| Prólogo | JUNE


Nunca pierdas la esperanza, las tormentas hacen a la gente más fuerte y nunca duran para siempre

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Todo comenzó con un cielo que rugía. En cualquier momento llovería a cantaros. Un grito inundó las paredes del orfanato, la señorita inmaculada estaba teniendo una fuerte discusión con su novio, agresivo y despiadado. Había irrumpido echando la puerta abajo y amenazandola, siempre hacia eso y al final de la noche, la obligaba a ponerse sobre sus rodillas y proseguía a bajarse el pantalón, ahí yo cerraba los ojos y dejaba de espiarlos, no me gustaba lo que sucedía a continuación. Ella no era una chica mala, pero había tomado malas decisiones al enrollarse con ese tipo. Siempre cuidaba de las niñas del orfanato y trataba de conseguir comida y ropa decente para nosotras, pues el gobierno ya se había desentendido de aquel lugar. Nadie querría adoptarnos, por eso nos habían olvidado en aquellas rancias paredes, donde el agua y la luz eran muy escasas.

Esa noche, decidí que huiría, a donde sea, a cualquier lugar lejos de allí. Ya no era bueno para la salud mental de cualquier niña. Aproveché la discusión entre inmaculada y su novio, me hubiese gustado ayudarla de alguna forma, morderle la oreja a ese animal y patearle las pelotas, era buena en eso.

Crucé el jardín, cualquiera hubiese imaginado que sería un lugar lleno de arboles y grama verde, flores, parque y juguetes, pero no, por el contrario. La grama estaba seca y ya había tomado un color opaco, los árboles no crecían en sus tierras y los juguetes eran muy escasos, ya las muñecas habían perdido sus cabezas y el resto, estaba oxidado. Eché la vista hacia atrás y me detuve, las ventanas estaban rotas, solo eran cubiertas por algunas sábanas viejas, no había una sola cosa que extrañar de aquel lugar.

Me acerqué a la verja, no era demasiado alta, pero si no calculaba bien mis movimientos, me partiría hasta la madre, dientes y huesos. Lancé al otro lado una bolsita, solo con una muda de ropa y un par de zapatillas de ballet que ya estaban sucias y desgastadas. Esperé la caída, pero unas manos la detuvieron y me di un salto. Se me abrieron los ojos de súbito cuando un hombre de barba me observó del otro lado.

—¿Así que piensas escapar? —Preguntó, recargándose sobre el enrejado.

Tenía los ojos grises y un montón de cabello sobre su cabeza, era mayor, se le hacían algunas líneas al lado de sus ojos.

Yo no respondí de inmediato, primero achiné los ojos y arrugué la nariz.

—Eso no es tu problema. —Solté luego de escudriñarlo. El sonrió y negó con la cabeza.

¿Estaba riéndose de mí?

—¿Por qué no esperas a que alguien te adopte? —Encharcó una de sus gruesas cejas—. Te aseguro que es mejor que vivir en la calle.

—Y yo te aseguro a ti que vivir en la calle es mejor que vivir aquí. —Respondí, e ignorando su presencia comencé a trepar la verja—. Además, si espero a que alguien me adopte, me pondré vieja.

El seguía sonriendo. ¿Acaso yo le parecía divertida? ¿Aun tenia mugre pegada la nariz o qué?

—Te apuesto a que, en una semana, alguien vendrá a adoptarte.

—Perderías esa apuesta. —Bufé e intenté seguir escalando, pero él sacudió la verja y yo me caí de culo.

¡Menudo cabronazo!

Se cruzó de brazos y me observó con la misma gracia que al principio, importándole poco que me haya lastimado. Aunque, a decir verdad, solo estaba trepada como un mono y no había subido nada.

—Entonces apostemos.

—Bien. —Esta vez, fui yo quien se cruzó de brazos.

—Si nadie te adopta en una semana, puedes pedirme lo que sea. —Comentó.

—¿Lo que sea? —Dudé

—Lo que sea.

Le miré con desconfianza, él parecía hablar muy en serio. ¿Qué podía ganar de aquello? No lo sé y no me importaba, pero yo si podría sacarle mis dos cosas favoritas de la vida.

—Si nadie me adopta en UNA SEMANA. —Hice énfasis al final—. Vas a darme unas zapatillas de ballet, nuevas por su puesto.

Él asintió.

—Me parece justo.

—Y... —Levanté un dedo en su dirección—. Una bolsa de gomitas extra grande.

Sus dientes relucieron en una amplia sonrisa, pareció convencido de mi propuesta y estrechó su mano en mi dirección, al principio dudé, pero supe que era algo que hacían los adultos para cerrar un trato. Antes de hacerlo, le miré a los ojos.

—¿Y tú qué ganarás con esto?

—Lo sabrás en una semana. —Respondió convencido y yo apreté su mano.

Habíamos cerrado un trato.

Yo permanecí en el orfanato, una semana después él apareció por la puerta con unas zapatillas de ballet, una bolsa de gomitas extra grande y unos papeles por firmar en la mano.

***

No olviden que dejándome una estrellita y un comentario, las actualizaciones son más rápido. 


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