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Finalmente, luego de subir tres pisos, llegamos a la peor parte del hospital: las habitaciones. Aunque todas estaban cerradas, no podías evitar darte cuenta de que esta era esa parte del hospital; esa parte que te hace terminar de darte cuenta de que las personas que veías abajo habían dejado su vida afuera por encerrarse en una de estas habitaciones. Era triste. Tan solo un pasillo con montón de puertas blancas, todas iguales. No tenían nada de especial, tan solo una ranura por la que suponía, entregaban los medicamentos a sus pacientes.

Supe que mi recorrido estaba a punto de terminar el enfermero que me guiaba disminuyó su velocidad hasta detenerse finalmente en una de las habitaciones. Me detuve también. Habitación 56. Él sacó una llave de su uniforme, abrió la puerta y con el brazo me invitó a pasar.

Dudé un poco, pero lo hice. Casi de manera inmediata la guardia comenzó a catear mi cuerpo, buscando algún tipo de arma u objeto prohibido. Su acción me desconcertó, y aun mucho más cuando la vi tomar mi teléfono celular de mi pantalón y entregárselo al enfermero que lideraba. Intenté impedir que me lo quitaran, pero era simplemente en vano. El chico me detuvo con una mano y empezó a hablar.

—Esta será tu habitación. Puedes relajarte, ponerte cómoda. Seguiremos con un par de trámites sobre tu estancia más tarde, por ahora es mejor que te relajes un poco y te familiarices con este lugar. Los enfermeros encargados de ti vendrán a revisarte, explicarte tu situación y traer tu comida. Tienes libros y un baño. Si necesitas algo, tienes un teléfono fijo ahí. Solo números permitidos. Podrás agregar los de tu familia y amigos después si tienes buena conducta.

A primera instancia, era como una habitación de hospital. Estaría mintiendo si dijera que era fea. Estaba limpia y el espacio era medianamente aceptable. Había un inodoro, un sofá, una mesa y una pequeña estantería con solo un libro. Sin embargo, lo que más llamó mi atención era esa gran ventana. Tenía una vista hermosa hacia el jardín, y las nubes escondiendo el sol en el cielo la hacían parecer una linda pintura de un día de picnic. Me acerqué curiosa, pues era extraño que no tuviera barandales ni ningún tipo de protectores estando en una institución como esta, en donde la cordura no era exactamente lo que más abundaba. Además, desde arriba podía ver un pequeño recorrido hasta la salida que podría usar perfectamente.

Por lo menos ahora tenía la manera de escapar, ya solo necesitaba encontrar el momento ideal para hacerlo.

Asentí con la cabeza, no muy segura, y les hice saber tanto a los guardias como a los enfermeros que había entendido lo que me dijeron y que debían retirarse para poder tranquilizarme un poco. Ellos aceptaron sin más, y al marcharse, cerraron la puerta detrás de ellos. Ahí fue cuando caí en cuenta de lo que me esperaba si no huía pronto: días y noches encerrada, completamente sola y sin contacto alguno con el exterior.

No era una habitación fea, pero se sentía horrible estar ahí, sin salida. No podía evitar sentirme como un sujeto de estudio, como un criminal que no puede andar en las calles con los demás seres humanos funcionales, como un animal en una jaula adornada. Tenía que huir y tenía que hacerlo pronto, ¿pero cómo hacerlo sin parecer aun más como una loca?

Sin duda, debía planear las cosas cautelosamente para no perjudicarme más de lo que ya lo estaba.

Me senté en la esquina de la cama y me forcé a mí misma a pensar en qué hacer, pues de lo contrario, entraría en pánico de nuevo y me echaría a llorar. Sabía que nadie me ayudaría, estaba aquí, por mi cuenta y debía salir de la misma manera.

Me recosté. Observé el techo blanco por unos minutos mientras intentaba mantenerme serena y pensar. El tiempo pasaba. No tenía un reloj, pero lo sabía.

Después de aproximadamente una hora de fingir que tenía todo bajo control, no pude contenerme más y me eché a llorar. Quería mantenerme fuerte, quería pensar que de alguna manera u otra, esto se solucionaría, que mis padres no serían tan crueles como para dejarme aquí por tanto tiempo, que Gerard se tocaría el corazón para no hacerle daño a mi familia mientras yo estaba encerrada, que mis amigos se percatarían de mi ausencia y vendrían a rescatarme en algún momento, o, en su lugar, que todos descubrirían finalmente que Gerard sí estaba vivo y dejaran de tomarme por loca, pero honestamente, no sabía nada de eso. La situación pintaba para mal, así que no veía el punto el mantenerme falsamente esperanzada.

—Te odio por meterme en esto, Gerard —susurré entre mi llanto.

Luego de eso, me quedé dormida en esa horrenda cama. No creí que lograría conciliar el sueño en ese lugar, pero estaba cansada, triste, estresada, y la noche anterior no había podido dormir nada bien a causa de Gerard y la culpa de haber lastimado a papá. Supuse que había dormido un buen rato porque cuando abrí mis ojos al despertar, la luz del sol que entraba por esa gran ventana se había convertido en la deslumbrante luz de la luna.

La primer noche había llegado.

En cuanto me percaté de ello, me levanté rápidamente de la cama. Me acerqué a la ventana y asomé mi cabeza para ver hacia abajo. El jardín estaba vacío, no había guardias, pacientes o enfermeros cuidando el área. Era el momento perfecto para escapar, ahora solo debía saber cómo caer correctamente para no hacerme tanto daño y poder huir. Giré mi cabeza en dirección a la puerta, esperando que no hubiera nadie cerca, abrí la ventana con la poca fuerza que tenía, y cuando estaba a punto de subir una de mis piernas hacia ella, una voz masculina me habló, provocándome un susto que hizo que me sobresaltara.

—No sobrevivirías a la caída —dice un chico, tranquilamente entrando en mi habitación. No supe en qué momento se había aparecido, o por qué no escuché la puerta en el momento en que la abrió para entrar. Él traía puesto un uniforme de enfermero y en sus manos, la bandeja con mi cena —, ya lo han intentado antes y ninguno vive, pero adelante, si quieres, hazlo. Sería algo divertido de ver.

Retrocedí nerviosa, alejándome de la ventana instantáneamente.

—N-no sé de qué hablas —respondí.

Me miró sin sorpresa alguna, siguió adentrándose en la habitación y dejó mi bandeja de comida en la mesa, como si no hubiese visto que una paciente por poco se lanza por la ventana.

—Hola. Me llamo Keith, y yo seré tu enfermero del turno nocturno. Me gustaría decirte que seré tu acompañante en este recorrido y esas cosas que están escritas en el contrato para los pacientes, pero prefiero serte sincero: vivirás un infierno aquí.

Mi entrecejo se arrugó.

—Gracias, supongo. —Dije no muy convencida y volví a la cama tratando de cortar la comunicación.

El chico me miró con curiosidad. Era joven, tendría unos veinticinco años a lo mucho y para ser sincera, su cabello era lo más lindo que había visto desde que entré en el hospital. Era castaño, algo largo y con ligeros rizos marcados. Además, creí haberle visto unas cuantas pecas. Tenía toda la pinta de un niño bueno de colegio, pero con traje de enfermero, ojeras y una cara de pocos amigos.

—Y... Dime, ¿por qué estás aquí? —preguntó sin titubear, apoyándose en la pared a un lado de mi cama—. ¿Drogas? ¿Peleas? ¿Asesinato? —calló por un segundo y al ver que yo no respondí nada, siguió—. Uhh, ¿es eso? ¿Asesinaste a alguien?

De pronto pareció bastante interesado.

—No, no lo hice.

—Dicen que —caminó lentamente hasta la ventana en la que estaba yo antes— la sangre deja una mancha tan, pero tan pesada, que no se quita jamás. Ya sabes, puedes enjuagar la superficie todo lo que quieras, pero la mancha seguirá ahí. Para siempre.

Lo miré extrañada. ¿Qué demonios? ¿Y la loca era yo?

—¿Qué? ¿Por qué me dices esto?

Se encogió de hombros, restándole importancia.

—Me aburro —se dio la vuelta—. Quizás no seas la única que está aquí en contra de su voluntad. Como sea, espero disfrutes la cena. Hoy te cocinaron algo especial por ser tu primera noche. Bon Appétit.

Se despide haciendo una extraña seña y sale de mi habitación.

Rodeé los ojos. Vaya tipo tan más raro. ¿Y se supone que ese loco cuidará de mí al llegar la noche? Pff, definitivamente tenía que salir de aquí.

Moría de hambre, así que destapé el plato de la cena, esperando encontrar algo delicioso en él. Para mi mala suerte, era lo más asqueroso que había visto en toda mi vida. Sentí mi estomago revolverse al ver que "mi comida especial" era hígado casi crudo y carne que se veía asquerosa y de dudosa procedencia.

Esto iba a ser difícil. 

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