Estatua y Niebla
Esto ha salido amigos así. Ojalá les guste.
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A lo largo de aquella costa color crema se dejaba sentir la brisa marina, como cada mañana.
El golpe de la arenisca y el salitre caía como látigo sobre el pueblo deteriorando paredes y metales. Pero nunca habían llegado a calar su gema; esta, acostumbrada a pasar siempre cerca del vasto océano; era inmune a su lacerante corrosión.
No era la arena ni la sal lo que erosionaban manos y pies del azul ángel. Eran las imágenes que brincaban detrás de sus ojos cada que ella parecía olvidar; imágenes de ellos, de todos ellos. Los que despreció, por miedo.
Eran los sonidos enterrados dentro de su cabello, que al moverse con el viento se escapaban, y le hacían escuchar risas, gritos, órdenes y calidez. Los sonidos de lo que en la Tierra, le dicen vivir.
Sobre el techo de aquella casa que alguna vez fue toda felicidad, ya hacía ella apostada, profundamente derrotada. Bañada en dolor y desesperación por semanas infructuosas de búsqueda e intentos, se había subido a ese lugar y se había dejado simplemente caer sobre sus talones, mirando al horizonte; siempre al horizonte, en busca de que él llegara quizá, del mar.
Ese día se dejó de mover más que para lo absolutamente necesario. No habría ya motivo para hacerlo, no habría ya razón para vivir.
Y con la promesa de vigilar su llegada, decidió quedarse allí, inmóvil.
De día podría parecer al curioso atrevido que llegara a verla, una escultura en tono frío de Miguel Ángel; por la noche sin embargo, robaba el sueño casi como una gárgola de Notre Dame.
Al final, su delgado rostro solo miraba al horizonte como si de algún punto allí, algo pudiera manifestarse y encender una chispa que de arrepentimiento se había oxidado. Las lágrimas se habían secado. Era tierra árida. Era tierra muerta.
Las horas pasaban, el sol marcaba su arco esplendido en el cielo para ser suplido por la luna; pero ella, no se movía. Nunca había sido más un mineral por dentro y por fuera, como lo era ahora. Una piedra más en este planeta despiadado.
Pero no abandonaría ese lugar, si ese era su destino, sería el centinela de ese templo hasta que el sol se apagara, y aún después y mucho más.
Nunca nadie lo supo, pero así se construyeron leyendas de brujas, troles, duendes y ángeles: Pobres almas despedazadas, que sin objetivo, se dedicaron a cuidar el mausoleo de sus recuerdos; hasta convertirse en mitos.
Levantó la vista un poco para notar una nube que se desperdigaba en nada mientras, muy alto, aves planeaban perezosas, buscando donde anidar. Otra vez.
-La vida en la tierra, es un eterno ciclo- pensó sin pestañear la gema azul, para volver a guardar un silencio de horas, de días. De meses. De años.
Y ella no se movió.
***
A todo lo que daban sus pequeñas piernas corría el pequeño Steven dentro de aquel inmenso lugar. Llevaba consigo, pegándolo a su cuerpo como lo más valioso del mundo, una bolsa que parecía hecha de heno.
¿Cuánto tiempo llevaba huyendo? Ya no sabía; apenas entró y el terror se apoderó de su alma y en su desesperación su única salida fue correr.
No se había detenido para nada. Buscando huir de todo se encontraba ahora escapando de un ser monstruoso que estaba por atraparlo para arrancarle la piel. Un monstruo de garras enormes y dientes de diablo.
Un monstruo nacido de su dolor y que se alimentaba de locura. Una entidad a la que temía como nada en el mundo, porque sabía que si caía en sus fauces, insultaría la memoria de sus grandes amores.
Así de pronto, después de sentir que el tiempo había desaparecido de tanto andar, el chico se desplomó cuando sus piernas se desmadejaron en fatiga, dando de cara al suelo. Sangrando ligeramente de la nariz, de su mano débil rodó aquella pequeña bolsa que en vano intentó alcanzar con las pocas fuerzas que le quedaban.
-No...se...vayan- murmuró mientras sus pulmones le quemaban. Sus piernas adoloridas no paraban de palpitarle por el esfuerzo exigido.
Botado en el suelo, Steven alcanzaba a escuchar su respiración pesada y su cabeza presionar al ritmo de un corazón terriblemente cansado. Todo su cuerpo era una bomba palpitante.
Al paso de los minutos sus jadeos profundos fueron disminuyendo conforme iba sintiendo una pesadez que le pareció un regalo de algún Dios. Todo se fue quedando en silencio y el chico pudo pensar en la paz de pronto, en el descanso que un sueño eterno podría darle.
No se mentiría más, hacía mucho que quería estar muerto. Tan muerto como sabía ellos, sus amores, estaban. Y ante la idea del descanso se preparó casi con alegría, para simplemente, dejarse desvanecer.
Fue entonces que sintió la brisa de alguien acercándose y que se colocó en cuclillas a un lado de él. Steven apretó los ojos. Creyó estar preparado para eso, sí, pero no esperaba fuera tan pronto. Tenía la esperanza de morir de fatiga antes de enfrentar el dolor.
Ahora ya estaba aquí.
Ahora el monstruo lo había alcanzado.
-Tú no debes morir Steven-
Al escuchar esa melodiosa voz el chico, con todo el dolor de su cuerpo tomó posición fetal y se tapó los oíos.
-N-no-
-Steven, sé que puedes oírme mi niño- repitió la voz. Dulce, cantarina, risueña.
El chico sintió que una mano acariciaba su cabeza y fue como si su mente fuese estrellada contra el suelo.
-Nooo- gimió y se apretó más contra el suelo.
-No debes de temer- se escuchó otra voz. Steven pegó un respingo al reconocerla, fue como si le clavaran una estocada en un costado.
-A-aléjense...- Sintió que alguien le acariciaba la espalda. Quería huir, quería desaparecer ante la imponente caricia que abatía su alma hasta los huesos con recuerdos hermosos que quería simplemente olvidar.
-Solo queremos estar contigo Steven y tú también-
Steven se tapó los oídos con más fuerza y pegó la frente al suelo temblando.
-No...va-yanse...por favor- eso último salió entre sus apretados dientes como un chillido.
-Relájate big boy, solo queremos estar contigo- y con eso, tres voces eran ya las que habían sonado.
Steven temblaba tan fuerte que sintió que explotaría. Apretaba los ojos tanto que sentía iban a reventar. Había un motivo por el cual no deseaba por nada entrar a ese lugar; pero las circunstancias lo obligaron. Nada de esto hubiera pasado si Lapis y Nanefua no se hubieran involucrado.
Ahora estaría pudriéndose en el templo en una muerte buscada, pero menos dolorosa que esa caverna infernal.
Ahora estaba ante su peor pesadilla. Algo que sabía podía pasar desde que fue consciente de que las había perdido a todas.
Nada importaba, tenía que salir de allí a toda costa.
Con los ojos cerrados y con mucho esfuerzo se fue poniendo de pie. Colocó con dificultad una rodilla y puso todo su empeño en erguirse.
Con los puños cerrados al igual que sus ojos, logró su cometido mientras con todo el dolor de su cuerpo, llevo un pie adelante para buscar en algún lugar, una salida.
Entonces sintió tres suaves manos que lo detenían. Una en cada hombro, y otra en su pecho.
Ante el imponente sentimiento que se le escapaba junto con la vida no pudo ya sostener la promesa que se había hecho a sí mismo, e invitando a sufrir la peor de las muertes, abrió los ojos.
Y las vio.
Dos segundos pasaron solo con su mirada sobre ellas sin siquiera respirar, otros dos segundos donde sintió su boca salivar y abrirse levemente mientras su respiración enloquecía. Los segundos que siguieron fue un ataque a su rostro bajo una máscara de dolor y lágrimas, sintiendo que su pecho explotaba en una felicidad que él sabía malsana, pero que de pronto, dejó de tener importancia alguna.
Enfrente de él estaban Perla, Garnet y Amatista esperándole, viéndole con amor. Y el simplemente se dejó derramar en sus brazos, donde ella lo recibieron y lo acunaron, en un calor compartido, y llanto, y todo.
Y lloró a grito despiadado. Gritó con todas sus fuerzas el sentimiento que lo mataba, mientras sus madres lo abrazaban amorosamente llorando junto con él.
No se dio cuenta cuando al abrazo se unió la pequeña Peridot, y de pronto a su alrededor también su Padre, y Connie y Lars. Todos en un inmenso abrazo para él. Inmensamente felices de verles de nuevo, y esta vez para siempre.
"¡Los he extrañado tanto!" exclamó de felicidad mientras sus lágrimas mojaban su ropa.
Y sonriendo en el paroxismo de la emoción se dio cuenta, que jamás saldría de ese cuarto.
Del cuarto de Rose Cuarzo.
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Hola a todos. Antes que nada un agradecimiento por leer este fic que por ahora, ha finalizado.
Puede haber un epílogo. Puede y lo tengo en mente. Un pequeño bálsamo para esta bolsa de amargura que nace de una musa ausente.
Pero ya será después. Reitero mi agradecimiento. Saludos a todos.
Gendou "El Maldito" Uribe
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