Quince.
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Todos en la habitación sintieron el cambio de atmósfera en el momento exacto en el que la sonrisa del capitán se esfumó y sus feromonas alfa comenzaron a expandirse por los alrededores, como si Leo estuviera preparándose para agarrarse a las piñas con alguien. Todos se quedaron quietos en sus lugares, tensos, y llevaron sus miradas hacia Messi.
—¿Le-?
A Alejandro no le dio tiempo ni de terminar la pregunta, pues Messi interrumpió levantándose de la cama y saliendo de la habitación como un rayo. Todos quedaron con los ojos bien abiertos y reaccionaron medio segundo después, copiando los movimientos de Leo.
Todos tenían las feromonas de Messi picándoles las narices, clara señal de peligro; nadie se iba tan de repente si no era una emergencia.
Nadie olía así si no estaba preparado para romper algo. O a alguien.
—¡Eu! —gritó el Papu, caminando a paso apresurado detrás de Messi—. ¿¡Qué pasó?! ¿A dónde vas?
—Que se vaya a la mierda la FIFA, Scaloni y todo el mundo —exclamó Leo—. Me chupa un huevo lo que digan, que se vayan a cagar. Yo voy a ir a ver a mi omega y listo.
Julián se giró para ver a Enzo con una expresión preocupada y sorprendida. Mientras marchaban detrás de Leo, Álvarez estaba bien agarrado del brazo de Fernández, agradecido de tener a su alfa cerca en caso de que algo sucediera. Porque el ambiente dejaba bien en claro que Messi se dirigía a un campo de batalla.
Enzo le devolvió la mirada, dejándole en claro que no tenía idea de lo que estaba pasando pero que no se preocupara, que cualquier cosa lo cuidaría.
—Pero, ¡pará, Leo! Ya estábamos armando un plan —le gritó Gómez, tratando de detenerlo aunque sin querer agarrarlo o sostenerlo. El aroma de Messi estaba fluyendo de tal manera que funcionaba como un cartel de peligro, y el Papu quería conservar todas sus extremidades—. ¿Por qué te vas así tan de la nadaaa?
Messi no le prestaba atención, su mirada era un torbellino de sentimientos, un fuego arrasando todo un bosque sin piedad alguna.
—Voy a ir y lo voy a agarrar a ese Noppert de mierda, ¿quién se cree que es? Pedazo de pelotudo de mierda, ya va a ver.
Alejandro levantó ambas cejas. ¿De qué carajos estaba hablando Messi? Se había vuelto loco por no poder ver a su omega, no podía ser otra la explicación de este comportamiento tan inesperado.
—¿Quién? ¿Noppert? ¿El de Holanda? ¿De qué hablás, Leo?
Leo se dio la vuelta bruscamente, haciendo que los otros tres se detuvieran en seco.
—No me sigan —ordenó, usando su voz de Alfa.
Julián se tensó y se aferró más a Enzo, dando un paso para atrás. Los otros dos se quedaron en su lugar.
—¿Por qué? ¿Qué pensás hacer? —preguntó Enzo—. Explicanos primero y luego te podés ir, nos dejás preocupados —Julián asintió a esto.
Messi no quería seguir perdiendo el tiempo, no sabía de lo que podía hacer Noppert; cada segundo que pasaba era una oportunidad para el holandés para hacerle algo a Guillermo.
—No me cuestionés —Messi nunca decía cosas así, nunca usaba a su favor la carta de ser el capitán y hacer lo que quería, jamás buscaba poner por debajo a sus compañeros, mas ahora era necesario—. Se quedan acá y punto. Luego vuelvo.
Les echó una última mirada llena de intención, reafirmando la orden dada, y se dio la vuelta para continuar caminando a paso acelerado hacia la cancha en la que se encontraba Memo entrenando. Enzo estuvo a punto de gritarle algo, pero su omega tiró de él y negó con la cabeza.
La mejor decisión era dejar a Leo solo.
Aireado, derramando feromonas por todos lados y sintiendo un calor en la cabeza capaz de quemarlo vivo, llegó finalmente a la cancha y casi al instante olió y divisó a Memo; derrochaba un aroma incómodo que molestó incluso más al argentino. La cabeza le retumbaba como campanadas constantes.
Guillermo estaba parado en medio de la cancha, con Noppert prácticamente desobedeciendo cualquier tipo de regla ligada al espacio personal al tiempo que hablaba. No se necesitaba mucha inteligencia para notar en la expresión de Memo las pocas ganas que tenía de continuar aquella conversación unilateral.
Esto molestó a Messi al punto de hervir. Sus feromonas viajaron tan lejos que, mientras marchaba con los puños apretados hacia los otros dos, llegó al otro alfa y este levantó la mirada de golpe, sus facciones pintadas con la palabra «alerta» en todas partes.
Guillermo también sintió a Messi aproximándose; el picor ardiente que llegó a su nariz hizo que los vellos de su nuca se erizaran. Supo lo que estaba a punto de suceder antes de que sucediera, pero no pudo hacer nada en el instante en el que el argentino llegó y se interpuso entre los dos, dándole la espalda y enfrentándose al holandés.
Algo retumbó dentro de Ochoa, su omega interior se agitó ante la llegada de Leo y su cuerpo reaccionó buscando a Messi con emoción. «¡Mi alfa está aquí!». Alzando su ilusión cuando lo vio acercarse con prisa hacia él. Cegado ante la expectación de volver a hablar y tocar a su alfa, Memo lo miró con una sonrisa de oreja a oreja y se volteó hacia él, esperándolo impaciente como un perro moviendo de lado a lado su colita.
Fue un choque de intimidantes feromonas alfas capaces de marear a Memo lo que le devolvió a la realidad y le explicó en un instante lo que verdaderamente estaba pasando. Memo, quien por un instante sintió sus alrededores en movimiento y solo vio el mundo enredarse en bruma, recomponiéndose justo para ver y escuchar a Leo, sentía como si lo estuviera viendo por primera vez en toda su vida, sumido en un filtro totalmente nuevo.
—Mirá pedazo de pelotudo, que esta sea la última vez que te acercás a mi omega, ¿escuchaste? —advirtió en su más fuerte acento, dedicándole al holandés una mirada capaz de asustar a cualquiera—. No me quiero enterar que volvés a molestarlo, ¿entendiste, bobo? Si me entero vas a ver de lo que soy capaz de hacer por Memo —exclamó—. Te lo repito otra vez por si no te quedó claro: Alejate. De. Guillermo.
—Hey, calm down, ok? [Oye, cálmate, ¿sí?]—dijo Noppert, que no entendía las palabras dichas por el diez de Argentina, pero no era ni remotamente necesario; el tono de voz fuerte, la mirada asesina y las intensas feromonas eran suficientes para que el mensaje se explicara por sí mismo. Noppert le sostuvo la mirada. La manera en que el alfa argentino alzaba el mentón, le apuntaba con el dedo y fruncía el ceño con coraje, hacía que aquel otro alfa de dos metros de alto, que aunque no entendía una palabra, supiera con certeza lo que le decía.
—¿Qué tanto mirás, eh, boludito? —exclamó Messi, escupiendo cada palabra como si fuera veneno. Tenía tanta bronca que quería darle un puñetazo al holandés en la cara. Y Noppert sabía que meterse y coquetear con un omega que ya estaba siendo cortejado por otro alfa era peligroso. Los alfas pueden llegar a perder el control al defender a su omega. Noppert creyó, cuando decidió cortejar tan insistentemente a Ochoa, que podría manejar la ira de un alfa casi medio metro más bajo que él. En ese momento, pasmado frente a él, Noppert entendió que aunque el otro alfa le llegaba apenas al pecho, era de cuidado. Se veía como que no tendría ningún remordimiento en lanzarse a romperle la cara si lo veía poner un dedo sobre Memo. No supo reaccionar y después de un corto silencio, Messi siguió—: ¿No vas a decir nada? Andate de una vez, entonces, no te lo pienso advertir dos veces.
La tensión se sentía en el aire, Memo la percibía como el peso del mundo tirándolo hacia abajo. No sabía qué hacer, estaba al tanto de lo peligroso que podía llegar a ser meterse entre dos alfas, pero al mismo tiempo lo último que quería era que Leo se agarrara a golpes con Noppert. Entendía los celos fervientes que emanaban de Messi y su fluyente molestia.
Y sin quererlo, de algún modo absolutamente inesperado, el pensamiento más intenso que nació en su cabeza fue el de querer estar cerca de su alfa. Echó aire por la nariz, su cuerpo temblando; quería tocarlo, acariciarlo, pegarse a él y nunca más soltarlo, robar su absoluta atención.
Decidió interponerse, poniendo sus dos manos sobre los hombros de Messi, quedándose de costado pero prestándole atención a él. Solo el mero roce inocente lo hizo temblar. Estaba tomando la oportunidad para matar dos pájaros de un tiro: llenar los deseos de su omega interior y entregarle a Noppert un implícito mensaje.
—Leo, cálmate, no te pongas así —dijo en un tono tranquilo, pegando lo más posible su cuerpo al del alfa, derramando feromonas que buscaban apaciguar la bronca del argentino. Queriendo quedarse con toda la atención de este—. Ya sabes que él me vale madre, yo te quiero a ti.
Habló con tal suavidad que Leo realmente se relajó, aunque a penas; continuaba mirando a Noppert con toda la intención de saltarle encima si este se atrevía a hacer algo. Tiró aire por la nariz con fuerza, como un toro.
Una de las manos de Guillermo se despegó del hombro ajeno para bajar y tomar a Leo de la mano; este fue el botón que bajó toda bronca de Messi y lo hizo mover la cabeza hacia el mexicano, al tiempo que rodeaba su cintura con su brazo derecho. Volverse hacia él, teniendo a Memo al lado y un poco inclinado, hizo que sus narices se rozaran.
Los ojos de Ochoa brillaban, refulgían como la luna buscando la atención del mundo entero cuando la oscuridad se sumía en la tierra.
Claro, ¿cómo podía tener a su omega tan pegado a él, rogándole atención mientras se la daba a otro estúpido alfa? Leo juró nunca más cegarse así por la ira. Acarició la cintura de Memo por encima de la ropa y la apretó, queriendo acercar al omega más a su cuerpo.
Guillermo le echó una rápida mirada al holandés, quien al instante comprendió el mensaje que se le estaba entregando. Se calmó también, apretando los labios y tirando la cabeza un poco hacia abajo en una vaga reverencia.
—This is not the end. [Esto no se ha acabado].
Eso fue lo último que dijo al omega antes de irse, sin dignarse a volver a mirar a Messi antes de darles la espalda a ambos. Ninguno de los otros dos se molestó en prestarle atención, demasiado abstraídos en el mundo que ellos dos creaban cuando estaban solos, mirándose en el tornado de matices amarronadas que eran sus ojos.
Al ser ya casi el final del entrenamiento, Messi tuvo una suerte bendita de que en la cancha ya solo estaban Memo y Noppert cuando llegó, unos cuantos del equipo mexicano en su propio rollo al otro lado de la cancha y nadie calificado para detenerlo si llegaba a haber una pelea. Al notar el problema, los pocos que quedaban del equipo técnico de México decidieron mirar de lejos, sin meterse entre la riña de dos alfas mientras no vieran agresión física. Y cuando Memo apaciguó la ira de su alfa, apartaron la mirada sintiéndose testigos de un momento privado, aún más cuando Messi lo atrajo de la cintura hacia él y apretaba el cuerpo de Memo con recelo.
No necesitó decirle con palabras que lo había extrañado tanto, pues Messi pudo sentir como suya esa ansia en la garganta de Memo por estar cerca. De nuevo rogándole por un beso. Y ahora, sin otros alfas rondando ahí, con Memo acariciándole los hombros con sus brazos, Messi alzó el rostro con su nariz cosquilleando por todo lo largo del marcado cuello de Ochoa, depositando un casto beso al toparse con su manzana de Adán. Esta vez Memo, lejos de que su instinto le pidiera alejar al alfa de la sensible piel de su cuello, se sintió ronronear ante el suave toque de sus labios.
La piel se le erizó y supo que Messi había sentido el respingo de sorpresa placenteramente mezclada con deleite cuando lo escuchó gruñir de gozo luego de beberse todo el aroma de su regocijo entusiasta. Lionel sonrió con torpeza y se le separó para verlo a los ojos. Pupilas dilatadas, mejillas coloradas y su lengua aperlando sus labios le dijeron lo que quería escuchar. «¡Bésame, Lionel, bésame ya!». Sus ojos escaneaban sus apetitosos labios, luego su mirada y de vuelta a sus labios, «¡besalo, pelotudo, besalo ahora!».
Los guantes de Memo cayeron al pasto detrás del alfa para que pueda sostenerle el rostro con ambas manos. Lo acarició por un segundo con los pulgares, le sonrió y lo besó.
Al inicio el mundo se detuvo excepto por ellos dos. El viento corrió con fuerza, la Tierra frenó y las estrellas brillaron en pleno día. Memo sintió a Messi tomar aire por la nariz cuando se aferró a su cintura, pero Memo se negó a soltar su cara, manteniéndolo en posición con sus manos en su cuello y mentón como si temiera que se le escapara. Poco sospechaba que el estrecho y fuerte agarre de Messi alrededor de su cintura era por lo mismo.
La lengua de Memo se unió al beso tímida y lentamente, acariciando con ternura el labio superior de su alfa. Y eso, solo un delicioso toque del suave y húmedo calor con sabor a Francisco Guillermo, ese sabor único que tanto había imaginado, le hizo perder el control. Dio un paso al frente, colando su pierna entre las de Memo, suspiró con hambre, paseando sus manos con insistencia por toda su espalda, aferrando en sus puños la tela de su camiseta, profundizó el beso con violenta pasión.
El auténticamente argentino «te quiero comer la boca» nunca había tenido tanto sentido para Memo; hasta hoy.
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Fanfic en colaboración con viajeestelar , la que nunca encuentra el control
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