabo de desnudar un trocito de mi alma, acabo de contar algo que nunca he contado, acabo de abrir un cofre en el que durante mucho tiempo he guardado este recuerdo como un tesoro y no siento la fuerza suficiente como para hacerle frente.
Intento disuadir a Juanant, diciendo que lo que para mí pudo significar un mundo, él probablemente ni lo recuerda. Fue una chiquillería, una tontería. A lo que Juanant alega que entonces por qué don José Manuel se mostró tan molesto la noche de la presentación, y que por qué había cambiado radicalmente su actitud esta mañana al enterarse de mi reciente viudedad.
La verdad no sé qué pensar, pero creo que lo mejor será volver a las oficinas y dejar el contrato cerrado en recursos humanos, lo antes posible.
Juanant se empeña en pagar la astronómica cuenta del desayuno y lo dejo, no quiero perder el tiempo de discutir, quiero dejar el tema zanjado cuanto antes, pero al llegar a la oficina pregunto por el jefe pero se ha ido a una reunión con los editores del catálogo y probablemente no vuelva hasta después de comer.
La mañana de trabajo es agotadora, pero a la hora de comer no tengo muchas ganas de nada por el opíparo desayuno y decido, llamar a mi Adri por telefóno, seguramente a estas alturas ya sabrá lo de la foto. No puedo evitar reírme cuando todos sus amigos intentan quitarle el teléfono para pedirme autógrafos, los mando a freír espárragos argumentando que bastantes bocatas de nocilla les he hecho en esta vida como para ahora me vengan con burlas, pero insisten en que soy una máquina y que quieren que les adopte. La verdad es que hablar con los chavales siempre se sube el ánimo.
Los jefazos tampoco aparecen durante toda la tarde, así que resolver mi contrato durante el día de hoy parece que va a ser imposible.
El pesado de Juanant vuelve a preguntarme por enésima vez que si he respondido al mensaje y le digo por enésima vez que no.
- Pero Sue, a estas alturas él habrá visto más de mil veces el doble check azul y sabrá que has leído el mensaje y no le has contestado.
- Mira Juanant, no me vengas con tecnicismos que no me entero. – Me explica lo del doble tick azul del whatsapp y me quedo un poco alucinada. "Joder solo les falta a los del whatsapp este de los cojones saber ¡de qué color llevo las bragas!" – Me importa poco si lo sabe o no, si no contesto es porque no quiero.
No he hecho más que subirme ceñuda a mi roca del orgullo cuando el siempre inoportuno móvil suena.
"Cena escrita de negocios para formalizar los términos de tu nuevo contrato. Il Seduzione. 21:00 ¿Mando un chófer a buscarte?"
Como es de esperar Juanant me arranca el móvil de las manos y empieza con su habitual perorata, la diferencia con esta mañana es que en verdad quiero formalizar ese contrato para saber a qué atenerme en la empresa, así que cierro los ojos me dejo convencer.
Todavía no sé por qué he aceptado ir a cenar con él, con lo fácil que hubiera sido ir a recursos humanos, claro si se hubiera dignado a estar en su propia empresa a lo largo del día. Me siento torpe y oxidada. Se me cae todo de las manos. No acierto a hacerme la raya del ojo. Estoy hecha un flan y todo por un estúpido recuerdo que seguro que él ni recuerda, ni nada. Lo que para mí fue importante en cierto momento, seguramente que para el resto del mundo pasó completamente desapercibido. Siempre fui una tonta ilusa que fantaseaba con cosas que nunca me ocurrirían y así ha sido.
Decido echarme un poco de crema hidrante antes de vestirme y al pasar la mano por la encimera del baño para coger el bote de doy sin querer al frasco de perfume francés que al caerse se quiebra y derrama todo su contenido. "¡Mierda, mierda, joder!" Para evitar que se desperdicie y que manche la de seguro carísima encimera de piedra natural, empiezo a pasar la mano y a frotarme por todo el cuerpo, pero el olor es demasiado embriagador, así que empiezo a intentar echar el precioso líquido dorado por el lavabo con tan mala suerte que me corto entre la palma y el dorso, justo por encima del dedo meñique:
- ¡Mierda, ostias, joder, me cago en to lo que se menea! ¿Será posible mi mala suerte?
- Angel Sue, querida, ¿qué está pasando? – pregunta Juanant divertido desde el dormitorio.
- ¡Juanant, llama al idiota de tu jefe y dile que me he puesto mala y que no puedo ir! – grito histérica intentando desenrollar suficiente papel higiénico como para remomificar a Tutankamón.
- Pero Sue, chica, ¿qué te pasa? – Pregunta liviano Juanant de nuevo, mientras que entra al baño como si nada. – ¡Mierda, Sue, mierda!
- Y ¿por qué gritas ahora como una histérica? Juanant, te quiero como a un hijo pero te advierto que no estoy para jueguecitos.
- Sangre, Sue, sangre...
- ¿Quieres dejar de repetir todo como...? ¡Juanant!
No tenía ni idea de que Juanant se desmayaba con la sangre sino le habría gritado para que no entrara mucho antes.
Lo cojo justo antes de que su cabeza se golpee contra el marco de la puerta y gracias a dios que es menudo, aun así me cuesta un mundo moverlo y lo tumbo como puedo en la cama. Acto seguido, voy corriendo a por el vaso del cepillo de dientes. Lo lleno de agua sin dejar de lamentarme por el estropicio que estoy liando, con lo fácil que hubiera sido redactar el nuevo contrato en recursos humanos aunque hubiera sido mañana, pero me he tenido que dejar llevar por el estúpido romanticismo de Juanant, y puede que el mío propio. Mierda, mierda, mierda y mil veces mierda. Ojalá fuera tan fácil dejar de oír esa estúpida voz que alienta las más catastróficas tragedias. Esa odiosa voz que te incita a soñar y a creer que las cosas buenas ocurren. Eso que algunos llaman ilusión, otros destino, otros fe, otros dios y otros suerte. Si después de mi ruinosa vida no he sido capaz de saber que para mí, todo eso no son más que utopías y quimeras es que soy más tonta de lo que jamás había creído ser.
Vacío todo el contenido del vaso sobre la cara de Juanant que se levanta tipo Drácula saliendo del ataúd pero boqueando más que el capitán Pescanova en una noche de pesca extrema. Estoy tan nerviosa que incapaz de controlar mis nervios exploto riendo. Riendo a más no poder. Me agarro la barriga y me doblo por la mitad. Me rio, me rio mucho, y cuanto más extrañado está Juanant, más me rio, y mi adorado Juanant no tarda en arrancar a reír conmigo. Es tanta la risa que por temor a caerme me dejo caer en los pies de la cama, hasta que al cabo de varios minutos, las risas van decayendo quedándonos en silencio.
Parecía impensable, si no hubiera sido por Juanant aún estaría recogiendo trozos de vidrio del frasco de perfume en el baño. Sin embargo, acabo de bajar del taxi en la misma puerta de Il Seduzione, el famoso y caro restaurante italiano dónde he quedado con José Manuel. Según me ha contado Juanant es un sitio muy exclusivo, con listas de espera kilométricas, a dónde la gente va vestida muy elegante, de manera que gracias a él, ahora mismo me siento más como si fuera a posar en la alfombra roja que a una cena de trabajo. Pero al ver pasar a una pareja justo delante de mí que se introduce entre risas en el citado restaurante, le doy gracias a dios por tener a Juanant, ya que si yo voy a posar en la alfombra roja, la pareja ésta seguro que va a ganar el Oscar. De repente mi vestido de raso negro, con falda de capa hasta la rodilla y escote cruzado me parece poco adecuado.
- Estás preciosa...
Dos sencillas palabras susurradas muy cerca de mi nuca y me acabo de echar a temblar como la última hoja del otoño. No necesito girarme, porque sé que es él. Su presencia me envuelve al tiempo que se sitúa a mi lado y me ofrece su brazo.
- Deberías haber dejado que te recogiera, no es bueno que una belleza así vaya sola. - O me he quedado tonta de esnifar perfume francés a paladas o este pasa de ser un gilipollas redomado a un seductor de novela en cuestión de horas.
Un poquito cansada de la irreal situación me planto delante de él y despotrico al más puro estilo Susana.
- Mira José Manuel, no me dores la píldora, que no te va el papel de sumiso, casi te prefiero como el cabrón sin escrúpulos de los primeros encuentros.
- No sabía que no te podía hacer un cumplido, no era mi intención molestarte. – Argumenta en tono pacífico, sin entrar al trapo de mi comentario.
Hace ademán con la mano al tiempo que abre la puerta del restaurante cediéndome el paso. Demasiado caballeroso por su parte. Mierda, me tiene confundida. No sé quién es, no sé si es el jefe estricto que se ha esforzado por mostrar, o el caballero que intenta engatusarme para que no rompa mi contrato con su empresa, en cualquier caso no es Chema y eso me hace darme la vuelta y disculparme.
Mis pies vuelan ligeros alejándose de la entrada el famoso restaurante, esa voz interna a la que no quiero volver a escuchar, parece aconsejarme algo que me viene bien, me dice que huya y le hago caso, maldita sea. José Manuel, reacciona un par de pasos más tarde y sale a grandes zancadas detrás de mí. Me alcanza en el filo de la acera justo cuando grito taxi y uno de los muchos vehículos con luz verde, para.
- No te vayas, por favor. – Me coge el brazo y suplica con voz ronca a mi espalda. Siento su cálido aliento arremolinándose en mi nuca y a duras penas soy capaz de contener un súbito escalofrío.
- José Manuel, creo que quedar ha sido una pésima idea. Mañana en recursos humanos...
- No, Susi, quédate, por favor... - Su mano acaricia mi brazo desde el hombro hasta el codo, niego cabizbaja con los ojos cerrados intentando alejarme de lo que su tacto despierta en mí, al tiempo que el taxista baja la ventanilla.
- ¿Sube, señora?
- Susi, soy consciente que hemos empezado con mal pie, pero...
No soporto más este tira y afloja que no nos va a llevar a ningún sitio. Su faceta de jefazo no me había gustado nada, había llegado incluso a irritarme, pero no me fio de este manso corderito, que en cualquier momento se podría convertir en el injusto lobo que me insultó y me humilló la noche de la presentación. Me duele dejarlo así pero ahora mismo, no quiero enfrentarme al presente, tampoco al pasado, y mucho menos pensar en el futuro. De modo que me subo al taxi y cierro la puerta en sus mismas narices. "¡Vámonos!" grito alterada al taxista que asustado arranca al tiempo que me pregunta que a dónde me lleva. Le digo de nuevo que nos vayamos pero la palabra sale casi en un susurro que ahoga con las primeras lágrimas que ruedan como fuego líquido por mis mejillas. "¿Qué esperaba que ocurriera con esta cena? ¿Qué?" Me pregunto a mí misma y al igual que siempre no encuentro respuestas, solo más preguntas. Interrogantes que se amontonan y se enredan. Acaso he sido tan tonta que he pensado que el tiempo se detendría y retrocedería, que me daría otra oportunidad...
Mi móvil suena dentro del coqueto clutch que Juanant me ha conjuntado con el vestido, sacándome de mis pensamientos derrotistas, lo desbloqueo distraída pensando en la expresión de Juanant cuando me ha visto con todo el conjunto, en verdad que es un chico valioso y con talento... y de pronto me quedo de piedra, helada. El corazón y la respiración se paran al mismo tiempo y tengo que leer varias veces el mensaje para cerciorarme que mis sentidos no me están gastando una mala pasada:
"Mañana podría ser demasiado tiempo y no quiero volver a perderte".
Continuará...
Todos los derechos reservados SafeCreative 1409021884696
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top