Capítulo 12



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CAPÍTULO 12

La vida detrás de la muerte

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Todos teníamos 18 años, sin embargo, éramos como hermanos.

Nunca le conté que eran mis amigos, porque tenía miedo. Me preocupaba que Ji Ho, al descubrirlo, huyera de mí. Y al pensarlo mejor, fue una de las cosas más egoístas que hice jamás.

Los temblores me devuelven al presente, y entre los innumerables recuerdos que me bombardean como un fuerte dolor de cabeza, acabo dándole más importancia a lo sucedido en la cabina de fotografía.

«... siete es por el día en el que nos conocimos. No puedes olvidarte de él, ¿me oíste?». Su voz regresa como un eco potente en mi memoria y me tambaleo.

En esa lluviosa tarde-noche de un siete de noviembre, cuando lo vi por primera vez, Ji Ho debió suponer que lo había salvado de esos bravucones. De modo que a partir del día siguiente, en el bloque de la escuela, donde guardaba mis zapatos, comencé a encontrar una bolsa de papel con la palabra Danhobak (Calabazas dulces) escrita a mano alzada, y en su interior siete pequeños panqueques. Puede que los hiciera de ese tamaño para evitar que su hermano lo notara.

Sin embargo, ya no me queda duda alguna. Cuando nos conocimos debe haber escuchado los ruidos que hizo mi estómago al percibir su aroma, porque a partir de entonces lo convirtió en un hábito.

«Y el significado del otro siete, lo descubrirás luego», me dijo un mes y medio más tarde, en la mañana que lo pillé escondiendo la bolsa de papel dentro de mi casillero. Por primera vez me la entregó en las manos, justo después de pronunciar: «Cuando sientas lo mismo».

«¿Te cuesta comunicarte?», le pregunté, pues tras presentarse como mi benefactor de los que fueron mis últimos desayunos, echó a correr sin darme una explicación contundente.

Ji Ho ya le había dado un significado al número 77 sin que yo lo supiera. A partir de entonces se convirtió en un enigma que siempre quise descifrar. No fui capaz de entender a qué se refería, y además, ya contaba con demasiados problemas como para sumarle otro más a mi vida.

Yo era tan solo un año mayor que él. Tenía dieciocho, pero me preocupaba de todo, incluso de quiénes pudieran vernos juntos. Así que lo mío siempre fue intentar pasar por desapercibido.

«No me importa lo que digan o piensen los demás», respondió Ji Ho en su momento y a esa misma inquietud, sin que yo tuviera que manifestársela siquiera. Había veces en las que me preguntaba si siempre fui tan fácil de leer, o si tan solo ocurría con él.

Una parte de mí ya estaba al tanto de que ese chico sería mi perdición, pero también me sentía contento por ello. Ver su sonrisa cada vez que interactuaba conmigo, era como un cálido abrazo en invierno. Él fue la primera y única persona que me miró con esos ojos brillantes, llenos de un sentimiento puro y verdadero.

¿En dónde quedó ese chico risueño y amable que conocí? ¿En qué se ha convertido?

Cierto. Todo fue culpa mía.

Tras la brutal paliza a la que mi padre me sometió una mañana, llegué a la escuela en busca de un respiro, pero lo que encontré en su lugar fue el infierno.

Alguien había publicado una de las fotografías que Ji Ho y yo nos tomamos juntos, precisamente la que él me dio y yo no supe atesorar.

Así que, de repente, todo el mundo comentaba que éramos una pareja gay, y la realidad es que no teníamos mucho tiempo de conocernos. 

Las redes sociales y los muros de la escuela se llenaron de insultos y garabatos. Me sentí tan abrumado por la presión, que no supe cómo lidiar con eso. Con mi vida en general.

En un momento de miseria y desespero, tomé una decisión precipitada y pensé que la única forma de escapar era si le ponía fin a todo. Y lo que se me ocurrió, fue arrancar el problema de raíz.

Del departamento médico robé un frasco de píldoras, y corrí a encerrarme en uno de los baños.

Hasta este preciso instante puedo percibir el sabor amargo en la garganta y los espasmos en el cuerpo. Es el mismo malestar con le que desperté en «Lejos del mundo terrenal».

No me detuve a meditar.

Fui un egoísta al creer que solo así estaría en paz, y ni siquiera imaginé en el impacto que podría tener mi decisión sobre los demás.

Mis amigos y Ji Ho...

Esa sonrisa, en el pasado, me hizo sentir que todo en el mundo era posible. Ya no me preocupaba la posibilidad de que mi padre pudiera partirme la ceja con una botella de vidrio nuevamente, con tal de que él siguiera sonriendo. Pero ahora eso ni siquiera importa, porque ha pasado tanto tiempo desde que vi ese gesto entre sus labios, que siento como si fuera un sueño lejano. La vida nos ha separado y ya no hay sonrisas que me hagan sentir vivo de nuevo.

Ahora, al mirar hacia atrás, veo que también era solo una ilusión, una falsa esperanza que me mantuvo aferrado a un sentimiento imposible. Y aunque intento no culparme, el dolor sigue presente y hace que me pregunte si alguna vez encontrará esa felicidad de nuevo. Una alegría que yo nunca podría darle.

El momento es desgarrador.

Verlo tirado en el suelo, sin fuerzas ni el deseo de levantarse o contraatacar, y desprovisto de la voluntad para aferrarse a la vida... Mirarlo así me abruma con una sensación de impotencia ante la fragilidad de la existencia humana. Y sé bien que este sentimiento de tristeza no me abandonará.

Me doy cuenta de cuán débil fui, y continúo siendo, ante la incapacidad de contener las lágrimas. El rastro que dejan sobre mi piel no es solo de felicidad por recordar al fin, sino de dolor y enojo hacia mi propio ser. Asimismo, por más que me lo pregunto, no comprendo por qué están haciéndole daño.

Antes de que aseste la segunda patada, sujeto el pie de a quien en vida pude considerar un amigo. Y ya que Ji Woon no puede verme, se queda quieto, incapaz de saber lo que está ocurriendo. Tampoco espera el momento por el que sale impulsado tres metros hacia atrás, sino hasta cuando choca con uno de los árboles que rodeaba el camino en medio del parque. El tronco cruje. Tal vez es su espalda, o la rama que de pronto se desprende sobre Ji Ho con el lado más filoso apuntando hacia su pecho.

Ni siquiera tengo tiempo para gritar pues, como ocurrió durante las últimas veces, es otro el que lo toma de los pies y termina arrastrándolo lejos de la trayectoria.

Alguien más acaba por salvarlo, no yo. Eso no mejora la sensación de culpa. Como si fuera mi responsabilidad que Ji Ho esté así.

Como si fuera yo quien, con cada intento, lo empujara directo a las fauces del infierno.

Aquel deja a Ji Ho, de la misma forma que soltara un saco de huesos, permitiéndole descansar de espaldas sobre la hierba.

—Do Jun —suelto todo el aire que guardaba en los pulmones. Ahora puedo verlo con otros ojos. Y no me había dado cuenta, pero bajo el ridículo sombrero y de su cabello empapado, gotea el agua que moja el cuello de su traje.

—Creí que no me recordarías, hyun —contesta. Su voz es débil, pero el problema no es con él, sino conmigo.

Al caer de rodillas empiezo a notar la falta de aire. Apenas consigo inflar mis pulmones y contener el aliento un par de veces.

«No pierdas la consciencia», me repito una y otra vez.

He vuelto a romper la regla de las divinidades, pero tampoco puedo dejar pasar por alto la oportunidad que tengo. Debo conocer el motivo de nuestra existencia como un par de fantasmas.

—¿Por qué nos enviaron a salvarlo? —pregunto en un hilo de voz.

Siento la necesidad de confirmarlo, y por la calma que atisbo en sus ojos, intuyo que Do Jun conoce la verdad.

Él se acerca y camina a mi alrededor.

No cuento con la fuerza requerida para estar mucho más tiempo sobre las rodillas, de modo que hago uso de una extremidad más, y de esta forma descansar todo el peso de mi cuerpo agotado.

Do Jun se detiene a mis espaldas, y siento sus dedos rozarme la nuca.

—¿Recuerdas cuando te hiciste este tatuaje? —me pregunta—. Yo hace poco me acordé de él, y la verdad es que tampoco han pasado muchos días de eso. Me pediste que te acompañara. Dijiste que el ojo te ayudaría a visualizar todo lo que tú no podías ver. Los diamantes hacían referencia a las personas que más te importaban. Pensé que por encima estabas solo en la oscuridad, y por debajo se hallaban dos más saliendo de ella... Pero dejaste que asumiera que éramos nosotros dos. —Aparta los dedos de mi piel, y de pronto siento escalofríos.

Sus pasos continúan, hasta inclinarse en frente de mí, en busca de la altura perfecta para encontrarse con mis ojos.

—¿Cuál era el verdadero significado? —cuestiona, y en su mirada descubro que no tiene idea.

Mi enfoque viaja de manera inconsciente hacia Ji Ho. Hay una persona sentada junto a él. No sé cómo hizo Ha Eun para encontrarlo.

—No te equivocas —suelto, y mis palabras no deben sonar claras porque insiste en que lo repita—. Por encima estaba yo solo en medio de la oscuridad, como era lo usual. Y esperaba tener la capacidad para encontrar la razón que me permitiera ver por qué alguien, con mínimo sentido común, debería quedarse conmigo y ayudarme a salir de la sombra que me consumía.

¿Quién estaría dispuesto a permanecer con alguien como yo, sumido en la tristeza y el dolor?

—Y él —señala a Ji Ho—, fue esa luz para ti.

No es necesario que diga nada, Do Jun tampoco parece querer preguntar más. Pero antes de que se marche, de espaldas a mí y sobre el hombro, susurra:

—Es lamentable que la misión divina sea extinguir la luz que le daba sentido a su existencia.

—¿Qué? —Mis dedos se entierran en el suelo, pero ya que es de concreto, duele—. ¿De qué estás hablando?

—En la vida detrás de la muerte, somos parcas enviadas con una misión divina diferente. —Me muestra su esfera con el vaho formando el número 1001 en su interior—. ¿No te has preguntado por qué no puedes salvarle la vida a ese chico a pesar de todos tus esfuerzos? Eres la muerte, Jun Seo. Y tú lo elegiste.


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¿Se imaginaban algo así? Resulta que la misión de Jun Seo no era salvar a Ji Ho, sino acabar con su vida... 😫💔

Palabras en el capítulo: 1768.

Palabras totales: 16904.


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