Capítulo 13
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CAPÍTULO 13
Desafiando al destino
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Me viene a la mente el collar.
Colgado sobre mi pecho, la polilla parece estar en pleno vuelo. Sus alas extendidas están detalladas con finas líneas que representan las venas. Por otro lado, la calavera humana en medio de sus alas es el foco central. Con rasgos rigurosos, y una expresión que ahora me resulta inquietante, parece estarse burlando de mí.
Me arrepiento de haberme dejado llevar por su diseño.
Era eso lo que significaba; la muerte.
Yo había tomado la decisión de quitarle la vida a Ji Ho de forma inconsciente. A la única persona que fue importante para mí.
Do Jun insinuó que todos los que estuvimos en «Lejos del mundo terrenal» somos parcas, y el collar que cuelga de su cuello es de una rareza única. La cruz no se parece a cualquier otra que haya visto en vida. Sus brazos se curvan hacia arriba, como si fueran alas extendidas, y su base termina en un punto afilado, similar a la hoja de una espada. La cruz está hecha de un material oscuro y tiene grabados intrincados que la adornan.
Él, sin lugar a dudas, debe tener la misión de salvarlo.
De haber conservado mis memorias intactas, puede que hubiese elegido una opción diferente, lo que me recuerda que también vi otro collar: el de un reloj de arena roja.
—¿Hay alguna forma en la que pueda negociar los resultados? —pregunto. Mi voz es más aire que sonido.
—Es imposible cambiar el destino. Cada vez que trates de salvarlo, solo acabarás poniendo la vida del chico en peligro —responde Do Jun antes de marcharse.
Cuando intento pararme e insistir por su ayuda, todo se vuelve borroso. Cierro los ojos con fuerza y trato de mantenerme consciente, peleando contra una sensación de debilidad que jamás he percibido con tanta dureza.
En mi mente, escucho una voz diciéndome que me rinda, que deje de luchar, que es mejor permitir que todo se desvanezca. Pero en mi corazón sé que no puedo darme por vencido.
Respiro profundo, y después de lo que parece una eternidad, la sensación de mareo comienza a disminuir.
Finalmente, consigo recuperar el control y me pongo de pie, pero el miedo y la incertidumbre persisten en mi mente cuando abro los ojos, pues mi visión vuelve a enfocarse en él, y me preocupa en verdad.
A su lado, Ha Eun habla por teléfono. Está pidiendo una ambulancia para Ji Woon. Lo empujé demasiado fuerte, y en consecuencia, cuando intento acercarme para comprobar su estado, me salvo de caer. Mis piernas se han convertido en tallarines.
—¿Cómo me encontraste? —le pregunta un JiHo sombrío. Está sentado en la hierba, igual que si no hubiera recibido una patada en las costillas algunos minutos atrás.
—Alguien me pidió que cuidara de ti antes de... —Como si acabara de ser consciente de que estuvo a punto de pronunciar algo equivocado, su voz se apaga.
—¿Fue él? Jun Seo... —Ji Ho de repente está gritando. Sus ojos se abren con curiosidad y una ilusión efímera. Por otro lado, también es la forma en la que mi nombre suena entre sus labios, lo que me produce cosquilleos por todas partes—. Te vi tratar de hablar con él en varias ocasiones.
Ha Eun traga saliva, como si las palabras se hubieran atascado en su garganta. A continuación, sus mejillas se tornan de un rojo brillante con bastante rapidez y agacha la cabeza, de modo que una cortina de cabello liso esconde su rostro mientras asiente con dilación.
Ji Ho emite un sonido descompuesto. Es como si estuviera a punto de llorar, o de gritar. No lo sé con exactitud.
—Me gustaba —le confiesa Ha Eun—. Sé que no era tan malo. Solo tenía muchos secretos.
—Sus secretos no eran malos. —La respuesta de Ji Ho basta para esclarecer que, a pesar de habernos conocido en lo que fueron tres meses, y aunque le oculté muchas cosas por miedo, formamos un vínculo importante, lo que incomoda a Ha Eun, pero de todas maneras esa chica se las arregla para sonreírle y cambia de tema.
—Te accidentas demasiado. Después de lo que pasó con Jun Seo... No lo sé. Tampoco quiero pensar que tú también...
Ji Ho no dice nada, y Ha Eun tampoco hace un esfuerzo por terminar la frase. Solo cruzan miradas durante un largo instante.
Ella lo intuye, y él debe pensar que cualquier movimiento de su boca podría delatarlo. Así que solo aguardan en silencio, hasta que al final Ha Eun suspira.
—Es como si de pronto fueras perseguido por la mala suerte. Y a decir verdad, nos preocupó la marca en tu cuello.
—Nos —repite Ji Ho como si tuviera un ataque de hipo.
—La doctora te revisó el otro día —aclara—, y es bastante evidente si no haces nada por esconderla.
JiHo agacha la cabeza, mientras aproxima su mano a ese lugar.
La forma en la que ella se acerca a su lado, como un gato cauteloso, me recuerda el día en el que hablamos...
Había discutido con Do Jun y nuestro grupo. Ellos querían molestar a JiHo cada vez que hacía una entrega a domicilio, de modo que mi falta de entusiasmo los irritó y tuvimos una pelea en la azotea del colegio.
Solíamos ser unos brutos. En nuestro mundo no existía nada más que los puños para solucionar cualquier diferencia, por lo que al ser ellos cuatro contra mí, no fue raro que yo acabara siendo el perdedor.
Fue en ese momento que Do Jun vio la fotografía que JiHo me había obsequiado. La tomó entre sus manos, y mientras la observaba, pude ver en sus ojos reflejados un tren de pensamientos poco claros, hasta que se la guardó en el bolsillo. No sé cómo fue que luego apareció publicada por todos lados, pero me niego a pensar que fue él.
De cualquier manera, por primera y única vez, Ha Eun y yo hablamos en ese lugar aquel día.
Ella me encontró en malos términos. Tenía un labio partido, el pómulo inflamado, la probabilidad de una costilla rota, y ella un corazón demasiado entrometido.
Se acercó a mí con toda buena voluntad, sin embargo, le prohibí que se metiera en mis asuntos y me alejé de ahí. Apenas podía caminar.
«Lo sabías» dijo, y el miedo a lo que pudo haber visto me detuvo poco antes de entrar en el edificio. «Sabías que ibas a perder, entonces ¿por qué?».
Nos vio pelear.
Me molestó que fuera tan cotilla, si ni la conocía de nada más que haberla visto una sola vez. Porque resulta que Ha Eun nos sorprendió a JiHo y a mí el día que salimos de la cabina de fotografía. Estaba paseando por el otro lado de la calle, y aunque fingió no vernos, a partir de entonces fue un tema que no me dejó vivir tranquilo.
Se convirtió en una pesadilla.
Cada vez que tuve la oportunidad, me repetí que él y yo no hicimos nada malo. Fue igual que una cita entre amigos. Aunque mis sentimientos hacia él me comenzaron a torturar. No era algo normal, estaba mal visto ante la sociedad, y no necesitaba esa clase de problemas. Tenía suficiente con sobrevivir a papá. Con sobrevivir, en general.
«Tienes razón» me reí sin ganas, «siento que debo cuidarlo, como él conmigo». Aunque lo dije en voz baja, nunca imaginé que podría escucharme. Menos aún, que continúe teniendo mis palabras presentes y ahora sea ella quien cuide de él.
Todavía sigo pensando lo mismo.
JiHo me dio pequeños lapsos de alegría con sus desayunos, su compañía, sus sonrisas y su forma tan extraordinaria de ser. Le debía mi total felicidad.
En el pasado quería hacer cualquier cosa para tenerlo a mi lado, aunque una parte de mí se oponía por temor a que nos vieran juntos.
Sin embargo, la ansiedad me invadía al estar lejos, y solo la calma regresaba cuando lo tenía cerca.
Cada vez que lo miraba, mi corazón latía con fuerza y mi cuerpo temblaba de emoción. Sabía que no podría estar con él todo el tiempo, pero la necesidad de hacerlo era desesperada, aunque eso significara que no pudiera verme.
Quería cuidarlo, al igual que lo hago ahora.
Si bien hice una mala elección con los collares, eso todavía no ha cambiado.
Como si una fuerza poderosa me empujara hacia mi objetivo, rechazo la idea de ser la causa que tome su vida, porque ante la necesidad incontrolable de lograr salvarlo, nada va a detenerme.
No importa lo difícil que sea.
Si no lo mantengo con vida, siento que algo en mi interior se romperá para siempre.
Minutos más tarde llegan los paramédicos.
JiHo se pone de pie al instante, incómodo por su presencia. Ha Eun no dice nada cuando lo ve fingir que está en perfectas condiciones. De haber estado yo en su lugar, lo habría arrastrado al interior de la ambulancia sin ninguna otra opción.
Mientras se hacen cargo de quien yace inconsciente, varios espectadores comienzan a llegar. Me resulta peculiar cómo la gente aparece de la nada, atraídos por la curiosidad.
Hay un hombre usando un sombrero enorme, de modo que su rostro queda oculto bajo la sombra de su visera. Tiene un cochecito lleno con cartones, pero al que ha detenido para observar la escena durante largo rato. Al poco tiempo, retoma su paso en mi dirección, pero lo hace muy lento porque cojea.
Después de haberlo descubierto, prefiero quedarme lo más apartado posible de JiHo. Además, no consigo caminar sin sentir que el mundo se viene abajo, por lo que al hombre de aproximadamente cincuenta años de edad, le toma varios minutos acercarse a mí. Pero de pronto vuelve a detenerse, y levanta una mirada vacía hacia el sitio en el que todavía me encuentro de pie.
Ahora puedo ver su rostro a mayor detalle, y me arrepiento.
Los escalofríos trepan por mi espina dorsal. Su vistazo se siente como dos pequeñas ventanas abiertas hacia la oscuridad. Son unos ojos blancos, sin vida, sin brillo, y que parecen estar nublados, dejándome una sensación extraña cuando barren mi cuerpo a plenitud.
Está ciego. Pero parece que pudiera verme.
Sacude la cabeza como si acabara de salir de un trance, de modo que su cabello cano le acaricia los hombros mientras avanza sobre el camino otra vez.
Con mucho esfuerzo me hago a un lado para evitar que su cochecito me atropelle —de existir la posibilidad—, y cuando el hombre se encuentra junto a mí, se detiene una última vez.
—Comprendo tu dolor y tu desesperación —susurra. Es una voz que ya escuché antes, durante mi reciente visita a «Lejos del mundo terrenal».
—¿Eres una divinidad? —pregunto, pero no me oye, solo continúa hablando mientras vuelve a empujar el cochecito sobre el camino que atraviesa el parque.
—La muerte es parte del ciclo natural de la vida, y aunque podemos buscar formas de conectarnos con los seres queridos que hemos perdido, no podemos alterar lo que ya ha sucedido o que sucederá.
Pese a que camina lento y yo podría alcanzarlo, me resulta imposible en mi estado actual. No consigo moverme, mis músculos simplemente no responden.
—¡Maldita sea! —grito al verlo perderse entre la arboleda—. ¡No pueden hacerle esto! —Ahora contemplo el cielo que ya es de un azul perfecto, y no sé qué esperaba, porque desde el inicio nunca obtuve una respuesta.
Estoy anclado a JiHo, con seguridad, hasta que el trabajo esté hecho.
Hasta que cumpla con mi misión.
¿Eso no es cinismo?
¿Y qué ocurre si no lo consigo?
Más tarde, cuando todos se marchan del parque, pasan varias horas hasta que JiHo está de regreso en casa, de forma que aparezco dentro del restaurante, y solo puedo arrastrarme por el suelo hasta agazaparme en una esquina cerca de la puerta principal. Me toma tanto esfuerzo que empiezo a sentir ahogo.
Cuando su hermano apaga las luces, dejándome a oscuras, las palabras de ese anciano en el parque me hacen reflexionar sobre mi situación durante el resto de la noche.
Aunque todavía anhelo mantener con vida a JiHo, empiezo a comprender que la muerte, tal vez, es un proceso natural y que quizás lo mejor sería aceptar nuestro destino y se me permita descansar en paz. Pero eso, sin embargo, es darse por vencido.
Eso, sin lugar a dudas, es volver a tomar una decisión egoísta. Y no quiero ponerme por encima de JiHo otra vez. No puedo. Después de todo, fuimos el primero del uno, y el último del otro.
Entierro los dedos en mi cabello, y la respiración se me entrecorta mientras me quiebro en llanto.
Alguna vez dije que me conformaba con que supiera de mi existencia a su lado, entonces ¿cuándo fue que comencé a volverme más codicioso?
Se me ocurre una idea, y puede que desencadene la peor de las consecuencias. Pero a pesar de todo, quiero hacerlo.
Aceptaré el castigo por desafiar al destino y me comunicaré con JiHo.
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¿Qué es lo que harían ustedes si estuvieran en el lugar de Jun Seo?
Palabras en el capítulo: 2175.
Palabras totales: 19079.
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