Ocho.
🏟️
TW: Acoso sexual.
Antes de ser publicada la lista final de convocados para el Mundial de Catar 2022, Diego Lainez insistió en no rendirse para ganar su lugar en la selección mexicana.
—No, Dieguito, ya no te metas en eso —escuchaba cómo el Chicharito le imploraba y Diego pensó en colgar el teléfono si seguía—. Al pinche Tata ya se le zafaron todos los tornillos, wey. ¡Vete de ahí!
Ni siquiera lo pensó. El FC Braga de Portugal le había concedido el permiso para ir a España e integrarse a la selección de su país antes del mundial, sin saber sus superiores portugueses por qué no fue el propio director técnico del equipo mexicano el que les echó una llamada para pedir la presencia del jugador en Catar.
—Deberías venir tú también, Chicharrón —le respondió Diego, sin bajar los ánimos como si no hubiera escuchado a su compatriota—. Voy a hablar con él y vas a ver cómo va a entrar en razón y nos pone a los dos en la lista. Hasta al Chaquito le va a echar una llamada, vas a ver.
Incluso con un milagro Javier veía lejos una posibilidad de figurar en el mundial con la selección mexicana este año. Era un golpe bajo quitarle a Diego lo que sería su primer mundial, pero al Chicharito le negaban el último. Aún así, hacía meses que se preparó para recibir ese golpe y ya no sentía el incómodo nudo en la garganta que sabía que tenía Diego ahora, pues ya sabía que para Javier sería mejor dejar la selección por la paz. Demasiadas controversias y descontentos como para llevar un mundial tranquilo con sus compatriotas. Recordaba con cariño los años que participó usando la tricolor y eso era lo que importaba.
Sería hora de heredarle su puesto a otro joven promesa. Y era dolorosamente esperanzador lo tanto que le recordaba Dieguito Lainez al corajudo, aventado, confiado y lleno de ilusión Chicharito de aquellos años dorados. Memo y él habían hecho historia abriendo el camino para los omegas que tenían tanto para dar pero que la hija-de-perra misoginia mexicana y prejuicios pendejos no se los permitían. Sin importar cómo habían terminado Memo y él, siempre apreció haberlo tenido en ese proceso y haber dejado a la posteridad ese revolucionario legado en el deporte junto con él.
Un suspiro de impotencia se escuchó al otro lado de la línea antes de avisarle con apuro—. Le voy a decir a Edson que se esté pendiente. No te quedes solo con el Tata, ¿oíste? —advirtió—. ¿Ya llegó Memo? Cualquier cosa le dices a él, mijito. ¡Y que no te endulce el oído ese señor, Diego! Estás joven, wey, ya te tocará andar ahí en los próximos mundiales.
—¡Pero no se vale! —respondió juguetón en lo que caminaba por los pasillos del hotel en busca de la habitación que compartiría con Memo, como siempre lo hacían—. A todos se les hace raro que no te hayan hablado a ti y... seguro que es por mi culpa.
Su optimismo flaqueó por un segundo al recordar el desastre que se había hecho cuando, al rechazar la propuesta de cortejo de Gerardo Martino, Diego fue inexplicablemente expulsado de las designaciones de la selección mexicana en camino a Catar. El Chicharito ya tenía pique con el Tata, pero ver a Diego cabizbajo, llorando de rabia en silencio y sin poder explicarse por qué no podría ir al evento por el que tanto había entrenado fue la gota que derramó su vaso. Javier Hernandez no contuvo más las ganas que le traía al Tata de escupirle sus verdades y, si no hubiera sido por los demás presentes, también quizá lo hubieran alcanzado unos cuantos golpes. No le importó quedar definitivamente fuera del mundial, total, ya sabía que no figuraba en la lista. Pero al menos ahora el Tata tenía una razón para negarle la selección.
—Me vale madre el mundial, Diego —dijo Javier y, una vez más, le pidió—: Ya no te desgastes más. Si sigues rogándole va a saber que aún tiene poder sobre ti y eso es exactamente lo que quiere.
Abrió la puerta y lanzó sus cosas a la cama más cercana—. Todavía no ha llegado Memo, no están sus cosas —mencionó casualmente sin querer hablar del tema que Javier estaba insinuando—. Me gustaba más cuando estábamos los tres, nos daban el cuarto más chido y más grande.
Al otro lado de la línea, escuchó la risa del Chicharito—. Nunca me hubiera imaginado que alguna vez hubo tres omegas en la selección —admitió con nostalgia.
—¡Los hay!
—¡Que no te metas en eso ya!
Colgó. Diego miró su celular confundido, preguntándose por un segundo si se cortó la llamada o si Javier la había colgado intencionalmente. Conociéndolo, le colgó adrede. Soltó una risita en lo que esculcaba su equipaje en busca de algo para cambiarse la ropa de viaje, hasta que tres golpes en la puerta lo detuvieron.
Sin darle importancia, dejó sus cosas y se acercó a la puerta con una sonrisa. No hacía mucho que vio a Memo, pero ya lo extrañaba. Abrió con su sonrisa de oreja a oreja hasta que se dio cuenta de quién era—. Diego, ¿qué hacés acá?
Intentó ocultar la decepción de no recibir a quien esperaba y la desazón de recibirlo a él, de entre todas las personas. «Bueno, al menos me ahorra el tener que ir a buscarlo» pensó y renovó su sonrisa como mejor pudo—. ¿Cómo que qué? Es mi cuarto.
—A ver, ¿cómo te lo digo? —habló para sí, apartando su mirada. Diego tragó saliva, sabía que debía decir algo, convencerlo de no hacer lo que sabía que iba a hacer.
Pero entonces también recordó lo que le dijo Javier. «No te quedes solo con el Tata». Si tenía la ventaja de recibir consejos de alguien en situaciones similares y con experiencias, no se atrevería a no hacer caso—. Ey, ¿vamos al lobby? Se me hace que están...
—Pará, pará, Dieguito —interrumpió bloqueándole el paso y más bien regresándolo al interior de la habitación, la puerta cerrándose por sí sola detrás de él—. No creo que sea buena idea. Mejor dejame explicarte a solas.
Diego insistió evadiendo al argentino—: Ándele, vamos a comer, vengo llegando y me estoy pelando de hambre. Allá platicamos, ¿sale?
—No te pondré en la lista, Diego, y ya está —tiró enfático, definitivo, antes de que Diego llegara a la puerta—. No vas a jugar en mi selección.
Nunca se había dado cuenta de cómo le hervía la sangre cada vez que el Tata se refería al equipo mexicano como suyo con ese exagerado acento argentino. Lainez lo encaró nuevamente y esta vez no se molestó en hacerlo con una expresión amigable en el rostro—. Está enojado porque lo bateé, ¿verdad? —vio cómo el mayor se le acercó y negó, pero Diego caminó dentro de la habitación de nuevo y alzó la voz—. ¡Es que–! ¡Entienda, Tata, no puedo aceptar su cortejo! —exclamó cansado, como si fuera algo que ha repetido montón de veces y, al mirarlo desde el otro lado del cuarto, murmuró—: Usted me lleva muchos años y, y– es como mi superior, no sería muy...
—No es personal —aseguró Martino, sin flaquear en su semblante—. Decidí cortar el porcentaje de omegas en el equipo —explicó—. Ustedes los omegas son más ágiles y rápidos, pero los betas son estoicos, firmes y pacientes y este mundial le estoy apostando a la fuerza y avidez de los alfas, es eso.
Era casi caricaturesco cómo los pensamientos de Diego se reflejaban a través de sus expresiones. Alzó una ceja y su lenguaje corporal denotaba inconformidad—. Pero puedo ir aunque no sea titular ¿no? Quiero ir aunque no me levante de la banca, le prometí a México que Rusia sería el último mundial en el que no participaría y es que... ¿por qué?
No quería, lo intentó con todas sus fuerzas y lo contuvo hasta el último instante que el nudo en su garganta lo permitió, pero al final de nuevo el llanto lo desbordó.
Odiaba no poder controlarlo, odiaba la imagen que tenía de él mismo llorando, de pensar en cómo lo veían los demás. Se esforzaba muchísimo en no parecer débil, no ante las cámaras, ante el público, ni siquiera ante sus compañeros, pero en el instante que sentía su voz temblar sabía que ya no tenía vuelta atrás. Aún así, lo que más odiaba sobre todo, es que no estaba llorando de tristeza o decepción; era llanto de puro coraje, de impotencia, de furia.
—Ya, ya —murmuró Martino, acercándose a Diego en un abrazo con intenciones de consolarlo y Diego se lo permitió en lo que limpiaba sus lágrimas, se cubría el rostro con vergüenza y sentía la mano del mayor acariciar su cabello—. Dejá ya de llorar, mi flaco hermoso–
Entonces Diego recordó. Recordó su incomodidad antes de su inconformidad, su presión en la garganta por el desagrado que desarrolló hacia el técnico, la inconveniente situación en la que lo dejaba no solo como futbolista profesional, sino como omega, como persona.
—¡Déjeme! —exclamó apartándose de un empujón, marcando distancia con sus manos y retrocediendo un par de pasos. Se enjugó los mocos con el dorso de la mano y alzó la mirada lentamente cuando se dio cuenta de lo que había hecho. Se recolectó rápidamente limpiándose el sudor de las manos en su ropa y habló en un tono más calmado y respetuoso—. Por favor, no me toque.
Fue ahora el Tata quien se apartó otro par de pasos, alzando las manos irónico como si le estuvieran apuntando con un arma—. Podrías recuperar tu lugar en la selección si fueras un poco menos tímido conmigo, ¿sabés?
—No lo haría ni aunque me prometiera la copa.
—Auch —se rio Martino—. ¿Cómo creés que los de tu casta llegan alto, Dieguito? Tenés que dar algo vos también.
—Habla mucho de castas para ser un beta —retó Diego, dando en el clavo y sabiéndolo en el instante en que de un segundo a otro Martino lo agarró con fuerza del brazo y lo azotó contra la pared.
—Alfa o beta, si te muerdo serías mío, ¿querés intentar? —dijo bajo y Diego tembló ante la camuflada amenaza de marcarlo—. Ya pensé en eso, ¿sabés? Y es que en realidad incluso me parece una ventaja —admitió—, puedo estar así de cerca tuyo, podría tocarte donde quiera o hacerte lo que quiera y aún así no te vas a llevar una pizca de mi olor. Ni yo el tuyo. Nadie se enteraría, ¿me entendés?
Dedos helados se colaron por debajo de su camiseta y su corazón se detuvo al sentir la presión de la mano contraria en la piel de su abdomen, pero aún así, con una voz apenas perceptible, tambaleante y quebrada, preguntó—: ¿Por qué? La verdad... ¿por qué nos sacaste?
El Tata soltó una risita y se lamió el labio inferior al sentir más de la piel del mexicano por debajo de su ropa, complacido de lo cooperativo que estaba siendo el omega—. Sos un muy, muy buen chico, Dieguito. Te lo voy a decir por eso, pero vas a guardar el secreto, ¿verdad? —Diego contuvo aire en sus pulmones y asintió rápido, mirando hacia abajo, protegiendo su cuello. La densa respiración del mayor erizándole los vellos de la nuca—. Hay una selección que debe ganar esta vez. Una con varios alfas que lo último que necesitan es la distracción de bonitos omegas jóvenes como vos andando de allá para acá en el campo —reveló, Diego aún quieto bajo su toque, esperando a que siga hablando—. No me malinterpretés, sos bueno, Diego, excepcional. Y también por eso es que te tengo que alejar de esos alfas que podrían truncar tu carrera antes de tiempo, vos sabés cómo son.
El silencio parecía como su mejor arma en el momento, así que la usó. El Tata buscaba deshacer el espacio entre sus cuerpos, empujándose contra él, pero Diego se propuso aguantarlo solo un poco más—. Y... ¿Memo? Él va a estar bien, ¿verdad? ¿Él sí jugará en... su selección? ¿Usted no le va a pedir... esto?
—Por Dios, no —habló en un resoplido—. El Chicharito no fue difícil. Polémicas allá en México con los de la selección, polémicas acá en Europa con Cristiano Ronaldo..., nadie cuestionó mucho. Pero Ochoa... —bufó—. Con él sí que no pude encontrar excusas —aceptó derrotado, pero recuperó su semblante de inmediato al levantar con fuerza sus manos por los costados de Diego y escucharlo gimotear abruptamente. Se lamió el labio antes de continuar—. Aunque Ochoa es quien menos me preocupa. Es un omega ya con edad de estar enlazado y haber tenido cachorros hace mucho. Es un omega quedado —dijo risueño y Diego apretó la mandíbula conteniendo su rabia—. Además, acaba de separarse de ese boxeador, el Canelo Álvarez, después de muchos años. No creo que nadie quiera voltear en su dirección en un buen tiempo.
Y como la campana de un ring, Diego escuchó que alguien tocaba la puerta, salvándose de quedarse un segundo más debajo de las manos del Tata—. Ey Dieguito, me dijo el Chícharo que aquí andabas, ¿estás? —Edson Álvarez y su melodiosa voz al otro lado de la puerta le dio el coraje para hacer lo que pensaba desde hace mucho tiempo. Contuvo la respiración para agarrar fuerzas, plantó los pies firmemente en el suelo y alzó con fuerza su codo, aterrizandolo a una velocidad dolorosa directo en uno de los ojos del director técnico de la selección mexicana, rompiéndole los lentes en el camino.
Ignorando las quejas y maldiciones del mayor, Diego se apresuró hasta la puerta y, recuperando la calma como mejor pudo, salió de la habitación para recibir al alfa con una sonrisa y un abrazo de oso, calmándose con las vibraciones de su risa y hundiéndose en el espacio seguro que le brindaba su agradable aroma. Sin saber nada, Edson correspondió con entusiasmo el gesto, sonriente embobado, acariciando su espalda y recargando su mejilla sobre la cabeza de Diego, apretándole más en su abrazo—. También te extrañé mucho, pulguita. Vente, vámonos a comer.
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Fanfic en colaboración con viajeestelar una viejona que bien podría ser apodada la pulga. Alch
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