Capítulo 17
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CAPÍTULO 17
La muerte del ángel
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El sonido de la lluvia me saca del sueño.
No recuerdo haber estado en este lugar antes. Sin embargo, la habitación es fría, y se siente igual de vacía que mi pecho.
Ya no hay dolor, pero eso es lo más angustiante de todo.
Las máquinas profesan un ritmo incesante que me hace desear arrancarme la piel.
Cada vez que parpadeo, apenas consigo ver lo que me rodea, porque las lágrimas, una detrás de otra, solo caen al darme cuenta de una gran y terrible verdad.
¿Por qué estoy vivo?
Alguien... Una mujer vestida con una bata blanca, se acerca al sitio en el que me encuentro recostado. Será que puede ver algo en mis ojos, porque me acaricia la frente con irremediable cariño mientras susurra:
—Debiste sentir mucho dolor. Lo que tomaste, pudo haber adormecido tu cuerpo. ¿Qué tal te encuentras ahora?
Una de mis dudas se aclara.
Estoy vivo en verdad, pero no me siento como tal.
Ella me limpia las lágrimas. No sé quién es, ni por qué está siendo tan amable conmigo. No lo merezco. Me equivoqué en tantas cosas y con respecto a todos los que conocía.
—¿Quieres que llame al doctor?
—¿Dónde estoy? —Mi voz es un débil susurro.
—En el Hospital del Evangelio —responde.
—¿Qué pasó? —La enfermera mira hacia el doctor que entra de prisa en la habitación, parece un poco alarmado, pero ella me sonríe y de algún modo me transmite calma, aunque tampoco lo suficiente.
—Mientras trataban de estabilizarte, tuviste un paro cardiaco. Intentaron reanimarte durante tres largos minutos. Pero estarás bien ahora.
Corroborar acerca de lo que ocurrió, no mejora la situación. Solo me comprueba, que lo que experimenté en «Lejos del mundo terrenal» es una indudable verdad.
De repente, las máquinas suenan con alarmas estridentes, y más médicos irrumpen en la habitación en un frenesí de actividad.
Todos se dirigen a la cama que descansa junto a la mía. No puedo ver a su ocupante porque el personal me lo impide.
La habitación se llena de tensión mientras el equipo médico, con precisión y rapidez, trabaja para salvar la vida de un paciente. Los monitores junto a mi cama muestran una línea recta, indicando que su corazón ha dejado de latir.
Los médicos comienzan una reanimación cardio pulmonar.
Uno de ellos coloca las palmas de las manos sobre el esternón del paciente, justo encima del corazón, y comienza a realizar compresiones torácicas con fuerza y ritmo constante. Otro inserta un tubo de oxígeno en la garganta del paciente para asegurarse de que sus pulmones reciban suficiente del mismo.
Mientras tanto, un tercero administra un medicamento que estimula el corazón del paciente. Los demás monitorean los signos vitales, y ajustan los parámetros de las máquinas para tratar de mantener la presión arterial y el ritmo cardíaco estables.
Aunque intercambian herramientas, y asumen diferentes tareas según lo requerido, nada parece funcionar.
Después de varios minutos de trabajo intenso, el monitor del corazón no muestra ninguna señal de latido. El paciente no respira por su cuenta. La reanimación es un fracaso.
Con el tiempo, uno a la vez, los médicos desisten.
—Uno de abril del dos mil veinte y tres. Hora del deceso, seis y once de la tarde.
Las personas que con mucha energía estaban actuando segundos atrás, decaen a un nivel extenuante. Algunos comienzan a dejar la habitación con los hombros encogidos, y los que se quedan, apenas parecen respirar.
No hay más que se pueda hacer.
Me mantengo inmóvil, sintiendo como si mi corazón estuviera siendo arrancado de su sitio, al reconocer que el paciente en la cama de al lado es Do Jun.
Él yace inmóvil, con el pecho al descubierto, conectado a máquinas que monitorean su inerte corazón. De ahí provenía todo el ruido.
Mis ojos lo examinan sin la capacidad para entender, pero al ser el rojo un color llamativo, mi atención rueda hasta su muñeca, y mi garganta emite un sonido descompuesto.
La cinta roja atada era suya. Ni siquiera sabía que tenía un objeto como ese, y pensaba que éramos muy buenos amigos.
«Es imposible cambiar el destino». Me dijo alguna vez. «Espero sepas perdonarme, hyun».
Abatido, aparto la vista de su cama.
Cuando volteo hacia la última persona que se dirigió a mí minutos atrás, descubro que ya no está presente. Pero tampoco recuerdo haberla visto salir de la habitación.
Perdido en mis pensamientos, me pregunto si alguna vez encontraré un sentido a mi vida, o si mi tarea de llevarme las almas de las personas siempre será una carga tan dolorosa y vacía. Pero conforme pasa el tiempo, por más que me esfuerzo, no puedo encontrar una respuesta. Todo lo que sé es que mi corazón seguirá roto, en busca de una razón para existir.
Cuando se llevan a Do Jun, una sensación de impotencia, miedo y tristeza me invaden. Es posible que sienta que esté perdiendo una parte importante de mi vida, y que no hay nada que pueda hacer para evitarlo.
Todavía con la mirada en la puerta, a través de la cual se llevan a mi amigo, la incertidumbre de no saber qué pasará a partir de ahora es abrumadora.
Culpa.
Enojo.
Frustración.
¿Por qué me alejan de aquellos que amo?
«No quiero formar lazos, si todos los que amo terminan yéndose al final», le había dicho Ji Ho a su hermano, y creo que ahora entiendo a qué se refería.
Aun así, ¿no es demasiado?
¿A qué juegan las divinidades?
La enfermera, que me reconfortó minutos atrás, se encuentra cruzando el pasillo en frente de mi habitación, y de repente se detiene, de modo que ahora puedo verla de pie en la mitad del marco de la puerta. No sé lo que hace, tampoco me importa. Mis ojos son atraídos, al igual que si un imán los hubiese arrastrado, directo hacia el color rojo que descansa sobre su pecho.
¿Cómo fue que no pude verlo?
El collar emite un leve resplandor poco antes de que la mujer siga avanzando.
Me levanto, y aunque lo hago con torpeza, es más fácil ahora que ninguna otra vez.
«Intentaron reanimarte durante tres largos minutos», ella me dijo, y aunque en realidad se sintió como si hubieran sido varios días, eso no le quita el hecho de que estuve muerto.
Me arranco el vial del suero de la muñeca. Los azulejos bajo las plantas de mis pies desnudos me hacen tiritar.
Doy un paso, sintiendo como si de repente estuviera flotando.
Definitivamente es más fácil ahora.
«Uno de abril del dos mil veinte y tres», informó uno de los médicos minutos atrás, y si no me equivoco, hoy es el día en el que se supone que morí.
Salgo de la habitación y contemplo el camino hacia el final el pasillo. La mujer sigue alejándose hasta una puerta de cristal.
Corro, como nunca creí que volvería a hacerlo de nuevo.
Al final del recorrido, atravieso la salida hacia un pequeño balcón con flores, sillas y una fuente. El viento sopla, pero no hace frío. Lo único que me incomoda, es que mi bata de hospital ondea, pegándose a mi cuerpo.
Avanzo un poco más sobre el piso de granito. La mujer debió seguir por aquí.
A la orilla, entre el camino de piedra y la barandilla de cristal, es como si estuviera parada al filo del abismo, con el viento soplando con fuerza y amenazando con arrastrarla hacia el vacío.
De alguna forma sé que ya nos habíamos visto antes. Aunque esta persona, físicamente no tienen ningún parecido al anciano del parque.
Voltea hacia mí, y sus ojos llenos de vida me contemplan con aprecio y reconocimiento.
—Eso todavía no ha pasado —suelto, y ella sabe a lo que me refiero porque sonríe.
Me acerco a su lado. La mujer vuelve a fijar la mirada en el atardecer, y con las manos entrelazadas detrás de la espalda, suspira al decir:
—Lo sabía, se los dije, y nadie me creyó. Suelen llamarme loca, pero yo les doy la bienvenida a Lejos del mundo terrenal.
—Así que eras tú el anciano que gritaba como lo... Cuando llegamos a ese lugar, no dejabas de... decir tantas cosas. —Aunque intento corregirlo, nada funciona. Pero eso la divierte.
Da media vuelta, colocándose de frente a mí. Su collar, con el reloj de arena roja, vuelve a brillar sobre su pecho.
No sé cómo lo hizo, pero ese objeto nos ha regresado al momento justo. Antes de que ocurriera el primer intento de suicidio de JiHo.
—¿Qué significa? —pregunto sin la capacidad para apartar la vista de la arena. Está pronta a dejar de caer.
—Mi muchacho. De haberlo elegido, te habrías convertido en la luz que guía a través de caminos frondosos.
Imagino que se refiere a alguien como ella, o él. O lo que sea que pueda ser.
—Peroen cambio, decidí ser la muerte.
—Y Lee Do Jun fue el ángel —asiente.
—Él tenía que salvar a JiHo, y lo dejó morir.
—En efecto, falló en su misión. Sin embargo, no pareces haber comprendido todavía, Park Jun Seo. Los conocimientos son impartidos, no obstante, lo que hagas con ellos es lo que importa.
—Acabo de ver a mi mejor amigo morir —recalco y el corazón me aprieta hasta casi asfixiarme. Decirlo es diferente que haberlo visto y callado.
Ella aguarda durante un instante en silencio e inhala, como si tuviera la capacidad para absorber mi sufrimiento.
—Te habría pasado lo mismo si hubieras mantenido con vida a Kim JiHo—revela—. Aunque la misión de Lee Do Jun fue salvarle, tomó una decisión importante al fallar, porque en su lugar, eligió salvarte a ti. Es curioso que ambos hayan pensado en lo mismo. Por un lado, estuviste dispuesto a ofrecer tu existencia a cambio de la de Kim JiHo. Por el otro, Lee Do Jun entregó la oportunidad que él tenía de vivir; y te la obsequió a ti.
—¿Por qué? ¿Cuál es el propósito en esto?
—Todo lo bueno implica hacer un esfuerzo, y todoesfuerzo requiere de un sacrificio. Un verdadero amigo siempre hará lo que esté en su poder para ayudarte, apoyarte y permanecer a tu lado, incluso cuando todo parezca estar en contra.
—Entonces es verdad... Do Jun murió.
—Lee Do Jun, los salvó a los dos —corrige antes de que mi cabeza se haga más ideas erróneas—. Aunque a veces en la vida tengamos que hacer elecciones difíciles y enfrentar situaciones dolorosas, es importante valorar y apreciar a las personas que están a nuestro lado y a las que amamos.
Do Jun supo tomar la decisión queJiHoy yo no pudimos. El suyo no fue un acto egoísta, porque no estuvo pensando solo en él y en su dolor.
Los actos altruistas acaban actuando en beneficio propio. Así es la vida. Todo tiene una manera de ser, incluso los eventos más dolorosos, pues en ocasiones es ahí donde encontramos el significado más profundo.
A menudo, las lágrimas vienen sin previo aviso, brotando de mis ojos y recorriéndome rostro como un río silencioso. Sin embargo, aunque es una emoción dolorosa, también puede ser profundamente catártica y liberadora. A veces, permitirse sentir tristeza puede ayudar a procesar y sanar el dolor emocional.
Entonces, acabo formulando la pregunta que mayor miedo me da pronunciar. Me tiemblan los labios con el simple intento que hago al despegarlos.
—¿JiHolo empujó?
—Sí, porque estaba molesto y no se detuvo a meditar sobre su dolor. Sin embargo, nunca tuvo la intención de quitarle la vida. Las personas están destinadas a morir, aunque sea a través de un accidente. La muerte de Lee Do Jun es algo que va a marcarlos a los dos, al igual que la publicación de esa fotografía. Sin embargo, una vez más, los conocimientos son impartidos, más lo que hagas con ellos es lo que importa en realidad. El destino es inmutable, pero el amor es el único con el poder para cambiarlo.
Quiere decir que todavía nos queda mucho por superar, y que no importa lo que sea, si podremos estar juntos ahora.
A veces, las cosas simplemente no salen como queremos. Pero siempre habrá otra oportunidad para hacer las cosas bien, porque al final del camino, podremos intentarlo de nuevo.
—El sol está próximo a ocultarse —informa—. Debes darte prisa, muchacho. Y recuerda, alguna vez escuché a un humano, decir: Cuando estés pasando por un mal momento, piensa que el cielo es más oscuro al encontrarse a punto de amanecer. —Observa hacia adelante, y yo lo imito.
Como si sus palabras acabaran de cobrar vida, el sol empieza a ocultarse en el horizonte, cegándome durante el momento oportuno, para que la mujer camine hacia la orilla del balcón. Al final, acaba desapareciendo en un destello de luz, convertida en uno de esos orbes.
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I'm lloroading a poquitou 😫💔
Nos queda un capítulo más 🥺
Palabras en el capítulo: 2140.
Palabras totales: 26222.
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