Epílogo
Las imágenes pasaban frente a sus ojos, había perdido la cuenta de cuantas veces las había visto, desconocía que hora era, que día e incluso, cuantos meses tenía encerrado en esa habitación blanquecina.
—Intentemos de nuevo con esta —el holograma cambió de nuevo, en esta ocasión unos ojos turquesa lo observaron. No pasó mucho rato, ¿quizás unos treinta segundos? Hacía lo imposible por no contar el tiempo que había entre una imagen que conocía y el dolor de mil agujas en todo su cuerpo.
Se retorció en la silla intentando llevar sus manos al cuello para quitarse el aro metálico que lo limitaba, sin embargo, siempre olvidaba que sus manos estaban más que atadas en la silla.
—No saldremos de aquí hasta que puedas hacerlo —odiaba la voz de canarios que le hablaba día y noche. Odiaba su presencia, esa sonrisa amable que usaba cuando lo torturaba, odiaba su cabello platinado que tanto le recordaba a la chica de ojos turquesa. No obstante, más odiaba a la castaña, la chica callada que permanecía en una esquina en cada sesión de tortura.
Cuando pudiera arrancarse el collar, ella sería la primera en sufrir las consecuencias. Otra oleada de dolor hizo que su cuerpo se arqueara en la silla metálica, espuma brotó de su boca.
—No tan fuerte, Amelia.
—Mencionaste odio hacia nosotras. El castigo debe ser más fuerte cuando se trata de odio —la joven platinada se encogió de hombros.
—Lo sé, pero tampoco debemos matarlo en el proceso de aprendizaje —«¿Aprendizaje?» Se preguntó así mismo cuando recuperó el control de su cuerpo, el encierro y la tortura lo traían al borde de la locura y su compañero no estaba muy feliz últimamente—. Oh, volviste con nosotras, Nate, bienvenido. Esta vez estuviste fuera por casi tres días —el aludido meneó la cabeza aclarando su visión, el holograma que tenía al frente le devolvió la mirada, inhaló profundo para recibir el golpe y cerró los ojos con fuerza—. Tranquilo, creo que tomaremos un descanso..., mientras, ¿porque no prácticas con la imagen?
Nate observó los ojos turquesa, intentó con todas sus fuerzas no sentir nada, no extrañarla tanto como lo hacía, no amarla con locura y desearla, con tanto ímpetu que imaginaba verla salir del holograma con aquel andar felino, se removió en la silla intentando ocultar la erección en su entrepierna, sabía que el castigo sería más doloroso de lo normal si alguien lo notaba.
—Ten, ha sido una larga mañana —la joven platinada le puso frente a sus labios resecos un vaso con un popote, sin dudarlo dos veces bebió de él—. Tienes que llegar a un convenio con tu amigo, si siguen así no saldrán de aquí nunca. Mis superiores están pensando en volver a las pruebas anteriores.
Un escalofrío recorrió la espina de Nate, solo el recuerdo de lo que vivió con esas pruebas le ponían la piel de gallina.
—Llegar a un acuerdo con él es imposible, es casi lo mismo que dejar de tener emociones al verla —señaló el holograma frente suyo.
—Quizás pueda llegar a un acuerdo sobre tu pareja, pero cuando se trata del dark Nate... no hay negociación. No debo estar diciéndote esto, no puedo ser tu amiga, está en contra de toda ética..., sin embargo, no puedo evitar tener cierto tipo de..., empatía por ti —la joven sonrió y apoyó su mano sobre la suya—. El imperio ha determinado que eres un recurso valioso, no te dejarán pudrirte en una celda, ni darán cadena perpetua hasta que no hayan agotado todos los medios para..., domesticarte por así decirlo. De ti depende si quieres salir de este lugar pronto o..., si prefieres perpetuar el aprendizaje —le dio unas palmaditas en su mano con la misma sonrisa antes de salir de la habitación, dejándolo solo con el holograma de ojos turquesa, quién lo observaba con aquel atisbo de impertinencia.
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