Capítulo 11



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CAPÍTULO 11

Setenta y siete

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Aunque sigo presente en el parque, mis recuerdos me transportan a otro lugar.

Entre cuatro paredes, el espacio reducido y la luz tan brillante, me encuentro desorientado.

La persona que había estado estaba sentada en una banca junto a mí, se pone de pie y el mundo acaba por detenerse.

Lo único que puedo ver son sus labios curvados hacia arriba, los dientes blancos y perfectos, y esos ojos brillantes y felices.

Parece como si su sonrisa me estuviera iluminando, y luego a todo alrededor.

No es más que un recuerdo, lo sé porque está mirándome. Lo hace de verdad.

Durante una fracción de tiempo me olvido de lo demás. Solo puedo pensar en la forma que esa sonrisa enciende su rostro, y en cómo eso me hace sentir.

El corazón en mi pecho late más fuerte de lo normal y me tiemblan las manos, de modo que acabo escondiéndolas en el interior de los bolsillos de mi pantalón.

Él aguarda en silencio.

No sé qué hacer, o si hay algo que pueda decirle.

—Ah, ya salió. —Se inclina para tomar el trozo alargado de papel que una máquina acaba de escupir, y parpadeo mientras me ordeno volver a respirar.

Una la pantalla al frente nos muestra a los dos como si fuéramos el reflejo de un espejo. Alrededor hay un margen decorativo con los colores del arcoíris.

Su cabello luce más claro y corto de lo que recuerdo. Sus mejillas tienen un ligero tono rosa, y tampoco sabía que sus labios podían verse tan rojos.

Es hipnotizante verlo así, sano y contento. Como si de pronto hubiera revivido.

No identifico algún punto de comparación entre los retratos de personas desconocidas que se encuentran alrededor. Aunque sean modelos fingiendo una felicidad casi auténtica, con Ji Ho, ni siquiera la luz potente que emerge de esa misma pared puede relucir más.

Me toma de la mano, y deja una de las cuatro fotografías de nosotros encima de la palma. Su piel se siente cálida.

—Recuerda, Seo Jun —me dice mientras acomoda sus manos sobre su cabeza, y empieza a moverlas como si fueran orejas—. Siete y siete. Setenta y siete.

No puedo articular palabra alguna. Estoy sorprendido, pero sonrío porque, aunque su vergüenza es palpable, también es gracioso.

¿Qué pasa con ese conejo?

Aunque no pregunto en voz alta, él responde:

—Ya que me dijiste que parezco un conejo, entonces actuaré como uno. Si al menos eso te hace sonreír...

Vuelve a mostrarme ese gesto sencillo y dulce, y una parte en mi interior acaba por decirme que estoy jodido.

Su sola presencia me brinda calma y seguridad.

Esta pequeña cabina de fotografía, en su compañía, se siente como un refugio entre todo lo demás. Y aquello solo puede implicar algo...

Esta clase de sentimientos que apenas logro contener por él, significa que, en vida, Ji Ho fue una persona importante para mí.

—Deja de poner esa cara de amargura. Pensé que te haría feliz, es decir, siete es por el día en el que nos conocimos. No puedes olvidarte de él, ¿me oíste? —Me golpea con fuerza en el hombro.

Ah, ese día...

De pronto tengo que tragarme el llanto, pero el nudo se establece en mi garganta y lo convierte en un trabajo complicado.


En una noche fría de invierno, en medio de la lluvia, me alejé de la calle en la que vivía con papá. Era de vital importancia escapar antes de la quinta botella de soju, pues a partir de la sexta empezarían a volar cosas por toda la casa.

—¡Vuelve aquí, inútil!

Hice caso omiso a sus gritos y continué, consciente de que sería una larga noche, pues debía esperar mínimo seis horas hasta que ese hombre perdiera la consciencia.

Bajé una de las cuestas más empinadas, entre las miradas de la gente que alcanzó a refugiarse en las tiendas. Apenas empezó a oscurecer, y debía ser curioso ver a un estudiante de secundaria corriendo bajo la tormenta sin un paraguas.

Las gotas caían con mayor fuerza cada vez, de modo que apenas lograba mantener los ojos abiertos.

Cuando traté de usar las manos como visera, me di cuenta de que no solo era a causa de la lluvia que no podía ver. Se me había empezado a inflamar la ceja, y el agua se mezclaba con mi sangre.

Me detuve en seco e intenté controlar los temblores que quisieron apoderarse de mi cuerpo.

Tenía algo incrustado en la piel. Uno de los objetos que arrojó ese hombre debió dar en el blanco y no me di cuenta.

Miré el cielo gobernado por nubes grisáceas y me quedé ahí, a punto de vomitar, tragando la bilis que había empezado a trepar por mi garganta.

Recuerdo haber pensado que nada podía ser más cruel que la vida misma, y que si existía un Dios, debía ser un ser indiferente ante nuestro sufrimiento.

Mi más grande debilidad era la sangre, sin embargo, el agua ayudaría de algo. Después de todo, las gotas se percibían como abundantes piedrecitas que me golpeaban la piel.

Con los dedos tomé el pequeño fragmento de cristal y lo arranqué con fuerza. La calidez del líquido vital se precipitó por mi mejilla, revolviéndome el estómago. Pero a buena (o mala) hora, algo chocó con el costado de mi cuerpo, luego cayó y rodó sobre el piso.

Apenas podía verlo entre ese mar rojo que se convirtió la mitad de mi cara. Pero la pequeña silueta estaba sentada sobre el asfalto, mirándome y temblando como un gato mojado.

Alguien gritó un lamento desde el interior del sombrío callejón, justamente de donde ese chico salió corriendo.

A su lado descansaba una bolsa de papel rota, de modo que el contenido terminó esparcido sobre el suelo encharcado. Eran panqueques.

Algo extraño se desató en mi sistema, y comenzó una lucha de poder en mi interior. Las alarmas encendieron un gruñido, producto de mi hambriento estómago.

No recordaba cuándo fue la última vez que comí algo.

Me acerqué y continuó muy quieto, con su mirada enterrada en mí.

Al inclinarme a su lado, leí el nombre que la bolsa tenía a un costado: Danhobak (Calabazas dulces).

Levanté uno de esos postres del suelo. A pesar de la lluvia, mantenía su apetitoso aroma, y al acercarlo a mi nariz, pude comprobar que no estaba equivocado. Mi estómago volvió a emitir un ruido para secundar.

—¿Te lo vas a comer? —preguntó, y solo entonces me detuve a verlo en realidad.

Algo en su mirada hizo que me olvidara del frío, del hambre y también de la sangre.

Esa pequeña silueta, todavía sentada sobre el asfalto junto a mí, tenía los ojos tan abiertos como los de una libélula, y la lluvia le daba un aspecto frágil. Lo más curioso no fue que seguía observándome como si me hubiera vuelto loco, sino que usaba el mismo uniforme que yo. Jamás lo había visto, y por esa razón, creo que tampoco habría podido olvidarlo.

Bajo la camisa blanca desabotonada, usaba una camiseta con el estampado de un conejo.

De haber sabido que su apodo nació de ahí, porque no supe de qué otro modo llamarlo, sino hasta que me dijo su nombre, ¿qué me habría dicho él? Probablemente me habría golpeado otra vez.

En ese instante, tres chicos con nuestro uniforme emergieron del callejón a sus espaldas, y al detenerse, tuvieron que inhalar con fuerza. Les hacía falta el aire.

Me enderecé de forma automática.

Eran Seok Jin, Ji Woon y Sung Hanbin.

—Ah, corre tan rápido como una rata—. Seok Jin señaló al chico en el suelo y luego a mí.

—¡No!, se echaron a perder —exclamó Ji Woon mientras contemplaba el panqueque que yo todavía sostenía.

—Vete —susurré.

Nunca entenderé por qué dije eso. En ese momento solo pensé que lo golpearían si se quedaba por más tiempo. Esos tres, disfrutaban al pisotear cualquier cosa que pareciera vulnerable o agraciada.

Por suerte fue inteligente y no esperó a que se lo repitiera.

Los ojos de esos tres fueron tras él, listos para continuar emitir la orden a sus piernas.

—¿Lo estaban cazando por alimento, fenómenos? —pregunté con sorna, de modo que voltearon a mirarme, olvidándose del chico.

—Lo dice quien estaba a punto de meterse uno de esos a la boca —comentó Seok Jin. Fue él quien lo llamó rata.

Dejé caer el panqueque al suelo.

—Olía delicioso. ¡Tengo hambre! —gritó Sung Hanbin.

—Estás sangrando. —Ji Woon señaló un lugar en mi frente mientras sonreía con diversión. 

—Ya déjenlo. —Una risa provino desde el lado más oscuro del callejón. La luz se había escondido por completo. Tuve que esforzarme para lograr verlo. Vestía con el uniforme, pero en lugar de la habitual camisa blanca, en su lugar usaba una camiseta negra.

—Seguramente su papá volvió a golpearlo—. Con las manos en los bolsillos, y mientras inflaba una bomba de goma de mascar con la boca, se acercó a nosotros y observó hacia el sitio por el cual el chico echó a correr despavorido—. Lo dejaste escapar.

—Era de nuestra escuela, Do Jun —le dije con paciencia, y me miró con disgusto.

—¿Desde cuándo te importa algo como eso? —Se aproximó, me acercó el puño y yo le ofrecí el mío, de modo que ambos se encontraron para formar un saludo entre choques de palmas. Luego me abrazó por los hombros y caminamos así, uno al lado del otro, como si no importara nada más, ni siquiera la tormenta—. Vamos en busca de alimento, hyun.

—¿Vas a invitarnos? —pregunté interesado.

—Sigue soñando. Eres el más rápido con las manos, así que lo harás tú. Nos alimentarás a todos. —Do Jun me apretó más contra su costado, como si estuviera orgulloso.

—¿Robaremos algo de la tienda de cosméticos después? Necesito un cambio de look —sugerí y él me sonrío.

—Por supuesto.


Si de algo puedo estar seguro, es que jamás podría haberlo imaginado...

El grupo que persiguió a Ji Ho en la escuela el otro día, fueron mis amigos en vida. Y a quien le entregaron la esfera con el número 1001 en «Lejos del mundo terrenal», aquel y que ha salvado a Ji Ho en repetidas ocasiones, lo llegué a considerar un hermano.

Pero ahora, ¿se acordará de mí?

¿Por qué terminó convertido en lo que ahora somos?

Do Jun, probablemente este sea nuestro castigo por todo lo que hicimos.

Alguna vez pensé que el dolor físico era insoportable, pero el que siente mi alma, después de haber recordado todo, es todavía peor.


* Hyung: "hermano mayor". Este término lo usan los chicos para referirse a sus hermanos mayores, pero también se puede usar para amigos mayores.

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¡Pasamos a la última ronda del ONC2023! Estoy muy feliz porque cuando empecé a escribir esta historia, ni siquiera estaba segura de llegar al cuarto capítulo por culpa del bloqueo. ¡Pero aquí estamos! 😌

Ahora, no sé si termine el libro para cuando finalice el concurso, que es dentro de 5 días, y así inscribirlo en la última etapa jaja Pero esa no fue la finalidad, sino lo que ya estoy ganando por escribirlo 🤧❤️

¿Qué piensan de las declaraciones en este capítulo? ¿Imaginaban que Jun Seo pudiera ser amigo de los que todavía acosan a Ji Ho? 😯

Palabras en el capítulo: 1752.

Palabras totales: 15136.


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