Seis.

⚽️

Las palabras de Memo fueron como un alfiler pinchando el globo lleno de preocupación que se encontraba atorado en el pecho de Leo. Ahora, de manera oficial, tenía vía libre para cortejar al omega mexicano que había atrapado su atención. Sus ojos marrones brillaron, incapaces de detener ese fulgor que solía colársele cuando las emociones buscaban manifestarse corporalmente, al tiempo que una sonrisa se dibujaba en sus finos labios.

—Qué bueno —dijo, no muy seguro de qué agregar. Inconscientemente llevó una de sus manos hacia la parte baja de su camiseta y apretó la tela, gesto que no pasó desapercibido por Memo.

—Ah, ¿venías a intercambiar tu camiseta con alguien de mi equipo?

Messi tuvo que reprimir el gesto que quiso formarse en su rostro y dejar a la vista su sorpresa. Se había olvidado por completo que había ido hacia la selección mexicana para intercambiar camiseta en nombre de la tradición. Bueno, al menos se alegraba de que el mexicano hubiera malinterpretado el gesto en lugar de percatarse de que fue un signo de nervios y timidez.

—Ah, mal, sí —respondió, casi trabándose.

Memo hizo un gesto con la cabeza, señalando el vestuario mexicano para que Messi lo siguiera hasta allí. Por el camino, el argentino se fue quitando la camiseta, cosa que casi desconcentra a Memo; de pronto el efecto del supresor se acabó y el aroma del alfa se esparció por el aire a una velocidad que casi lo noquea. Por un momento casi hasta olvidó cómo poner los pies en el suelo para caminar.

Logró no centrarse en el pensamiento de que el supresor duró tan poco tiempo por la insistencia de atraerse mutuamente, la cantidad de hormonas apresadas desbordando el limitado poder de la pastilla. Y es que Memo sabía que si Messi ya olía de nuevo como el cálido alfa de la cancha en el primer tiempo, seguramente Memo no tardaría en apestar también. «Concéntrate, Memo; los cabrones de tus compañeros van a oler tus nervios. O peor: Messi se va a dar cuenta que te tiene donde quiere».

En cuanto abrió la puerta, todos los de la selección mexicana movieron la cabeza hacia su dirección como contagiados por el mortal virus de la vecina metiche. Se sorprendieron con la presencia del capitán argentino; se esperaban que solo Memo entrara y los actualizara de todo el chisme. Bueno, tocaba tener paciencia.

Comenzaron los silbidos, los «¡uy, uy, uy!» y los comentarios con doble sentido, todo mezclándose en un torbellino de faltas de respeto y risas estridentes que calentaron las orejas tanto de Memo como de Leo.

—Ya estuvo pues, bájenle.

Memo entró por fin al vestuario y se enredó en conversaciones con sus compañeros, sumiéndose en una atmósfera de confianza latente que dejó a Messi embobado. Era sumamente lindo ver al arquero comportándose de esa manera tan fluida con las personas que lo conocían hacía más tiempo.

Andrés Guardado levantó la mirada en un momento dado, percatándose de que el capitán de la selección argentina miraba con atención, más con algo de timidez surcándole el rostro. Sostenía su camiseta con fuerza, como queriendo dar a entender un mensaje sin poder expresarlo con palabras. De algún modo se veía un tanto adorable, pero solo una pizquita. No dejaba de ser el imponente jugador del equipo que acababa de meterles dos goles y era llamado, por muchos, un Dios del fútbol.

—¿Cambiamos camisetas, Leo? —le habló con una sonrisa que creció con ternura al ver cómo Messi se relajó al escucharlo preguntar.

—Sí —respondió Leo. Lo curioso era que, aunque le hablaba a Guardado, no lo miraba a él, sino a Ochoa, que también lo miraba.

Verga, Guardado y toda la selección mexicana se estaban muriendo de ganas de que Messi se fuera de una vez para molestar a Ochoa hasta la muerte.

Guardado caminó hasta Messi y le tendió su camiseta, aceptando la contraria al mismo tiempo. El alfa argentino le dedicó una mecánica sonrisa y un asentimiento antes de volverse hacia Ochoa y regalarle una sonrisa un pelín más genuina antes de retirarse sin más.

De camino al vestuario de la selección argentina, Messi no pudo evitar que en sus labios floreciera una sonrisa; le tensaba tanto las mejillas que no le sorprendería que comenzaran a dolerle. Bueno, no había conseguido la dichosa camiseta del portero mexicano, pero la recompensa fue incluso mejor. Quejarse estaba totalmente prohibido.

Escuchó a sus amigos y compañeros cantar incluso antes de abrir la puerta; armaban tremendo quilombo. ¡Y claro! Eran argentinos, habían vuelto al ruedo en aquella copa del mundo y querían festejar a lo grande. A lo exagerado, porque así eran ellos y así manifestaban sus emociones. Con pasión, con gritos.

Al entrar, los gritos se intensificaron; la llegada del dichoso capitán hacía que finalmente toda la selección se encontrara junta en el vestuario luego de la victoria. Ahora sí que toda la banda estaba reunida para tirar la casa por la ventana.

El festejo se alargó un buen rato; llegó la música (cumbia, reggaetón), aparecieron los bailes sin sentido que generaban explosivas risas, los teléfonos salían de los bolsillos para ser usados como medio para grabar vergonzosos vídeos de los jugadores cantando y saltando, y los cánticos inundaban la sala para convertirla en toda una nube de regocijo y fiesta.

A medida que las cosas se iban apaciguando, la emoción mermaba (aunque nunca desaparecía por completo) y el ruido disminuía a un nivel en el que podían escucharse las voces si se hablaba, las conversaciones comenzaban a flotar en el ambiente.

Y entre ellas, salió el dichoso tema que todos esperaban poner sobre la mesa.

—Entonces, Leo, ¿qué onda vos y el arquero de México?

El que tiró la bomba fue Sergio Agüero, ex jugador quien tenía la suficiente confianza con Messi como para ser él el que hiciera la pregunta crucial de ese evento.

—Nada —se atajó, dándose cuenta al instante de que eso era más que un error; estaba clarísimo que algo había ahí y sus compañeros lo notaban sin mucha dificultad—. Solo fui a buscar la camiseta.

—Que ni trajiste, porque esa no es de Ochoa —señaló De Paul, alzando la camiseta del suelo para mostrar que no era el número 13 el que se encontraba detrás de ésta—. ¿No te la quiso dar o qué?

—Me vas a decir que no estaba interesado en vos —agregó Di María rodando los ojos, con un dejo de sarcasmo.

Messi levantó ambas cejas.

—¿Sí...? —dijo dudoso. Querer esconder lo que pasó y la clara atracción entre el arquero mexicano y él era una estupidez, mas no sabía por qué quería dejarlo oculto. Suponía que lo hacía por respeto a Ochoa, quien nunca dio autorización para que se hablara de lo que estaba por suceder entre ellos.

Por otro lado, estaba segurísimo de que la selección mexicana estaba más que enterada de los hechos. Y a sus compañeros no los podía engañar.

—Estás en un cumple vos... —murmuró Di María. ¿Por qué Messi insistía en ocultar lo obvio? Sabía que su amigo era más bien introvertido y se quedaba las cosas para él, ¡pero los temas del amor se compartía entre todos, che!—. Dale, contanos. Dejá de hacerte el interesante.

Al final terminó escupiendo todo, a sabiendas de que tarde o temprano todos terminarían enterándose del asunto (porque no había que ser muy astuto para enterarse de ello) y se enojarían con Leo por haber intentado ocultarlo al pedo.

Fue una reacción en cadena que podía organizarse en varios actos. Primero, los que comentaban que todo era muy obvio y que ya se lo esperaban, excepto algunas excepciones como Dybala (quien a veces se encontraba demasiado ocupado mirando al Cuti Romero como para darse cuenta de lo que sucedía a su alrededor). Luego, los que mostraban su preocupación, como De Paul «¿Y te parece bien meterte con uno de los mexicanos? No sé, no suena como algo que vaya a salir bien». Y finalmente, como era obvio que iba a pasar, llegaron las jodas.

Y al más puro estilo argentino, a los de la selección se les hizo fácil inventar canciones para joder a Messi y cantarlas a todo pulmón mientras saltaban abrazados en el vestuario.

—¡Invitalo a salir, la puta que te parió! ¡Invitalo a salir, la puta que te parió! 🎶

—¡Un minuto de sileeenciooo...! ¡Para el culo de Ochoa que está mueeertooo!

—Eu, tampoco se zarpen-

—¡Messichoa, lá, lá, lá, lá, lá! ¡Messichoa, lá, lá, lá, lá, lá!

—¡OCHOA Y MESSI SE FUERON A PASEAR, OCHOA LE PREGUNTÓ SI SE QUERÍAN CASAR! ¡QUE SÍ, QUE NO, QUE SÍ, QUE NO!

—¡DALE LEO, SALTÁ LA CUERDA!

—¿De dónde mierda sacaron una cuerda para saltar?

Y así fue por un largo rato, con la selección inventando canciones pegadizas donde los involucrados fueran Messi y Ochoa mientras el capitán se moría de vergüenza. Aunque, en varias ocasiones terminaba riéndose con ellos, porque al final esa alegría y manera de ser tan argentina terminaba por generar un ambiente de jolgorio y diversión incluso para el que estaba siendo el centro de las bromas.

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Fanfic en colaboración con viajeestelar , gemela del dibu mtz.

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