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Día dos. Devuelta al loquero.
Así es, no habían pasado ni siquiera 24 horas desde que la doctora Jones declaró que yo no estaba loca y no era necesario que me quedara en esta institución mental, cuando ya estaba de nuevo entre estas horribles paredes blancas, sentada en su consultorio, esperándola una vez más.
Luego del incidente de ayer por la noche, cuando ataqué a papá por accidente, mis padres me catalogaron como peligrosa e inestable mentalmente, así que esperaron a que amaneciera para llamar a la doctora y traerme de nuevo a RoseWood.
No querían escucharme. Ellos no entendían que mi intención no era lastimar a papá. La sensación que tuve cuando las luces se encendieron y vi el rostro de mi padre lleno de dolor y soltando sangre, era simplemente inexplicable; saber que lo había herido me hizo llenarme de una culpa tan grande que ni siquiera cabía en mi pecho. Era ese tipo de culpa, casi tan grande como la que he cargado desde aquel día, cuando no pude ayudar a ese pobre chico de morir a manos de Gerard.
Todo lo malo que pasaba en mi vida, era por él. Lo odiaba a morir.
Cuando la doctora Jones entró al consultorio me percaté de dos cosas: uno, en su cara había una gran preocupación, aunque al verme cambió su expresión rápidamente por una de falsa hospitalidad y amabilidad. Dos, esta vez no estaba sola, venía acompañada de dos guardias de seguridad y alguno que otro enfermero, quienes no me quitaban la vista de encima.
Entendí que ahora antes los ojos de todos, yo era una psicótica peligrosa que en cualquier momento podría atacar.
¿Por qué nadie me escuchaba?
—Buenos días, Gia —me saluda ella, tomando asiento en su escritorio. Los guardias se colocaron en la puerta, con su mirada en mi dirección.
—No creo que sean tan buenos —le respondo.
Ella suelta una risa falsa. Toma mi expediente y lo lee por un par de segundos. Aprieta la boca, lo coloca de vuelta en la mesa, y se retira los lentes para hablar conmigo de forma directa.
—Tus padres están preocupados por ti, ¿lo sabes? Ellos te aman, y es justo por eso que me han pedido ayuda. Yo sé que no eres peligrosa, pero lastimaste a tu padre, Gia. Estoy segura de que no quisiste hacerle daño, pero esto no se puede repetir —inclina su torso para acercarse un poco a mí y su cara se torna un poco más seria—. Queremos ayudarte. Todos aquí queremos lo mismo: tu bienestar, pero para eso necesitamos hacer un par de pruebas, investigaciones, entre otras cosas. ¿Lo entiendes?
Mi entrecejo se arrugó. ¿A qué clase de "pruebas" se refería? ¿Investigaciones?
Sacudí la cabeza, confundida.
—No, no estoy entendiendo.
Los guardias no dejaban de verme ni un solo segundo, como si yo fuera la amenaza más grande del jodido hospital. Aunque mi idea era permanecer tranquila desde un inicio, la mirada asesina de esos dos me ponía los nervios de punta.
Volví mi atención a la doctora. Ella suspira con el ánimo por los suelos, como si estuviera a punto de soltar algo que no era fácil para ella.
—Sé que no es lo que quieres escuchar, pero vas a quedarte un tiempo aquí. Es necesario. Tus padres están de acuerdo y ya firmaron su consentimiento. A partir de ahora nosotros nos encargaremos de tu bienestar y esta será tu casa por un par de semanas. Al menos hasta que logremos aclarar todo.
Negué automáticamente. No podía estar diciendo lo que estaba diciendo.
—No. Usted lo dijo, no estoy loca. Gerard entró en mi habitación, tenía un arma, yo solo intenté defenderme. Iba a hacerme daño. No quería herir a papá, fue un accidente.
Pese a que intenté explicarle lo que había pasado, hizo caso omiso a mis palabras. Se puso de pie, luego con las palmas de sus manos me pidió que me tranquilizara. Al mismo tiempo, les dedicó una mirada a los guardias y ellos entendieron la indicación al instante. Abrieron la puerta del consultorio, permitiéndole la entrada a los tres enfermeros que venían detrás de ellos.
No pude evitarlo, al verlos, el pánico y la frustración se apoderaron de mí. Comencé a sentir como mi respiración se agitaba y mi corazón palpitaba auna velocidad más alta de lo común.
—Todo estará bien, Gia. Vamos a cuidarte. Solo necesitamos que con mucha tranquilidad nos acompañes, ¿de acuerdo? Nadie te está juzgando de nada. Lo único que queremos es tu bienestar.
Instintivamente me aferré al asiento en el que me encontraba. Había visto muchas películas para saber que en cualquier momento los guardias y enfermeros se lanzarían sobre mí para llevarme a la fuerza. Probablemente lo mejor que podía hacer era permanecer calmada, ¿pero cómo podía estarlo? Estaban a punto de encerrarme en un manicomio por quién sabe cuánto tiempo y absolutamente nadie quería escuchar mi versión de los hechos. Estaba aterrada.
—No. Por favor, tienen que escucharme. Gerard no dudará en hacerle daño a mi familia, ustedes no lo entienden. ¡Él es quien está demente! Yo no merezco estar encerrada. ¡Por favor, alguien escúcheme!
Uno de los enfermeros se acercó y me pidió con amabilidad que me levantara. Lo miré con miedo, no sabía a qué clase de lugar me llevarían, o qué harían conmigo. Aun así, la alternativa era mucho peor. No iba a permitir que me tomaran por la fuerza y se armara un escandalo en todo el hospital, o peor aún, que tuvieran que recurrir a sedantes para volverme más dócil. No. Lo haría por la buena manera, aunque después tuviera que hacer todo lo posible para escapar.
Tragué saliva varias veces. Alcé mi cuello y tomé varias respiraciones para intentar ocultar el pánico dentro de mí. Sí, por dentro moría de miedo y a decir verdad, la indignación luchaba por cegarme. Estaban cometiendo una enorme injusticia, pero por ahora, resistirme solo lo empeoraría.
Me levanté lentamente. Di un par de pasos en dirección a la puerta. Los enfermeros y la seguridad vinieron detrás de mí, a excepción de un chico, quien me guiaría hasta mi siguiente destino. Aunque mis manos estaban temblando, salí del consultorio de la doctora por mi propio pie y con una expresión nula en mi rostro.
Atravesamos un largo pasillo, luego, la recepción, el área de visitas para los internados, el área de comida y el área donde todos convivían. Sin duda alguna, el lugar no tenía para nada la pinta de un loquero. Tal como lo dije en un inicio, este sitio parecía una extraña casa de papel, con tanta falsa paz y tranquilidad. Quizá no era desagradable de ver, pues la decoración en su interior era linda. Simple y minimalista, pero linda. Definitivamente, no era la imagen que te esperabas al entrar en una institución mental. Aun así, a mí no podían engañarme; yo sí que podía ver la locura, ahí, dentro de cada una de las personas del hospital, porque aunque las paredes intentaban tener una vibra positiva y de calma total, las expresiones de las personas ahí denotaban justamente lo contrario: pesadumbre y aflicción, eso era todo lo que se podía percibir.
Era extraño caminar este recorrido, no solo porque estaba recibiendo el trato de una loca, sino también porque de pronto, yo era el centro de atención del hospital. Mientras caminaba hacia quién sabe dónde, las miradas de todos estaban puestas sobre mí. Enfermeros, pacientes, doctores, personas del servicio, incluso las chicas de recepción y las encargadas de la limpieza. Todos mirándome a mí. Podía sentir cada una de sus miradas siguiéndome y no era para nada cómodo. Al parecer, el hospital entero se había enterado de que una nueva inquilina llegó a sus puertas, y que además, debía ser tremendamente peligrosa a juzgar por los guardias que la acompañaban a cada lado. Podría jurar que algunos incluso, me miraban con miedo.
No me merecía esto.
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¡Mi familia de locos! Tenemos un nuevo capítulo! De nuevo, muchas gracias por darle la oportunidad a esta historia que prometo que no los defraudará. Se vienen muchas cositas, mucho misterio, mucha intriga y mucho pero mucho drama. En el siguiente capítulo conoceremos a nuestro prtoganista así que ¡preparense que lxs volverá locxs!
Quiero dar gracias especiales a estas personitas por comentar en el capítulo pasado:
¡Infinitas gracias por el apoyo! Les mando un abrazote con mucho mucho amor.
Si quieres que te dedique el proximo capítulo dejame tus comentarios!
Nos vemoooos.
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