4
Tic tac.
Tic tac.
Tic tac.
El sonido del reloj en el consultorio de la doctora Jones me tenía cansada. Si bien, había dormido algunas horas durante el día de ayer, la noche fue lo peor. ¿Qué demonios hacía toda la madrugada si no tenía sueño ni mi teléfono o algo para distraerme? No tuve más opción que tomar el viejo —y único— libro de la estantería y leerlo durante la noche hasta que me regresara un poco de sueño. Afortunadamente, el tipo loco que se hacía llamar mi enfermero no volvió a aparecerse en mi habitación.
Y ahora aquí estaba, en el consultorio de la doctora a las ocho de la mañana de mi segundo día en RoseWood, harta de todo esto. No sabía cómo me las arreglaría para salir de aquí.
—De acuerdo Gia, no puedo ayudarte si no me lo permites. Sé totalmente sincera conmigo y dime, ¿por qué atacaste a tu padre? —pregunta ella, desde su escritorio.
—Lo he dicho muchas veces, fue un accidente. Gerard estaba en mi casa, con un arma y quería llevarme con él. Actué en defensa propia, pero todo estaba oscuro y no pude ver que se trataba de mi padre. Jamás lo lastimaría por voluntad, tienen que creerme.
La doctora asiente ligeramente ante mi respuesta, intentando parecer comprensiva, pero distante. Revisa un par de hojas que tiene frente a ella y las analiza detalladamente mientras hojea una y otra vez.
De pronto su rostro se tornó completamente serio. Intentó acercar su torso a mí mientras se retiraba las gafas.
—Las cámaras de seguridad no captaron a ningún intruso entrando en tu casa, Gia. No hay evidencia de que alguien que no fuera de tu familia estuviera en tu casa.
—Por supuesto que no —respondí yo casi inmediatamente—, Gerard es experto en esconderse y escabullirse. No dejará ni una huella, créanme. ¡Es un prófugo! Sabe perfectamente lo que hace. Tienen que escucharme para poder atraparlo, de lo contrario, seguirá haciéndome parecer como una loca mientras sigue matando por ahí libremente.
Ella expulsó aire fuertemente por su boca mientras se ponía de pie.
—Escucha, en serio quiero ayudarte. Creo que eres una buena chica y que no mereces estar aquí, pero mientras mantengas tu versión no podré ayudarte —se quedó callada por un momento, suspiró y luego habló como si no estuviera muy segura de lo que estaba a punto de decir—. Gia, el equipo habló con la policía ayer. Al parecer el ADN del chico en el auto corresponde al de Gerard. Él sí murió.
Me levanté de mi asiento y puse una mano en el escritorio de la doctora.
—Cenizas. Solamente encontraron cenizas, mezcladas entre chatarra, metales, y muchas otras cosas. Mientras no haya cuerpo no pueden estar seguros de que se haya tratado de Gerard. Créame, doctora, no estoy loca. Él fingió su muerte para escapar y quiere que escape con él. Sé que es cuestión de tiempo para que venga por mí.
La doctora Jones negó con la cabeza. Definitivamente no nos estábamos entendiendo. Se dirigió a la puerta del consultorio con una cara de decepción, la abrió y con la mirada en el suelo dio por terminada la sesión.
—Nos vemos mañana a la misma hora. Vuelve a tu habitación, por favor, Gia.
Sin oponerme de ninguna manera, salí del consultorio. La doctora Jones me trataba como una loca y ni siquiera estaba dispuesta a escucharme. Tener sesiones diarias con ella iba a ser una tarea difícil, ya podía verlo venir.
Los hombres de seguridad se encargaron de acompañarme de regreso hasta mi horrible habitación. En el camino a ella, pude ver a muchos enfermeros haciendo su trabajo y no pude evitar recordar al chico extraño de anoche. Vaya suerte la mía para que me hubiera tocado el enfermero más raro de todo el maldito hospital.
Debido a que no había nada más que hacer en un lugar como ese, tomé una siesta corta. Desperté cuando un chico rubio vestido de enfermero entró en mi habitación sin avisar.
—Oh, lamento despertarte, pero llegó el almuerzo y las medicinas —dijo este, alzando ligeramente la bandeja de comida.
—No creo necesitar eso —le dije yo, levantando mi torso de la cama.
—Mhm, yo creo que sí. Por algo estás aquí, así que, vamos, tómalas.
Me ofreció la bandeja con una amigable sonrisa, a la cual no pude resistirme. Solté aire por la boca y resignada, acepté la bandeja en mis manos.
—¿Quién eres tú? Creí que el chico raro de ayer sería mi enfemero.
—Oh, ¡pero qué mal educado soy! Me llamo Derek y seré tu enfermero durante el día. Me encargaré de ti en las mañanas y tardes, el otro chico te cuidará en la noche. Me alegra que ya se hayan conocido. ¿Todo bien?
¿Un enfermero de día y uno de noche? Eso significaba que estaría siendo custodiada la mayor parte del día, y eso me aterraba, aunque ciertamente, tenía que admitir que este chico lucía mucho más amigable y sano que el enfermero de la noche.
Este podría caerme bien.
—El chico de la noche es... Un poco extraño. No sabría cómo describirlo. Incluso da un poco de miedo.
—¿Y cuál es su nombre? —me pregunta, acomodando mis medicinas—. Bueno, yo soy nuevo aquí así que no creo conocerlo, pero serás una buena excusa para hacer un nuevo amigo.
—Keith. Me dijo que su nombre era Keith.
—Lo buscaré —me dice—, mientras tanto, disfruta tu comida, linda. Si necesitas algo no dudes en presionar el botón y vendré en seguida.
Derek se alejó y cruzó la puerta con una sonrisa de oreja a oreja. La actitud de ese chico era la de un enfermero de pediatría, no la de uno en una institución mental. Aún así, lo agradecía. Su forma de ser haría que el tiempo aquí fuera más ameno.
Al menos este era más amigable.
En el transcurso del día, no pude hacer nada más que leer, comer, mirar por la ventana y dormir.
Las horas pasaron con lentitud hasta que la segunda noche llegó. El aburrimiento era agobiante y el ambiente tan pesado, que tan solo me recosté y lloré. La incertidumbre de no saber cuánto tiempo estaría encerrada me comía viva. Quería irme a casa. No soportaría una noche más en esa odiosa habitación de loquero.
Mi llanto se interrumpió cuando una voz masculina me habló.
—¿Por qué estás llorando? —pregunta él, en un tono indiferente—. Ahm... Traje agua y la cena.
Alcé mi cabeza para ver de quien se trataba. Era él, el enfermero raro. ¿En qué momento había entrado? ¿Acaso todas las noches se presentaría así? Ni siquiera había escuchado la puerta abrirse, tan solo apareció, al igual que la noche anterior.
—Deja las cosas en la mesa y vete —pedí, volviendo mi cabeza hacia la almohada.
—¿Por qué estás llorando? —vuelve a preguntar, esta vez en un tono más firme.
—No te importa.
—¿Es por este lugar? Quieres irte a casa, ¿cierto? Bueno, no eres la única.
No le respondí nada, no tenía el ánimo para hacerlo.
Después de varios segundos de completo silencio, pude sentir como la esquina de mi cama se hundía, haciéndome entender que Keith se había sentado junto a mí. Tenía que admitir que su acto me había tomado por sorpresa.
Yo estaba recostada de lado, por lo que prácticamente estaba dándole a la espalda y prefería seguir así. No quise voltear a verlo, pues extrañamente había algo en la mirada de ese chico que me inquietaba.
Sin girarme, le hablé.
—Déjame sola, Keith.
—La cosa es que, no siempre puedes tener lo que quieres o estar en donde quieres. Créeme, existe una infinidad de lugares en los que yo preferiría estar ahora mismo, pero a veces la vida es mala e injusta. Así que siéntelo, siente el dolor —de la nada, sentí como movió un mechón de mi cabello y se acercó a mi oído para susurrar—, porque se pondrá mucho peor.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo de pies a cabeza. Incluso mi piel estaba completamente erizada.
Keith se levantó de la cama y comenzó a caminar en dirección a la puerta. Fue entonces y solo entonces cuando decidí girar mi cabeza para verlo.
Con su uniforme de enfermero solo pude divisar cómo abandonaba mi habitación, cerrando la puerta detrás de él, y en todo el resto de la noche, no volvió a aparecer.
¿Qué mierda? ¿Quién era este chico y por qué era tan malo conmigo?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top