Dieciséis.
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Las horas parecían minutos. Corazones acelerados, rostros sonrojados y sonrisas tímidas luego de besarse con tanta hambre los atraía a más y más besos, pues así se evitaban la pena de intentar ocultar las evidentes ganas de volver a besar al otro. Lionel acompañó a Memo al vestidor, lo esperó fuera mientras se bañaba y vestía y lo acompañó un rato más en las instalaciones de la cancha de entrenamiento, degustando más los exquisitos labios de su omega hasta que Memo le preguntó casualmente: «Oye, ¿y si vamos a tu hotel?».
Apenas mencionó eso, Leo se imaginó sentado en su cama, bebiendo mate con Memo cómodamente recostado en su regazo mientras le acariciaba los rulos y de vez en cuando se agachaba a depositar un beso en su frente. O su mejilla. O en su preciosa boca.
Y, al anochecer, eso era precisamente lo que estaban haciendo. Hundidos en conversaciones repletas de risas, seriedad al mencionar temas profundos y vibrante emoción al contar experiencias. Daban vueltas por la habitación, siempre aunque sea con un poco de contacto físico pero nunca mirándose, porque si se miraban por dos segundos, ninguno podía soslayar otro y otro y otro beso.
—Ya me contestó Saúl —mencionó Ochoa en una de esas, cortando un poco con la fluidez de la conversación. Memo era el que ahora acariciaba el cabello de Messi, que acomodado boca abajo con la barriga de Memo como su almohada, simplemente gruñó ante la mención de otro alfa y hundió su nariz en el estómago de Memo, que se endureció cuando Memo se rió de la reacción del alfa—. Al final admitió que en parte fue porque dice que no le gusta verme contigo —explicó melancólico, su enorme mano peinando cariñosamente el cabello de Leo—. Le dije que se iba a tener que aguantar —rió—. Y le hice prometer que ya no ponga cosas de ti en twitter.
El silencio esta vez sí se sintió. Nunca fue un gusto hablarle de tu ex a tu novio, en especial cuando tal ex estuvo haciendo amenazas públicas por ti. Cada vez que Memo lo recordaba Leo lo sentía empequeñeciéndose, apenado. Además del hecho de que su relación aún era demasiado reciente como para ser ya una herida cicatrizada. Después de todo, el Canelo le llevaba muchísimos años de ventaja por el lado de realmente conocer a Memo. Quizá Lionel lo había conocido antes que Saúl, pero «¡aghh! ¡qué impotencia!» no haber sucumbido ante aquel bonito omega portero que conoció hace poco más de quince años.
Porque, algo que nunca admitiría es que luego de enterarse de la relación de Ochoa con el boxeador, era que se puso a investigar y se enteró que Guillermo conoció a Saúl casi dos años después de jugar contra él en Florida en aquel partido del 2012. Lo que le daba más impotencia. Al recordar esto, Messi zanjó el asunto del Canelo y, con un joven Memo atento desde la banca al juego en mente, subió la mirada y gateó rápidamente hasta llegar al rostro de aquel omega en sus pensamientos—. ¿Vos te acordás? —inició entusiasmado—, el día que nos conocimos.
La sonrisa de Memo le dio escalofríos—. Como si hubiera sido ayer.
—No tenés una idea de las veces que me acordé de ese día últimamente —continuó, un nudo de impotencia familiar formándose en su garganta—. ¿Por qué no...? ¿Por qué no me di cuenta?
El peso del cuerpo de Leo sobre el suyo, con su calor entre sus piernas y sus brazos tomándolo con fuerza estaban traicionando su buen juicio, pero respondió en un susurro—: ¿Darte cuenta de qué?
Antes de decirlo Leo se alzó, halando del cuerpo de Memo al negarse a soltarlo—. Que somos almas gemelas, Guillermo. Vos y yo.
La incredulidad de Memo se dibujó en todo su rostro. Su sonrisa seguía perceptible, pero genuinamente no podía creer lo que Lionel estaba proponiendo. ¿Cómo podría saberlo con certeza sin un lazo? Ni siquiera habían interactuado tanto y, aunque las cosas estaban pasando demasiado rápido y se sentía cada vez menos capaz de alejarse de él, aún era muy pronto para considerarse natural, física e instintivamente hechos el uno para el otro. ¿Verdad?
—¿Por qué piensas...? —la pregunta de Guillermo se quedó a medias porque, sinceramente, ya sabía la respuesta. Resopló al pensar en qué decir a continuación—. Bueno, quién sabe —susurró, removiendo su cuerpo cual serpiente para recostarse al lado de Messi, rodeándolo completamente con un abrazo y hundiendo su rostro en su pecho—. Pero estoy feliz de que lo hiciste. Darte cuenta.
La risa de Memo no le gustó. Le dio a entender que no lo estaba diciendo en serio, que no creía que Messi estaba hablando en serio.
Es sabido que cuando las llamadas almas gemelas se encuentran, es el alfa quien se da cuenta primero y el omega lo sabrá hasta el primer encuentro sexual, pero, lastimosamente esto a veces resultaba ser contraproducente. Muchos alfas usaban este instinto como excusa para seducirlos sólo con intenciones de llevarlos a su cama, jurándoles ser el amor de su vida, mantenerse leales y comenzar a crear un lazo que, de ser formalizado con matrimonio y una marca en su cuello, duraría para siempre. Por eso no culparía a Memo de no confiarse, indiscutiblemente la casta de Messi no tenía buena fama en ese aspecto. Además de que casi nadie más que bajísimos números en las estadísticas, habían podido comprobar la verdadera existencia de las llamadas almas gemelas.
Cuentos de hadas, pajaritos en el aire; Algo que se inventaron para sentirse destinados a alguien que los amará incondicionalmente. El problema era que las almas gemelas no eran sólo fantasías. Llámese como se llame, a alguien se le podía amar tan intensamente hasta el punto de perderse en el trance que es quemarse de amor desde dentro. Es algo subjetivo, relativamente definitivo, pero algo que Lionel Messi sabía ya con certeza era que ya no podría alejarse nunca más de Francisco Guillermo. Y si eso no es ser almas gemelas, entonces no sabría qué es.
Siendo como un osito de peluche para su omega, Leo sonrió cuando se dio cuenta de que aquella incertidumbre solo era una pelea interna ajena a Memo y su relación con Leo. Se dio cuenta que no tenía por qué intentar explicarle nada con palabras cuando bien le estaba demostrando un cariño sincero con simplemente mantenerlo cerca con todas sus fuerzas. Así que Leo hizo a un lado sus pensamientos y se acomodó en el abrazo de Memo, enredando sus piernas con las de él, suspirando cuando sintió sus grandes manos acariciarle el cabello una vez más y cómo un abanico de satisfacción se hizo notar cuando Leo pasó sus manos inquietas por el torso y la espalda de Memo—. El día que nos conocimos... ¿por qué no jugaste? —susurró suspirando sin cansarse de recordar la imagen que tenía del omega en aquellos tiempos.
Sintió como Memo ladeó su cabeza en confusión y, al mirarlo, su ceja arqueada le dio ternura—. Sí jugué, Leo —respondió—. Un benéfico en 2012, en Florida. Estaba lloviendo, ¿te acuerdas? —resumió haciéndose el ofendido porque su alfa no recordaba con claridad el día que lo conoció—. Hasta nos tomamos foto juntos cuando acabó, Lionel, no mames que no te acuerdas.
Reía como si le estuviera haciendo cosquillas, y Lionel estaba contagiándose de su embriagante alegría. Un Memito de preciosos rulos mojados por la lluvia se le vino a la mente y tragó saliva, claro que recordaba con claridad ese día en que aquel bonito omega le arruinó hasta cuatro goles asegurados, pero ese no era el día del que Lionel hablaba.
—Guillermo, vos y yo nos conocimos en 2006 —aseguró Leo en su defensa, alzándose apoyado en un codo para ver a Memo desde arriba, sonriéndole embobado—. En Alemania. México contra Argentina en octavos de final —recordó—. Lo mismo en Sudáfrica, ahí vos eras titular, pero te cambiaron por un calvo.
—El Conejo Pérez, el pelón —aclaró riendo y Leo no se cansaba de esa enorme sonrisa que apenas le permitía abrir los ojos. Casi no escuchó cuando siguió por distraerse en cómo su nariz se arqueaba hacia abajo cuando reía, pero Memo le clavó sus ojos de cachorro al preguntar—: Ni en Alemania ni en Sudáfrica nos hablamos, no cuenta.
—Claro que cuenta, boludo —renegó Lionel, acercándosele—. Vos estabas tan bonito que no te quitaba los ojos de encima, ¿de eso vos te acordás? —contraatacó risueño, continuando al ver que Memo aún no se lo creería—. No jugamos ni nos hablamos, Memo, pero yo sí que te ví. Fuiste vos el que pasó de mí, por completo —aseguró serio, y Memo usó el brillo de sus ojos para ablandarlo aún más.
El siguiente beso Memo se lo esperó, pero no podía decir lo mismo del hecho de que Messi dijo no haberse dado cuenta de que tendrían una conexión tan fuerte cuando, evidentemente, se fijó en Memo incluso si el otro ni siquiera le devolvía una mirada.
Y mientras lo besaba, Messi entendió que todo ese tiempo sin Guillermo no sería tiempo perdido si comenzaba a ponerse al día desde ya.
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Le parecía increíblemente placentera la manera en que sus pensamientos se nublaban para darle su completa atención a saborear el momento con todos sus sentidos. Tomaba largas bocanadas de aire, llenando sus pulmones de la esencia de Messi, brindándole seguridad y emocionandolo con cada toque. En ese momento, aunque estaba completamente adherido al cuerpo de su alfa, abrazándolo fuerte para así sentirlo más y más cerca, no le era suficiente. El sonido de su mano acariciándole la piel, la respiración tranquila que subía y bajaba su barriga y el sutil bum bum de su corazón que lo tenía al borde de la locura. Un familiar algo dentro de él le exigía «¡más, más, mássss!» y Memo no quería más que obedecer.
Se levantó colocando ambas rodillas a los costados Leo y así, a horcajadas, con una expresión entre decidida y traviesa, miró a Messi sonriendo.
En momentos así era cuando llegaba la pregunta: «¿siquiera para qué existen las palabras?». No eran necesarias, no existía razón para perder el tiempo balbuceando y haciendo el esfuerzo de mover la boca para otra cosa que no fuera besar al otro; las miradas eran suficientes para enviar cualquier mensaje que quisiera ser mandado. Con solo observar los orbes de Memo, brillantes y nublados a causa del placer en expectación, Messi supo que tenía que poner todo su ser en atender a su omega.
Los labios en forma de corazón de Ochoa eran el deseo encarnado, la gélida y deseada agua del Oasis en medio del desierto, y no comérselos en el mismo instante en el que el omega se los servía en bandeja de plata debía catalogarse como un pecado en sí mismo.
Todo en Guillermo era pecaminoso, era un camino sin retorno hasta las profundidades más oscuras del infierno, y a Messi no le jodía en lo más mínimo tomar la decisión de sumergirse en aquella aventura si podía tener todo Memo encima de él. Cuando Leo se alzó para alcanzar con sus labios los de Memo, él se hizo gelatina. Maleable por un corto segundo hasta que después de que los brazos de Messi lo atrajeran de la cadera, haciéndole sentir su agarre insistente y fuerte sobre su trasero.
Era todo besos, todo movimiento desesperado, todo manos apretando la ropa ajena y todo gemidos ahogados como la exhibición del inmenso apetito que quemaba dentro de ambos hombres.
La combustión entre ambos solo sabía aumentar de tamaño, sólo comprendía los parámetros que buscaban eliminar cualquier tipo de límite. Cuando se creía que habían llegado a un punto de calor final, aparecía un nuevo detalle que prendía en ellos unas llamas capaces de consumir el mundo entero. Las manos de Messi, que se paseaban lentamente con pasión por cada milímetro del delicioso cuerpo del omega encima de él, se alzaron hasta la cabeza de Memo cuando lo sintió tomar más control en su profundo beso. Adoraba la manera en que el omega le besaba el labio superior como si de nacimiento supiera que la sensibilidad de Messi ahí lo tendría suplicándole, pero Messi quería tomar el control ahora y Memo obedecería.
Con una mano lo tomó suavemente del rostro, acariciando su mejilla con ternura, guiando sus labios a la dirección correcta, haciéndolos bailar sobre los suyos. Y cuando lo sintió sonreír, la otra mano lo tomó de los rizos de la nuca, robándole gemidos que, aunque guturales, desvergonzados. Lionel manejaba así a su antojo a Ochoa, jaló el cabello para levantarlo escuchando con ello un siseo seguido de un gemido que rápidamente acalló con otro beso.
Ante el repentino control del alfa sobre su cabeza, sus besos y sobre él, Guillermo se soltó en respiraciones agitadas y gemidos en un rotundo optimismo por el camino al que Messi lo estaba llevando—. Hah, Leo... —murmuraba entrecortado. Usada para dejar en claro la positiva respuesta ante esta acción; era la cadera de Guillermo efectuando movimientos con el afán de crear fricción entre los miembros de ambos; eran sendas lenguas danzando un tango arrebatado y húmedo.
El alfa también buscaba esa fricción, movía sus piernas y cintura de tal manera que pudiera acceder mejor a Guillermo. Quería sentir todo de él, tomarlo allí mismo en esa cama de hotel, hacerlo suyo, tocar toda la extensión de la piel ajena hasta sabérsela de memoria y así hacerle saber que se pertenecían mutuamente.
Al apartarse una milésima de segundo, Guillermo aprovechó para llevar sus manos al borde de su camiseta y, al verlo levantársela, Messi se apresuró a ayudarlo—. Sacá eso de acá —dijo risueño. Al final sí que odiaba las camisetas de los mexicanos. Apenas se la sacó, Leo la tiró al suelo y se prendió en llamas al sentir la caliente piel desnuda de Guillermo en sus manos. Lo rodeó nuevamente con un brazo para atraerlo y no se contuvo en hundir su rostro en los suaves pectorales de Memo, que le quedaban justo enfrente. Apretó piel morena con deseo, besó con hambre y mordió con pasión, encendiendo en él un instinto desconocido de completa satisfacción al ver en su cuerpo marcas que él había dejado.
Se hizo adicto al instante. La forma en que su peso caía sobre su cuerpo, cómo le acariciaba el cabello, le acunaba el rostro con cariño mientras sentía su cuerpo estremecerse por el toque de sus labios y la leve picazón de su barba sobre su sensible piel... Y de pronto Memo lo levantó del mentón, interrumpiendo un juego con sus pezones, solo para exigirle otro beso. Si no fuera por esos ojos deseosos y esos labios ansiosos...
Tenía que luchar contra su alfa interno, ese que de tanta emoción, teniendo toda la apetecible piel de Memo al alcance de sus dientes, se veía capaz de saltarse los escalones y llegar directo a la parte donde marcaba al omega. Pero Leo era fuerte, su voluntad era más estoica que cualquier deseo salvaje, podía domarlo si se centraba en el presente, en lo que sentía; la cálida boca de Guillermo chocando con desesperación contra la suya propia, su voz baja susurrando palabras inentendibles en aquél tono lujurioso, su cuerpo ardiente y tembloroso buscando pegarse más a él aunque eso ya no fuera posible.
Y sin embargo, combatir todo el calor que corría por su cuerpo estaba convirtiéndose en una tarea que jamás creyó tener que clasificar como complicada. Pero, claro, ¿cómo culparlo? Guillermo besaba su boca a su mismo ritmo, era capaz de mover sus labios con un énfasis digno de un hombre con energía, con afán. El omega no paraba de moverse encima del cuerpo de Leo y a él le era imposible quitarle las manos de encima.
Lo peor de todo era su voz, su maldita voz pintada de los tonos más lujuriosos jamás creados. Eran los jadeos necesitados, el temblor en las pocas palabras que lograban salir de esos labios húmedos e hinchados, el aire caliente que salía de la boca de Memo cada vez que intentaba respirar, como una furiosa ráfaga. El control que Leo tenía flaqueaba cada vez que Guillermo separaba los labios.
—Mh, Lionel... —el susurro de Ochoa fue como un pedido implícito, como un punto seguido donde debería ir un final—. Nh, alfa...
Leo no podía ignorarlo, no cuando Memo estaba tan caliente dejándose comer la boca, permitiendo que las manos de Messi lo recorrieran por todas partes y que sus cuerpos chocaran como si quisieran fusionarse. Quería darle todo lo que deseara a su omega, a su amor. Lo volvía loco con cada roce impaciente, jugaba con su cordura como si se tratara de un traste incapaz de defenderse—. Sos un hijo de puta sinvergüenza —le susurró obligándolo a parar al tomarlo del cabello una vez más, el gemido de protesta por privarlo de sus besos creó una descarga eléctrica en Messi, siseando y apretando su agarre al decirle—: Decime, Guillermo. Decime lo que querés que te haga —retó—. Porque si me dejás continuar sin decirme nada voy a tomarte ya mismo y mañana vas a jugar con México apestando a Argentina.
Como respuesta, Leo recibió manos impacientes acercándolo para un beso largo y profundo. No necesitó más.
Decidió que iba a hacerlo, que iba a seguir subiendo de escalón con Ochoa en ese preciso momento, que iba a tocarlo por todos lados y marcar su piel en toda su extensión.
Mas entonces, justo cuando agarró con fuerza el cuerpo de Guillermo para sostenerlo mejor y cambiar las posiciones, la puerta de la habitación se abrió de golpe como si el dueño de esta hubiera entrado con toda la confianza del mundo.
Neymar Jr.
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Fanfic en colaboración con viajeestelar , la que nos deja con las ganas😭
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